El origen de las partidas de bautismo se sitúa en el año 1564, fecha en la que el rey Felipe II decreta la ejecución de los acuerdos del Concilio de Trento (1545-1563), en los que se exige a las parroquias el registro de los bautizos, los casamientos y las defunciones de sus feligreses. La parroquia de Parderrubias tiene registros de bautizados desde ese mismo año 1564, convirtiéndose de esta manera en una las que cuenta con más documentación histórica de toda la diócesis ourensana. El primer bautizo legible que aparece registrado en el libro de bautizados corresponde al de la niña Constança, bautizada el primer domingo de septiembre de 1564 por el párroco don Francisco Casullo. Véase Se cumplen 450 años del nacimiento de 14 vecinos y de cuatro casamientos en Santa Olaia de Parderrubias.
En los registros parroquiales de bautizados se encuentra la fecha de bautismo y de nacimiento, el nombre del bautizado, su sexo, el nombre de sus padres, el de sus abuelos paternos y maternos, el de los padrinos, a los que se les advierte del parentesco espiritual que contraen con el bautizado en enseñarle la doctrina cristiana, así como el nombre y la firma del párroco. El contenido de esta información, y su redacción, fue evolucionando con el paso de los siglos. Este artículo pretende documentar esta evolución desde el año 1700 hasta 1930, mediante ejemplos de partidas de feligreses de distintas generaciones registradas en los libros parroquiales de Parderrubias. La parroquia cuenta con ocho libros en los que se pueden encontrar todos los bautizos realizados desde el año 1564.
Dada la falta de homogeneidad a la hora de inscribir al bautizado, en 1765 se ordena redactar en todos los libros de bautizados de la diócesis un documento estándar que sirviera de modelo para dicha inscripción, en la que se concretan algunas situaciones no habituales. Por ejemplo, si el bautizado no fuese fruto de “legítimo matrimonio” se inscribiría como hijo/a de padres desconocidos -en los libros parroquiales de Parderrubias es común encontrar en su lugar la expresión de “madre soltera”-. Si el recién nacido estuviese en peligro de muerte inminente -realidad bastante habitual durante muchos años-, podía ser bautizado de necesidad por alguno de los padres, familiar o vecino, hecho que quedaría reflejado en la partida. En caso de sobrevivir, y existiendo duda acerca del bautizo doméstico, se llevará a cabo la ceremonia habitual en la iglesia, que quedará reflejada en la partida como bautizo sub-conditione.
Antigua pila bautismal de la iglesia de Parderrubias
1700-1749
Manuela Iglesias Grande, esposa de Antonio Sierra Casas, nace el viernes 29 de marzo de 1715 en O Outeiro, siendo bautizada nueve días más tarde por don Francisco Álvarez, cura que regentó la parroquia entre 1709 y 1726. En esta partida de Manuela se puede observar ya claramente la referencia a “hijo legal” (i.e., fruto de matrimonio legítimo) y a las condiciones contraídas por los padrinos del recién nacido.
“En seis de abril de mil siete cientos quince, yo Francisco Álvarez, Abad de esta dicha feligresía de Santa Eulalia de Parderrubias, bauticé solemnemente una niña, hija legítima de Nicolás de la Iglesia y de Cristina Grande, su mujer, a nueve días de su nacimiento. Púsele nombre Manuela. Fueron sus padrinos Pedro de Outumuro y Manuela Grande, todos vecinos de esta feligresía. Advertiles del parentesco y lo demás que dispone el Ritual Romano. Y para que conste, lo firmo de mi nombre, dicho día. Francisco Álvarez”.
Manuel Seara Garrido nace el miércoles 24 de mayo de 1741, en Barrio, siendo bautizado el 1 de junio por don Francisco Antonio Delgado, con licencia del párroco de Parderrubias don Juan Pérez, quien estuvo al frente de la parroquia desde 1730 a 1743. En esta partida de Manuel encontramos un bautizo llevado a cabo por un cura que, al no ser el párroco titular, lo realiza bajo la licencia del regidor de la parroquia, en este caso don Juan Pérez. Este “invitado” solía ser un clérigo cercano a la familia. Como en este caso, es habitual que ambos curas firmen la partida.
“En primero de junio del año de mil siete y cientos y cuarenta y uno, Yo Don Francisco Antonio Delgado, Presbítero y vecino del lugar de Proente, con licencia de don Juan Pérez, Abad y Cura propio de la parroquia de Sta. Eulalia de Parderrubias, bauticé solemnemente y puse los Stos. Óleos a Manuel, que nació en veinte y cuatro de mayo, hijo de Baltasar Seara y de Ana María Garrido, su mujer. Fueron sus Padrinos Gabriel Seara y su mujer Ana María Outumuro, vecinos de Montelongo, parroquia de San Miguel de Soutopenedo, a quienes advine el parentesco espiritual. Y con dicho Abad, lo firmo. Francisco Antonio Delgado. Juan Pérez”.
1750-1799
Bartolomé Sierra Iglesias nace en el pueblo de O Outeiro, el viernes 20 de marzo de 1750, siendo bautizado ese mismo día por don José Montes Villar, clérigo que estuvo al frente de la parroquia desde 1743 a 1753.
“En veinte de marzo de dicho año 1750, Yo, Don Joseph de Montes y Ulloa, Teniente Cura de la Parroquia de Santa Eulalia de Parderrubias bauticé solemnemente y puse los Santos Oleos a Bartholomé, hijo de Antonio Sierra y Manuela Yglesias. Fueron sus padrinos Bartholomé Yglesias y María Yglesias del lugar de Barrio. Y les advertí lo dispuesto por el Ritual Romano. Y lo firmo. Joseph de Montes y Ulloa”.
José Casas Martínez nace también en el pueblo de O Outeiro el sábado 14 de enero de 1769 y es bautizado de necesidad el mismo día por José Barros, ceremonia ratificada por don Manuel Rodríguez al día siguiente, párroco de Parderrubias entre 1754 y 1772. Esta partida de José es un ejemplo de bautizo de necesidad llevado a cabo por un vecino de la familia, dado el elevado riesgo de muerte que tenía el recién nacido. José sobrevive, por lo que al día siguiente el párroco ratifica el bautizo hecho por José Barros. No se realiza bajo el formato de sub-conditione, pues el cura da plena credibilidad al bautizo de necesidad que había tenido lugar el día anterior.
“En el día catorce del mes de enero del año de mil setecientos y sesenta y nueve, José Barros, vecino de este lugar de la Iglesia de la feligresía de Sta. Eulalia de Parderrubias, bautizó por necesidad a un niño que nació en dicho día, hijo legítimo de Santiago Casas y de Isabel Martínez, vecinos del lugar del Outeiro, que es de esta feligresía. Y al día quince del mismo mes, yo el infra escrito cura propio de dicha feligresía, suplí las sagradas ceremonias que prescribe el Ritual Romano y no le bauticé sub conditione por no tener duda del valor de su bautismo. Púsele por nombre José, y advertí al bautizarse el parentesco espiritual que contraía con el bautizado y sus padres. Y para que conste, lo firmo. Manuel Rodríguez”.
Fernando Seara Fernández nace el sábado 7 de febrero de 1795 en Barrio, y es bautizado el día 11 de ese mismo mes por el cura don Pedro Fernández, que estuvo al frente de la parroquia de 1791 a 1795. La partida de bautismo de Fernando Seara ejemplifica otro caso de bautizado causa necesitatis en la propia casa por su padrino Fernando Outumuro, dado al evidente peligro de muerte inminente. Una vez que sobrevive, Fernando es bautizado sub-conditione. Este tipo de bautismo se lleva a cabo cuando no hay certeza absoluta de que se haya recibido anteriormente. Ante la duda se bautiza sub-conditione. En este caso, el párroco don Pedro no tendría la certeza de que el bautizo de necesidad realizado por Fernando Outumuro cumpliese con todos los requerimientos necesarios. Otro dato que destaca en esta partida es la inclusión de los nombres de los abuelos paternos y maternos, cumpliendo de este modo la norma establecida en 1765. Hasta esa fecha, las partidas de bautismo de Parderrubias no solía incluir dicha información.
“En once de febrero de mil setecientos noventa y cinco, yo el infra escrito cura vacante de esta parroquia de Santa Eulalia de Parderrubias bauticé sub conditione y en lo demás solemnemente un niño de Blas Seara y de su mujer Jacinta Fernández, del lugar de Barrio, al que puse nombre Fernando, nació el día siete de dicho mes y año. Fue su padrino Fernando Outumuro vecino del Outeiro, el que le había echado el agua de socorro, y le advertí el parentesco que había contraído y demás obligaciones. Abuelos paternos, Manuel Seara y su mujer Benita Casas, vecinos de este lugar de la Iglesia; maternos, Damián Fernández y su mujer Manuela Iglesia, vecinos del otro de Barrio, y todos de esta feligresía. Y para que conste, lo firmo. Don Pedro Fernández”.
1800-1849
El lunes 16 de diciembre de 1805 nace en el pueblo de O Outeiro Matías Sierra Seara, el tercer hijo de Bartolomé y Manuela. Ese mismo día, Matías es bautizado por el cura don Miguel Cayetano Grande, que regentó la parroquia de Parderrubias desde 1795 a 1828.
“En dieciséis de diciembre de mil ochocientos y cinco Yo el infra escrito Abad y Cura Párroco de esta feligresía de Santa Eulalia de Parderrubias bauticé solemnemente y puse los Santos Oleos a un niño que se dijo había nacido en el mismo día diez y seis, hijo lexítimo de Bartolomé Sierra y Manuela Seara del lugar del Outeiro de esta de Parderrubias. Púsosele de nombre Mathias. Fue su padrino Josef Casas del referido lugar de Outeiro, a quien advertí el parentesco y obligaciones. Son abuelos paternos de este niño Antonio Sierra y Manuela Iglesia del repetido del Outeiro, y maternos Manuel Seara y Francisca Montes del lugar de Barrio, todos y el Padrino de esta expresada de Parderrubias. Y que conste lo firmo. Miguel Cayetano Grande”.
Tomás Seara Garrido nace en Barrio el miércoles 13 de diciembre de 1848, siendo bautizado al día siguiente por don Antonio Barros, párroco de Parderrubias durante los años 1848 y 1849.
“En el día catorce de diciembre año de mil ochocientos cuarenta y ocho, yo Antonio Barros, Ecónomo de Sta. Eulalia de Parderrubias, bauticé solemnemente un niño que dijeron haber nacido el día trece dicho mes y año; púsele por nombre Tomás; es hijo legítimo de Fernando Seara y de Isabel Garrido. Abuelos paternos Blas Seara y Jacinta Fernández; maternos Juan Garrido y Bernarda Outumuro, todos naturales de esta parroquia. Fue su padrino Tomás Garrido a quien advertí lo que manda el Ritual Romano y que lo firmo ut supra. Antonio Barros”.
1850-1899
En la madrugada del martes 23 de enero del año 1866 nace en el pueblo de A Iglesia Serafín Sierra Mosquera, cuarto hijo de Matías Sierra Seara y de Rosa Mosquera Garrido. El cura don Manuel Belvis -que regentó la parroquia entre 1859 y 1894- certificaba el bautismo de Serafín. Don Manuel, siendo fiel a su meticulosidad, orden y afán por dejar a las generaciones venideras la mayor información posible, incorpora a esta partida de Serafín datos que hasta esa fecha estaban ausentes: hora del nacimiento, vinculación familiar del padrino y su profesión, así como el nombre de los testigos.
“En el día veinte y cuatro de enero año de mil ochocientos sesenta y seis, yo el infrascrito Cura Párroco de esta bauticé solemnemente un niño que se me dijo haber nacido el día anterior como a las dos de la mañana, hijo legítimo de Matías Sierra, labrador, y Rosa Mosquera, del lugar da Iglesia. Abuelos paternos Bartolomé y Manuela Seara; maternos Felipe y Francisca Garrido del lugar de O Outeiro. Púsele por nombre Serafín. Fue su padrino su tío materno Manuel Mosquera, sastre del mismo lugar. Testigos, Teresa de Castro, mujer de Juan Manuel Pérez de la Iglesia e Ignocencio Seara, sacristán. Al padrino advertí las obligaciones. Y para que conste lo firmo. Manuel Belvis”.
Manuel Seara Casas, hijo de Tomás Seara Garrido y María del Socorro Casas Grande, nace el viernes 24 de julio de 1874 en O Outeiro. Don Manuel Belvis certificaba el bautismo de Manuel.
“En el día veinte y seis de julio de mil ochocientos setenta y cuatro, yo el infra escrito Cura Párroco bauticé solemnemente un niño que se me dijo había nacido al amanecer del día veinte y cuatro, hijo legítimo de Tomás Seara y María del Socorro Casas do Outeiro. Abuelos paternos Fernando e Isabel Garrido de Barrio; maternos Pablo y María Benita Grande do Outeiro. Púsele por nombre Manuel. Fue su padrino su tío materno Manuel Grande da Iglesia al que advertí las obligaciones. Y para que conste lo firmo. Manuel Belvis”.
1900-1929
Paulino Sierra Iglesias, nacido el domingo 18 da agosto de 1901, fue bautizado dos días después, tal como recoge la partida de bautismo firmada por don Santiago Iglesias, coadjutor del párroco don Benito Garrido, quien regentó la parroquia de Parderrubias desde 1900 a 1919.
“En la Iglesia Parroquial de Santa Eulalia de Parderrubias Provincia y Obispado de Orense a veinte de agosto de mil novecientos uno, D. Santiago Iglesias, Coadjutor del Párroco D. Benito Garrido bautizó solemnemente y puso por nombre Paulino a un niño que había nacido en el día dieciocho, hijo legítimo de Serafín Sierra y Luisa Iglesias vecinos de esta Parroquia en el lugar de la Iglesia, nieto por parte paterna de Matías Sierra y Rosa Mosquera vecinos de este lugar y Parroquia, y por la materna de Benito Iglesias y María Seara también vecinos de esta Parroquia; siendo su madrina Generosa Iglesias a quién se le advirtió lo que previene el Ritual romano y testigos Juan Seara y otros vecinos de esta Parroquia de Parderrubias. Y que así conste firmo ut supra. Firmado Santiago Iglesias y Benito Garrido”.
Carmen Seara Justo nació el sábado 18 de julio de 1914, a las dos de la madrugada, en O Outeiro. El mismo día en el que nació fue bautizada por don Benito Garrido, actuando como madrina Carmen Garrido, de Barrio, y como testigo el cura vecino don Adolfo Outumuro Outumuro.
“En la iglesia parroquial de Santa Eulalia de Parderrubias, provincia y diócesis de Orense, a diez y ocho días de Julio de mil novecientos catorce, yo D. Benito Garrido, Cura párroco de la misma bauticé solemnemente y puse por nombre María Carmen a una niña que dijeron había nacido el mismo día a las dos de la mañana en el lugar de Outeiro. Es hija legítima de Manuel Seara y de su esposa Isabel Justo naturales y vecinos de esta parroquia, nieta por línea paterna de Tomás y María Casas, difuntos, naturales del referido Outeiro y por la materna de José y Rafaela Casas, también difuntos y naturales del lugar de Barrio; siendo su madrina Carmen Garrido, vecina de dicho Barrio, a quien advertí lo que previene el Ritual Romano, y testigo D. Adolfo Outumuro de esta misma vecindad. Y para que así conste, extiendo esta partida y firmo ut supra. Firmado Benito Garrido”.
Esta última partida, correspondiente a Carmen, ejemplifica el modelo tipo de partida de bautismo, incluyendo la fecha de nacimiento y de bautizo, el nombre de la bautizada, alusión a hija legítima, nombres y lugar de nacimiento de los padres, nombres y lugar de nacimiento de los abuelos paternos y maternos, nombre y lugar de nacimiento de la madrina, advertencia sobre los compromisos adquiridos por los padrinos, nombre del testigo, y nombre y firma del cura.
Nota. La fuente de información de este artículo es el Arquivo Histórico Diocesano de Ourense, a cuya dirección y personal agradecemos la atención y dedicación prestada.
Los primeros registros parroquiales que se conservan de la Parroquia de Santa Eulalia de Parderrubias (o Santa Baia, como así aparece en los libros parroquiales) se hallan en un Libro de Fábrica del año 1562. Era el año en que Carlos I de España y V de Alemania abdicaba del trono. En 1564 se encuentran los registros con los primeros vecinos bautizados, y en 1565 y 1567 los primeros casamientos y enterramientos, respectivamente. La primera lista de vecinos confirmados data del año 1590.
A lo largo de estos casi 500 años, la parroquia de Parderrubias fue regida por numerosos párrocos. Aunque su cuantificación exacta es prácticamente imposible -sobre todo, antes del siglo XVI-, un examen detallado de todos los libros parroquiales, así como de documentos previos a estos, nos ha permitido elaborar una lista lo más completa posible de los curas que estuvieron al frente de la parroquia, y que ya fue publicada en su momento en el Blog de Parderrubias. En este artículo trataremos de contextualizar el paso de estos clérigos por la parroquia y precisar, con el mayor detalle posible, su vida y sus obras.
Aunque los primeros nombres de párrocos registrados en los libros parroquiales datan del siglo XVI, en el Libro de Notas del Regidor Álvaro Afonso del año 1434 ya se hace alusión al clérigo rector de la Iglesia de Parderrubias, don Gonçalvo Afonso; y, en 1435, diversos documentos redactados por notarios aluden a clérigos de Parderrubias, entre ellos a don Juan Fernández. En esa época existía una pequeña iglesia, en donde ya se honraba a Santa Eulalia.
Iglesia de Santa Eulalia de Parderrubias
Siglo XVI
Durante buena parte del siglo XVI, la presencia eclesiástica en el mundo rural no era tan intensa como lo sería en los siglos venideros. En general, los edificios parroquiales sufren bastante abandono -en Parderrubias no existía todavía una casa rectoral- y los vecinos se limitaban a ir a misa los domingos y a cumplir con el precepto pascual. Antes del Concilio de Trento, hubo intentos por parte de algunos obispos por dignificar el clero, mejorando por ejemplo el nivel cultural de los párrocos, con el objeto de diferenciarlos del campesinado (Saavedra, 1991).
En el año 1562, la parroquia de Parderrubias estaba conformada por 25 feligreses, al frente de los cuales estaba don Gregorio Prado, cura que sería reemplazado en 1564 por don Francisco Casullo. Desde 1565 a 1575, la parroquia fue regida por el fray don Blas González, cuyo puesto pasaría a ocupar, durante 20 años, don Juan García, desde 1576 hasta 1596, año de su fallecimiento, siendo enterrado en la antigua iglesia de Parderrubias. A su muerte, dejó el encargo de una importante obra pía para estudiantes pobres en Huércanos (La Rioja), pueblo en el que había nacido en 1530.
Durante los últimos años del siglo XVI y primeros del XVII -en concreto, desde 1597 hasta 1624- será don Gaspar Feijoo quién rija los destinos parroquiales. En esta época ya estaban activas en la parroquia la Cofradía de Santa María Magdalena y la Cofradía de San Miguel; esta última tenía su centro de acción en la capilla de San Miguel de Solveira.
Siglo XVII
El siglo XVII en Galicia se caracterizó por hambrunas provocadas por el exceso de lluvias que llevaban emparejadas multitudes de epidemias. Son numerosas las rogativas registradas en las distintas Diócesis para que dejase de llover. Entre 1693 y 1695 se vivió el período más dramático en cuanto a número de fallecidos (Saavedra, 1991). En Parderrubias, como en el resto de Galicia, predominaban las pequeñas propiedades que los propios campesinos trabajaban.
Según Gallego Domínguez (1973), en 1649, el Ayuntamiento de Orense notifica a los boticarios la necesidad de disponer de medicinas para hacer frente a las enfermedades y a la peste, dándoles un plazo de veinte días para cumplimiento de la norma, so pena de 20 ducados por cada medicina hallada en falta. En 1650 se ordena el control de las puertas a la ciudad mediante guardas y alguaciles con el fin de defenderse de las epidemias.
Con o sin episodios de peste, el problema casi endémico de la comarca era el hambre. En verano de 1674, la situación se describe como la mayor miseria jamás experimentada por la falta de productos del campo durante cuatro años seguidos, pues los campesinos no recolectaban más que para pagar rentas e impuestos, y para sembrar. En 1677 se pide a todos los pueblos que instauren como fiesta de guardar a San Roque y a San Sebastián, como abogados de la peste, o al menos digan una misa cantada con su rogativa.
El hambre, endémica en toda esta época, se agrava por la guerra de separación de Portugal. Ourense, por ser zona fronteriza, aparte del sostenimiento de tropas, soporta las penetraciones enemigas con quemas, talas, robos, etc. El 6 de abril de 1681 se decide embargar los cereales de los eclesiásticos y seglares. Sin embargo, a finales de mes, es tal la necesidad, que los pobres se mueren en los caminos. En 1697 y 1698 el hambre se recrudece, lo que obliga al Obispo Damián Cornejo a ordenar la apertura de las tullas de los monasterios de Oseira, Montederramo, Xunqueira, Celanova y Ribas de Sil con el fin de que los campesinos pudiesen comer.
En nuestra parroquia, desde 1655 hasta 1672 está a su frente don Miguel Gómez Mayor. En 1673, don Lorenzo Gómez Pizarro es nombrado párroco y ejerce dicha función durante 29 años, hasta 1702, año en que fallece. Comenzó a servir a la parroquia sin haber recibido las Ordenes Mayores. En su primer año de ejercicio, el 2 de octubre de 1673, funda una de las cofradías con mayor arraigo en la parroquia: la Hermandad del Santo Rosario. Con el paso de los años, probablemente cayese en inactividad o se exigiese una renovación de su constitución, pues el 16 de mayo de 1806, don José Díaz, vicario de la Orden de los Dominicos, concede licencia y facultad para instituir una Hermandad del Rosario en la parroquia de Parderrubias, como respuesta a una solicitud hecha para tal fin.
En 1673 también se funda la Cofradía de San José, de la que hay registros hasta 1856. Bartolomé Sierra -antepasado del autor de este trabajo- fue su mayordomo en el año 1798, haciéndose cargo ese año de la gestión de 266 reales y diez céntimos, parte de los cuales fueron gastados en una misa cantada, y en la compra de cera y aceite para las lámparas de la iglesia. Entre las obras de don Lorenzo destaca la fundación de un Vínculo con encargo a Pedro Iglesias, de O Valdemouro, de seis misas rezadas, que debían decirse los días de San José, San Antonio de Padua, San Benito (11 de julio), San Lorenzo, Inmaculada Concepción y Santa Eulalia. Los descendientes de Pedro siguieron haciéndose cargo de las misas por casi doscientos años, hasta que el 26 de abril de 1888 fueron redimidas por el obispo de Ourense don Cesáreo Rodríguez.
Siglo XVIII
A partir del trabajo de Sierra Fernández (2018), podemos afirmar que, en general, la calidad de vida de los vecinos de Parderrubias a lo largo del siglo XVIII fue muy pobre. En toda la comarca no existía ni una sola escuela, ni una farmacia, no había médico alguno ni comercio. La única industria reseñable eran dos modestos molinos de río para la producción de harina, situados en el regato, que Sierra Fernández (2016) denomina río Boutureira, conocido en la actualidad por Cavada do Lobo. Por tanto, la supervivencia de las familias de Parderrubias pasaba obligatoriamente por trabajar duramente y subsistir a base de la agricultura y la ganadería. La mayor parte de las tierras eran latifundios de la nobleza o comunales, siendo muy escasas las propiedades individuales. Entre los artesanos de Parderrubias durante el siglo XVIII destacan las 32 mujeres tejedoras propietarias de otros tantos telares. A la dura vida que les tocó a nuestros antepasados contribuyó en gran medida la enorme carga tributaria a la que estaban sometidos. Según Sierra Fernández (2018) eran “muchos y muy variados”, estimando que unidos a los sufragados al clero, suponían un 25-50% de las cosechas de cada familia. Entre 1670 y 1740 fueron habituales las revueltas de campesinos que se negaban a pagar las elevadas rentas forales al Monasterio de Celanova. La que tuvo lugar entre 1723 y 1725 acabó siendo sofocada con la ayuda militar, valiéndose de ejecuciones y destierros.
Durante esta época la imagen del párroco era básicamente la de un abad autoritario que dirigía prácticamente toda la actividad religiosa, sociopolítica y económica de la misma. Económicamente eran personas pudientes gracias a la riqueza que les proporcionaban los diestros y al cobro de los diezmos. Tomando como referencia el Catastro de Ensenada podemos saber, tal como indica Sierra Fernández (2018), que la parroquia de Parderrubias en el año 1752 había percibido en concepto de diezmos y otros tributos 50 fanegas de centeno, 18 de trigo, 65 de maíz, 25 de castañas y 1,40 de habas, 16 moyos de vino y 55 “afusais” de lino. A los diezmos había que unir las primicias para el sostenimiento de la Iglesia. En Parderrubias pagaban este impuesto únicamente las familias que tenían yugada, contribuyendo con 26 kilogramos de centeno y maíz menudo.
En 1702 el puesto dejado por don Lorenzo en la parroquia es tomado por el fray don Martín Pizarro, ocupándose de los feligreses hasta 1704. En la primera década del siglo XVIII, los párrocos se van sucediendo rápidamente en la vacante, permaneciendo muy pocos años en su puesto: don Benito Míguez Araújo desde 1704 a 1705, don Francisco Soto de 1705 a 1706 y don Gregorio Altamira desde 1706 a 1709. Será ya en 1709 cuando don Francisco Álvarez se ponga al frente de la parroquia, permaneciendo en ella durante 17 años. Su obra más destacable es la construcción de la Casa Rectoral, haciéndose cargo él mismo de los gastos de la obra. En 1726, antes de fallecer, escribe en el Libro de Fábrica que deja la Rectoral a sus sucesores con el encargo de que rueguen a Dios por su alma. A su muerte, la vacante es cubierta durante los años 1727 y 1728 por don Juan Diéguez y por Domingo Gallego.
En el período de 1728 a 1730, la Rectoral es ocupada por don Juan Navarro. A continuación, don Juan Pérez se hace cargo de la parroquia durante trece años (1730-1743), contando con la ayuda de otro cura que residía en Parderrubias: don Lorenzo Álvarez Movilla. Durante la década de 1743 a 1753, el párroco será don José Montes Villar. Uno de los períodos más relevante de la historia religiosa de Parderrubias es el comprendido entre 1753 y 1772, siendo párroco don Manuel Rodríguez. Durante su paso por la parroquia se reconstruye completamente la iglesia, edificio que llega hasta nuestros días. La pequeña capilla, en la que se honraba a Santa Eulalia, se transforma en la actual iglesia parroquial. La nueva iglesia data del año 1765 y será bendecida por el Sr. Obispo de Ourense, don Francisco Galindo Sanz, en 1766. Este obispo, aprovechando la expulsión de los Jesuitas en 1767, adquiere su antiguo colegio mayor y lo convierte en el Seminario de Ourense. El 24 de noviembre de 1765 con un coste de 9.400 reales se finaliza la construcción del cuerpo principal, la sacristía y el coro. En la descripción de Couselo-Bouzas (1933) se señala que mide 14 varas (1 vara = 0,84 metros) de largo, siete de ancho y seis de alto. Incluye tres arcos en el cuerpo o nave en forma de bóveda, uno en la entrada del crucero, dos arcos colaterales, cuatro ventanas en el cuerpo (dos de cada lado) y otras dos en la capilla cuyo formato es cuadrado con cubierta a varias aguas. Tres años después, en 1768, se concluyen los retablos de la iglesia parroquial, concretamente un retablo mayor y dos laterales. Tal como indica Couselo Bouzas (1933), los autores de dichos retablos fueron Manuel das Seixas y Juan Antonio Martínez, ambos vecinos de Vilanova dos Infantes, cobrando por dicha obra la cantidad de 7.500 reales. El retablo mayor ocupa toda la pared frontal e incluye ocho cajas para otras tantas imágenes: en la fila inferior situarían a San Benito y a San Antonio de Padua; en la de en medio a Santa Bárbara, Santa Lucía y Santa Eulalia (patrona de la parroquia); y, en la superior, se colocaría en primer lugar a una Virgen Dolorosa con el hijo en brazos, al pie de la cruz, acompañada de dos ángeles, uno con la corona de espinas y el otro con los clavos, y en segundo lugar, a San Francisco Javier con un crucifijo en la mano y a San Antonio Abad. Esta descripción de Couselo Bouzas (1933) no coincide con la distribución del retablo que el lector puede observar en la actualidad si visita la iglesia. Como otras muchas iglesias parroquiales, recibe bajo el pontificado de Clemente XIII (1758-1769) la indulgencia plenaria de Altar Privilegiado, tal como reza un rótulo al lado del altar mayor, aplicable al alma del purgatorio por la cual se celebra la misa.
Retirado don Manuel Rodríguez, la vacante es ocupada por don Felipe González y don Francisco Sanjurjo en los años 1772 y 1773. Estando don Francisco como cura, llama poderosamente la atención que prácticamente todos los bautizados en esos dos años recibieran como segundo nombre el de Francisco o Francisca (hemos podido constatarlo en 18 de los 22 bautizados), tal vez en honra al propio párroco.
A don Felipe y don Francisco le seguiría durante una década (1773-1784) don Vicente Portejo. Don Manuel Seara, natural de Sobrado do Bispo, ejerció de cura en la vacante de Parderrubias desde el 13 de noviembre de 1784 hasta abril de 1788. En su biografía destaca un serio conflicto que tuvo con el párroco de A Merca por el enterramiento de un fallecido. En 1785, un feligrés de Nugueira (lugar que, en esa época, pertenecía a la parroquia de Parderrubias) fallece en una casa de A Merca, dejando el finado dispuesto ser enterrado en Parderrubias. Sin embargo, el párroco del pueblo vecino, haciendo caso omiso de su voluntad, dio levantamiento al cadáver y lo enterró en el camposanto de A Merca, por lo que fue sancionado por el Prelado.
Desde 1788 hasta abril de 1791, la parroquia estuvo a cargo de don Francisco Domínguez Lobera, natural de Loiro. De 1791 a 1795 ejerció de cura ecónomo de la parroquia don Pedro Fernández. Finalmente, en abril de 1795 toma posesión de la feligresía don Miguel Cayetano Grande, natural del pueblo de A Torre (San Miguel de Soutopenedo), regentando la parroquia hasta el 11 de junio de 1828. Provenía de la parroquia de Santa María de Vilamaior, en el municipio de Baltar. Falleció estando al frente de la feligresía de Parderrubias y su entierro constituyó una gran ceremonia fúnebre, tal como se acredita en el Libro Parroquial:
“En once de junio de mil ochocientos veintiocho murió asistido de los santos sacramentos de Penitencia, Eucaristía y Extremaunción Don Miguel Caetano Grande, cura Párroco de esta Parroquia de Sta. Eulalia de Parderrubias, y en el trece del mismo se le dio sepultura en la capilla mayor de la misma, con asistencia de más de cincuenta sacerdotes, con los que se le tuvo su entierro y honras; y en los días catorce, quince y diez y seis túvosele por su alma un Novenario con las misas correspondientes y asistencia de más de doce sacerdotes. Hizo Testamento judicial en el que dejó por sus testamentarios, herederos y cumplidores a Don Ignacio Boullosa, Cura Párroco de Santa Eulalia de Anfeoz, a Don Juan Benito Gil, Teniente cura de Santa María de Cougil y al infrascrito actual Teniente Cura de esta; a la conciencia de estos encomendó el puntual cumplimiento de su alma, dejando a su arbitrio lo dispusieron según lo hallaron por conveniente. Dijéronse por su alma quinientas sesenta y ocho misas, todas de estipendio de a cuatro reales; ofrenda de cuerpo presente lo que dijeron los cumplidores. Y que así conste, lo firmo. Felipe Sousa”.
Don Miguel Cayetano tenía un sobrino con el oficio de Escribano Real, es decir que podía ejercer su profesión en todo el Reino a excepción de aquellos lugares en que los hubiera numerarios. Falleció el 14 de septiembre de 1819 en la Casa Rectoral de Parderrubias y fue sepultado en el cuerpo de la iglesia:
“En catorce de septiembre de mil ochocientos diez y nueve murió en esta Rectoral asistido de los Santos Sacramentos de Penitencia, Viático y Extremaunción, y más auxilios de nuestra Santa Madre Iglesia Dn. Francisco María Laxe y Grande, celibato, Escribano Real vecino residente en Sn. Miguel de Souto de Penedo, sobrino del actual suscribiente Abad de esta feligresía de Santa Eulalia de Parderrubias, confinante con la predicha de Souto de Penedo; y en diez y seis del mismo septiembre se dio sepultura a su cadáver dentro de la Capilla mayor de la Iglesia Parroquial de esta misma de Parderrubias en una de las sepulturas parroquiales con asistencia de cincuenta y uno Eclesiásticos Seculares y Regulares que cantaron Nocturno de Difuntos, Misa y Oficio de Sepultura con el demás Rito acostumbrado, y enseguida con los mismos Eclesiásticos se le tuvieron los dos Autos de honras con sus correspondientes misas, todo ello cantado con la debida solemnidad y además, sin embargo, de haberse cumplido en parte con lo dispuesto por el difunto, los mismos Sres. Eclesiásticos asistentes quisieron y voluntariamente le han cantado todos ellos otro cuarto Auto o vigilia con su misa. Había hecho Testamento Judicial en veinte y nueve de diciembre del año pasado de diez y ocho y posteriormente corrigió en diez y siete de Agosto del presente año, y en aquel dispuso que a su Entierro Tercio y Cabo de Año asistieran diez y ocho Señores Sacerdotes y cantasen vigilias, Misas y más de estilo con Diácono y Subdiácono y que con inclusión de estas Misas se le celebraran doscientas rezadas, de las cuales se aplicasen veinte y cuatro por el alma de su difunta tía Dña. Benita Antonia Grande y veinte y seis por las de los padres del testador, por cada uno trece, y las restantes por el Alma del mismo; y también se le dijesen otras nueve votivas, seis de ellas a Sn. Gregorio, una a Ntra. Sra. del Carmen, otra a la de Penedo en su propia Capilla sita en la parroquia de donde era vecino y otra al Santo Ángel de su Guarda; y entre otras cosas dispuso así mismo se le ofrendase con ofrenda mayor y menor y para aquella con una fanega de centeno y un carnero. Cumpliose con todas esas misas, entregose la limosna de ellas y encargándose de decirlas las Comunidades Religiosas de Santo Domingo y San Francisco de Orense, San Francisco de Ribadavia, los presbíteros Dn. Manuel Seara de Sobrado del Obispo, Dn. Manuel Vieira, Abad de Sn. Martín de Loiro y D. Juan Antonio Míguez, Teniento Cura en Vacante de la repetida de Souto de Penedo; y que conste de haberse cumplido correctamente lo dispuesto para el difunto testador lo firmo. D. Miguel Cayetano Grande”.
Siglo XIX
Los vecinos de Parderrubias, probablemente ajenos a los acontecimientos que tenían lugar a nivel nacional, se dedicaban a sus tareas agrícolas y ganaderas de mera subsistencia. Así, la crianza de cerdos para el autoconsumo o el cultivo del lino eran ejemplos de actividades que contribuían a ello. Una denuncia por robo en la casa de Francisco y María Outumuro, vecinos de Barrio, ante el Juzgado de Primera Instancia de Celanova, deja entrever los bienes que se podían guardar en una casa típica de Parderrubias de esa época. El robo había sido perpetrado en la noche del 16 de marzo de 1837 por una banda de una docena de hombres, que se llevan dos tocinos y parte de otro, con peso de 4-5 arrobas, cuatro lacones, dos “entrecostos” y un “lombelo”, una porción de mondongo, quince libras de unto nuevo y dos de viejo, tres libras de jabón, dos sacos de estopa, una sábana de lienzo nueva y otra usada, una mantilla de paño fino negro con su cinta casi nueva, una saya de bayeta azul fina nueva, tres varas de picote, un mandil nuevo, un dengue de paño azul fino nuevo, una camisa de hombre usada, dos manteles de mesa de alemanisco nuevos, y dos varas y media de somonte.
La vacante que deja don Miguel Cayetano será ocupada por don Felipe Sousa durante dos años, desde 1828 hasta mayo de 1830. Era natural de Santa Baia de Anfeoz y, anteriormente, había sido párroco de Vilamaior do Val -en la comarca de Verín- y de Acebedo -en la comarca de Celanova-; años más tarde tomaría posesión de la parroquia de Espinoso.
En mayo de 1830 llega a la parroquia don Francisco Folguerol, gobernando sus destinos durante 18 años, hasta marzo de 1848, fecha en la que fallece a los 89 años. Había sido párroco en Santa Cruz de Queixa y en Santa María de Rabal, ambas en el arciprestazgo de Os Milagres. Don Manuel Belvis se refiere a él como “un párroco muy celoso, principalmente en la asistencia a los enfermos, en la enseñanza de los niños, en la predicación y en el aseo de la iglesia”. Entre sus obras al frente de la parroquia, destaca la pintura de los tres retablos de la parroquial que habían sido construidos unos 65 años antes, concretamente en 1767. El retablo mayor se pintó con fondos de la Iglesia y los laterales con fondos del propio cura, a pesar de que en esa época ya no estaban vigentes los diezmos y su salario era más bien escaso. También regaló a la parroquia unas vinajeras de plata y sus correspondientes platillos. Durante cuatro años fue su coadjutor don Manuel Belvis, quien le tenía gran aprecio. En 1843 deja hecha una fundación de dos misas por Marcos Sampedro, que quedan redimidas el 5 de abril de 1883, es decir, cuarenta años después. Don Francisco fallecía, estando al frente de la parroquia, el 4 de marzo de 1848:
“En el día cuatro de Marzo de mil ochocientos cuarenta y ocho murió D. Francisco Folguerol, Abad que fue de esta Parroquia. Recibió el Sacramento de la Extremaunción solamente por haberle acometido un accidente de apoplejía que le privó del conocimiento por espacio de dos días. Fue sepultado en el Atrio de esta Iglesia junto a la puerta mayor el día seis, a cuyo entierro y honras asistieron más de treinta Señores Sacerdotes. Hizo testamento ante el Excmo. Dn. Santos de la Torre de Orense el día siete del mes de Agosto año de mil ochocientos treinta y ocho, y en el instituyó por su heredera y cumplidora a Dña. Isabel Ordóñez. Dispuso asistieran a su entierro doce Señores Sacerdotes y se aplicasen por su Alma trescientas Misas con otras obras de caridad que mandó y cumplió con esmero la referida testamentaria, la cual también tuvo por su cuenta nueve actos fúnebres por tres días consecutivos con asistencia de gran número de sacerdotes, y la misma heredera cumplió con las misas y todo lo más que en el testamento se expresa. Y para que conste lo firmo como Cura Ecónomo de esta Parroquia a nueve de marzo del año expresado. Antonio Barros”.
Don Antonio Barros ejerce de ecónomo de la parroquia desde 1848 a 1849. Era un religioso exclaustrado del Convento de Bon Xesús de Trandeiras, en la comarca de A Limia. Será reemplazado en el puesto por don Juan Ignacio Lumbreras.
Uno de los párrocos con una de las biografías más distintivas, tal vez sea don Juan Ignacio Lumbreras, cura que regentó la parroquia durante cinco años, desde 1849 hasta 1853. Llega a nuestra tierra desde el pueblo riojano de Calahorra, acompañando como paje en 1947 al recién nombrado obispo de Ourense, el navarro don Pedro José de Zarandía y Endara, quien venía curtido de la persecución liberal sufrida en la diócesis de Calahorra y La Calzada (La Cigüeña De La Torre, 2019). Fue nombrado párroco de Parderrubias, hallándose ordenado de Menores. Pronto enfermó y unas fiebres le hicieron regresar a su tierra en donde falleció. A pesar del poco tiempo que estuvo al frente de la parroquia, acreditó ser una persona muy piadosa y celosa de sus funciones, según don Manuel Belvis. La actual campana vieja de la iglesia está grabada con su nombre. También adquirió la imagen de la Dolorosa ubicada actualmente en uno de los laterales de la iglesia y mandó construir su camarín, así como el púlpito hoy desaparecido.
A don Juan Ignacio le sustituyó don Veremundo Domínguez, natural de Pereira de Montes, que ejerció de párroco de Parderrubias desde 1853 a 1857. En 1957 ocupará su puesto don Ramón Pérez Sampayo, que permanecerá en la parroquia hasta 1859. El primer bautizo que oficia será el de mi antepasado Felipe Sierra, hermano de mi bisabuelo Serafín.
El 6 de junio de 1859 toma posesión uno de los párroco más prolijos y activos de la parroquia: don Manuel Belvis, al que hemos dedicado un artículo como Vecino Ilustre de Parderrubias. Su mandato duró 35 años, desde 1859 hasta 1894, año de su fallecimiento, siendo el más extenso de los párrocos registrados. Era natural de A Venda, en Soutopenedo. Llegaba a Parderrubias después de 13 años al frente de la parroquia de San Juan de Baños, en Bande. Desde 1842 venía actuando de coadjutor del párroco don Ignacio Folguerol. Había sido también ecónomo durante dos años de la parroquia de San Martín de Loiro. En su gran labor al frente de la parroquia de Parderrubias -que fue abordada en el artículo referido anteriormente– destacamos varias actuaciones, como las reformas del cementerio y de la entrada al atrio con la colocación de una reja, con un coste de 2.400 escudos. Asimismo, adquirió la imagen de la Virgen del Rosario- cuyo rostro fue diseñado y confeccionado en Santiago de Compostela-, las andas de cristal para su procesión y dos mantos, uno de ellos por valor de 840 escudos. En aquella época, las paredes interiores de la iglesia estaban encaladas, por lo que don Manuel hizo frente a su pintura, así como a la del techo. Mandó construir cajones y guarniciones a los lados del Altar Mayor. Adquirió un Santo Cristo con un escaparate que se colocó sobre la puerta de la sacristía. Renovó las puertas de la iglesia, la escalera interior hacia la tribuna y los andamios del campanario. Adquirió vestuario y candelabros.
En esta época destaca el robo que sufre la iglesia parroquial en noviembre de 1871. Así informaba el cura don Ramón Pérez Sampayo del suceso al Obispo de la Diócesis:
“1871.11.16. Tengo el gran sentimiento de manifestar a vuestra señoría que en el día de ayer amaneció robada esta Iglesia habiendo bajado los ladrones por el tejado, bajaron a la sacristía de donde se llevaron la cruz parroquial que pesaba ocho libras, los dos cálices que había, uno de peso de 28 onzas, el otro de 22, el relicario de dos onzas y media, como unos 60 reales en dinero limosna de las ánimas, fracturaron la puerta de la sacristía y abrieron el sagrario llevándose el copón y arrojando las sagradas formas que se hallaron unas sobre el altar y otras en el suelo. No llevaron ropas, aunque las hay de algún valor, se salvó el viril que lo tenía en la rectoral, el incensario con su naveta y vinajeras de plata, las ampollas de los santos óleos y una buena corona de la virgen que no dieron con estos objetos. He pedido prestado un cáliz al señor Abad de la Merca mientras no me haga con alguno, más a causa de la consagración no podré mandar hacerlo nuevo y así apreciaría mucho a vuestra señoría que pagándolo por mi cuenta al menos en cuanto no tenga fondos la Iglesia se dignase facilitarme alguno que pueda haber sobrante en la catedral y otra iglesia. Estar esperando a la autoridad civil para hacer el reconocimiento me impide de pasar a vuestra señoría estas noticias personalmente haciéndolo por conducto del dador quien podrá dar a vuestra señoría más pormenores Manuel Belvis” (González García, 2019).
El cura don Manuel Belvis dejó escrito en el Libro Parroquial que:
“Por reparto vecinal se reunieron algunos fondos con los que se compró un cáliz todo de plata con su patena y cucharilla, todo de peso de veinte y seis onzas y media, y costó setecientos noventa reales, habiendo sido consagrado por el Excmo. E Ilmo. Señor Obispo de Tuy, según escrito que acompañó a la devolución del cáliz. Con los mismos fondos se compró un relicario de plata de algo más peso de tres onzas sobre dorado adentro, figurando un copón roturado y con una cruz de remate; su coste ciento y cuarenta reales. También se mandó hacer a un escultor una Cruz Parroquial, que se hizo de madera, plateada y con un crucifijo de metal por un lado y por otro una imagen de estaño que representa la Purísima Concepción, estas con los remates de la cruz dorados; y su coste cien reales. Para asegurar la sacristía se echaron a costa de los vecinos gruesos tablones con los que se cubrió como de cielo raso toda ella. Y para que conste lo firmo como Párroco con el Depositario a quince de febrero año de mil ochocientos setenta y dos. Manuel Belvis. Francisco Sueiro”.
Como se puede leer, a raíz de este robo, don Manuel reformó el techo de la sacristía con el fin de dotar de más seguridad a la iglesia. En el mes de febrero de 1894, el párroco cae enfermo y ya no se recupera, falleciendo el 11 de febrero a los 86 años. Durante esas semanas se encarga de la parroquia su sobrino don Victoriano Grande.
A los pocos días del entierro de don Manuel Belvis, es nombrado párroco de Parderrubias don Paulino Agromayor, quien ejerció desde 1894 hasta diciembre de 1900, cuando toma posesión del cargo don Benito Garrido.
Iglesia de Santa Eulalia de Parderrubias
Siglo XX
Don Benito Garrido Santiago, natural de Guamil, en Baños de Molgas, está al cargo de la parroquia desde 1900 hasta mayo de 1919, fecha en la que se retiró a su pueblo natal, en donde falleció el 2 de enero de 1922. Entre sus tareas parroquiales destaca la compra del reloj de la torre por mil pesetas y una cruz de plata por 1.700 pesetas. Adquirió también unos ciriales de alpaca que costaron 260 pesetas. Para hacer frente a estas compras, los feligreses tuvieron que escotar y el párroco contribuyó con 750 pesetas. La generosidad de don Benito queda también reflejada en 1918 -ya con 67 años- cuando contribuye con cinco mil pesetas a los gastos de la iglesia y de la Casa Rectoral.
Después de la retirada de don Benito, llega a Parderrubias, el párroco que ejercía en Pereira de Montes, don Alfonso Losada Fernández para cubrir su primera etapa al frente de la parroquia, desde 1919 hasta 1921, año en que le sustituye don Adolfo Outumuro. Ambos curas fueron objeto de sendos artículos en este Blog; el primero, por ser víctima de uno de los crímenes más sonados en nuestra parroquia, y el segundo como Vecino Ilustre de Parderrubias. Don Adolfo, era natural del pueblo de O Outeiro y rigió como ecónomo la parroquia hasta su fallecimiento acaecido en la rectoral el 7 de mayo de 1924, a consecuencia de la tuberculosis que padecía y que había contraído siendo mayordomo del Seminario.
En junio de 1924 sería nombrado ecónomo de la parroquia don José Balboa González, puesto que ocupó hasta julio de 1925. En esta fecha es sustituido por don Pedro Vázquez González, que estará al frente de la parroquia también durante un corto período de tiempo, concretamente hasta julio de 1926.
En 1926 se pone al frente de la parroquia don Ambrosio Cid Fariña, natural de Xunqueira de Ambía, haciéndose cargo de esta hasta julio de 1929. Entre sus obras destaca la venta, como pajar, de la casa que había en la zona norte de la huerta de la casa rectoral, con acceso desde la plazuela de la iglesia. Con el dinero de la venta construyó habitaciones en el sur de la Casa Rectoral.
A don Ambrosio le sustituye en 1926 don Alfonso Losada. De esta manera, el cura natural de Leborín, en la vecina parroquia de Barxa, da inicio a una segunda etapa al frente de la parroquia que finalizará dramáticamente en la madrugada del 13 de junio de 1936 al ser brutalmente tiroteado en su habitación de la Casa Rectoral a consecuencia de un robo. En estado gravísimo fue llevado al hospital de Ourense, regresando a la Rectoral el día 26 totalmente desahuciado, falleciendo a las seis de la tarde del 28 de junio. Al entierro, celebrado el día 30 de junio, asistieron 30 curas y todo un pueblo embargado por el dolor. Su sepultura se puede ver hoy a la entrada principal de la iglesia.
Desde ese fatídico mes de junio hasta noviembre de 1936 -con España ya inmersa en una atroz guerra civil- toma las riendas parroquiales el párroco de Pereira de Montes don Cástor Gayo Arias. Será a finales de año cuando es nombrado párroco de Parderrubias don Juan Estévez Estévez, puesto que ocupa hasta octubre de 1940, cuando es destinado como ecónomo a la parroquia vecina de Santa María de Olás. Era un hombre de carácter; a modo de ejemplo, no le dolían prendas disparar de noche tiros de escopeta al aire, desde alguna ventana de la rectoral, al escuchar ruidos y, de este singular modo, disuadir a posibles forajidos. Durante su paso por la parroquia se ejecutan diversas obras en la iglesia que perduran a día de hoy: se coloca la techumbre interior en madera de castaño, se techa la cubierta de teja plana y se lleva a cabo el desencalado del interior de la iglesia, obra realizada por Antonio Martínez Correa (“O Portugués”). Don Juan fallece en el año 1996 y está sepultado en el cementerio parroquial de Santa María de Olás.
En 1940 llegaba a la parroquia don José Rodríguez Barreiros (conocido como “O Cura Vello”), estando al frente de la misma durante 21 años, hasta el primero de noviembre de 1961, que ya enfermo tuvo que renunciar y retirarse a su pueblo natal de Outeiro, en Allariz, en donde fallecía el 27 de mayo de 1967. Con 52 años, toma posesión de la parroquia el 23 de octubre de 1940, asistido como Notario por don Higinio Rodríguez Diéguez, párroco de A Merca. Venía de estar 15 años al frente de la parroquia de Pontebrués, en el arciprestazgo de O Carballiño, y había sido ordenado sacerdote el 16 de febrero de 1913 por el obispo don Eustaquio Ilundáin y Esteban, a la postre arzobispo de Sevilla. A modo de bienvenida, don José recibió múltiples obsequios de sus feligreses durante las primeras semanas al frente de la parroquia. Los hermanos Garrido (Os Escultores) le brindaron dos “olas” de vino y varias botellas de vino tostado, llegando a ofrecerle -según palabras del mismo cura- el dinero que necesitase; Adolfo Garrido le obsequió con un jamón y un lomo, Benito Outumuro Pascual con un saco de patatas, Antonio Garrido Mouriño con una botella de aguardiente, etc. De feligreses de Solveira y Nugueira recibió manteca, pollos, cebollas, etc. Hubo vecinos que le regalaron la madera que necesitó para acondicionar la casa rectoral, así como la leña necesaria para uso diario. El sacristán, Ángel Outumuro, le sembró la huerta de centeno. Además, en ese año y en los restantes que estuvo en Parderrubias, los feligreses le obsequiaban con “ferrados” de centeno, maíz o trigo. En 1940, muchos vecinos ya habían hecho esta donación al anterior párroco, don Juan Estévez, pero aun así don José contabilizó en esos primeros tres meses que estuvo al frente de la parroquia, 32 ferrados de maíz, 7 de centeno y 1 de trigo. En el año 1950 recibió de sus feligreses 111 ferrados de cereales: 42 de centeno, 29 de maíz y 40 de trigo (1.300 kg. en total, aproximadamente). Cabe señalar que, en febrero de 1951, la parroquia de Parderrubias contaba con 804 almas y 151 vecinos (en el año 2021 cuenta con 200 almas). Según el padrón de 1959, en la Casa Rectoral, además del párroco don José, vivían su hermana, una sobrina y un hijo de esta. Durante su mandato, en 1942 acomete una importante reforma de la casa rectoral y en 1951 se realiza en Lalín la refundición de la campana grande de la iglesia. En junio de 1948 donaba mil pesetas para la construcción del nuevo Seminario.
El primero de noviembre de 1961 es nombrado párroco de Parderrubias don Jose Gayo Arias, que regentaba la vecina parroquia de A Manchica. Durante su gestión, que duró hasta el 1 de julio de 1962, se colocaron bancos en la iglesia. Los gastos se sufragaron a escote por los propios feligreses. Hasta esa fecha se usaban algunas sillas que había en la iglesia, que como en otras cuestiones, reflejaban a las claras los distintos estratos sociales, pues algunas sillas acolchadas de terciopelo convivían con otras humildes sillas de junco. Aparte de estas sillas, era habitual que muchos feligreses llevasen de casa una pequeña banqueta baja de madera que servía para arrodillarse y también para sentarse. Era habitual ver a las mujeres con estas banquetas debajo del brazo camino de la iglesia.
El 1 de julio de 1962 toma posesión de la parroquia don José Manuel Fernández Rúas, que estuvo en Parderrubias durante cinco años, hasta 1967, cuando es trasladado a Carballiño como capellán de la Residencia de Ancianos, y en donde compagina esta labor con la docencia en un colegio de la villa. Sus obras y su implicación en la modernización de Parderrubias fueron realzadas en otro artículo de este Blog, firmado por Manuel Outumuro Seara. Destacamos el haber sido el promotor del salón parroquial o teleclub en el sureste de la casa rectoral, en la que también construyó una galería.
En agosto de 1967 es nombrado ecónomo de la parroquia a don Ramón Blanco Caride. Su estancia en Parderrubias fue muy breve, hasta 1968. Posteriormente, se secularizó. Le sucedió don Hermesindo Andrada Pérez, un cura avanzado para su época que, igual que don José Manuel Fernández Rúas, intentó cambiar tradiciones religiosas ancestrales adaptando las prácticas religiosas a los nuevos tiempos. Fue notoria su acción de llevar una banda de música en una procesión del Corpus, contraviniendo de esta manera la norma impuesta por el obispo don Ángel Temiño Saiz de separar la celebración profana de la religiosa en las festividades de la provincia. Don Hermesindo también estuvo muy poco tiempo al frente de la parroquia, en concreto desde julio de 1968 hasta octubre de 1970.
El primero de octubre de 1970 toma nuevamente posesión de la parroquia don José Gayo Arias, párroco de A Manchica, siendo el cura de la niñez de nuestra generación. Su etapa en nuestra parroquia también será una de las más longevas, permaneciendo en ella durante 20 años. En 1971 reforma el presbiterio y la mesa del Altar Mayor, en 1982 sonoriza la iglesia, en 1986 instala un reloj conectado a altavoces externos y en 1989 se cambia la cubierta de la iglesia. Don José fallecía el 14 de julio de 1990 a los 67 años, siendo sepultado en el cementerio parroquial de A Manchica.
En julio de 1990 se hace cargo provisionalmente de la parroquia don César González Fernández, antes de tomar posesión de la misma durante dos años don José Gallego Borrajo (1990-1991), natural de Santiago de Folgoso (Allariz) y formador del Seminario Menor. En 1991 pasa a ser párroco de Santa Mariña de Xinzo de Limia, siendo sustituido en Parderrubias por don Vicente Pereiras Villar, que gobierna los destinos de nuestra parroquia durante otros dos años (1991-1993). Don Vicente era un cura humilde y servicial, y muy implicado en la vida parroquial. Es destacable la representación de una Pasión viviente, recorriendo el calvario, que organizó en Semana Santa. Siendo párroco de Parderrubias, una cardiopatía le causó la muerte en Barbadás, siendo todavía joven.
Representación de la Pasión en la época de don Vicente Pereiras. Fotografía cedida por Manuel Lorenzo
En 1993 es nombrado párroco de Parderrubias don Alfonso Iglesias Rodríguez, haciéndose cargo de la parroquia hasta el año 2006. En este tiempo acomete obras importantes en la iglesia, cambiando su suelo y los bancos, que disfrutamos en la actualidad. Además, se instala la calefacción central, obra polémica que todavía es objeto de discusión en la actualidad. En el año 2014, siendo párroco de Bentraces, celebró sus bodas de oro.
Referencias
Couselo Bouzas, J. (1933). Galicia artística en el siglo XVIII y primer tercio del XIX. Seminario.
Gallego Domínguez, O. (1973). La peste en Orense desde el siglo XIV al XIX. Boletín Auriense, III, 15-55.
González Garcia, M. A. (2019). Robos en iglesias del mundo rural de la diócesis de Ourense. Siglos XIX-XX (Notas). Diversarum Rerum, 14, 215-249.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Parderrubias pertenecía jurisdiccionalmente al Coto de Sobrado del Obispo, junto con Pereira de Montes, Loiro de Arriba, Loiro de Abaixo y el propio Sobrado do Bispo. Dicho Coto estaba bajo la autoridad del Obispo de Ourense, Frei Ramón Francisco Agustín de Eura (regidor de la Diócesis ourensana desde 1738 hasta 1763), representado en cargos locales (Juez, Teniente Juez y Escribano), que directamente él nombraba para impartir Justicia, y que recaían en algún vecino del Coto. Los límites de la Parroquia de Parderrubias estaban delimitados con marcos, que eran origen de frecuentes disputas entre feligresías colindantes, y sus tierras estaban cedidas por el Obispo a los vecinos en usufructo.
En 1752, el Coto de Sobrado del Obispo contaba con 395 vecinos (o familias), 1.777 almas (o habitantes) y nueve pobres de solemnidad, siendo el Coto más poblado de todos los que componían la actual municipalidad de A Merca. Aunque no hay datos fidedignos de la población de Parderrubias a mediados del siglo XVIII, Sierra Fernández (2018) estima que estaría compuesta por un centenar de vecinos y medio millar de habitantes, aproximadamente, situándose la esperanza de vida en torno a los 40 años y la tasa de mortalidad infantil, antes de los diez años, en un 40%.
En esa época, Parderrubias estaba constituida por agrupamientos de casas que formaban los lugares de A Iglesia, Outeiro, Barrio y Nigueiroá. Se trataba de pequeñas edificaciones, rayando la miseria, en las que convivían personas y animales domésticos. En general, la calidad de vida de los vecinos de Parderrubias a lo largo del siglo XVIII fue muy pobre. El cura González de Ulloa, máximo exponente de la Ilustración en la comarca de A Limia en el siglo XVIII, en su libro “Descripción de los Estados de Monterrey”, publicado en 1777, describe la forma de vida de los campesinos de la comarca de A Limia, de la que no diferiría mucho la de los vecinos de Parderrubias:
“No debe llamarse casa en la que viven, sino choza pajiza. Los muebles que contiene se reducen a un carcomido apero de labranza, una arca, poco menos antigua que la de Noé, para lo reservado, y todo lo demás común a brutos y racionales, con la diferencia de que la cama de estos es más dura que la de aquellos…” (tomado de Saavedra, 1991).
A la dura vida que les tocó llevar a nuestros trastatarabuelos contribuyó en gran medida la enorme carga tributaria a la que estaban sometidos. Según Sierra Fernández (2018), los tributos eran “muchos y muy variados”, y supondrían un 25-50% de las cosechas de cada familia. Entre estos impuestos cobraban gran relevancia los diezmos. Cada familia de la Parroquia contribuía a la Iglesia con una décima parte de todo lo que producía anualmente. Según Sierra Fernández existían tres tipos de diezmos: (1) mayores (lino, trigo, centeno, maíz, garbanzos, habas, castañas verdes, cebada y vino); (2) menores (hortalizas y frutos de la huerta); y (3) los relativos a animales y productos derivados (corderos, pollos, leche, huevos, manteca, etc.); estos últimos eran sustituidos en ocasiones por tasas monetarias. Saavedra (1991) afirma que entre el 70 y el 80% de los ingresos de un párroco de finales del siglo XVIII estaban constituidos por los diezmos, pues se quedaban con un porcentaje considerable de los mismos.
Parderrubias y el poder eclesiástico en la segunda mitad del siglo XVIII
Durante el período 1750-1799 pasan por la Parroquia de Parderrubias nueve curas: José Montes Villar (hasta 1753), Manuel Rodríguez (1753-1772), Felipe González (1772-1773), Francisco Sanjurjo (1773-), Vicente Portejo (-1784), Manuel Seara (1784-1788), Francisco Domínguez Lobera (1788-1791), Pedro Fernández (1791-1795) y Miguel Cayetano (1795-1828). Básicamente su labor consistía en administrar los Sacramentos, oficiar la misa dominical y las de fiestas de guardar (por ejemplo, la de la Patrona), bendecir las cosechas, dirigir las rogativas y celebrar los funerales. Eran habituales las novenas y las procesiones invocando la lluvia o que se aplacase la justicia (o ira) divina ante cualquier calamidad. A cambio, recibían los diezmos, aprovechaban los diestros y vivían cómodamente en la Casa Rectoral (Sierra Fernández, 2018). Tomando como referencia el Catastro de Ensenada podemos saber, tal como indica Sierra Fernández, que la Parroquia de Parderrubias en el año 1752 había percibido en concepto de diezmos y otros tributos 50 fanegas de centeno, 18 de trigo, 65 de maíz, 25 de castañas y 1,40 de habas, 16 moyos de vino y 55 “afusais” de lino. A los diezmos había que añadir las primicias para el sostenimiento de la Iglesia. En Parderrubias pagaban este impuesto únicamente las familias que tenían una yugada, contribuyendo con 26 kilogramos de centeno y maíz menudo.
La distancia cultural y de intereses que había entre el cura, supuestamente personaje culto, y sus feligreses era enorme (Saavedra, 1991). Así lo deja reflejado el cura don Pedro González de Ulloa en 1777 al referirse a la actitud de sus parroquianos en días festivos:
“…a oír, dije mal, a asistir a una misa sin atención, devoción ni reverencia, y después unos se van a sus domésticas labores (vayan, que no van tan mal descaminados); otros, a las tabernas de donde vuelven sicut equus et mulas quibus non est intelectus. Así dedican al diablo los días dedicados a Dios y a los Santos” (tomado de Saavedra, 1991).
Todos los vecinos cumplían con las obligaciones eclesiásticas y preceptos pascuales: misa dominical y fiestas de guardar, bautizo, boda, ayuno, abstinencia, y pagos de diezmos y primicias. Por los registros parroquiales del cura don Pedro Fernández sabemos que entre enero de 1791 y abril de 1795, el sacristán Francisco Casas había ingresado 156 reales por derechos de “cobaje” (sepultura), y había recibido de la Parroquia 24 reales por lavar la ropa, 12 para harina de las hostias y los santos óleos, cuatro para incienso y dos por componer el sepulcro.
Morir costaba dinero y salvar el alma aun más. La Parroquia de Parderrubias estaba exenta del pago de la «loitosa», pero en otras muchas feligresías se abonaba un canon tras la muerte del cabeza de familia, que podía ser dinero o especies (Sierra Fernández, 2018). Pero aun no existiendo este humillante impuesto, los parroquianos parderrubienses del siglo XVIII se veían obligados a realizar importantes desembolsos para hacer frente a sus funerales y posteriores ofrendas por las intenciones de sus almas, ofrendas que solían dejar encargadas en los testamentos verbales o escritos antes de fallecer.
Mi trastatarabuelo Juan Antonio Villar Blanco, fallecido en 1841 en la Parroquia de Santiago da Rabeda, ofrendó dos «ferrados» (21 kilos) de centeno, un carnero y una «ola» (16 litros) de vino, ofrecimiento que se vuelve a repetir tan solo dos años después por el fallecimiento repentino de su esposa Teresa Quintana Fernández a los 45 años de edad. La desgracia de que mi tatarabuela Antonia se quedase huérfana de padre y madre a la tierna edad de diez años no redujo la obligación de las dádivas. En la Parroquia de Parderrubias, mi antepasado Antonio Sierra, fallecido en 1795, deja encargado mediante testamento verbal que (1) asistiesen a su entierro y cabo de año cinco sacerdotes, (2) se celebrasen por su ánima, y demás obligaciones, cuarenta misas rezadas y tres misas de privilegio, y (3) que sus familiares ofreciesen por su alma tres «tegas» (31 kilos) de centeno, un carnero y una cesta «con lo acostumbrado».
Pero, tal vez, el ejemplo más llamativo del dispendio económico relacionado con la muerte y la salvación eterna lo encontremos en el caso de Cathalina Outomuro, fallecida en 1783, que llegó a vender todos sus bienes por las intenciones de su alma.
Muerte y entierro de Cathalina Outomuro
El 8 de mayo de 1783 fallecía, después de una larga enfermedad, la celibata Cathalina Outomuro, habiendo recibido los Santos Sacramentos de la Penitencia, Viático y Extremaunción. Deja Testamento escrito en el que dispone la ceremonia de su entierro y posteriores funciones religiosas con la presencia de seis sacerdotes. Deja como cumplidor de su testamento al párroco don Vicente Portejo, al que encarga la venta de su casa y de sus tierras al mejor postor, para que con el dinero obtenido se sufragasen todos los actos religiosos relacionados con las intenciones de su alma y de las ánimas del purgatorio. En dicho Testamento se hace mención explícita a diversas limosnas y donaciones para acciones por su alma y la de sus obligaciones: doscientos reales para cien misas, ciento doce reales para cera, nueve reales para el sacristán por derecho de sepultura, seiscientos diez y nueve reales para la organización de los actos relacionados con su entierro, cuarenta reales para las dos mozas que la atendieron durante su enfermedad y veinticinco con cincuenta reales para el sacristán por su asistencia a todos estos actos. Todas estas partidas, junto con otras limosnas menores, sumaban la cantidad de 1.015 reales y dos maravedíes. De todo ello, llevó la debida cuenta en la Casa Rectoral de Parderrubias el párroco don Vicente Portejo.
Partida de entierro de Cathalina Outomuro
Un hecho poco habitual es que los seis curas que asistieron a los actos fúnebres dejaron registrada en los Libros Parroquiales de Parderrubias su participación, así como los emolumentos recibidos:
“Yo, Dn. Juan Antonio Justo, Teniente Cura de Santa María de Pereira de Montes, recibí de mano de Dn. Vicente Portejo, Abad y Cura Párroco de Sta. Eulalia de Parderrubias, ciento y setenta reales, limosna de treinta y cuatro misas y treinta y cuatro actos a que asistí en dicha Parroquia por el ánima y obligaciones de Cathalina Outomuro, vecina de esta Feligresía. Y por verdad, lo firmo”.
“Yo, Dn. Agustín Aviñoá, Párroco y Vicario de Mezquita, recibí de mano del Sr. Abad de Parderrubias ciento y cincuenta reales, limosna de treinta Misas que celebré y treinta oficios de Ánimas a que asistí en la Feligresía arriba expresada por el Ánima de Cathalina Outomuro. Y para que conste, lo firmo”.
“Yo, Dn. Pedro Vázquez, Teniente Cura del Sr. Abad de Barja, recibí de mano del Sr. Abad de Parderrubias ciento y treinta reales vellón, limosna de treinta y seis Misas y veinte y seis actos de Ánimas a que asistí y celebré en esta Parroquia de Parderrubias por el Ánima de Cathalina Outomuro y sus obligaciones, de mano de dicho Sr. Abad. Y para que conste, lo firmo”.
“Yo, Dn. Pedro Fernández, Párroco y Vicario de La Merca, recibí de mano del Sr. Abad de Parderrubias, constando en los recibos antecedentes, doscientos y quince reales, limosna de cuarenta y tres Misas que apliqué y cuarenta y tres oficios de Ánimas a que asistí por el Ánima y obligaciones de Cathalina. Y para que conste, lo firmo”.
“Yo, Dn. Antonio, Teniente Cura del Sr. Abad de Souto Penedo, recibí del expresado Sr. Abad de Parderrubias noventa y cinco reales vellón, limosna de diez y nueve Misas que apliqué y diez y nueve actos de Ánimas a que asistí por el Ánima y obligaciones de Cathalina Outomuro. Y para que conste, lo firmo”.
“Yo, Dn. Juan Álvarez y Araújo, Subdiácono y Vicario de San Mamed de Grou, recibí del expresado Sr. Abad de Parderrubias ciento y sesenta y cinco reales, limosna de treinta y tres Misas que mandé celebrar y treinta y tres actos a que asistí por el Ánima y obligaciones de Cathalina Outomuro, contenida en los recibos antecedentes. Y para que conste, lo firmo”.
La subasta de los bienes de Catalina estuvo publicada durante tres domingos consecutivos en la puerta principal de la iglesia parroquial, que había sido inaugurada tan solo 18 años antes. El terreno con su casa y un «souto» en A Requeixada, cercanos a Barrio, fueron adquiridos por Santiago Outomuro, vecino de este lugar, por la cantidad de ciento cincuenta y dos ducados (aproximadamente, 3.400 euros). Mientras, un terreno de Portabarrio fue adjudicado a Bernardo Iglesias del mismo lugar de Barrio en la cantidad de cuatrocientos once reales de vellón (aproximadamente, 325 euros). Una vez cerradas las cuentas, el saldo que quedaba a favor de la difunta se invirtió en una misa por su alma.
De esta manera, el párroco don Vicente Portejo había dado el debido cumplimiento a todas las intenciones por el alma de Cathalina Outomuro, y el testamento de ésta se había cumplido. Mientras tanto, los terrenales parroquianos de Parderrubias seguirían trabajando de sol a sol -inclusive, cuando no alumbraba- para poder hacer frente a las pesadas cargas de los tributos administrativos y eclesiásticos, y salvar sus almas al final de sus días.
Referencias
Saavedra, P. (1991). La Galicia del Antiguo Régimen. Economía y Sociedad. En F. Rodríguez Iglesias (Ed.), Galicia Historia. A Coruña: Hércules de Ediciones.
Sierra Fernández, A. (2018). A Merca no Réxime Señorial (1750). Vigo: Ir Indo Edicións.
Las prestaciones higiénico-sanitarias que hoy disfrutamos constituyen un logro muy reciente de nuestra sociedad. En España, no será hasta el último tercio del siglo XIX cuando desde la Ciencia se empiece a hacer énfasis en la cultura sanitaria. Adentrarnos siglos atrás supone dejar la salud prácticamente en manos de tradiciones y ritos mágicos, brillando por su ausencia cualquier atisbo de conocimiento científico.
En este artículo, Avelino Sierra Fernández nos transporta al siglo XVIII para describirnos los hábitos higiénico-sanitarios de nuestros antepasados en Parderrubias, en donde la ausencia de recursos, como consecuencia del subdesarrollo, era suplantada por tradiciones domésticas y costumbres mágico-religiosas.
Gracias, Avelino, por permitirnos conocer cómo se fue fraguando la reciedumbre de los genes de aquellos que hemos nacido en Parderrubias.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.
Parderrubias: hixiene e sanidade no século XVIII. Por Avelino Sierra Fernández
É evidente que, consonte ao connatural avance da Humanidade, as cotas de benestar que actualmente ostenta Parderrubias, minguan ostensiblemente a medida que recuamos no tempo. Se nos retrotraemos ao ecuador do século XVIII, decatarémonos de que as condicións de vida dos nosos devanceiros, fai un cuarto de milenio, non ten cotexo algún coas da xeración actual. Aínda que carecemos da documentación precisa e necesaria para coñecer con minuciosidade as circunstancias en que vivían os nosos antepasados naquela andaina, é seguro que, non sendo peores que as do resto do Couto feudal ao que pertencían, de ningún modo eran mellores. Neste senso, baseando o noso estudo nas condicións dominantes da natureza e espazo físico da Parroquia e do Couto, no inalterable sistema agropecuario vivido polos veciños, no permanente réxime foral ao que estiveron sometidos dende a Idade Media ata o século XIX, así como na historia sociolóxica rural, rexistros parroquiais e certificacións catastrais relativas a este feudo, podemos achegarnos co rigor necesario á realidade vivida en Parderrubias fai unhos 250 anos no aspecto hixiénico-sanitario.
A hixiene
Cando na actualidade, a hixiene, o aseo e a limpeza son prácticas case obsesivas, coa utilización de milleiros de productos e útiles para todo tipo de aplicacións e tratamentos, custa crer que tales hábitos, básicos para a saúde, foran inusuais, por non dicir inexistentes, para os nosos devanceiros fai dous séculos e medio. No ano 1750, o concepto de hixiene era radicalmente diferente, por non dicir contrario, ao que temos actualmente. O aseo e limpeza, tanto persoal como público, estaban condicionados pola precariedade de medios e polo pensamento equívoco sobre a influencia negativa de certas prácticas na saúde. En Parderrubias, non existía canalización algunha de auga, sendo as necesidades escasamente cubertas por fontes, pozos e ríos que soían chegar o estío no verán. Entre as primeiras temos que citar a Fonte do Outeiro, Fonte do Cano, Fonte da Saúde, Fonte de Currás, Fonte da Abella, Fonte da Cerva, Fontelas, Fonteiriña e Val das Fontes, todas elas mananciais naturais lonxanos dos asentamentos.
Fonte do Cano
Fonte da Saúde
Fonte da Saude
Tampouco existían sumidoiros de residuos, agás as xurreiras superficiais que conducían os xurros do esterco, formando pestíferas e fedorentas charcas estancadas nos patios e camiños. Aínda que nos produza pasmo e abraio, calquera servizo de baño ou retrete público ou privado, ou calquera costume xeral de hixiene, nin existían nin se botaban en falta. Con toda seguridade, moitos dos campesiños non coñeceron nunca o xabón, nin viron a súa cara nun espello. Tódalas persoas, da condición que foran, non reparaban en alivia-los seus ventres onde se atoparan, iso si, procurando certa intimidade dentro do posible, e os veciños convivían co ludro e feces humanas en calquera canella, esquina, ou mesmo diante da casa, mesturados coas bostas das vacas. Estando na casa, polo día era habitual relaxa-los esfínteres nunha esquina da corte, axudando a facer esterco. As deposicións feitas pola noite dentro da casa, nos cachos, penicos ou ouriñais, derramábanse pola mañá no camiño sen reparo algún, procurando que a pendente do terreo as alonxara un paso da porta, ata que os animais soltos ou a chuvia nun día de arroiada puideran reducir ou arrastrar tanta enxurrada. A situación alixeirábase nalgúns casos estrando o patio ou camiño de toxos.
Para a limpeza e aseo persoal, perduraba o pensamento da medicina medieval, segundo o cal, o baño frecuente perxudicaba seriamente a saúde, porque a auga dilataba a pel, abrindo os poros e deixándoos expostos á entrada de aires malsanos. Chegábase a crer, incluso, que unha boa capa de cotra, carraña ou roña protexía ao corpo contra as enfermidades. Por esta razón, o baño estaba desaconsellado, reducíndose a limpeza corporal a lavar soamente as partes expostas á vista dos demais: as mans e a cara. O resto do corpo sometíase a unha limpeza en seco, fretando a mugre cun lenzo seco ou lixeiramente húmido. Tan só, fortuitamente, podían batuxarse no río ás escondidas, unha vez ao ano, ou nunha tina ou palangana dentro da casa. Neste último caso, unha mesma auga da tina era a miúdo compartida por varios membros da familia. A roupa mudábase unha vez ao mes, e excepcionalmente á semana, salvo a camisa que en ocasións podía cambiarse máis a miúdo. Aos recén nados, por considerarlle-los seus corpos máis porosos que os dos adultos, e polo tanto máis propensos á entrada de aires malsanos, protexíanos contra as supostas infiltracións, embadurnándolle-la pel con graxa, cinza, sal, etc., envolvéndoos logo con lenzos de liño e, por suposto, sin lavalos ata que medraran. Un exemplo elocuente témolo no Rei de Francia, Luis XIII, que tras lavalo despois de nacer, tardaron sete anos en volver a facelo. Esta mugre endémica era o mellor aliado para a proliferación de piollos, lendias e ácaros, polo que catarse ou espiollarse mutuamente era unha das actividades familiares e sociais máis comúns, que nos rapaces substituíase por rapados integrais.
Paradóxicamente, os dentes eran obxecto de certos coidados, sabidores de que cando podrecían tiñan que arrancalos a sangue frío entre espantosas dores, restando as enxivas valeiras para o resto das súas vidas. Era, pois, costume limpalos, fretándoos cun pano e cinza. Nalgunhos lugares perduraba aínda o antigo vezo de enxougalos despois cos seus propios ouriños, xa que o seu alto contido en amoníaco, cousa que ignoraban, favorecía a limpeza. Fora como fora, o normal era que a xente maior vivira desdentada, con constantes dores de moas e graves abscesos faciais. Da halitose, que cadaquén xulgue.
Foi un século despois, no ano 1860, co descubrimento da microbioloxía por Louis Pasteur, cando comezaron a esvaerse os receos sobre o lavado e a considerar que a limpeza podía ser preventiva dos xermes acochados na pel e roupa sucia, comezando así a normalización dos baños integrais. Seguramente foi por esta razón que o Preceptor do futuro Rei de España, Afonso XII (1857-1885), recomendara a este cando era Príncipe: “Lávate los pies una o dos veces al mes”. Un abraiante avance con respecto ao citado Luis XIII na época anterior. Nembargante pasarían aínda moitas décadas para que as novas prácticas de limpeza se xeneralizaran.
Axudaranos a comprender a situación descrita, saber que faltaban 185 anos para que chegara a primeira auga corrente á capital de Ourense (1935), tardando aínda moitos lustros en instalarse nas casas. Parderrubias contou coa primeira billa e tanque público de auga na Aldea, na década de 1960. E foi por eses anos, cando o Bispo de Ourense, Ángel Temiño Sáiz, negoulle aínda a autorización ao entón Párroco Don José Manuel Fernández Rúas, para facer un cuarto de baño na rectoral, por consideralo un luxo terrenal, tal como informa Outumuro Seara [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2015/10/10/e8-don-jose-manuel-fernandez-ruas-impulsor-de-la-modernidad-de-parderrubias-por-manuel-outumuro-seara/]. Os curas de Parderrubias, igual que os fregueses, levaban toda a vida deitando as súas deposicións no curral e, ao parecer, o Prelado non vía razón para cambiar tal costume.
A sanidade
Non é difícil describi-la situación sanitaria de Parderrubias nos tempos referidos, xa que daquela nin existía servizo medicinal algún, nin persoal mínimamente apto para exercelo. En ningunha das parroquias que actualmente constituen o Concello da Merca existía entón Médico, Ciruxán Sangrador, Boticario nin Botica algunha. En toda a provincia ourensá, só localizamos sete médicos exercendo no ano 1750 (tres en Ourense, dous en Ribadavia, un en Allariz e outro en Verín), e once Boticarios (catro en Ourense, tres en Ribadavia e un nas poboacións de Allariz, Vilanova dos Infantes, Gomesende e Verín). A estes sete galenos supónselle formación nas Escolas de Medicina, pero o retraso da ciencia medicinal era manifesto. Aínda a principios do S. XIX, un médico podía estar manipulando todo o día feridas de enfermos, pasando de uns a outros sen lavarse as mans, pois as causas microbiolóxicas das infeccións eran totalmente descoñecidas. En todo caso, os servizos destes esculapios eran inaccesibles para o común dos mortais, pois, aparte de ser moi poucos, a asistencia sanitaria era privada e estaban adicados case exclusivamente ao persoal do Bispado, Cabidos e Conventos das zonas onde exercían. Médicos á marxe, quedaba a posibilidade de acudir, en caso desesperado, a algún dos barbeiros ciruxiáns ou sangradores existentes nas bisbarras achegadas. Localizamos 11 en Ourense, nove en Ribadavia, catro en Allariz e Entrimo, tres en Bande e Verín, dous en Sobrado do Bispo, San Cibrao de Viñas e Castro Caldelas, un en Vilanova dos Infantes, Maceda, Xinzo de Limia, Lovios, Calvos de Randín, Gomesende e Esgos. Todos eles, con nula formación académica e tan só con certa práctica rutinaria acadada a beira dun homólogo, realizaban servizos de sacamoas, herniario, alxebrista (ósos escordados), flebotomiano (sangrador), etc. Calquera destas intervencións, cun ordinario instrumental reducido a tenaces, tesoiras, navallas, coitelos, descarnadores, samesugas, e para de contar, era unha auténtica atrocidade, coa gravidade de non poder atalla-la dor nin as hemorraxias, infeccións ou asañamentos, porque a botica non tiña medios para loitar contra o que se consideraba irremediable, xa que a narcose e a asepsia non se descubrirían ata cen anos despois (1846 e 1867, respectivamente). Pero os veciños de Parderrubias nin tan sequera tiñan ao seu alcance tal precariedade de servizos e medios, véndose condenados a acudir aos remedios caseiros, a base de herbas, apócemas e outras beberaxes, moitas delas máis ruíns ca propia doenza. Basta lembrar a “herba do ayre” ou “folla do ar” que, segundo Frei Sarmiento, usaban en Ourense e os seus pobos:
“Llámase del ayre porque cuando un niño está malo de algún aire o vapor que lo envaró, le untan con la infusión de esta hierba o con ella misma… aplicada a un niño o hombre a quien haya hecho daño algún aire, le remedia por chupazón”.
Herbas, apócemas e beveraxes
Tamén se valían dos propios ouriños (mexos), confiados das súas bondades contra queimaduras, chagas e outras mancaduras, ou das teas de araña para cortar hemorraxias e cicatrizar feridas, ou das lambedelas do can sobre úlceras e mancos, seguindo o exemplo da imaxe de San Roque venerada no retábulo maior da igrexa de Santa Olaia de Parderrubias. Outra alternativa era agarrarse aos amuletos que abundaban nas casas, aos que se lle supuña propiedades que afastaban as desgrazas e os influxos malignos. Habíaos de varias castes, profanos e relixiosos, sandadores e rexeitadores. Entre os sandadores destacaban os cornos da vacaloura (escornabois), a camisa da cobra e unha manchea de pedras (pedra da serpe, da pezoña, do coxo, ollo de boi, etc.) utilizadas contra a pezoña ou veleno das serpes, alacráns, píntigas, etc. Curiosamente, o noso ilustre paisano Frei Jerónimo Feijoo, nas súas “Cartas eruditas y curiosas” (1742-1760), destaca as supostas virtudes dunha destas pedras, non só contra a pezoña, senón tamén contra a peste dos carbúnculos, tumores, ou mesmo trabadas de cans rabiosos e lobos. Entre os amuletos que rexeitaran o mal estaban os allos, a castaña de indias, o cairo do porco ou xabarín, a cornamenta da vacaloura e os cornos dos bóvidos, entre outros moitos. Outra opción era acudir a algún feiticeiro que, mediante o seu engado por medio de ensalmos, conxuros e maleficios, lle quitara o seu meigallo. Despois de todo isto, sempre quedaba acudir ás herbas de San Xoan, ao Tarangaño (Piñor), á Fonte da Saúde (Parderrubias), á Fonte Santa (As Marabillas) ou á Fonte dos Ollos (As Marabillas e Olás). Malia a singularidade das devanditas prácticas, a prudencia non debe permitirnos desbotar a posibilidade dunha eventual efectividade se o doente acudira a elas con grandes doses de fe. Cando todo fallaba, que era o máis natural, só quedaban os recursos sobrenaturais: imaxes de santos, medallas, estampas, escapularios, exvotos e promesas de peregrinar aos Santuarios de O Cristal (devoción dende 1630), A Armada (dende 1641), As Marabillas (dende 1646), San Munio de Veiga, A Bola (dende o século X), San Bieito de Coba de Lobo (¿dende o século XIII?), Os Milagres (dende o século XIII), etc. E abofé que tales medios tiveron que ser ben milagreiros para que os nosos devotos avós, nunha situación tan magoante, vivindo entre animais, estercos e xurreiras, cheos de fame e frío, mal vestidos e peor calzados, presos de pestes, andazos e pandemias a esgalla, sen galenos nin boticas, sobreviviran a tanto malfado.
Amuletos profanos
Amuletos relixiosos
Mención aparte merécenos o parto. O concepto de natalidade cambiou tanto que é difícil comprender as condicións que se daban neste eido fai 250 anos. Comezaremos por dicir que a futura nai decatábase do seu estado de gravidez polos mesmos síntomas do embarazo actual, suspensión da menorrea, aparición de efélides, vómitos, etc. Esta circunstancia non alteraba para nada a súa vida cotiá. Durante a xestación, non había por qué mellora-la hixiene e seguía practicando as mesmas tarefas na casa e os mesmos labores do campo ata o mesmo intre do parto, pois críase que tales angueiras axudaban ao desenrolo do embrión. O libramento producíase sempre na casa, a non ser que algunha circunstancia o impedira, pois dábanse casos en que a parturienta, a causa do exercicio ininterrumpido, paría en solitario, estando lavando no río ou sachando o millo. Sendo na casa, a parturienta era atendida por unha familiar ou veciña que adoitaba ter praxe nestas lides, como eran fregas, presións no bandullo e mesmo introducindo a man ata o útero para axudar á extracción da placenta ou do propio feto. Estas manobras podían ir acompañadas tanto de cantigas ou preces, coma de exclamacións alusivas á saída da criatura a este mundo, ou de berros e bruídos da nai para axudar á expulsión. Tamén se requerían distintas posturas anatómicas da puérpera, póndose de pé, de xeonllos, de crequenas, sentada, e incluso dando pequenos saltos ou choutando dende un banco. Con tales técnicas, as cousas non soían rematar ben, e as distocias maternas ou fetais e os asañamentos, a miúdo eran irreversibles. Na nai, era frecuente que sobrevira a febre puerperal que remataba en septicemia, e non existindo medios para combatila, a morte era segura. Só un século máis tarde, no 1847, o médico húngaro Ignacio Semmelweis determinou a orixe infecciosa da febre puerperal ao comprobar que a hixiene reducía a mortalidade. Os antisépticos tardarían aínda 20 anos máis en descubrirse, sendo en 1867 cando o escocés Joseph Lister usou por primeira vez a antisepsia na ciruxía. De calquera xeito, estes adiantos non se xeneralizarían ata o século seguinte. De non haber maiores complicacións, comezaba o posparto con fregas de aceite por fóra da barriga e pocións ou tisanas por dentro, para sandar presto, que había que atender á habenza.
Ao recén nado ceñíaselle todo o corpo con lenzos de liño apretados e vendábaselle a cabeza coma unha momia, pensando que deste xeito evitaríanselle deformacións e contaxios, desenvolvéndoo, no mellor dos casos, unha vez ao día para limpalo, que non lavalo. A lactancia materna alongábase ata os dous anos, aínda que aos poucos meses xa se lle alternaba o peito con papas de centeo ou millo e outros alimentos previamente mastigados pola nai. Segundo Vicente Risco, algunhas nais tamén lle daban viño, para que criasen boa cor. De írselle o leite a nai, adoitábase acudir ao dunha nai veciña, e de non ser posible, utilizábase o leite da vaca. A mortalidade infantil no primeiro ano de vida era dun 25% e case sempre por falta de hixiene e mala lactancia. Para o Padre Sarmiento, a causa destas mortes prematuras eran as vexigas (variola) e as lombrigas.
Esta situación, xunguida a outros factores, mantiña no nacemento un promedio de esperanza de vida entre os 30 e 40 anos. Aos neonatos superviventes agardábaos a variola e o tifo, para as que non existía tratamento, e que ao longo do século XVIII elevou a taxa de mortandade infantil a un 35%. Os pais tiñan asumido que un de cada tres fillos non sobreviviría e cando se producía a traxedia, todo Parderrubias trataba de consolarse sabendo que tiñan “un anxiño no ceo”, e ata as campás da igrexa repicaban a gloria. A porcentaxe de mortandade infantil foi diminuindo co transcurso do tempo, pero, segundo Sierra Freire, entre 1936 e 1950 aínda ascendía ao 9,79% [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/02/13/aquel-parderrubias-de-la-posguerra/].
A morte non era allea a ningunha idade, pero superada a infancia e a pubertade, as esperanzas de vida aumentaban considerablemente, e aínda que outras enfermidades, a dureza dos traballos, a fame, fríos, molladuras, etc. conseguían esgota-los azos e forzas, facendo vella a moita xente antes dos 30 ou 40 anos, tiñan posibilidade de chegar a cumprir 60, se ben, os sesaxenarios só supuñan a terceira parte dos nacidos.
A ausencia de calquera censo impídenos coñece-la taxa de morbidade naquela época en Parderrubias, e nin sequera o Rexistro Parroquial de Defuncións, sendo a fonte máis próxima a esta realidade, nos permite determina-las verdadeiras causas da morte, pola falta de referencias. Así e todo, sabemos que a taxa era alta e que as principais causas non diferían das doutras poboacións da zona, sendo a máis frecuente e mortal, co 80% dos decesos, as infeccións contaxiosas ocasionadas polos andazos, a pobre alimentación, a mala hixiene e a pésima salubridade. Tales eran a cólera, o sarampelo, a variola, o tifo, a escarlatina, a difteria, a tuberculose, etc. A elas había que engadirlle-las non contaxiosas, coma os partos, os accidentes laborais, gangrenas, reumas, artroses, etc.
Neste tremendo desamparo sanitario vivían, convivían ou sobrevivían os nosos devanceiros de Parderrubias, nunha época de grande atraso e subdesenrolo, que os obrigou a acudir a prácticas sandadoras só entendibles dentro do contexto histórico-social que lles tocou vivir, pero que detrás delas subxacía un extraordinario espírito de superación fronte ás adversidades, unha enorme capacidade de sufrimento e resistencia para sobrelevalas e unha impasible resignación ante o irremediable, virtudes que forman parte das señas de identidade da nosa memoria histórica.
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego.
Parderrubias: higiene y sanidad en el siglo XVIII. Por Avelino Sierra Fernández
Es evidente que, conforme al connatural avance de la Humanidad, las cotas de bienestar que actualmente ostenta Parderrubias, disminuyen ostensiblemente a medida que retrocedemos en el tiempo. Retrotrayéndonos a mediados del siglo XVIII, observamos que las condiciones de vida de nuestros antepasados, hace un cuarto de milenio, no son equiparables a las de la generación actual. Aunque carecemos de la documentación precisa y necesaria para conocer con minuciosidad las circunstancias en que vivían nuestros antecesores en aquella época, es seguro que, no siendo peores que las del resto del Coto feudal al que pertenecían, de ningún modo eran mejores. En este sentido, basando nuestro estudio en las condiciones dominantes de la naturaleza y espacio físico de la Parroquia y Coto, en el inalterable sistema agropecuario vivido por los vecinos, en el permanente régimen foral al que estuvieron sometidos desde la Edad Media hasta el siglo XIX, así como en la historia sociológica rural, registros parroquiales y certificaciones catastrales relativas a este feudo, podemos acercarnos con el rigor necesario a la realidad vivida en Parderrubias hace unos 250 años en el aspecto higiénico-sanitario.
La higiene
Cuando en la actualidad, la higiene, el aseo y la limpieza son prácticas casi obsesivas con la utilización de miles de productos y útiles para todo tipo de aplicaciones y tratamientos, cuesta creer que tales hábitos, básicos para la salud, fueran inusuales, por no decir inexistentes, para nuestros antepasados hace dos siglos y medio. En el año 1750, el concepto de higiene era radicalmente diferente, por no decir contrario, al que tenemos actualmente. El aseo y la limpieza, tanto personal como pública, estaban condicionados por la precariedad de medios y por el pensamiento equivocado sobre la influencia negativa de ciertas prácticas en la salud. En Parderrubias, no existía canalización alguna de agua, siendo las necesidades escasamente cubiertas por fuentes, pozos y ríos que llegaban al estiaje en verano. Entre las primeras hemos de citar AFonte do Outeiro, Fonte do Cano, Fonte da Saúde, Fonte de Currás, Fonte da Abella, Fonte da Cerva, Fontelas, Fonteiriña y Val das Fontes, todas ellas manantiales naturales alejados de los poblados.
Fonte do Cano
Fonte da Saúde
Fonte da Saude
Tampoco existían alcantarillados de residuos, excepto corrientes superficiales de purín del estiércol, formando pestíferas y hediondas charcas estancadas en los patios y caminos. Aunque nos produzca asombro, cualquier servicio de baño o retrete público o privado, o cualquier costumbre general de higiene, ni existían ni se echaban en falta. Con toda seguridad, muchos de los campesinos no conocieron nunca el jabón ni vieron su cara en un espejo. Todas las personas, de la condición que fueran, no reparaban en aliviar sus vientres donde se hallaran, eso sí, procurando cierta intimidad dentro de lo posible, y los vecinos convivían con las deyecciones humanas en cualquier camino o esquina, o mismo delante de casa, mixturados con las boñigas de las vacas. Estando en casa, durante el día era habitual relajar los esfínteres en una esquina de la cuadra, ayudando a hacer estiércol. Las deposiciones hechas por la noche dentro de casa, en las bacinillas, se derramaban por la mañana en el camino sin reparo alguno, procurando que la pendiente del terreno las alejara un paso de la puerta, hasta que los animales sueltos o un chaparrón de lluvia mitigaran tal inmundicia. La situación se aligeraba en algunos casos, cubriendo el patio o camino de tojos.
Para la limpieza y aseo personal, perduraba el pensamiento de la medicina medieval, según el cual, el baño frecuente perjudicaba seriamente la salud, porque el agua dilataba la piel, abriendo los poros que quedaban expuestos a la entrada de aires malsanos. Llegaba a creerse, incluso, que una buena capa de mugre o roña protegía al cuerpo contra las enfermedades. Por esta razón, el baño estaba desaconsejado, reduciéndose la limpieza corporal a lavar únicamente las partes expuestas a la vista de los demás: las manos y la cara. El resto del cuerpo se sometía a una limpieza en seco, frotando la mugre con un lienzo seco o ligeramente húmedo. Tan sólo, fortuitamente, podían chapotearse en el río a escondidas, una vez al año, o en una tinaja o palangana dentro de casa, en cuyo caso la misma agua era compartida por varios miembros de la familia. La ropa se cambiaba una vez al mes, y excepcionalmente a la semana, salvo la camisa que en ocasiones podía mudarse con más frecuencia. A los recién nacidos, por considerarle sus cuerpos más porosos que los de los adultos, y por lo tanto más propensos a la entrada de aires malsanos, los protegían contra las supuestas infiltraciones, embadurnándoles la piel con grasa, ceniza, sal, etc., envolviéndolos luego con lienzos de lino y, por supuesto, sin lavarlos hasta que crecieran. Un ejemplo elocuente lo tenemos en el Rey de Francia, Luis XIII, que tras lavarlo después de nacer, tardaron siete años en volver a hacerlo. Esta mugre endémica era el mejor aliado para la proliferación de piojos, liendres y ácaros, por lo que despiojarse mutuamente era una de las actividades familiares y sociales más comunes, que en los más jóvenes se sustituía por rapados integrales.
Paradójicamente, los dientes eran objeto de ciertos cuidados, conscientes de que cuando se pudrían tenían que arrancarlos a sangre fría entre espantosos dolores, quedando las encías vacías para el resto de sus vidas. Era, pues, costumbre el limpiarlos, frotándolos con un paño y ceniza. En algunos lugares perduraba aun el antiguo hábito de enjuagarlos después con su propia orina, ya que su alto contenido en amoníaco, cosa que ignoraban, favorecía la limpieza. Fuera como fuera, lo normal era la gente mayor desdentada, con constantes dolores de muelas y graves abscesos faciales. De la halitosis, que cada cual juzgue.
Fue un siglo después, en el año 1860, con el descubrimiento de la microbiología por Louis Pasteur, cuando comenzaron a desaparecer los recelos sobre el lavado y a considerar que la limpieza podía ser preventiva de los gérmenes alojados en la piel y ropa sucia, comenzando así la normalización de los baños integrales. Seguramente fue por esta razón que el Preceptor del Futuro Rey de España, Alfonso XII (1857-1885), recomendaba a éste cuando era Príncipe: “Lávate los pies una o dos veces al mes”. Un asombroso avance con respecto al citado Luis XIII en la época anterior. Sin embargo pasarían aun muchas décadas para que las nuevas prácticas de limpieza se generalizaran.
Nos ayudará a comprender la situación descrita el saber que faltaban 185 años para la llegada de la primera agua corriente a la capital de Ourense (1935), tardando aun muchos lustros en ser instalada en las casas. Parderrubias dispuso del primer grifo y depósito de agua en la Aldea, en la década de 1960. Y fue por aquellos años cuando el Obispo de Orense, Ángel Temiño Sáiz, le negó aun la autorización al entonces Párroco Don José Manuel Fernández Rúas, para hacer un cuarto de baño en la rectoral, por considerarlo un lujo terrenal, tal como informa Outumuro Seara [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2015/10/10/e8-don-jose-manuel-fernandez-ruas-impulsor-de-la-modernidad-de-parderrubias-por-manuel-outumuro-seara/]. Los Párrocos de Parderrubias, igual que sus feligreses, llevaban toda la vida vertiendo sus necesidades en la cuadra y, al parecer, el Prelado no veía razón para cambiar tal costumbre.
La sanidad
No es difícil describir la situación sanitaria de Parderrubias en los tiempos referidos, ya que entonces no existía servicio sanitario alguno, ni personal mínimamente apto para ejercerlo. En ninguna de las parroquias que actualmente constituyen el Concello de A Merca existía Médico, Cirujano Sangrador, Boticario ni Botica alguna. En toda la provincia orensana, sólo localizamos siete médicos ejerciendo en el año 1750 (tres en Orense, dos en Ribadavia, uno en Allariz y otro en Verín), y once Boticarios (cuatro en Orense, tres en Ribadavia y uno en las poblaciones de Allariz, Vilanova dos Infantes, Gomesende y Verín). A estos siete galenos se le supone formación en las Escuelas de Medicina, pero el retraso de la ciencia médica era manifiesto. Aun a principios del siglo XIX, un médico podía estar manipulando todo el día heridas de enfermos, pasando de unos a otros sin lavarse las manos, pues las causas microbiológicas de las infecciones eran totalmente desconocidas. En todo caso, los servicios de estos escolapios eran inaccesibles para el común de los mortales, pues, aparte de ser muy pocos, la asistencia sanitaria era privada y estaban dedicados casi exclusivamente al personal del Obispado, Cabildos y Conventos de las zonas donde ejercían. Médicos al margen, quedaba la posibilidad de acudir, en caso desesperado, a alguno de los barberos cirujanos o sangradores existentes en las comarcas cercanas. Localizamos 11 en Ourense, nueve en Ribadavia, cuatro en Allariz y Entrino, tres en Bande y Verín, dos en Sobrado del Obispo, San Ciprián de Viñas y Castro Caldelas, y uno en Vilanova dos Infantes, Maceda, Xinzo de Limia, Lovios, Calvos de Randín, Gomesende y Esgos. Todos ellos, con nula formación académica y tan sólo con cierta práctica rutinaria lograda al lado de un homólogo, realizaban servicios de sacamuelas, herniario, algebrista (huesos dislocados), flebotomiano (sangrador), etc. Cualquiera de estas intervenciones, con un ordinario instrumental reducido a tenazas, tijeras, navajas, cuchillos, descarnadores, sanguijuelas, y para de contar, era una auténtica atrocidad, con el agravante de no poder atajar el dolor, las hemorragias o las infecciones, porque la botica no tenía medios para luchar contra lo que se consideraba irremediable, ya que la narcosis y los antisépticos no se descubrirían hasta cien años después (1846 y 1867, respectivamente). Pero los vecinos de Parderrubias ni siquiera tenían a su alcance tal precariedad de servicios y medios, viéndose condenados a acudir a remedios caseros, a base de hierbas, pócimas y otros brebajes, muchos de ellos peores que la propia dolencia. Basta recordar la “herba do ayre” o “folla do ar” que, según Fray Sarmiento, se usaba en Ourense y sus pueblos:
“Llámase del ayre porque cuando un niño está malo de algún aire o vapor que lo envaró, le untan con la infusión de esta hierba o con ella misma… aplicada a un niño o hombre a quien haya hecho daño algún aire, le remedia por chupazón”.
Hierbas, pócimas y brebajes
También se valían de la propia orina, confiados de sus bondades contra quemaduras, llagas y otras lesiones, o de las telas de araña para cortar hemorragias y cicatrizar heridas, o de las lamidas del perro sobre úlceras o llagas, siguiendo el ejemplo de la imagen de San Roque venerada en el retablo mayor de la iglesia de Santa Olaia de Parderrubias. Otra alternativa era recurrir a los amuletos que abundaban en las casas y a los que se les suponía propiedades que alejaban las desgracias y los influjos malignos. Los había de varias clases, profanos, religiosos, sanadores, ahuyentadores, etc. Entre los sanadores destacaban los cuernos del ciervo volante, la camisa de culebra y una serie de piedras (piedra de serpiente, de ponzoña, ojo de buey, etc.) utilizadas contra la ponzoña o venenos de serpientes, alacranes, salamandras, etc. Curiosamente, nuestro ilustre paisano Fray Jerónimo Feijoo, en sus “Cartas eruditas y curiosas” (1742-1760), destaca las supuestas virtudes de una de estas piedras, no sólo contra la ponzoña, sino también contra la peste de los carbúnculos, tumores, e incluso mordidas de perros rabiosos o lobos. Entre los amuletos para ahuyentar el mal estaban los ajos, la castaña de indias, el colmillo de cerdo o jabalí, la cornamenta del ciervo volante y los cuernos de los bóvidos, entre otros. Otra opción era acudir a algún hechicero que, por medio de ensalmos, conjuros y maleficios, le sacaran sus males. Después de todo esto, siempre quedaba acudir a las hierbas de San Juan, al Tarangaño (Piñor), a la Fonte da Saúde (Parderrubias), Fonte Santa (As Marabillas) o a la Fonte dos Ollos (As Marabillas y Olás). A pesar de la singularidad de dichas prácticas, la prudencia no debe permitirnos desechar la posibilidad de una eventual efectividad si el enfermo acudiera a ellas con grandes dosis de fe. Cuando todo fallaba, que era lo más natural, sólo quedaban los recursos sobrenaturales: imágenes de santos, medallas, estampas, escapularios, exvotos y promesas de peregrinar a los Santuarios de O Cristal (devoción desde 1630), A Armada (desde 1641), As Marabillas (desde 1646), San Munio de Veiga, A Bola (desde el siglo X), San Benito de Coba de Lobo (¿desde el siglo XIII?), Os Milagres (desde el siglo XIII), etc. Y la verdad es que tales medios debieron ser bien milagrosos para que nuestros devotos abuelos, en una situación tan desvalida, viviendo entre animales, estiércol y purín, llenos de hambre y frío, mal vestidos y peor calzados, invadidos de pestes, epidemias y pandemias, sin médicos ni medicinas, sobrevivieran a tanta adversidad.
Amuletos profanos
Amuletos religiosos
Mención aparte nos merece el parto. El concepto de natalidad cambió tanto que es difícil comprender las condiciones que se daban en este particular hace 250 años. Comenzaremos por decir que la futura madre se daba cuenta de su estado de gravidez por los mismos síntomas del embarazo actual, suspensión de menorrea, aparición de efélides, vómitos, etc. Esta circunstancia no alteraba para nada su vida cotidiana. Durante la gestación, no había por qué mejorar la higiene y seguía realizando las mismas tareas en casa y los mismos trabajos en el campo hasta el mismo momento del parto, pues se creía que tales faenas ayudaban al desarrollo del embrión. El alumbramiento se producía siempre en casa, a no ser que alguna circunstancia lo impidiera, pues se daban casos en que la parturienta, a causa del ejercicio ininterrumpido, paría en solitario, estando lavando en el río o sachando el maíz. Siendo en casa, la parturienta era atendida por una familiar o vecina que solía tener práctica en estas lides, como eran friegas, presiones en el vientre o introducir la mano hasta el útero para ayudar a la extracción de la placenta o del propio feto. Estas maniobras podían ir acompañadas tanto de canciones o preces, como de exclamaciones alusivas a la salida de la criatura a este mundo, o de gritos y alaridos de la madre para ayudar a la expulsión. También se requerían distintas posturas de la puérpera, poniéndose de pie, de rodillas, en cuclillas, sentada, e incluso dando pequeños botes o saltando desde un banco. Con tales técnicas, las cosas no solían acabar bien, y las distocias maternas o fetales y las infecciones, a menudo eran irreversibles. En la madre era frecuente que sobreviniera la fiebre puerperal que acababa en septicemia, y no existiendo medios para combatirla, la muerte era segura. Sólo un siglo más tarde, en 1847, el médico húngaro Ignacio Semmelweis, determinó el origen infeccioso de la fiebre puerperal al comprobar que la higiene reducía la mortalidad. Los antisépticos tardarían aun 20 años más en descubrirse, siendo en 1867 cuando el escocés Joseph Lister usó por primera vez la antisepsia en la cirugía. De cualquier forma, estos adelantos no se generalizarían hasta el siguiente siglo. De no haber mayores complicaciones, comenzaba el posparto con friegas de aceite por el exterior del vientre y pociones o tisanas por dentro, para sanar pronto, que había que atender la hacienda.
Al recién nacido se le ceñía todo el cuerpo con lienzos de lino apretados y se le vendaba la cabeza como a una momia, pues se pensaba que de esta forma se le evitarían deformaciones y contagios, desenvolviéndolo, en el mejor de los casos, una vez al día para limpiarlo, que no lavarlo. La lactancia materna se alargaba hasta los dos años, aunque a los pocos meses ya se le alternaba el pecho con las papas de centeno o maíz y otros alimentos previamente masticados por la madre. Según Vicente Risco, algunas madres también le daban vino, para que criase buen color. De no tener leche la madre, se acudía al de alguna madre vecina, y de no ser posible, se utilizaba leche de vaca. La mortalidad infantil en el primer año de vida era de un 25% y casi siempre por falta de higiene y mala lactancia. Para el Padre Sarmiento, la causa de estas muertes prematuras eran las “vexigas” (viruela) y las lombrices.
Esta situación, unida a otros factores, mantenía en el nacimiento un promedio de esperanza de vida entre los 30 y 40 años. A los neonatos supervivientes les esperaba la varicela o el tifus, para las que no existía tratamiento, y que a lo largo del siglo XVIII elevó la tasa de mortalidad infantil al 35%. Los padres tenían asumido que uno de cada tres hijos no sobreviviría, y cuando se producía la tragedia, todo Parderrubias trataba de consolarse sabiendo que tenían “un angelito en el cielo”, y hasta las campanas repicaban a gloria. El porcentaje de mortalidad infantil fue disminuyendo con el transcurso del tiempo, pero, según Sierra Freire entre 1936 y 1950 aun ascendía al 9,79% [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/02/13/aquel-parderrubias-de-la-posguerra/].
La muerte no era ajena a ninguna edad, pero superada la infancia y la pubertad, las esperanzas de vida aumentaban considerablemente, y aunque otras enfermedades, la dureza de los trabajos, el hambre, el frío, las mojaduras, etc. conseguían agotar los ánimos y las fuerzas, haciendo vieja a mucha gente antes de los 30-40 años, tenían posibilidad de llegar a cumplir 60, si bien los sexagenarios sólo suponían la tercera parte de los nacidos.
La ausencia de cualquier censo nos impide conocer la tasa de morbilidad en aquella época en Parderrubias y ni siquiera el Registro Parroquial de Defunciones, siendo la fuente más próxima a esta realidad, nos permite determinar las verdaderas causas de muerte, por la falta de referencias. Así y todo, sabemos que la tasa era alta y que las principales causas no diferían de las de otras poblaciones de la zona, siendo la más frecuente y mortal, con el 80% de los decesos, las infecciones contagiosas ocasionadas por las epidemias, la pobre alimentación, la mala higiene y la pésima salubridad. Tales eran el cólera, el sarampión, la varicela, el tifus, la escarlatina, la difteria, la tuberculosis, etc. A ellas había que añadirle las no contagiosas, como los partos, accidentes laborales, gangrenas, reumas, artrosis, etc.
En este tremendo desamparo sanitario vivían, convivían o sobrevivían nuestros antepasados de Parderrubias, en una época de gran atraso y subdesarrollo, que les obligó a acudir a prácticas curativas sólo comprensibles dentro del contexto histórico-social que les tocó vivir, pero que detrás de todas ellas subyacía un extraordinario espíritu de superación frente a las adversidades, una enorme capacidad de sufrimiento y resistencia para sobrellevarlas y una impasible resignación ante lo irremediable, virtudes que forman parte de las señas de identidad de nuestra memoria histórica.
Como complemento al artículo publicado sobre las tejedoras de Parderrubias [véase https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/09/e18-las-tejedoras-de-parderrubias-por-avelino-sierra-fernandez/], Avelino Sierra Fernández describe en este nuevo trabajo el laborioso proceso que exigía la manufacturación del lino en Parderrubias. El proceso completo exigía 16 tareas, las cuales en este nuevo documento son perfectamente ilustradas y visualizadas gracias al relevante material fotográfico aportado.
Gracias Avelino.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y justo a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.
A manufacturación do liño en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Parderrubias, tal como quedou constatado no traballo deste Blog “As tecedeiras de Parderrubias” (https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/09/e18-las-tejedoras-de-parderrubias-por-avelino-sierra-fernandez/), mantivo en tempos pasados unha secular tradición textil. Esta Parroquia, xa no ano 1752, era a principal productora de liño da municipalidade da Merca, cunha superficie cultivada de 110 ferrados (7 hectáreas), e a primeira na súa manufacturación, con 32 tecedeiras e outros tantos obradoiros. Pero na década dos anos cincuenta do pasado século, ante os adiantos tecnolóxicos da Revolución Industrial, as últimas tecedeiras que quedaban deixaron de exercer esta actividade artesanal, ata entón tan común como esencial na vida dos nosos ascendentes. No recordo de cantos daquela eramos púberes, están aínda Ángela Fernández (a Tía Ánxela da Carreira) e maila súa filla María Grande; María Outumuro (María da tía Antonia), ao lado da igrexa; Pepa Rodríguez, na Manadela; María Fernández e as irmás Pepa e María Outumuro, en Barrio; e Sara González (Sara da Canella), no Outeiro. Delas, gardo na miña memoria imaxes, reseñas e comentos verbo do procedemento do cultivo e tratamento do liño, que agora me son de grande utilidade para este traballo. Máis recentemente, algunhos herdeiros das devanditas tecedeiras, que foron testemuñas presenciais dos seus labores, aportáronme pormenores sobre o particular, para min descoñecidos. Toda esta información, contrastada e ampliada coa documentación disponible, xa referenciada no traballo deste Blog antes citado, e complementada coa mostra dos principais aveños utilizados nas súas enleadas tarefas, permítennos dar a ceñecer con grande fiabilidade os usos e costumes do cultivo e manufactura do liño polos nosos devanceiros de Parderrubias.
O proceso duraba todo a ano. A sementeira facíana entre abril e maio e a recolleita entre xullo e agosto. Durante os meses de outono, realizaban unha chea de endeitas para transformar o liño bruto en finas estrigas, listas para fiar. Todo o inverno, pasábano fiando, e entre abril e maio, branqueando o fío, para comezar a tecer no tear entre xuño e xullo. Estas eran as 16 angueiras a desenvolver.
A sementeira
Sementaban a liñaza a voleo, en leiras preferentemente chas, de regadío, ben estercadas, labradas e achanzadas coa grade ou con anciños. Procuraban sementalo ben basto para que, medrando máis fino, tivera menos casca leñosa. A proporción da semente viña sendo de dous ferrados de liñaza (28 litros) por cada ferrado de superficie (628,9 metros cadrados).Tras atuí-la semente, sucaban a terra con varios regos por onde correría despois a auga da rega. Unha vez nacido, procuraban mondalo de cando en vez e regalo a miúdo. As últimas plantacións existentes de liño, foron as cultivadas pola tía Ánxela na súa tapada da Chousiña, na marxe esquerda do río, regadas polo seu caudal.
A sementeira
A arriga
Entre xullo e agosto, cando o liño amareleaba, arrigábano de raíz, coas mans e con moito mimo, sacudíndolle-la terra contra os chancos e póndoo en gavelas, para proceder logo a ripalas (quitarlle a semente) ou atalas cun vincallo, facendo móllos para carrexalo e realiza-la ripa na casa. A miúdo, soía ser unha angueira colectiva, de balde e recíproca entre os veciños.
A arriga
A ripa
Arrigado o liño, procedían á ripa, operación que consistía en pasa-los mañizos polos dentes do ripo para extraérlle-lo froito coa semente. Este púñano logo ao sol para que, abríndose a bagaña (casula), soltara a semente (liñaza), que tras ventala, era reservada para a sementeira do seguinte ano e para remedios caseiros que aliviaran as doenzas mediante mucilaxes de cataplasmas e outras aplicacións.
A ripa
O empozado
Esta fase consistía en asulaga-los móllos de liño nalgunha encorada de calquera dos ríos ou regatos, ou nunha poza calquera, durante 8 ou 9 días, co fin de que se desprendera a febra da parte leñosa. Para evitar que os arrastrara a corrente río abaixo, adoitaban porlle unhos coios por arriba.
O empozado
A seca
Sacados os móllos do río, levábanos a asollar á eira ou a unha chaira, onde os extendían ao sol, procurando darlle-la volta de cando en vez, ata que secaran ben. Logo enfeixábanos novamente e levábanos para a casa.
A seca
A maza
Esta operación consistía en mallar ben cada mañizo de liño para rompérlle-la tasca (casca) ata separala da febra interior. Para ilo dispuñan cada presa de liño sobre o mazadoiro (unha lousa de pedra ou un cepo liso) e de seguido golpeábano duramente co mazo (rebolo de madeira). Nos últimos tempos inventouse a gramadoira que simplificaba un pouco este traballo, pero non temos constancia de que se empregara en Parderrubias.
A maza
A espadela
Esta tarefa tiña a finalidade de eliminar os tomentos, arestas ou tascos (cascas) que quedaran soltas despois do mazado. Para conseguilo, colocaban un mañizo de liño mazado encol do gume do espadeleiro (táboa en forma de T invertida), para despois golpealo de refilón coa espadela (especie de machete de madeira), ata deixa-la febra magra. Adoitaba ser un traballo feminino, colectivo, de balde e recíproco, en xuntanzas de mulleres espadeleiras nun pendello ou palleira durante a noite.
A espadela
A tasca
Para eliminar definitivamente calquera tasco (casca) restante, fretaban ou deluvaban o liño contra o bisel do tascón ou relo, especie de espada de madeira introducida verticalmente no extremo dun banco. Este traballo soía facerse na mesma xuntanza da espadela. As casas que carecían deste apeiro, deluvaban o liño fretándoo coas mans contra unha pedra, coma cando se lavaba a roupa.
A tasca
A aseda
Libre xa da parte leñosa, a febra necesitaba afinarse e volverse sedosa. Para ilo cardábana, pasando cada presa varias veces polo restrelo (táboa horizontal con cravos verticais). Con esta tarefa sacaban tres tipos de febras, unha grosa (cabezos), outra mediana (estopa) e finalmente o liño fino. Con cada presa asedada facían unha estriga, manela, cerro ou rocada, porción lista para suxeitar na roca e ser fiada. As estrigas gardábanse en atados chamados afusais, de 36 unidades cada un.
A aseda
O fiado
Esta era unha fase que requería especial habelencia. Realizábana mediante dous instrumentos primitivos pero senlleiros: a roca e o fuso. A primeira podía ter formas variadas, pero en xeral consistía nunha vara de madeira ou cana, de 80 ou 90 centímetros de longa, co extremo superior avultado (roquil) para soster o cerro do liño. O fuso era un instrumento fusiforme de unhos 28 centímetros, de madeira torneada, cun extremo aguzado e no outro, un contrapeso (fusaiola) ou abultamento (rodela, cagalla ou torteira). A súa función era a de xirar sobre si, facendo de lastre das febras suxeitas na amosega ou estría da parte superior (osca), mentres se ían retorcendo cos xiros, configurando deste xeito o fío. Posto o cerro na roca, apoiaban esta na cintura, coa parte superior no antebrazo esquerdo, quedando así libre esta man para ir extraendo e dosificando a febra. Cos dedos da man dereita, de forma habelenciosa, impulsaban os xiros do fuso, para retorcer o fío. Este, así retorcido, íano envolvendo no eixe do fuso ata lograr unha mazaroca, que finalmente extraían pola parte estreita do fuso, para trasladar ao sarillo.
Aínda que calquera acougo na casa, a garda do gando no monte ou a espera na moenda, eran aproveitados para fiar, soíanse facer xuntanzas chamadas fiadeiros, nas longas e frías noites do inverno, nun pendello, nunha palleira ou mesmo nunha corte, ao tépedo ambiente das vacas e ao amparo da lánguida luz dun candil de graxa. Neles, a ritmo de fuso, parolábase, cantábanse cantigas e contábanse historias, chismes, adiviñas e contos. Os mozos non fiaban, pero acudían para troulear na xolda.
A utilización da roca e do fuso, era en Parderrubias un traballo de xénero. O fiado era unha tarefa exclusiva das mulleres, pois estaba considerado coma un labor apropiado ás habelencias, mañas e xeito femininos. Fiar con roca e fuso era, xa que logo, unha parte das angueiras que toda muller tiña, polo mero feito de selo.
Un costume peculiar das fiadeiras era humedecer o fío con cuspe, a medida que o ían estirando, para darlle textura, labor que facían mollando os dedos na lingua, ou coa lingua directamente no fío. De ahí a cantiga:
Tampouco temos constancia da utilización en Parderrubias do torno de fiar, en lugar do fuso e roca, pero cabe tal posibilidade, por ser frecuente o seu uso nas mesmas datas en zonas achegadas.
O fiado
O ensarillado
O liño recén fiado tiña unha cor cincenta que era mester branquear o máis posible. Para iso non tiñan outro remedio que transforma-as mazarocas conseguidas no fuso en meadas (madeixas), para despois branquealas. Para esta función contaban co sarillo, un apeiro de brazos en forma de X, que por medio do xiro vertical das súas aspas, ía desembeleñando as mazarocas e dándolle forma de madeixa. Era unha angueira propia das mulleres.
O ensarillado
O branqueo
O branqueo era tal vez o labor máis ingrato de todo o proceso. Aínda que os métodos podían variar lixeiramente, o máis común era mete-las meadas durante 3 ou 4 días, nunha pota chea dunha especie de lixivia fervendo. Chamábanlle lixivia a unha mestura dun balde de auga con tres grandes pratos de cinza de carballo, tras fervela durante media hora. Despois lavaban e secaban as meadas varias veces, e repetían a función da lixivia cos seus respectivos lavados e secados as veces que fora. Finalmente extendían ou penduraban as meadas durante 6 ou 8 días, batuxándoas con auga de cando en vez. Senón acadaran a brancura desexada, volta a comezar a bogada descrita. Nalgunhas casas, engadíanlle tamén ósos e couselos á mestura.
O branqueo
O debanado
Este labor consistía en pasa-las meadas a novelos, utilizando un apeiro denominado debanadoira, un armazón de aspas horizontais con chuzos verticais que xirando arredor, segundo tiraban do fío, ían desembeleñando éste, mentres coas mans envolvíano facendo un novelo. A miúdo, suplíanse as aspas de tal aveño polos brazos dos homes.
O debanado
O canelado
Antes de comezar co tear, era preciso prepara-los fíos para a trama e para a urdime, mediante as operacións de canelado e urdido. A primeira delas consistía en axeita-las canelas (canas con fío embobinado). Isto conseguíano por medio do caneleiro, aparello que variaba dunhas casas a outras. A canela metíana logo dentro da lanzadeira do tear, unha caixiña ovalada de madeira, que logo utilizaban durante o tecido.
O canelado
O urdido
Esta función tiña a finalidade de prepara-la urdime, é dicir, dispor paralelamente os fíos que logo se montarían horizontalmente no tear, para proceder a tece-lo lenzo ou pano correspondente. Para esto, utilizábase a urdideira, que viña a ser coma unha debanadoira grande, arredor da que se ía suxeitando a restra de fíos, que despois cortaban á medida do tecido desexado.
O urdido
O tecido
Era a derradeira operación do longo proceso e a máis complexa e laboriosa de todas. Desenvolvíase no tear, o aparello máis interesante de tódolos pertrechos. Consistía nunha estructura artesanal de madeira, de forma cúbica, con catro pés, que sostiña a un conxunto de pezas diversas. Na plataforma, a tecedeira colocaba a urdime, tensa e suxeita a ambolosdous lados. Mediante dous pedais (premedeiras), elevaba e baixaba os fíos alternos, quedando cada vez unha abertura entre eles (a calada), a través da cal ía pasando transversalmente a lanzadeira coa canela de fío, que ía apretando co pente, con ritmo acompasado e monótono, logrando así a trama.
O tecido
Estes eran os 16 pasos de estricto cumprimento dos nosos antepasados de Parderrubias, na súa arela de procura-los indispensables panos ou lenzos ordinarios, para confeccionar despois as sabas, xergóns, toallas, chambras, mandiles, cirolas, camisóns, etc.) e tamén colchas, con mestura de liño e lá. E a eles estaban condenadas as familias, polo menos ata consegui-los novelos de fío para o tear. Calquera desleixo neste eido estaba considerado coma unha irresponsabilidade, que a sabiduría popular reprobou musicalizando o rechouchiar das anduriñas tralo retorno da súa invernación no outro hemisferio, e que todos cantabamos de pequenos:
Fun a mar e vin da mar,
té-la tea por fiar,
¿Qué fixeches, truaniña?
¿Qué fixeches? ¡Truanarrrrr!
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego.
La manufacturación del lino en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Parderrubias, tal como quedó constatado en el trabajo “Las tejedoras de Parderrubias”, publicado en este Blog (https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/09/e18-las-tejedoras-de-parderrubias-por-avelino-sierra-fernandez/), mantuvo en tiempos pasados una secular tradición textil. Esta Parroquia, ya en el año 1752, era la principal productora de lino de toda la municipalidad de A Merca, con una superficie cultivada de 110 ferrados (7 hectáreas), y la primera en manufacturación, con 32 tejedoras y otros tantos talleres. Pero en la década de los años cincuenta del pasado siglo, ante los avances tecnológicos de la Revolución Industrial, las últimas tejedoras que quedaban dejaron de ejercer esta actividad artesanal, hasta entonces tan común como esencial en la vida de nuestros ascendientes. En el recuerdo de cuantos entonces éramos púberes, quedan aún Ángela Fernández (Tía Ánxela da Carreira) y su hija María Grande; María Outumuro (María da Tía Antonia), al lado de la iglesia; Pepa Rodríguez (Pepa da Manadela); María Fernández y las hermanas Pepa y María Outumuro, en Barrio; y Sara González (Sara da Canella), en O Outeiro. De ellas, guardo en mi memoria imágenes, reseñas y comentarios acerca del procedimiento del cultivo y tratamiento del lino, que ahora me son de gran utilidad para este trabajo. Más recientemente, algunos herederos de las citadas tejedoras, que fueron testigos presenciales de sus labores, me aportaron pormenores para mí desconocidos. Toda esta información, contrastada y ampliada con la documentación disponible, ya referenciada en el trabajo de este Blog antes citado, y complementada con la muestra de los principales aperos utilizados en sus intrincadas tareas, nos permiten dar a conocer con gran fiabilidad los usos y costumbres del cultivo y manufactura del lino por nuestros antepasados de Parderrubias.
El proceso duraba todo el año. Hacían la siembra entre abril y mayo, recogiendo la cosecha entre julio y agosto. Durante los meses de otoño, realizaban una serie de faenas para transformar el lino bruto en finas estrigas, listas para hilar. Todo el invierno lo pasaban hilando, y entre abril y mayo, blanqueando el hilo, para comenzar a tejer en el telar entre junio y julio. Estas son las 16 fases que componían todo el proceso.
Siembra
Sembraban la linaza a voleo, en tierras de labradío preferentemente llanas, de regadío, bien abonadas, labradas y allanadas con grada o rastrillos. Procuraban sembrarlo espeso para que, creciendo fino, tuviera menos cáscara leñosa. La proporción de semilla acostumbraba ser de unos dos ferrados de linaza (28 litros) por cada ferrado de superficie (628,90 m2). Tras enterrar la semilla, surcaban la tierra con varios surcos por donde correría después el agua del riego. Una vez nacido, procuraban escardarlo de vez en cuando y regarlo con frecuencia. Las últimas plantaciones de lino en Parderrubias fueron las cultivadas por la Tía Ánxela en su Tapada de A Chousiña, en el margen izquierdo del río, regadas con sus aguas.
Siembra
Recogida
Entre julio y agosto, cuando el lino comenzaba a amarillear, lo arrancaban de raíz con las manos y con mucho cuidado, sacudiéndole la tierra contra los zuecos y poniéndolo en gavillas, para extraerle luego la semilla, o atarlas en haces con una verga para acarrearlo y realizar esta operación en casa. A menudo, solía ser un trabajo colectivo, gratuito y recíproco entre los vecinos.
Recogida
Ripa
Arrancado el lino, procedían a la ripa, operación que consistía en pasar los manojos de lino por los dientes del ripo para extraer el fruto con las semillas. Este era puesto al sol para que, abriéndose la cápsula (bagaña), soltara la semilla (linaza), que tras aventarla era reservada para la siembra del año siguiente o para remedios caseros que aliviaran las dolencias mediante mucílagos de cataplasmas y otras aplicaciones.
A ripa
Empozado
Esta acción consistía en sumergir los haces de lino en algún remanso de cualquiera de los ríos o regatos, o en alguna charca, durante 8-9 días, con el fin de que se desprendiera la fibra de la parte leñosa. Para evitar que los arrastrara la corriente río abajo, acostumbraban ponerle piedras encima.
Empozado
Secado
Sacados los haces del río, los exponían extendidos al sol en la era o en alguna explanada, procurando darle la vuelta de vez en cuando, hasta que se secaran completamente. Luego los ataban nuevamente y los llevaban a casa.
Secado
Mazado
Esta operación consistía en mazar bien cada manojo de lino para romperle la corteza (tasca) hasta separarla de la fibra interior. Para ello disponían cada puñado de lino sobre el mazadoiro (losa de piedra o tronco liso de madera), golpeándolo duramente con el mazo (tronco cilíndrico de madera). Con el paso del tiempo apareció la agramadera, que simplificaba un poco este trabajo, pero no nos consta su uso en Parderrubias.
Mazado
Espadado
Esta tarea tenía la finalidad de eliminar las cascarillas (tomentos, arestas o tascos) que quedaran sueltas después del mazado. Para conseguirlo, colocaban cada manojo de lino mazado sobre el filo del espadeleiro (tabla en forma de T invertida), para luego golpearla de refilón con la espadela (especie de machete de madera), hasta dejar la fibra limpia. Acostumbraba ser un trabajo femenino, colectivo, gratuito y recíproco, en reuniones de mujeres en un cobertizo o pajar durante la noche.
Espadado
Tascado
Para eliminar definitivamente cualquier cascarilla (tasco) restante, frotaban el lino contra el bisel del tascón, especie de espada de madera introducida verticalmente en el extremo de un banco. Este trabajo solía hacerse en la misma reunión del espadado. En las casas en las que se carecía de este apero, se frotaba manualmente el lino contra una piedra, de manera similar al lavado de la ropa.
Tascado
Asedado
Libre ya de la parte leñosa, la fibra necesitaba afinarse y volverse sedosa. Para ello la cardaban, pasando cada manojo varias veces por el restrelo (tabla horizontal con clavos verticales). Con este trabajo sacaban tres tipos de fibras, una gruesa (cabezos), otra mediana (estopa) y, finalmente, el lino fino. Con cada manojo asedado hacían una estriga, manela, cerro o rocada, porción lista para sujetar en la rueca y ser hilada. Las estrigas se guardaban en atados llamados afusales, de 36 unidades cada uno.
Asedado
Hilado
Esta era una fase que requería especial habilidad. La realizaban mediante dos instrumentos primitivos, pero singulares: la rueca y el huso. La primera podía tener forma variada, pero en general consistía en una vara de madera o caña de 80 o 90 centímetros de largo, con el extremo superior abultado (roquil) para sostener el copo de lino. El huso era un instrumento fusiforme de unos 28 centímetros, de madera torneada, con un extremo aguzado y en el otro, un contrapeso (fusaiola) o abultamiento (rodela, cagalla o tortera). Su función era la de girar sobre sí mismo, haciendo de lastre de las fibras sujetas en la hendidura o estría de la punta superior (osca), mientras se iban retorciendo con los giros, configurando así el hilo. Puesto el copo (cerro) en la rueca, apoyaban ésta en la cintura, con la parte superior en el antebrazo izquierdo, quedando así libre esta mano para ir extrayendo y dosificando la fibra. Con los dedos de la mano derecha, de manera habilidosa, impulsaban los giros del huso para retorcer el hilo. Éste, ya retorcido, lo iban envolviendo en el eje del huso, hasta lograr una husada (mazaroca), que extraían por la parte estrecha del huso, para trasladarla al sarillo.
Aunque cualquier descanso en casa, cuidado del ganado en el monte o espera en la molienda eran momentos aprovechados para hilar, solían hacerse reuniones llamadas fiadeiros, en las largas y frías noches de invierno, en un cobertizo, pajar o cuadra, al templado ambiente del calor de las vacas y al amparo de la lánguida luz de un candil. En estos fiadeiros, a ritmo de huso, se hablaba, se cantaba y se contaban historias, chismes, adivinanzas y cuentos. Los mozos no hilaban, pero acudían para participar en la juerga.
La utilización de la rueca y el huso era en Parderrubias un trabajo de género. El hilado era una tarea exclusiva de las mujeres, pues estaba considerado como una labor apropiada a las habilidades, mañas y disposición femeninas. Hilar con rueca y huso era, pues, una parte de los quehaceres que toda mujer tenía, por el mero hecho de ser mujer.
Una peculiar costumbre de las hilanderas era humedecer el hilo con saliva, a medida que lo iban estirando, con la finalidad de darle textura, labor que hacían mojando los dedos en la lengua o con la lengua directamente en el hilo. De ahí la copla:
Quen me dera se-lo liño
que vos na roca fiades.
Quen me dera tantos bicos
como vos ao liño dades.
No disponemos de referencia alguna sobre el número de hilanderas de lino en Parderrubias, pero considerando la cantidad de tejedoras constatadas en el artículo “Las tejedoras de Parderrubias” (https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/09/e18-las-tejedoras-de-parderrubias-por-avelino-sierra-fernandez/) parece lógico pensar que difícilmente hubiera casa donde no se hilase. Tampoco tenemos constancia de la utilización en Parderrubias del torno de hilar, en lugar del huso y la rueca, pero cabe tal posibilidad, por ser frecuente su empleo durante aquella época en zonas próximas.
Hilado
Enmadejado
El lino recién hilado tenía un color ceniciento que era necesario blanquear lo más posible. Para ello, no tenían otro remedio que transformar las mazarocas obtenidas en el huso en madejas (meadas), para después blanquearlas. Para esta función contaban con el sarillo, un apero de brazos en forma de X, que por medio del giro vertical de sus aspas iba desenredando las mazarocas y dándoles forma de madeja. Era ésta una faena propia de las mujeres.
Enmadejado
Blanqueo
El blanqueo era tal vez la labor más ingrata de todo el proceso. Aunque los métodos podían variar ligeramente, el más común era la colocación de las madejas (meadas) durante 3-4 días en una olla llena de una especie de lejía hirviendo. Se trataba de una mezcla de agua, tres platos grandes de ceniza de roble que hervía durante media hora. Después lavaban y secaban las madejas varias veces, y repetían el proceso, con sus respectivos lavados y secados, las veces que fuesen necesarias. Finalmente, extendían o colgaban las madejas durante 6-8 días, salpicándolas con agua de vez en cuando. Si no lograban la blancura deseada, comenzaban de nuevo la colada descrita. En algunas casas, le añadían huesos y ombligos de Venus (couselos) a la mezcla.
Blanqueo
Devanado
Esta actividad consistía en volver las madejas a ovillos, utilizando un apero llamado devanadera, un armazón de aspas horizontales con palos verticales que girando alrededor, según se tiraba del hilo, iba desenmarañando éste, mientras con las manos lo envolvían en ovillos. A menudo, las aspas eran sustituidas por los brazos de los hombres.
Devanado
Encanillado
Antes de comenzar con el telar era necesario preparar los hilos para la trama y la urdimbre, mediante las operaciones de encanillado y urdido. La primera de ellas consistía en preparar las canillas (cañas con hilo embobinado). Se conseguía por medio del caneleiro, aparato que variaba según las casas. La canilla se introducía luego dentro de la lanzadera del telar, una cajita ovalada de madera, que luego utilizaban durante el tejido.
Encanillado
Urdido
Esta función tenía la finalidad de preparar la urdimbre, es decir, disponer paralelamente los hilos que luego se montarían horizontalmente en el telar, para proceder a tejer el lienzo o paño correspondiente. Para ello, utilizaban la urdidera, que venía a ser como una devanadora grande, alrededor de la cual se iban sujetando las ristras de hilos, que después cortaban a medida del tejido deseado.
Urdido
Tejido
Era la última operación del largo proceso, y la más compleja y laboriosa de todas. Se desarrollaba en el telar, el aparato más complejo de todos los pertrechos. Consistía en una estructura artesanal de madera, de forma cúbica, con cuatro pies, que sostenía a un conjunto de diversas piezas. En la plataforma, la tejedora colocaba la urdimbre, tensa y sujeta a ambos lados. Mediante dos pedales (premedeiras) elevaba y bajaba los hilos alternos, quedando cada vez una abertura entre ellos (calada), a través de la cual iba pasando transversalmente la lanzadera con la canilla de hilo, que iba apretando con el peine (pente), con ritmo acompasado y monótono, logrando así la trama.
Tejido
Estos constituyen los 16 pasos de estricto cumplimiento de nuestros antepasados de Parderrubias, en su afán de lograr los indispensables paños o lienzos ordinarios, para confeccionar luego sábanas, jergones, toallas, camisolas, mandiles, calzones, camisones, etc., y también colchas con mezcla de lino y lana. Y a todo este largo proceso estanban «condenadas» las familias, al menos hasta conseguir los ovillos de hilo para el telar. Cualquier dejadez en este campo estaba considerada como una irresponsabilidad, que la sabiduría popular reprobó musicalizando el trino de las golondrinas tras el retorno de su invernación en el otro hemisferio, y que de pequeños cantábamos:
Es imposible comprender la sociedad de Parderrubias sin la agricultura. Todos nuestros antepasados se dedicaron de forma exclusiva, o parcialmente, a esta labor. Sin duda, un duro trabajo debido a las condiciones en las que se llevaba a cabo y a la falta de medios existentes. Se trata de una agricultura de pura subsistencia. Aunque en la actualidad todavía son muchos los vecinos que cultivan sus huertos, lamentablemente la mayoría de las tierras de cultivo de la Parroquia de Parderrubias se encuentran yermas.
En este artículo, Avelino Sierra Fernández presenta un gran trabajo de investigación sobre la agricultura del siglo XVIII en Parderrubias, cuyos hábitos y cultivos todavía recuerda nuestra generación.
Muchas gracias, Avelino, por documentar y transmitir a las generaciones venideras un duro trabajo que estuvo presente en nuestra Parroquia, generación tras generación, y que forma parte de nuestra idiosincrasia por el hecho de haber nacido en Parderrubias.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y justo a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.
Sobre a agricultura en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
A calidade de vida dos veciños de Parderrubias fai un cuarto de milenio, era moi precaria, debido a unhas condicións enmarcadas polo contexto histórico, político, económico e social no que lles tocou vivir. Carecían de electricidade (alumeábanse con velas de sebo), de auga corrente (ían a buscala á fonte coa ola), de saneamento (xurreiras superficiais de xurro, a falta de calquera sumidoiro), de lavadoiros (ían lavar ao Regueiriño), de estradas (agás unha verea de terra batida e camiños de ferradura), de medios de transporte e locomoción (agás o carro e o burro). O único edificio comunitario era a igrexa, e a única industria, dous muíños fariñeiros e dúas forxas. Non existía tenda, taberna nin abacería (carnicería), e o único comercio era unha feira no Campo da Merca o día 26 de cada mes. Non había unha soa Escola nin Mestre en toda a bisbarra, e un 98 % da poboación era analfabeta (tan só sabían ler, escribir e contar o Cura e o escribán do Xuíz). Tampouco existía Médico, Ciruxán ou Sangrador, nin Boticario nin Botica en toda a contorna. Pola contra, os tributos e gravames feudais e eclesiásticos (Foros, Dezmos, Primicias, Voto a Santiago, etc.) eran abafantes. A situación, sen chegar á miseria, era de grande illamento, atraso e empobrecemento. Por estas razóns, as familias estaban condenadas ao autoabastecemento e consecuentemente obrigadas a adicarse en corpo e alma á agricultura e gandería para poder subsistir. A labranza en Parderrubias era, xa que logo, un destino común para todo veciño, fora labrego, crego, artesán, home, muller ou neno. No ano 1752, só existían dez homes adicados parcialmente a traballos remunerados distintos da labranza (un Abade, un Arrieiro, un Carpinteiro, dous Ferreiros, un Muiñeiro, unha Forneira e tres Panadeiros de millo), aparte de 32 Tecedeiras, pero todos eles simultaneaban a súa ocupación, adicando a maior parte do tempo ás angueiras campesiñas. Tódolos demais eran exclusivamente labradores ou xornaleiros do campo
“… todos los demás vezinos y sus hijos de diez yocho años arriba a excepcion de los que sean de maior edad o estén ymposibilitados son Labradores y jornaleros de sus haciendas…” (C. Ensenada).
Nembargante, non todos contaban con predios de seu, xa que moitos deles non eran donos das leiras que traballaban, pois unha grande parte destas eran latifundios alugados polo Bispo de Ourense, Señor do Couto de Sobrado ao que pertencía Parderrubias, e outras eran terreos baldíos, ermos ou “a monte”, sendo escasos os alodios individuais. En cambio, abundaban os aparceiros, traballando terras e coidando gandos a medias.
O rendimento das colleitas era, ademais, moi baixo, debido á fragmentación minifundista das terras, á mínima calidade das sementes, á escaseza de esterco e á falta de regadío.
“…las heredades de rregadio por ser de charcos y arroios de Corto caudal que quando mas dura en año abundante de lluvias es hasta san Juan que esceptuadas estas las demas tierras todas son de secano…” (Op. Cit.).
A ilo había que engadirlle as rudimentarias técnicas e labores empregados, que apenas diferían dos introducidos polos romanos, tal como afirmaba Frei Martín Sarmiento no ano 1765: “… conservan inmemorial la agricultura que les enseñaron los romanos”. Así as cousas, difícilmente se lograban colleitas de gran que quintuplicaran a semente, e no caso dalgunhas, coma o liño, non pasaba da liñaza sementada:
“… el ferrado de tierra [628,86 m. cuadrados] produze de linaza los mismos dos ferrados [20,8 Kg.] que se le hechan…” (Op. Cit.).
Os cultivos estaban constituídos polos cereais (centeo, trigo, millo groso, millo miúdo e cebada), o liño, a vide, os legumes (fabas, garavanzos, cantudos ou pedróns e guisantes), as verduras e a froita. A pataca non formaba parte dos froitos, xa que o seu cultivo sistemático non se iniciaría ata ben entrada a segunda metade do século XVIII.
Moitas eran as tarefas e angueiras do campo, dende a preparación da terra para a sementeira, ata a colleita dos froitos. E moitos eran os aparellos usados e ferramentas utilizadas nelas. Resumindo, estes eran os principais:
1. Cavar, sachar, esterroar… valéndose de diferentes tipos de aixadas, legóns, sachos, picarañas, etc., segundo o labor e o lugar.
2. Arar, coas súas variantes de roturar, decruar, asucar, aricar, entravesar, etc., utilizando o arado de pau con rella de ferro, tirado por burros, mulas, vacas ou bois, xunguidos por xugos, cangas ou coleiras diferentes, segundo os animais.
3. Segar, gadañar, seiturar, rozar, podar, etc., utilizando para tales mesteres gadañas, coitelas, fouces, fouciños, foucegatas, podóns, tesoiras da poda, etc.
4. Mallar, traballo na eira para saca-lo gran de centeo, trigo ou cebada, da súa espiga e os legumes, das súas baíñas. Utilizábanse vasoiras, forquitas, angazos, mallos, cribos, etc.
6. Cazar. A caza era un medio de mantenza, pero tamén un xeito de eliminar aos depredadores. Utilizábanse garduñeiras, paxarelas, mureiras, ratoeiras, etc.
Tal variedade de ferramentas, forzosamente necesitaba de ferreiros que as forxaran e amañaran, pero os campesinos estaban neste eido ben servidos por “Juan Antonio Yglesia y Juan garrido de par de rrubias al jornal de cada uno trabajando al dia por su oficio [de herrero] quatro reales de Vellon” (Op. Cit.).
Partindo dos Dezmos satisfeitos á igrexa de Santa Olaia, polos fregueses da parroquia, podemos achegarnos á producción das especies cultivadas daquela en Parderrubias. Aínda coa natural reserva, por tratarse de deduccións, as contías expostas a continuación permítennos coñecer o predominio e a producción dos cultivos de maior arraigamento en Parderrubias fai unhos douscentos cincuenta anos.
O centeo
Era un cultivo de excelente adaptación aos cambios climáticos e á escasa calidade do solo. Un cereal, ademais, de moita utilidade, tanto polo gran panificable (pan negro), como polo colmo ou palla.
Unha gran parte cultivábase nos “vedros”, pequenas tenzas roturadas no monte comunal e sementadas para obter o chamado “pan de monte”, que máis adiante darían lugar ás searas ou cupos que resultaron de reparti-lo monte entre os veciños.
O seu cultivo requería arduas angueiras, que variaron pouco ao longo dos tempos. Tales eran a sementeira, no mes de outubro, coa correspondente esterca, decrúa, entravesa, agrada e asuca. Xa nacido, viña a arica co arado e a monda coa man, para quitarlle-las malas herbas. Pola festa de Santiago (xullo), tocaba face-la seitura, amontoando os móllos en brugueiros. Logo viña o carrexo e despois a malla para degrae-lo gran da espiga. Consistía esta, na xuntanza de varios homes arredor das gavelas de centeo extendidas na eira embostada, baténdoas acompasadamente cos seus mallos. Rematábase coa erga, endeita propia das mulleres, ventando o gran coas cribas para despois metelo na tulla.
A superficie cultivada era dunhos 625 ferrados ao ano (39,30 hectáreas), cunha producción total de 500 fanegas de gran, é dicir, 26 toneladas, sendo a terceira parroquia máis productiva da Merca, despois de A Mezquita e Proente, e igualada con Vilar de Paio Muñiz.
O trigo
Aínda que preferido ao centeo, pola mellor calidade do pan (pantrigo,pan de flor, pan branco, pan candeal), o seu cultivo era escaso pola falta de adaptación a un clima excesivamente húmido. Con todo, era a terceira parroquia productiva, con 225 ferrados de cultivo (14,14 hectáreas) e 180 fanegas de gran (9,3 toneladas), despois de Corvillón e Vilar de Paio Muñiz. Os labores do seu cultivo e procura eran semellantes aos do centeo. Consta tamén documentalmente que en 1752, “Pedro Yglesia hijo de Theresa gomez vezino de par de rrubias era arriero de Trigo” (Op. Cit.).
O millo
A chegada deste cereal, alá polo ano 1630, supuxo para Parderrubias un desafogo tanto na alimentación humana, coma dos animais. Da súa planta aproveitábase todo, a palla e o pendón para o gando, o cosco ou casulo para folello dos xergóns, e os carozos, como excelente combustible. Pero sobre todo a mazorca, que proporcionaba o gran para a facenda e a fariña coa que se cocía o pan de boroa. Algunhos costumes e tradicións da súa procura, como a sacha, as quendas de rega polo día e noite, a creba dos pendóns, as esfollas ou escasulas rematadas en festa, o almacenamento no canastro e as degrañas, perduraron ata tempos que os máis vellos da parroquia aínda lembran.
Parderrubias era a parroquia máis productiva de toda a municipalidade, cunha superficie cultivada de 812 ferrados (51 hectáreas) e un froito de 650 fanegas ao ano (42,7 toneladas), seguida de A Mezquita con 470 fanegas (31 toneladas) e Pereira de Montes, con 420 (27,6 toneladas). Parderrubias era tamén a primeira en producir millo miúdo (mijo), con 3.9 toneladas, pero este rematou totalmente suplantado polo millo gordo.
O grande consumo de pan de millo en Parderrubias, no ano 1752, está testemuñado tamén pola existencia de tres “Panaderos de Maiz: Ysidro Outumuro, Silvestre Outumuro y Rosalia das Casas vezinos de par derrubias”. Ademais, “Ybona de la Yglesia de par de Rubias tiene en su propia casa su orno y en el cuezen los mas de los Vezinos del Lugar” (Op. Cit.).
O viño
Parderrubias era daquela, a parroquia máis vitícola das terras da Merca, cunha producción de 160 moios ao ano (23.600 litros), seguida de Olás, con 18.300 litros. As videiras consistían en pequenos bacelos, xeralmente cerrados con valados en chousas, ou en parras altas nos patios, fachadas e arredores da casa. As extremas xeadas que queimaban os xermolos dos follatos e as pragas de fungos que hoxe coñecemos coma oidio e mildio, para as que daquela descoñecían os actuais tratamentos do xofre e sulfato de cobre, a escaseza de sol, os tipos de cepas, malas estercas, podas, rodrigas, etc., daban como resultado un viño matute, frouxo e acedo, que ademais, tal como acontecía cos chourizos, filloas ou caldo, era diferente en cada casa e picábase fácilmente coas primeiras calores do verán. Esta falta de calidade, quedou ratificada máis tarde nos Diccionarios de Sebastián Miñano (1826) e Pascual Madoz (1846), afirmando que “Parderrubiasproduce vino de inferior calidad”. O rendimento era tamén escaso, pois a superficie dunha cavadura de bacelo (medida equivalente a 436 metros cadrados) daba dez cuartas de viño (123 litros), sendo a viñeira de primeira calidade, 6 cuartas (74 litros) a de segunda, e 3 cuartas (37 litros) a de terceira.
“… cada Cavadura de Viña de primera calidad por la Uba que rinde dara a el año diez quartas de vino la de segunda calidad seis y la de tercera tres…” (Op. Cit.).
As castañas
Custa imaxinarse unha alimentación básica sen patacas no rural de fai 250 anos. A pataca, traída do altiplano peruano a España polas hostes de Pizarro, non se cultivou como alimento humano en Parderrubias ata ben entrada a segunda metade do século XVIII. Ante tal carencia, as castañas eran esenciais na alimentación dos nosos devanceiros, sendo consumidas crúas, cocidas (mamotas, zonchos) ou asadas (bullós), mentres estaban verdes; cocidas no caldo ou leite, despois de secas (pilongas), ao longo do ano. Así o confirmaba o Bispo de Ourense, Juan Muñoz de la Cueva (1717-1728):
“La castaña además de ser regalo, a tiempos es un alimento común que suele suplir para los labradores muchos meses de pan”.
Parderrubias era a terceira parroquia da Merca en producción de castañas, con 25 fanegas, despois de Corvillón e Olás. A toponimia deixounos constancia da súa abundancia cos nomes de Souto, Souto da Seara, Souto do Lagar, Souto da Cova e Soutiño. O máis extenso deles estaba na Vacariza:
“… en el [término] de Parderrubias ai otro [monte] de siete mil novecientos y veinte y ocho ferrados de los quales ciento y veinte y seis y medio son desoto…” (Op. Cit.).
A mecanización do campo, a concentración parcelaria, o cooperativismo e a industrialización do mercado acabaron coas penurias sufridas polo labrego tradicional de Parderrubias, redimíndoo das arduas angueiras e longas xeiras agrarias ás que estaba condenado. Lonxe quedan aqueles tempos antergos nos que os nosos devanceiros, traballando de sol a sol (mellor sería dicir de estrela a estrela), regaron de suor as toxeiras rozando estrume, os restroballos dos vedros seiturando centeo, ou as veigas sachando o millo. Imaxes evocadoras do esforzo e afouteza de tantas xeracións pasadas que contribuiron a conquerer o confort e benestar que Parderrubias goza no presente.
Valia esta lembranza como unha pequena homenaxe a todas elas, traendo á memoria colectiva tantos afáns, desvelos e inquidanzas intensamente vividos e agora testemuñados nesta escolma de aveños por elas utilizados e que forman parte dun patrimonio etnográfico vencellado á escravitude dun duro traballo que ao longo de séculos constituiu o seu único medio de subsistencia.
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego
Sobre la agricultura en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
La calidad de vida de los vecinos de Parderrubias hace un cuarto de milenio era muy precaria, debido a unas condiciones enmarcadas por el contexto histórico, político, económico y social en el que les tocó vivir. Carecían de electricidad (se alumbraban con velas de sebo), de agua corriente (iban a buscarla a la fuente con cántaros), de saneamiento (corrientes superficiales de purines a falta de alcantarillado), de lavaderos (iban lavar la ropa al río Regueiriño), de carreteras (excepto una vereda de tierra batida y caminos de herradura), de medios de transporte y locomoción (salvo el carro y el burro). El único edificio comunitario era la iglesia, y la única industria, dos molinos harineros y dos fraguas. No existía tienda, taberna ni abacería (carnicería) alguna, y el único comercio era una feria en el Campo de A Merca el día 26 de cada mes. No había una sola escuela ni Maestro en toda la comarca, y el 98% de la población era analfabeta (tan sólo sabían leer, escribir y contar el Cura y el Escribano del Juez). Tampoco existía Médico, Cirujano o Sangrador, ni Boticario ni botica en todo el contorno. Por el contrario, los tributos y gravámenes feudales y eclesiásticos (Fueros, Diezmos, Primicias, Voto a Santiago, etc.) eran asfixiantes. La situación, sin llegar a la miseria, era de gran aislamiento, atraso y empobrecimiento. Por estas razones, las familias estaban condenadas al autoabastecimiento y consecuentemente obligadas a dedicarse en cuerpo y alma a la agricultura y ganadería para poder subsistir. La labranza en Parderrubias era, de esta manera, un destino común para todo vecino, fuera labriego, clérigo, artesano, hombre, mujer o niño. En el año 1752, sólo existían diez hombres dedicados parcialmente a trabajos remunerados distintos de la labranza (un abad, un arriero, un carpintero, dos herreros, un molinero, una hornera y tres panaderos de maíz), aparte de 32 tejedoras, pero todos ellos simultaneaban su ocupación, dedicando la mayor parte del tiempo a los quehaceres campesinos. Todos los demás eran exclusivamente labradores o jornaleros del campo:
“… todos los demas vezinos y sus hijos de diez yocho años arriba a excepción de los que sean de maior edad o estén ymposibilitados son Labradores y jornaleros de sus haciendas” (C. Ensenada).
Sin embargo, no todos contaban con predios suyos, ya que muchos de ellos no eran dueños de las tierras que trabajaban, pues una gran parte de éstas eran latifundios arrendados por el Obispo de Ourense, Señor del Coto de Sobrado al que pertenecía Parderrubias, y otros eran terrenos baldíos, yermos o monte, siendo escasos los alodios individuales. En cambio, abundaban los aparceros, trabajando tierras y cuidando ganados a medias.
El rendimiento de las cosechas era, además, muy bajo, debido a la fragmentación minifundista de las tierras, la poca calidad de las semillas, la escasez de estiércol y la falta de regadío.
“…las heredades de rregadio por ser de charcos y arroios de Corto caudal que quando mas dura en año abundante de llubias es hasta san Juan que esceptuadas estas las demas tierras todas son de secano…” (Op. Cit.).
A ello había que añadirle las rudimentarias técnicas y labores empleadas, que apenas diferían de las introducidas por los romanos, tal como afirmaba Fray Martín Sarmiento en el año 1765: “…conservan inmemorial la agricultura que les enseñaron los romanos”. Así las cosas, difícilmente se lograban cosechas que quintuplicaran la semilla, y en el caso de algunas, como el lino, la linaza no pasaba de la que se había sembrado:
“…el ferrado de tierra [628,86 m. cuadrados] produze de linaza los mismos dos ferrrados [20,8 Kg.] que se le hechan…” (Op. Cit.).
Los cultivos estaban constituidos por cereales (centeno, trigo, maíz grueso, maíz menudo y cebada), lino, vid, legumbres (habas, garbanzos, cantudos o pedrones y guisantes), verduras y frutas. La patata no formaba parte de los frutos, ya que su cultivo sistemático no se iniciaría hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII.
Muchas eran las tareas y los trabajos del campo, desde la preparación de la tierra para la siembra, hasta la recolección de los frutos. Y muchos eran los aparejos usados y herramientas utilizadas. De manera resumida, estos eran los principales:
1) Cavar, sachar, desterronar… valiéndose de diferentes tipos de azadas, legones, sachos, rastros, etc., según las labores y los lugares.
2) Arar, con las variantes de roturar, barbechar, surcar, aricar, entravesar, etc., utilizando el arado de palo con reja de hierro, tirado por burros, mulas, vacas o bueyes, uncidos por diferentes yugos o colleras, según el tipo de animales.
3) Segar, guadañar, rozar, podar, etc., utilizando para tales menesteres guadañas, hoces de distintos tamaños y formas, podaderas, tijeras, etc.
4) Trillar, trabajo en la era para sacar el grano de centeno, trigo o cebada de su espiga, o las legumbres de sus vainas. Se utilizaban escobas de retamas, horcas, rastrillos, mayales y cribas.
6) Cazar. La caza era un medio de manutención, pero también una forma de eliminar a las alimañas. Se utilizaban diversas trampas de animales de monte, paxarelas, ratoneras, etc.
Tal variedad de herramientas, obligatoriamente necesitaba de herreros que las forjaran y arreglaran, pero los campesinos estaban en este aspecto bien servidos por “Juan Antonio Yglesia y Juan garrido de par de rrubias al jornal de cada uno travajando al dia por su oficio [de herrero] quatroreales de Vellon” (Op. Cit.).
Partiendo de los Diezmos satisfechos a la iglesia de Santa Eulalia, por los feligreses de la parroquia, podemos acercarnos a la producción de especies cultivadas en aquel entonces en Parderrubias. Aún con la natural reserva, por tratarse de deducciones, las cantidades expuestas a continuación nos permiten conocer el predominio y la producción de los cultivos de mayor arraigo en Parderrubias hace unos doscientos cincuenta años.
Centeno
Era un cultivo de excelente adaptación a los cambios climáticos y a la escasa calidad del suelo. Un cereal, además, de mucha utilidad, tanto por el grano panificable (pan negro), como por la paja.
Una gran parte de él se cultivaba en los vedros, pequeñas parcelas roturadas en el monte comunal y sembradas para obtener el denominado “pan de monte”, que más adelante darían lugar a las searas o cupos que resultaron de repartir el monte entre los vecinos.
Su cultivo requería arduas faenas, que variaron poco a lo largo de los tiempos. Tales eran la siembra, en el mes de octubre, con el correspondiente estercado, decruado, entravesado, gradado y asucado. Ya nacido, venía el aricado con el arado y el mondado con la mano, para quitarle las malas hierbas. Por la fiesta de Santiago (julio), se realizaba la siega, amontonando los haces o gavillas en hacinas. Luego venía el acarreo y después la trilla para desgranar el grano de la espiga. Consistía ésta en la colocación de varios hombres alrededor de las gavillas de centeno extendidas en la era emboñigada (embostada), batiéndolas acompasadamente con los mayales (mallos). Se terminaba con el aventado, tarea propia de las mujeres, que consistía en echar al aire el grano con las cribas, para separarlo de los restos de paja, almacenándolo luego en las arcas.
La superficie cultivada era de unos 625 ferrados al año (39,30 hectáreas), con una producción total de 500 fanegas de grano, es decir, 26 toneladas, siendo la tercera parroquia más productiva de A Merca, después de A Mezquita y Proente, e igualada con Vilar de Paio Muñiz.
Trigo
Aunque preferido al centeno, por la mejor calidad del pan (pantrigo, pan de flor, pan blanco, pan candeal), su cultivo era escaso por la falta de adaptación a un clima excesivamente húmedo. Con todo, era la tercera parroquia productiva, con 225 ferrados de cultivo (14,14 hectáreas) y 180 fanegas de grano (9,3 toneladas), después de Corvillón y Vilar de Paio Muñiz. Los trabajos del cultivo eran semejantes a los del centeno. Consta también documentalmente que en 1752, “Pedro Yglesia hijo de Theresa gomez vezino de par de rrubias era arriero de Trigo”.
Maíz
La llegada de este cereal, allá por el año 1630, supuso para Parderrubias un desahogo tanto en la alimentación humana, como de los animales. De su planta se aprovechaba todo, la paja y el pendón para el ganado, las vainas de la mazorca para rellenar los colchones y los zuros o raspas de las espigas desgranadas, como excelente combustible. Pero sobre todo la mazorca, que proporcionaba el grano para los animales y la harina con la que se hacía el pan de boroa. Algunas costumbres y tradiciones en su tratamiento, como la sacha, las tandas de riega día y noche, la recogida de pendones, las deshojas (escasullas) terminadas en fiesta, el almacenamiento en el hórreo y las desgranas, perduraron hasta tiempos en los que las personas mayores aún recuerdan.
Parderrubias era la parroquia más productiva de toda la municipalidad, con una superficie cultivada de 812 ferrados (51 hectáreas) y un fruto de 650 fanegas al año (42,7 toneladas), seguida de A Mezquita con 470 fanegas (31 toneladas) y Pereira de Montes con 420 (27,6 toneladas). Parderrubias era también la primera en producir mijo (maíz menudo), con 3,9 toneladas, pero éste terminó totalmente suplantado por el maíz grueso.
El gran consumo de pan de maíz en Parderrubias, en el año 1752, está testimoniado también por la existencia de tres “Panaderos de Maiz: Ysidro Outumuro, Sivestre Outumuro y Rosalia das Casas vezinos de par derrubias”. Además, “Ybona de la Yglesia de par de rrubias tiene en su propia casa su orno y en el cuezen los mas de los Vezinos del Lugar” (Op. Cit.).
Vino
Parderrubias era entonces, la parroquia más vitivinícola de todas las tierras de A Merca, con una producción de 160 moyos al año (23.600 litros), seguida de Olás, con 18.300. Los viñedos consistían en pequeñas viñas, generalmente valladas, o en parrales altos en los patios, fachadas y alrededores de casa. Las extremas heladas que quemaban los brotes de los sarmientos y las plagas de hongos que hoy conocemos como el oídium y el mildeu, para las que desconocían los actuales tratamientos de azufre y sulfato de cobre, la falta de sol y estiércol, los tipos de cepas, podas, rodrigas, etc. daban como resultado un vino flojo y ácido, que además, tal como acontecía con los chorizos, las filloas o el caldo, era diferente en cada casa, y se picaba fácilmente con los primeros calores del verano. Esta falta de calidad quedó ratificada más tarde en los Diccionarios de Sebastián Miñano (1826) y Pascual Madoz (1846), afirmando que “Parderrubias produce vino de inferior calidad”. El rendimiento era también escaso, pues la superficie de una cavadura de viña (medida equivalente a 436 metros cuadrados) producía diez cuartas de vino (123 litros), siendo el viñedo de primera calidad, 6 cuartas (74 litros) la de segunda, y 3 cuartas (37 litros) la de tercera.
“…cada cavadura de Viña de primera calidad por la Uba que rinde dara a el año diez quartas de vino la de segunda calidad seis y la de tercera tres…” (Op. Cit.).
Castañas
Cuesta imaginarse una alimentación básica sin patatas en el rural de hace 250 años. La patata, traída del altiplano peruano a España por las huestes de Pizarro, no se cultivó como alimento humano en Parderrubias hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII. Ante tal carencia, las castañas eran esenciales en la alimentación de nuestros antepasados, siendo consumidas crudas, cocidas (manotas, zonchos) o asadas (bullós), mientras estaban verdes; cocidas en el caldo o leche, después de secas (pilongas), a lo largo de todo el año. Así lo confirmaba el Obispo de Ourense, Juan Muñoz de la Cueva (1717-1728):
“La castaña además de ser regalo, a tiempos es un alimento común que suele suplir para los labradores muchos meses de pan”.
Parderrubias era la tercera parroquia de A Merca en producción de castañas, con 25 fanegas, después de Corvillón y Olás. La toponimia nos dejó constancia de su abundancia con los nombres de Souto, Souto da Seara, Souto do Lagar, Souto da Cova e Soutiño. El más extenso de ellos estaba en la Vacariza:
“…en el [término] de Parderrubias ai otro [monte] de siete mil novecientos y veinte y ocho ferrados de los quales ciento y veinte y seis y medio son desoto…”. (Op. Cit.)
La mecanización del campo, la concentración parcelaria, el cooperativismo y la industrialización del mercado acabaron con las penurias sufridas por el labriego tradicional de Parderrubias, redimiéndolo de las arduas labores y largas jornadas agrarias a las que estaba condenado. Lejos quedan aquellos tiempos en los que nuestros antepasados, trabajando de sol a sol (mejor sería decir de estrella a estrella), regaron de sudor los tojales rozando esquilmo, los rastrojos de los vedros segando centeno o las veigas sachando el maíz. Imágenes evocadoras del esfuerzo y tesón de tantas generaciones pasadas que contribuyeron a alcanzar el confort y bienestar que Parderrubias goza en el presente.
Valga este recuerdo como pequeño homenaje a todas esas generaciones, trayendo a la memoria colectiva tantos afanes, desvelos e inquietudes intensamente vividos y ahora testimoniados en esta pequeña selección de aperos por ellas utilizados y que forman parte de un patrimonio etnográfico vinculado a la esclavitud de un duro trabajo que a lo largo de siglos constituyó su único medio de subsistencia.
Nuestra generación fue la última que cumplió con el rito de “ir o muíño”, aunque bien es verdad que nuestro proceder en esta costumbre fue ya muy diferente al de nuestros antepasados. Nosotros fuimos testigos de los molinos eléctricos (yo recuerdo ir muchos viernes al de A Manchica ), pero no de los de río. El desarrollo socioeconómico del mundo rural gallego acabo extinguiendo esta tradición fundamental durante mucho tiempo en el sustento de nuestras familias y, con ello, el oficio de “muiñeiro”.
En este artículo, Avelino Sierra Fernández aborda de manera brillante la existencia de molinos (“muíños) de río en nuestra Parroquia, de los que hay documentación desde el siglo XVIII, pero que con total seguridad datan de la Edad Media, como en el resto de Galicia.
Gracias, Avelino, por actualizarnos y salvaguardar esta tradición arraigada, y desaparecida, en Parderrubias.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y justo a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo, a excepción de la rueda de molino, pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.
Os antigos muíños de Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Un minucioso estudo dos Dezmos sufragados á Igrexa no ano 1750, por cada unha das Freguesías que na actualidade conforman o Concello da Merca, autorízanos a afirmar que, naquela andaina, Parderrubias era a maior productora de cereais de tódalas parroquias, con 42,7 toneladas de gran de millo ao ano, 26 de centeo, 9,3 de trigo, 3,9 de millo miúdo (mijo) e 0,6 de orxo. A pesares de tan considerable abastecemento cerealístico, a industria fariñácea de que dispuña era, precaria e insuficiente, contando só con dous rudimentarios muíños hidráulicos. Nas terras do actual Concello da Merca, existían daquela 18 muíños. Todos moían con auga do río Arnoia ou dalgún afluente seu, agás os dous de Parderrubias que eran movidos pola auga do río da Boutureira, como nos confirma o Catastro de Ensenada:
“… y los otros dos [molinos] se hallan en par de rrubias… y muelen con agua del citado rrio da Boutureira”.
O río da Boutureira segue existindo na actualidade, sen que os veciños o lembren con ese topónimo, que ao noso parecer debería recuperarse. Trátase do que nace na Cabada do Lobo, pasa polo Portatrelle, Chousiña e Ponte do Couso. Despois da Chousiña, recibe ao Regueiriño e, pasando a Ponte, conflúe co da Labandeira que vén da Manchica, continuando curso a Loiro de Abaixo e Barbadás, para ir a desembocar no Barbaña.
Descoñecemos a etimoloxía da palabra Boutureira. Particularmente, ocúrresenos que ben puidera provir dos vocábulos “bouta” e “eira”.Bouta, chamábaselle á costra impermeable que se formaba con bosta de vaca disolta en auga para extender sobre a eira, co fin de endurece-lo chan no tempo da malla. Eira, era o nome do lugar onde se realizaban os labores da malla. É posible que o caudal do citado río adoitara levar disoltos ou flotando, sobre todo no estío, resíduos do citado excremento, non só pola bouta das eiras, senón tamén porque as mandas de vacas e rabaños de ovellas que bibían (e libraban) diariamente no río, indo, andando e vindo da Vacariza, eran numerosos. Segundo as Primicias pagadas no ano 1752 á Igrexa de Santa Olaia polos fregueses que tiñan xugada de bois ou vacas, sabemos que nese ano había en Parderrubias, cando menos, 128 reses. A Vacariza tiña unha extensión de 7.928 ferrados (preto de 500 hectáreas) de souto e monte “propio de los vezinos… y todos en Comun los aprovechan y estan Baldios y Comun abiertos para entrar y salir los Ganados de los Vezinos sin que aiga separacion que se utiliza del fruto y Pasto que produzen”.
Voltando aos muíños, sabemos que os dous pertencían ao Bispo de Ourense, daquela Frei Ramón Francisco Agustín de Eura, Prelado da diócese entre 1738 e 1763, que os traía alugados aos veciños, co resto das terras e casas, pois cabe recordar que Parderrubias pertencía ao Couto de Sobrado, feudo do debandito Bispo. Ambolosdous muíños eran atendidos polo muiñeiro “Bartholome Martínez Vecino de dho Lugar de par de rrubias”, estimándose que “cada uno dava de ganancia y producto al año cien rreales de Vellon”. Escaso rendimento, pero hai que considerar que tan só moían catro meses ao ano, por falta de caudal suficiente para move-lo rodicio, fóra do inverno.
“…muelen con agua del citado rrio da Boutureira solo la tercera parte del año por no estar en tambuena situazión…”.
Os dous muíños eran de rodicio horizontal, negreiros, é dicir, coa moa ordinaria para poder moer calquera tipo de gran (millo, centeo, trigo, orxo ou fabas). Os dous eran tamén maquieiros, que cobraban maquía (parte do gran á moer). A cantidade de fariña moída por cada un deles era igual á de calquera outro muíño da zona que tivera unha soa moa: dúas fanegas entre día e noite, ou sexa, unhos 130 Kg. de millo, ou 104 de centeo, cada 24 horas, moendo sen parar.
“… tiene una rueda de Piedra negra y muele entre dia y noche dos fanegas”.
Con toda probabilidade, estes dous muíños foron os precursores dos dous pertencentes á familia dos Venturas de Parderrubias, que as persoas maiores da Parroquia lembran no mesmo río, ocupando seguramente o mesmo sitio. Un deles, coñecido como Muíño Vello ou Muíño do Evaristo, estaba situado trala confluencia co río da Labandeira, a unhos trescentos pasos despois da Ponte do Couso. O outro estaba antes, no río Regueiriño, a escasos pasos da súa desembocadura no Boutureira, a medio camiño entre a Ponte do Couso e A Chousiña, e pertencía a Benigno Seara, veciño de Barrio, do que os seus herdeiros gardan aínda certas pezas. Os dous eran tamén “negreiros” e “maquieiros”, o primeiro con dúas moas de moer e o outro con unha. A construcción de ambolosdous era moi semellante. Esta consistía básicamente nunha humilde caseta con muros anchos feitos de pequenas lousas, lascas e cachotes asentados con barro, con teito dunha soa auga, tella do país e unha única porta. Estaban situados a escasa distancia do río e ligados a el por unha corta canle (lovada) que conducía a auga encorada nunha cativa presa (ceña). No soto, ou parte baixa (inferno), dispuñan dunha grande roda de madeira dun metro de diámetro aproximadamente (rodicio), por cada pedra de moer, con radios en forma de pá (penas), que coa forza da auga puñan o rodicio en movimento, imprimindo o xiro a un eixe vertical (beo) provocando, xa na parte superior do muíño, a rotación da pedra de moer (moa), á que estaba xunguido mediante unha peza de ferro (segorella). A moa era unha pedra circular de un metro de diámetro aproximadamente e unhos 25 centímetros de groso, cun ollal no medio por onde entraba o gran verquido pola moega (adella), sendo triturado co rozamento da moa contra outra pedra inferior fixa (pé), do mesmo diámetro que a moa, pero dun expesor moito maior. A fariña, co impulso da moa, saía despedida ao chan (tremiñado).
Roda do muíño
Consideramos que tan só dous muíños de río, moendo únicamente catro meses ao ano, eran insuficientes para toda a moenda dunha parroquia cunha poboación de 548 habitantes, como lle atribúe o Diccionario de Sebastián Miñano a Parderrubias no ano 1826, ou como mínimo de 234 almas, segundo lle outorga Pascual Madoz no 1846. Coidamos, polo tanto, que tal como sucedía nas parroquias veciñas de Pereira de Montes, Vilar de Paio Muñiz ou A Mezquita, que non contaban con río, e xa que logo tampouco con muíño hidráulico algún, debía obrigatoriamente valerse de muíños caseiros de man, consonte á información e descrición que nos proporciona o andarego bieito Frei Martín Sarmiento:
“…era común aquel género de molinos para sacar la harina del centeno… una pobre mujer movía circularmente la muela superior que, al menos, tenía el diámetro de un harnero (criba)”.
Os muíños hidráulicos referidos, foron no seu tempo parte esencial na vida dos nosos devanceiros de Parderrubias, pero logo, foron abandonados e paseniñamente fóronse esmorecendo ata ser derruídos e desaparecer, porque a modernidade relevounos polos muíños do Baldovino, que comezaron a funcionar na Manchica (Parderrubias) co mesmo vapor do serradoiro, xa antes de chega-la electricidade, seguíndo despois con eles “O Benito”, á par cos dos irmáns Garrido (Os Escultores). Pero tamén estes remataron desaparecendo máis tarde, porque xa non eran ncesarios. Agora, xa non se precisa cargar co saco de gran ao lombo ou no burro, anda-lo camiño cheo de lama ata o muíño, bota-lo gran na moega, agarda-la moenda, a veces toda a noite, mete-la fariña no costal e voltar á casa para amasala na artesa, busca-lo fermento onda algún veciño que o tivera, pedi-lo forno, quentalo con leña e coce-lo pan. E todo para poder levar á boca unhas rebandas de boroa, cando agora pasa o panadeiro a diario pola porta con “pantrigo” quentiño. Claro que, se non fora así, coas ansias, présas e impaciencias con que vivimos hoxe, tampouco teriamos vagar sequera de porlle o cabeceiro ao burro.
Pertrechos do muíño
Escribindo estas liñas, pecho os ollos un cantiño e o maxín lévame ao muíño vello do Evaristo que eu vira de neno, coaquela atronadora caída de auga no inferno, obrigando ao rodicio a dar voltas coma un tolo. Coaquela indeleble escuridade que apenas deixaba albiscar a adella do gran, tremeleando co vaivén do tarangaño, e as moas ciscando a fariña polo tremiñado. Coaquelas inxénitas teas de araña, embranquecidas e domeadas polo po da fariña, pendurando das tellas e paredes. E imaxino a tanta xentiña de Barrio, do Outeiro, da Iglesia e de Nigueiroá indo e vindo a pé ou a cabalo do burro, co saco medio cheo ou medio vacío, e a tantas xeracións de nenos e anciáns migando bica no caldo, á carón da lareira, en tempos de subsistencia. Abro os ollos e penso que, por algo o benquerido amigo de sempre, o José do Benigno de Barrio, conserva aínda con tanto agarimo, no seu museo doméstico, os restos daquel muíño que o seu pai tiña no Regueiriño, e que tantas necesidades remediou naquela andaina de pan duro e viño acedo.
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego.
Los antiguos molinos de Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Un minucioso estudio de los Diezmos sufragados a la Iglesia en el año 1750, por cada una de las Feligresías que en la actualidad conforman el Concello de A Merca, nos autoriza a afirmar que, en aquella época, Parderrubias era la mayor productora de cereales de todas las parroquias, con 42,7 toneladas de grano de maíz al año, 26 de centeno, 9,3 de trigo, 3,9 de maíz menudo (mijo) y 0,6 de cebada. A pesar de tan considerable abastecimiento de cereales, la industria harinera de que disponía era, precaria e insuficiente, contando sólo con dos rudimentarios molinos hidráulicos. En las tierras del actual Concello de A Merca, existían entonces 18 molinos. Todos molían con agua del río Arnoia o de algún afluente suyo, excepto los dos de Parderrubias que eran movidos con agua del río Boutureira, como nos confirma el Catastro de Ensenada:
“… y los otros dos [molinos] se hallan en par de rrubias… y muelen con agua del citado rrio Boutureira”.
El río Boutureira sigue existiendo en la actualidad, sin que los vecinos lo recuerden con este topónimo, que a nuestro parecer debería recuperarse. Se trata del que nace en Cabada do Lobo, pasa por Portatrelle, A Chousiña y A Ponte do Couso. Después de A Chousiña, recibe al Regueiriño y, pasando A Ponte, confluye con el de A Labandeira que viene de A Manchica, continuando curso a Loiro de Abaixo y Barbadás, para ir a desembocar en el Barbaña.
Desconocemos la etimología de la palabra Boutureira. Particularmente, se nos ocurre que bien pudiera provenir de los vocablos “bouta” e “eira”. Con el nombre de bouta se conocía la costra impermeable que se formaba con excrementos de vaca disueltos en agua para extender sobre la era, a fin de endurecer el suelo en los tiempos de la trilla. Eira, significa era, lugar donde precisamente se realizaban las labores de la trilla para separar el grano de la paja. Es posible que el caudal del citado río acostumbrara llevar disueltos o flotando, sobre todo durante el estío, residuos del citado excremento, no sólo por la bouta de las eiras, sino también porque las manadas de vacas y rebaños de ovejas que bebían (y libraban) diariamente en el río, yendo, estando y regresando del monte de la Vacariza, eran numerosos. Según las Primicias pagadas en el año 1752 a la Iglesia de Santa Eulalia por los feligreses que poseían yunta de bueyes o vacas, sabemos que en aquel año había en Parderrubias, cuando menos, 128 reses. La Vacariza tenía una extensión de 7.928 ferrados (cerca de 500 hectáreas) de sotomonte “propio de los vecinos… y todos en Común los aprovechan y están Baldios y Comun abiertos para entrar y salir los Ganados de los Vezinos sin que aiga separación que se utiliza del fruto y Pasto que producen”.
Volviendo a los molinos, sabemos que los dos pertenecían al Obispo de Ourense, entonces Fray Ramón Francisco Agustín de Eura, Prelado de la diócesis entre 1738 y 1763, que los traía arrendados a los vecinos, con el resto de las tierras y casas, pues cabe recordar que Parderrubias pertenecía al Coto de Sobrado, feudo de dicho Obispo. Ambos molinos eran atendidos por el molinero “Bartholome Martinez Vecino de dho Lugar de par de rrubias”, estimándose que “cada uno dava de ganancia y producto al año cien reales de Vellon”. Escaso rendimiento, pero hay que considerar que tan sólo molían cuatro meses al año, por falta de caudal suficiente para mover el rodicio, fuera del invierno.
“… muele con agua del citado rrio da Boutureira solo la tercera parte del año por no estar en tambuena situazión…”.
Los dos molinos eran de rodicio horizontal, “negreiros”, es decir, con muela (moa) ordinaria para poder moler cualquier tipo de grano (maíz, centeno, trigo, cebada o habas). Los dos eran también “maquieiros”, que cobraban maquila (porción del grano a moler). La cantidad de harina molida por cada uno de ellos era igual a la de cualquier otro molino de la zona que tuviera una sola muela: dos fanegas entre día y noche, es decir, unos 130 kg. de maíz, o 104 de centeno, cada 24 horas, moliendo sin parar.
“… tiene una rueda de Piedra negra y muele entre día y noche dos fanegas”.
Con toda probabilidad, estos dos molinos fueron los precursores de los dos pertenecientes a la familia de Os Venturas de Parderrubias, que las personas mayores de la Parroquia recuerdan en el mismo río, ocupando seguramente el mismo sitio. Uno de ellos, conocido como Muíño Vello o Muíño do Evaristo, estaba situado tras la confluencia con el río de la Labandeira, a unos trescientos pasos después de APonte do Couso. El otro estaba antes, en el río Regueiriño, a escasos pasos de su desembocadura en el Boutureira, a medio camino entre APonte do Couso y A Chousiña, y pertenecía a Benigno Seara, vecino de Barrio, del que sus herederos guardan aún algunas piezas. Los dos eran también “negreiros” y “maquieiros”, el primero con dos muelas de moler y el otro con una. Ambos eran de semejante construcción. Esta consistía básicamente en una humilde caseta con anchos muros hechos de pequeñas losas, lascas y cascotes asentados con barro, con techo de una sola agua, de teja del país y una única puerta. Estaban situados a escasa distancia del río y a él ligados por una corta acequia (lovada) que conducía el agua embalsada en una pequeña presa (ceña). En el sótano (inferno), disponían de una gran rueda de madera de un metro de diámetro aproximadamente (rodicio, rodezno), por cada muela, con radios en forma de pala (penas), que con la fuerza del agua ponían al rodicio en movimiento, imprimiendo el giro a un eje vertical (beo) provocando, ya en la parte superior del molino, la rotación de la piedra de moler (muela), a la que estaba unido mediante una pieza de hierro (segorella). La muela era una piedra circular de un metro de diámetro aproximadamente y unos 25 centímetros de grueso, con un ojo en el centro por donde entraba el grano vertido por la tolva, siendo triturado con el rozamiento de la muela contra otra piedra inferior fija (pie), del mismo diámetro que la muela, pero de un espesor mucho mayor. La harina, con el impulso de la muela, salía despedida al suelo (tremiñado).
Rueda de molino
Consideramos que tan sólo dos molinos de río, moliendo únicamente cuatro meses al año, eran insuficientes para toda la molienda de una parroquia con una población de 548 habitantes, como le atribuye el Diccionario de Sebastián Miñano a Parderrubias en el año 1826, o como mínimo de 234 almas, según le otorga Pascual Madoz en 1846. Pensamos, por lo tanto, que tal como sucedía en las parroquias vecinas de Pereira de Montes, Vilar de Payo Muñiz o A Mezquita, que no contaban con río, y por lo tanto tampoco con molino hidráulico alguno, debía obligatoriamente valerse de molinos caseros de mano, tal como nos informa y describe el andariego benedictino Fray Martín Sarmiento:
“… era común aquel género de molinos para sacar la harina del centeno… una pobre mujer movía circularmente la muela superior que, al menos tenía el diámetro de un harnero (criba)”.
Los molinos hidráulicos referidos fueron en su tiempo parte esencial en la vida de nuestros antepasados de Parderrubias, pero luego, fueron abandonados y poco a poco se fueron desmoronando hasta desaparecer, porque la modernidad los relevó por los molinos de Baldovino, que comenzaron a funcionar en A Manchica (Parderrubias) con el mismo vapor del aserradero, ya antes de llegar la electricidad, siguiendo después con ellos “O Benito”, a la par con los de los hermanos Garrido (Os Escultores). Pero también estos terminaron despareciendo más tarde, porque ya no eran necesarios. Ahora ya no se precisa cargar con el saco de grano a cuestas o en el burro, andar el camino lleno de barro hasta el molino, vaciar el grano en la tolva, esperar la molienda, a veces toda la noche, meter la harina en el costal y regresar a casa para amasarla en la artesa, buscar la levadura junto a algún vecino que la tuviera, pedir el horno, calentarlo con leña y cocer el pan. Y todo para poder llevar a la boca unas rebanadas de boroa, cuando ahora pasa el panadero todos los días por la puerta con “pantrigo” caliente. Claro que si no fuera así, con las ansias, prisas e impaciencias con que vivimos hoy, siquiera tendríamos tiempo de ponerle el cabezal al burro.
Pertrechos de un molino
Escribiendo estas líneas, cierro un momento los ojos y la imaginación me lleva al “Muíño Vello do Evaristo” que yo viera siendo niño, con aquella atronadora caída de agua en el “inferno”, obligando al “rodicio” a dar vueltas como un loco. Con aquella indeleble oscuridad que apenas dejaba vislumbrar la tolva del grano oscilando con el vaivén del “tarangaño”. Con aquellas ingénitas telarañas emblanquecidas y arqueadas por el polvo de la harina, colgando de las tejas y las paredes. E imagino a tanta gente de Barrio, de O Outeiro, de A Iglesia y de Nigueiroá yendo y viniendo a pie o en burro, con el costal medio lleno o medio vacío, y a tantas generaciones de niños y ancianos migando bica en el caldo, arrimados a la lumbre, en tiempos de subsistencia. Abro los ojos y pienso que, por algo el bienquerido amigo de siempre, “o José do Benigno de Barrio”, conserva aún con tanta estima, en su museo doméstico, los restos de aquel molino que su padre tenía en el Regueiriño, y que tantas necesidades remedió en aquella época de pan duro y vino ácido.
Uno de los objetivos que nos hemos planteado con este Blog es el de preservar las costumbres y los conocimientos de nuestros antepasados en Parderrubias, y difundirlos entre las actuales y futuras generaciones. Fruto del desarrollo de cualquier sociedad, un gran número de hábitos, prácticas y tareas típicas en nuestro pueblo dejaron de realizarse, existiendo un riesgo real de que se pierdan y olviden en el túnel del tiempo. Este artículo, elaborado por Avelino Sierra Fernández, cumple fielmente con este objetivo, describiéndonos de forma clara las unidades de medida que tradicionalmente empleaban en el pasado nuestros vecinos. Probablemente nuestra generación sea la última que haya sido testigo del uso de la “tega”, la “fanega” o los “copelos”, por ejemplo; otras medidas ya se habían perdido con anterioridad. Sirva por tanto este documento para salvaguardarlas.
Gracias, Avelino, por contribuir a la preservación de nuestra cultura.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y justo a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.
Unidades de medida tradicionais en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
No ano 1849, España aceptou oficialmente o Sistema Métrico Decimal, implantándose definitivamente no 1880. Ata esta última data, e incluso ata moitos lustros despois, as unidades utilizadas para medir magnitudes de lonxitude, superficie agraria, capacidade e peso, eran diversas e variables en cada territorio. As utilizadas en Parderrubias nas vendas, mercas e trocos de mercadurías, eran arcaicas, confusas, imprecisas e variables. Cambiantes coas bisbarras lindantes, e mesmo dunha Freguesía á outra, con diferentes valores e tratamentos, podían prestarse a manipulacións dos compradores e vendedores, sendo a veces motivo de desavinzas entre eles, nas transaccións dun mercado primitivo e rudimentario. Dentro dunha mesma magnitude, había un sistema de medida para cada cousa, e así, a distancia entre Parroquias medíana en leguas, o longo ou ancho dunha leira en pasos, o dun lenzo de liño en varas, o dunha mesa en cuartas e o dunha sepultura en pés. Noutros casos, unha mesma unidade, como sucedía coa fanega, tega ou ferrado, valía tanto para medi-lo volume dos grans, coma a superficie das terras. Algunhas medidas, como a dos cereais, podían ser acuguladas (con cogulo) ou pasándolle o rebolo, segundo costumes. Outras dependían do individuo que as aplicara, pois o paso, pé ou palmo non tiñan a mesma lonxitude en tódalas persoas. Estas disparidades víñanse mantendo dende remotos tempos, a pesares das reiteradas pragmáticas reais tentando dotar a todo o Reino dunha estructura homoxénea de medidas. Nin que dicir tén, que tales tentativas fracasaron de cheo, subsistindo o problema de forma indefinida ata máis alá da chegada do Sistema Métrico Decimal. En Parderrubias, a entrada en vigor deste novo sistema non impediu que as antigas unidades seguiran vixentes durante décadas, quedando aínda rastros dalgunhas delas na actualidade, como é o caso do copelo. A súa definición era tan ambigua, que nos dificultou determinar con precisión matemática as súas equivalencias coas unidades de uso actual, dado que os seus valores tampouco foron inmutables ao longo dos anos, incluso dentro da propia Parroquia. Estas eran as comúnmente usadas polos nosos antepasados de Parderrubias, coas súas correspondentes paridades.
Unidades de lonxitude
Vara. Aínda que variaba segundo os territorios, en Parderrubias utilizábase a vara castelá, unha regra ou listón de madeira equivalente a 3 pés ou a 0,835905 metros do actual sistema.
Pé. Era a 1/3 da vara, é dicir, 0,2786 metros.
Legua. Unha legua estaba considerada como a distancia que unha persoa adulta andaba a pé nunha hora. Aínda que era relativa e variante, estímase que equivalía a 5,50 kilómetros.
O uso destas medidas en Parderrubias, consta nos interrogatorios celebrados o 16 de outubro de 1752 no Couto de Sobrado do Bispo (Catastro de Ensenada), ao que pertencía a Parroquia de Santa Olaia.
“…todos los vecinos que tienen yugada y carro le hacen un dia de acarreo a dha dignidad [Bispo] de una o dos leguas de distancia…”.
“…cada ferrado de tierra en quadro tiene treinta varas castellanas…”.
Aparte da vara, pé e legua, ordinariamente utilizábase tamén o paso, o cóbado (2/3 de vara), e acuarta ou palmo (1/4 de vara).
Unidades de superficie agraria
Fanega. Utilizada para grandes extensións, como eran os montes e chairas, equivalía a cinco ferrados ou tegas. En metros cadrados, serían 3.144,30.
Tega ou ferrado. Consistía nun cadrado de terra de 30 x 30 varas, o que equivalía a 628,86 metros cadrados.
Cuarto/a. Era 1/6 da tega, é dicir, 104,81 metros cadrados. Dito doutro xeito, unha tegaou ferrado tiña seis cuartos.
Copelo. Era 1/5 do cuarto ou 1/30 da tega ou ferrado, é dicir 20,96 metros cadrados. Un cuartotiña, xa que logo, cinco copelos, e unha tega ou ferrado, trinta.
Así consta documentalmente o uso destas medidas en Parderrubias:
“… la medida de que se usa es la de ferrado o tega que es lo mismo uno que otra cinco hazen una hanega cada ferrado tiene seis quartos y cada quarto cinco copelos…”.
Para os bacelos e parras, en vez do ferrado utilizábase a cavadura. A diferencia estaba en que esta medía 192,15 metros cadrados menos que aquela, é dicir, 436,71 metros cadrados, e tiña só catro cuartos (en vez de seis) de 109,17 metros cadrados cada un.
“… que cada cavadura de Viña o Parral que es la medida porque se entiende en quadro tiene veinte y cinco Varas lo qual se divide en quatro quartos…”. Op. Cit.
Unidades para medi-lo viño
Moio. Era unha medida nominal ou de conta, que carecía de recipiente pola súa elevada capacidade, pero que servía para coñece-lo volume das cubas e bocois, ou para cuantifica-las colleitas e transacións. O seu volume variaba, segundo as parroquias, e ímolos citar para constancia da versatilidade antes apuntada. En Parderrubias, Pereira de Montes e Mezquita, tiña a maior capacidade de toda a contorna, equivalendo a 147,60 litros do actual sistema; en Proente, Faramontaos, Entrambosríos e Forxas das Viñas, 139,40 litros; en Olás e Corvillón, 131,20 litros; en Vilar de Paio Muñiz, 123 litros. Nas tres primeiras Freguesías, o moiodividíase en 12 cuartas, de 24 cuartillos dos de entón (cuartillo= 0,5125 litros). No resto das Freguesías, o moio dividíase en 10 cuartas ou 8 olas, así que a ola de Proente, Faramontaos, Entrambosríos e Forxas das Viñas equivalía a 17,40 litros; a de Olás e Corvillón, a 16,40 litros; e a de Vilar, a 15,30 litros. En Parderrubias e Pereira de Montes, tamén se usaba o canado, que era a cuarta parte do moio, con 36,90 litros. Así se refiría a documentación citada ás medidas do viño en Parderrubias:
“… en el Vino la medida regular es la de moio el qual tiene doce quartos y cada quarto veinte y quatro quartillos que quatro canados componen un Moio”.
Olas
Unidades para medi-los grans
Tega ou Era unha caixa trapezoidal de madeira, cunha asa nun lado e o outro inclinado, para facilita-lo volcado do gran nos sacos. Soía ir acompañado dun rebolo para rasalo, se fora mester. Con esto, medíanse tódolos cereais, legumes, liñaza (semente de liño) e castañas. Era, quizabes, a medida máis variable de todas, polo tamaño da caixa, a diversidade de grans e sementes a medir e maila maneira de proceder con cogulo ou conrebolo. Por estas razóns, e porque os froitos podían estar máis ou menos verdes e secos, e as colleitas ser de máis ou menos calidade, a súa equivalencia en litros ou en quilos é sempre algo relativa. Con todo, unha tega ou ferrado de trigo ou centeo en Parderrubias, equivalía moi aproximadamente a 13,88 litros (10,41 kg.), porque era costume pasarlle o rebolo,rasando o gran a rentes do borde. Sendo de millo, legumes e castañas, equivalía a 18,79 litros (15,15 kg.), por tratarse sempre de tega acugulada ao máximo.
“… de todas las espezies de frutos la medida es colmada que llaman con cogulo excepto en el Centeno y trigo que es arasada”.
Cuarta/o. Era 1/6 da tega ou ferrado, é dicir, que unha tega tiña seis cuartos/as de 2,31 litros, con un peso de 1,73 kg., sendo trigo ou centeo.
Equivalía a cinco tegas ou ferrados, é dicir, 69,40 litros de centeo ou trigo (52,05 kg.), e 93,95 litros, sendo millo, legumes ou castañas. Era unha medida meramente teórica, porque non existía presexa para ela, pero valía para sabe-la abundancia das colleitas ou a capacidade das arcas e tullas, entre outras cousas. Así consta documentalmente a súa utilización:
“…el Abad y cura de par de rrubias que lo es don Juan perez percive de trigo diez y ochoanegas… de mijo maiz sesenta y cinco fanegas…de cevada seis ferrados..”.
“… en el partido de par derrubias… la primicia la percive la fabrica de la iglesia… y por ella paga cada vezino que tiene yugada quinze quartos por mitad mijo menudo y Centeno”.
Tegas (ferrados)
Unidades de peso
A magnitude de peso en Parderrubias era de uso infrecuente. Aparte dos cereais, legumes e castañas, que se medían coa tega ou ferrado, os restantes froitos trocábanse, vendíanse e mercábanse por pezas, restras, ducias, centos, cestas, tazas, etc. Existía, non obstante, aromana, co seu brazo graduado en arrobas ou libras, pero de uso moi restrinxido, como podía ser no caso da carne.
Equivalía a 11,339 kg. do actual sistema, e estaba dividida en 25
Equivalía a 0,453 kg.
Cuarterón. Era 1/3 da libra, ou sexa, 0,113 kg.
Tiña catro arrobas, é dicir, 45,356 kg.
Romanas
A medida do tempo
O tempo era para os nosos devanceiros, calmoso, continuo e prolongado, vivindo con absoluta indiferencia á precisión cronolóxica, da que actualmente somos escravos. Ata o século XIX, naide tivo medios persoais para coñece-la hora. E seguro que en Parderrubias tampouco naide disporía deles, cando menos, ata principios do seguinte. Para os nosos paisanos antepasados, o tempo era natural, con dous únicos referentes: o Sol e as campás da igrexa, amoldando o día a estas dúas referencias. Co abrente, tralo canto do galo, comezaba o día, e co solpor, remataba, pois non existían medios, máis alá da vela de sebo ou cera e do candil de graxa, para prolongalo artificialmente. A noite era sinónimo de acougo, escuridade, tebras e perigos. A xeira de traballo estaba guiada a diario polos dous únicos reloxos existentes na Freguesía: o Sol (cando o día non estaba anubrado) e as campás da igrexa de santa Olaia. Estas, mediante os toques de Angelus ao amencer, mediodía e solpor, e o de Ánimas á noitiña, anunciaban as horas máis importantes do día, marcando o ritmo dos labores do campo. O toque de Angelus consistía en tres badaladas de tres golpes de badalo cada unha, seguidas dunha pausa e nove golpes máis lixeiros a continuación. O primeiro toque do día, chamado Alba ou Angelus da aurora, viña sendo ás seis da mañá, hora de comeza-la actividade. Á mediodía, Angelus propiamente dito, hora do xantar. Ás seis da tarde, toque de Oración, hora de abandona-los labores do campo. Na hora final do serán (ás 9 no inverno ou ás 10 no verán), producíase o derradeiro toque do día, o de Ánimas,cinco campanadas dobres e pausadas, alternando a campá grande coa pequena, que convidaban a rezar polas Benditas Ánimas do Purgatorio. O Angelus de mediodía e o toque deOración producían escenas de grande tenrura. Á hora de soa-las campás, todos suspendían os seus traballos, estiveran onde fora, descubrían a cabeza respectuosamente e rezaban o Angelusou Ave María, en memoria da Anunciación e o Misterio da Encarnación.
Existían, nembargante, algún que outro reloxo ou cuadrante solar fixo, como era o caso dun, nunha solaina do Alcouzo, e outro na cara meridional da igrexa, que aínda perdura. Tales enxeños consistían nunha pedra plana e lisa orientada ao sur que, mediante un gnomon ou estilo no centro, proxectaba sombra sobre unha escala numerada no perímetro, indicando a posición solar. Dependendo do Sol e estando fixos e distantes, estes reloxos, aparte de imprecisos, non eran prácticos nin efectivos.
Reloxo solar na igrexa parroquial de Santa Olaia
A semana era para os veciños, un espazo de días iguais e rutinarios entre unha misa dominical e a seguinte. O marco temporal do ano era alleo a calquera almanaque, estando normalmente vencellado aos ritmos naturais, ás prácticas relixiosas e ás actividades agrícolas. Así, calquera acontecemento datábase nas súas efemérides: polo San Martiño, polo San Xoan, no inverno, na Coresma, pola sega, pola vendima…
Outra unidades
A nivel caseiro, soían utilizarse outras medidas coma a cuartilla, canada, cunca, xerra, cesto, balde, etc., pero non eran convencionais.
Lonxe quedaban aínda o cronómetro, o GPS, o angström ou o nanosegundo, pero tamén os escusaban.
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego
Unidades de medida tradicionales en Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
En el año 1849, España acepta oficialmente el Sistema Métrico Decimal, implantándose definitivamente en 1880. Hasta esta fecha, e incluso muchos lustros después, las unidades empleadas para medir magnitudes de longitud, superficie agraria, capacidad de peso eran diversas y variables en cada territorio. Las empleadas en Parderrubias en las compra-ventas y cambios de mercancías eran arcaicas, confusas, imprecisas y variables. Eran distintas entre comarcas limítrofes e incluso de una Parroquia a otra, con diferentes valores y tratamientos, lo cual prestaba a las manipulaciones de los compradores y de los vendedores, constituyendo en ocasiones motivo de desavenencias en las transacciones de un mercado primitivo y rudimentario. Dentro de una misma magnitud existía un sistema de medida para cada elemento y así, por ejemplo, la distancia entre Parroquias se medía en leguas, el largo o el ancho de una tierra labrada en pasos, el de un lienzo de lino en varas, el de una mesa en cuartas y el de una sepultura en pies. En otros casos, una misma unidad, como por ejemplo ocurría con la fanega, “tega” o ferrado, era válida tanto para medir el volumen de grano como la superficie de las tierras. Algunas medidas, como las de los cereales, podían ser colmadas (“acuguladas”) o se le pasaba el “rebolo” (cilindro con el que se rasa o mide el grano), según la costumbre. Otras dependían de la persona que las aplicara, pues el paso, el pie o la cuarta (palmo) no tenían la misma longitud en todas las personas. Esta disparidad se venía manteniendo desde tiempos remotos, a pesar de las reiteradas pragmáticas reales tratando de dotar a todo el Reino de una estructura homogénea de medidas. Ni que decir tiene que tales tentativas fracasaron completamente, subsistiendo el problema de manera indefinida hasta más allá de la llegada del Sistema Métrico Decimal. En Parderrubias, la entrada en vigor de este nuevo sistema no impidió que las antiguas medidas siguieran vigentes durante décadas, quedando aún los vestigios de alguna de ellas en la actualidad, como es el caso del “copelo”. La definición de estas medidas era tan ambigua que nos dificultó determinar con precisión matemática sus equivalencias con las unidades de uso actual, dado que sus valores tampoco fueron inmutables con el paso del tiempo, incluso dentro de la propia Parroquia. Estas eran las medidas más habituales empleadas por nuestros antepasados en Parderrubias, con sus correspondientes paridades.
Unidades de longitud
Vara. Variaba dependiendo de los territorios en los que se empleaba. En Parderrubias se utilizaba la vara castellana, una regla o listón de madera equivalente a tres pies o 0,835905 metros del actual sistema.
Pie. Era 1/3 de vara, es decir, 0,2786 metros.
Legua. Estaba considerada como la distancia que una persona adulta andaba a pie en una hora. Aunque se trataba de una medida relativa y variante, se estima que equivalía a 5,5 kilómetros.
El uso de estas medidas en Parderrubias consta en los interrogatorios celebrados el 16 de octubre de 1752 en el Coto de Sobrado do Bispo (Catastro de Ensenada) al que pertenecía la Parroquia de Santa Olaia.
“…todos los vecinos que tienen yugada y carro le hacen un día de acarreo a dha dignidad [Bispo] de una o dos leguas de distancia…”.
“…cada ferrado de tierra en quadro tiene treinta varas castellanas…”.
Aparte de la vara, el pie y la legua, ordinariamente se empleaba también el paso, el “cóbado” (2/3 de vara) y la cuarta o palmo (1/4 de vara).
Unidades de superficie agraria
Fanega. Se utilizaba en grandes extensiones como montes y vegas, y equivalía a cincoferradoso “tegas”. Su equivalencia en metros cuadrados sería de 3.144,30.
“Tega” o ferrado. Consistía en un cuadrado de tierra de 30 x 30 varas, lo que equivalía a 628,86 metros cuadrados.
Cuarto/a. Era 1/6 de la “tega”, es decir, 104,81 metros cuadrados. Dicho de otra manera, una “tega” o ferradotenía seis cuartos.
“Copelo”. Era 1/5 del cuarto, 1/30 de la “tega” o ferrado, es decir, 20,96 metros cuadrados. Un cuarto tenía por tanto cinco “copelos”, y una “tega” o ferrado, treinta.
Así consta documentalmente el uso de estas medidas en Parderrubias:
“… la medida de que se usa es la de ferrado o tega que es lo mismo uno que otra cinco hazen una hanega cada ferrado tiene seis quartos y cada quarto cinco copelos…”.
Para los viñedos y parras, en lugar de ferrado se empleaba la “cavadura”. La diferencia estaba en que ésta medía 192,15 metros cuadrados menos que aquélla, es decir, 436,71 metros cuadrados, y tenía solo cuatro cuartos (en vez de seis) de 109,17 metros cuadrados cada uno.
“… que cada cavadura de Viña o Parral que es la medida porque se entiende en quadro tiene veinte y cinco Varas lo qual se divide en quatro quartos…”. Op. Cit.
Unidades para medir el vino
Moyo. Constituía una medida nominal o de cuenta, que carecía de recipiente por su elevada capacidad, pero que servía para conocer el volumen de las cubas y lo toneles, o para cuantificar las cosechas y transacciones. Su volumen variaba según las Parroquias. Los vamos a citar como constancia de la versatilidad antes señalada. En Parderrubias, Pereira de Montes y Mezquita tenía la mayor capacidad de todo el entorno, equivaliendo a 147,60 litros del actual sistema. En Proente, Faramontaos, Entrambosríos y Forxas das Viñas, 139,40 litros. Een Olás y Corvillón, 131,20 litros; y en Vilar de Paio Muñiz, 123 litros. En las tres primeras feligresías el moyose dividía en 12 cuartas, de 24 cuartillos de los de entonces (cuartillo = 0,5125 litros). En el resto de feligresías el moyo se dividía en 10 cuartas u ocho “olas”, así que la “ola” de Proente, Faramaontaos, Entrambosríos y Forxas das Viñas equivalía a 17,40 litros; la de Olás y Corvillón, a 16,40 litros; y la de Vilar, a 15,30 litros. En Parderrubias y Pereira de Montes, también se usaba el cañado, que era una cuarta parte del moyo, con 36,90 litros. Así se refería la documentación citada las medidas del vino en Parderrubias:
“… en el Vino la medida regular es la de moio el qual tiene doce quartos y cada quarto veinte y quatro quartillos que quatro canados componen un Moio”.
Olas
Unidades para medir los cereales
“Tega” o ferrado. Era una caja trapezoidal de madera, con un asa en uno de los laterales y el otro inclinado para facilitar el volcado del grano en los sacos. Solía ir acompañado de un “rebolo” para rasar si fuese necesario. Con esta caja se medían todos los cereales, legumbres, linaza (semilla del lino) y castañas. Era tal vez la medida más variable de todas, por el tamaño de la caja, la diversidad de granos y semillas a medir, y por la manera de proceder con el colmado o con el “rebolo”. Por estas razones y porque los frutos podían estar más o menos verdes y secos, y las cosechas ser de más o menos calidad, su equivalencia en litros o en kilogramos es siempre algo relativa. Con todo, una “tega” o ferradode trigo o centeno en Parderrubias equivalía aproximadamente a 13,88 litros (10,41 kilogramos) porque era costumbre pasarle el “rebolo” rasando el grano a ras del borde. Siendo de maíz, legumbres y castañas, equivalía a 18,79 litros (15,15 kilogramos) por tratarse de “tega” colmada al máximo.
“… de todas las espezies de frutos la medida es colmada que llaman con cogulo excepto en el Centeno y trigo que es arasada”.
Cuarto/a. Era 1/6 de “tega” o ferrado, es decir, una “tega” tenía seis cuartos/as de 2,31 litros, con un peso de 1,73 kilogramos si se trataba de trigo o centeno.
Fanega. Equivalía a cinco “tegas” o ferrados, es decir, 69,40 litros de centeno o trigo (52,05 kilogramos), y 93,95 litros, tratándose de maíz, legumbres o castañas. Era una medida básicamente teórica, dado que no existía recipiente para ella, pero servía para determinar la abundancia de las cosechas o la capacidad de las arcas, entre otras cosas. Así consta documentalmente su empleo:
“…el Abad y cura de par de rrubias que lo es don Juan perez percive de trigo diez y ochoanegas… de mijo maiz sesenta y cinco fanegas…de cevada seis ferrados..”.
“… en el partido de par derrubias… la primicia la percive la fabrica de la iglesia… y por ella paga cada vezino que tiene yugada quinze quartos por mitad mijo menudo y Centeno”.
Tegas (ferrados)
Unidades de peso
La magnitud del peso en Parderrubias era de uso infrecuente. Mientras que cereales, legumbres y castañas se medían, con ya hemos señalado, en “tegas” o ferrados, el resto de frutos se cambiaban, vendían y compraban por piezas, ristras, docenas, cientos, cestas, tazas, etc. No obstante, existía la romana con su brazo graduado en arrobas o libras, pero de uso muy restringido como podía ser en el caso de la carne.
Arroba. Equivalía a 11,339 kilogramos del actual sistema y estaba dividido en 25 libras.
Libra. Equivalía a 0,453 kilogramos.
Cuarterón. Era 1/3 de libra, es decir, 0,113 kilogramos.
Quintal. Tenía cuatro arrobas, es decir, 45,356 kilogramos.
Romanas
Medida del tiempo
Para nuestros antepasados, el tiempo era parsimonioso, continuo y prolongado, y vivían con absoluta indiferencia la precisión cronológica, de la que actualmente somos esclavos. Hasta el siglo XIX, nadie tenía medios personales para conocer la hora, por lo que es seguro que en Parderrubias nadie disponía de ellos, cuanto menos hasta principios del siguiente siglo. Para nuestros paisanos el tiempo era natural, con dos únicos referentes (el sol y las campanas de la iglesia), organizando el día a partir de estas dos referencias. Con la salida del sol, tras el canto del gallo, comenzaba el día, y con su puesta, terminaba, pues no existían medios más allá de la vela de sebo o cera y el candil de grasa para prolongarlo artificialmente. La noche era sinónimo de serenidad, oscuridad, tinieblas y peligros. La jornada laboral estaba guiada diariamente por los dos únicos relojes existentes en la Feligresía: el sol (cuando el día no estaba nublado) y las campanas de la iglesia de Santa Olaia. Éstas mediante los toques de Ángelus al amanecer, mediodía y puesta del sol, y el de Ánimas al anochecer, anunciaban las horas más importantes del día, marcando el ritmo de las labores agrícolas. El toque del Ángelus consistía en tres campanadas de tres golpes de badajo cada una, seguidas de una pausa y nueve golpes más ligeros a continuación. El primer toque del día, denominado Alba o Ángelus de la aurora, se realizaba a las seis de la mañana, hora de comienzo de la actividad diaria. A mediodía, el Ángeluspropiamente dicho, significaba hora de almorzar. A las seis de la tarde, toque de Oración, era hora de abandonar las faenas en el campo. Al final de la tarde (a las 9 en invierno o las 10 en verano) se producía el último toque del día, el de Ánimas, que consistía en cinco campanadas dobles y pausadas, alternando la campana grande con la pequeña, convidando a rezar por las Benditas Ánimas del Purgatorio. El Ángelus del mediodía y el toque de Oración producían escenas de gran ternura. Al momento de sonar las campanas todos los vecinos suspendían sus trabajos, estuvieran en donde estuvieran, descubrían sus cabezas respetuosamente y rezaban elAngelus o el Ave María en memoria de la Anunciación o el Misterio de la Encarnación.
No obstante, existía algún que otro reloj o cuadrante solar fijo como el que había en una azotea de O Alcouzo o el que existe todavía en la cara meridional de la iglesia. Estos ingenios consistían en una piedra plana y lisa orientada hacia el sur que, mediante un gnomon o estilo en el centro, proyecta sombra sobre una escala numerada en el perímetro, indicando la posición solar. Al depender del sol, y al ser fijos y distantes, estos relojes, aparte de imprecisos, no eran prácticos ni efectivos.
Relol solar en la iglesia parroquial de Santa Olaia
La semana era para los vecinos un espacio de días similares y rutinarios entre una misa dominical y la siguiente. El marco temporal del año era ajeno a cualquier almanaque, estando normalmente vinculado a ciclos naturales, a prácticas religiosas y a las actividades agrícolas. Así, cualquier acontecimiento se fechaba en sus efemérides: por San Martiño, por San Xoán, en invierno, en Cuaresma, por la siega, por la vendimia, etc.
Otras unidades
A nivel doméstico se solían emplear otras medidas como la cuartilla, cañada, taza, jarra, cesto, cántara, etc., pero no eran convencionales
Lejos quedaban aún el cronómetro, el GPS, el angstrom o el nanosegundo, pero tampoco los necesitaban nuestros antepasados.
El mundo rural gallego no se puede comprender sin sus oficios. El oficio es un trabajo manual que perdura en el tiempo y para el que se precisa una determinada preparación, que habitualmente se obtenía estando al lado de un maestro experimentado. Parderrubias no es diferente y así esta Parroquia fue testigo del quehacer de carpinteros, albañiles, tratantes, costureras, etc. Lamentablemente, muchos de estos oficios desaparecieron con el transcurrir de los tiempos y en el peor de los casos las generaciones actuales ni siquiera tienen conocimiento de su existencia entre nuestros antepasados. El ejemplo más claro son las tejedoras de lino que tuvieron un enorme arraigo y tradición en nuestra Parroquia, y cuyo trabajo prácticamente es desconocido para la gran mayoría.
En este excelente artículo, Avelino Sierra Fernández, quien lleva años investigando esta temática, nos acerca al proceso del cultivo y manufacturación del lino en Parderrubias, actividad que llegó a ser un referente en toda la comarca durante mucho tiempo, así como al habilidoso trabajo llevado a cabo por las tejedoras. Sirva este documento como oportunidad para conocer mejor y no olvidar nuestro pasado, y como homenaje a estas infatigables mujeres de Parderrubias.
Gracias, Avelino, por esta brillante colaboración.
Juan Carlos Sierra Freire
Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y justo a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada «Seguindo o fío» de Avelino Sierra Fernández.
As tecedeiras de Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Algunhos dos que xa nos van quedando poucas canas que peitear, aínda lembramos con agarimo, aglaio e nostalxia, entre outras veciñas, á Pepa da Manadela, a tía Ánxela da Carreira, á Sara do Elpidio, ou as irmáns Pepa e María Outomuro de Barrio, cos pés nas premedeiras dos seus rústicos teares e coas mans na lanzadeira, tecendo, con monótono pero acompasado son dos pentes, a trama dun abraiante lenzo de liño ou estopa, ou dunha colorida colcha de liño e lá. Eran as últimas tecedeiras que aínda quedaban en Parderrubias a comezos da década dos 50.
Na actualidade, non tendo necesidade daqueles tecidos tradicionais nin de tan arcaica industria tear, as novas xeracións esqueceron os enleados procesos, as duras angueiras, e en xeral a cultura téxtil do liño dos nosos devanceiros. Todo ilo obríganos, aos que dalgún xeito fomos testemuñas dos últimos latexos daquela historia, a recordar tan senlleira tradición, co azo de mantela viva na memoria colectiva, como legado da nosa raizame e cerne da nosa propia identidade.
Aínda que carecemos de documentos que o verifiquen, non hai nada que nos impida pensar que a orixe do cultivo, fiado e tecido do liño en Parderrubias, fora cronoloxicamente parella á do resto das terras ourensás, sendo razoable polo tanto, que a situemos, cando menos, na época romana. Outro tanto acontece coas técnicas empregadas no seu proceso, sendo estas caseiras, manuais e semellantes ás de toda a bisbarra, sen que apenas mudaran ao longo dos tempos. Exemplo de canto dicimos, témolo nas fusaiolas e pondus atopados no veciño castro de Castromao (preto de Celanova).
O cultivo e a manufacturación do liño en Parderrubias, caracterizáronse dende sempre, por ser actividades desenroladas individualmente por cada familia e pola falta de recursos económicos para a súa medra e mellora, causas do inmobilismo case absoluto nas técnicas de produción empregadas ao longo dos séculos.
Fai 264 anos (1752), había en Parderrubias 32 mulleres tecedeiras con outros tantos obradoiros e teares. Dez delas vivían no lugar da igrexa (na Aldea), chamada así xa daquela, por estar no cerco do antigo oratorio adicado ao culto, que foi substituído no 1765 pola actual igrexa. Outras sete, moraban no lugar coñecido como As Casas, que presumiblemente debía se-lo actual Barrio. As quince restantes residían entre os outros asentamentos da parroquia (O Outeiro e Nigueiroá). Sabemos tamén que catorce delas eran casadas e unha, viuva.
De tódolas parroquias daquela data, que actualmente conforman o Concello da Merca, era Parderrubias a que máis tecedeiras tiña, seguida da Mezquita con 17, e Vilar de Paio Muñiz con 13. Se consideramos os datos poboacionais que o Diccionario Estadístico de Pascual Madoz lle atribúe a Parderrubias no 1846 (67 casas e 234 almas), debía corresponder un tear por cada dúas casas.
As 32 tecedeiras eran independentes, co obradoiro na súa casa, con cadanseu tear, aínda que algunha casa podía contar con dous. Tecían para cubri-las necesidades de vestimenta e enxoval da propia familia e do entorno inmediato, se fora o caso, sendo posible que algunhas delas produciran tamén para o mercado, como nos suxire a existencia de dous mercaderes (Antonio Seara e Rosendo Fernández) que con tres “machos” percorrían as aldeas “con el trato y comercio que manexan de Paños pardos y Baietas…”, obtendo a frioleira de “cinco mil reales de vellón de utilidad y ganancia a el año”. Tamén é factible que acudiran cos seus productos á feira mensual da Merca o 26 de cada mes, pois tal era o costume doutras zonas con feira, como Allariz ou Xinzo.
Regularmente, só traballaban no tear 5 ou 6 meses ao ano, a partir de xuño ou xullo, cando xa tiñan os novelos listos, pois hai que dicir que o proceso do liño consistía en 16 angueiras moi laboriosas. Comezaba coa sementeira entre abril e maio, producíndose a arriga ou recolleita entre xullo e agosto. Durante os meses de outono, realizaban unha chea de endeitas para transformar o liño bruto en finas estrigas, listas para fiar (ripa, empozado, seca, maza, espadela, tasca e aseda). Todo o inverno, ocupábano logo no fiado, coa roca e fuso, e entre abril e maio tiña lugar o ensarillado, branqueado e devanado do fío, para levalo ao tear entre xuño e xullo, onde se procedía ao canelado, urdido e tecido. Cada tear podía chegar a tecer ao día entre 3, 4 ou 5 varas de lenzo (vara = 0,8359 metros). O rendimento económico de cada tecedeira era moi escaso, por se-lo seu traballo maioritariamente doméstico, oscilando en torno aos 40 reais de vellón anuais, segundo manifesta Antonio Martínez, veciño de Parderrubias e Perito nos interrogatorios do Catastro de Ensenada relativos ao Couto de Sobrado do Bispo ao que pertencía Parderrubias.
O cultivo (cultivo)
A arriga (recogida)
A ripa (ripado)
O empozado (enriado)
A seca (secado)
A maza (machacado)
A espadela (espadado)
A tasca (tascado)
A aseda (asedado)
O fiado (hilado)
O torno (torno)
O torno (torno)
O ensarillado (enmadejado)
O branqueo (blanqueado)
O devanado (devanado)
O canelado (encanillado)
Mercé ás certificacións requeridas no ano 1752 ao entón Abade de Parderrubias, Don Juan Pérez, pola Intendencia do Reino, durante o proceso da enquisa fiscal promulgada por Zenón Somodevilla, coñecemos os dezmos do liño percibidos daquela pola igrexa de Santa Olaia, o que nos permite deducir a superficie cultivada e a producción total en toda a parroquia. Os fregueses de Parderrubias pagaban os dezmos do liño en afusais. Un afusai era un atado de estrigas. Unha estriga era un mañizo de liño restrelado ou asedado, listo para suxeitalo na roca e fialo. O número de estrigas dun afusal variaba dunhos lugares a outros, pero en Parderrubias era de 36:
“…cada ferrado de heredad de Regadio, primera calidad, produze seis afusales embruto de a diezyocho pares de estrigas cada uno…”.
Segundo as actas baseadas nas citadas certificacións, o Abade de Parderrubias percibía dos seus fregueses 55 afusais de liño ao ano, en concepto de dezmos:
“…el Abad y cura de par de rrubias que lo es actual don Juan perez percive de trigo diez y ocho anegas – de centeno cinquenta – de vino diez y seis moios – de mijo maíz sesenta y cinco fanegas – de mijo menudo seis – de Cevada seis ferrados de cantudos o pedrones quinze de abas siete ferrados de Lino cinquenta y cinco afusales de Castañas veinte y cinco anegas de Garvanzos un ferrado…”.
Esta cantidade de 55 afusais satisfeita en concepto de dezmos polos parroquianos, supuña soamente a décima parte da producción, o que nos leva a convir que a colleita anual na parroquia alcanzaría os 550 afusais como mínimo. Se temos en conta, como consta na primeira cita, que cada ferrado de terra de regadío producía 6 afusais, e o de secaño 4 (unha media de 5 afusais por ferrado), é doado deducir que a superficie cultivada era, cando menos, de 110 ferrados, ou sexa 69.175 metros cadrados, unhas 692 áreas, que equivalen á extensión de unhos 15 campos de futbol reglamentarios actuales. Parderrubias, que fai algo máis dun cuarto de milenio (1750) era, de tódalas parroquias que actualmente conforman o Concello da Merca, a primeira productora en millo gordo, millo miúdo (mijo) e viño, e a terceira en trigo e castañas, era tamén a que máis liño cultivaba en toda a municipalidade, en consonancia coa súa manufacturación que tamén era a meirande, seguida a distancia por Vilar de Paio Muñiz e Pereiras de Montes. En comparación con outros cultivos, a superficie adicada ao cultivo do liño en Parderrubias roldaba o 13,5% da do millo (812 ferrados), o 17,5% da do centeo (625 ferrados) e o 48,8% da destinada a trigo (225 ferrados).
No tocante á liñaza (semente do liño), o rendemento, con lixeiras fluctuacións segundo a esterca, calidade da terra, rega, etc., era escaso, non sobrepasando os dous ferrados de gran sementados (28 litros) por cada ferrado de superficie cultivada (628,86 metros cadrados). Un ferrado ou tega de liñaza (13,88 litros) tiña nas parroquias dos arredores un valor de 5,5 reais de vellón, pero en Parderrubias custaba 7, quizabes porque, sendo a área de maior producción, contaría tamén coa mellor semente, como pasaría tempos despois coas patacas da Limia.
Pero a historia do liño en Parderrubias non se limita soamente á época tratada, senón que a tradición, que viña de tempos remotos, continuou manténdose con igual ou maior intensidade ao longo dos douscentos anos seguintes. Durante a segunda metade do século XVIII, mantívose ao mesmo nivel, pero a finais da centuria e comezos da seguínte, a producción debeu aumentar lixeiramente coa mellora dalgúns aveños coma os tornos de fiar que nalgunhos lares deron en substituír ao fuso. O Diccionario Xeográfico Estadístico de Sebastián de Miñano (1827), referíndose a toda a xurisdicción, afirma:
“… produce lino… hay telares de lienzos ordinarios que fabrican las mugeres (sic) y no hay casa donde no haya uno o dos”.
O Diccionario Estadístico de Pascual Madoz (1846-1850) segue considerando ao liño coma un dos principais cultivos de Parderrubias, e referíndose a toda a municipalidade, afirma:
“…hay muchos telares de lienzo ordinario, pues apenas hay casa donde no exista uno o dos de esta clase”.
Na segunda metade do século XIX, comezou a devecer en toda Galicia a manufacturación tradicional, debido á introducción do algodón e dos panos leoneses chegados a través da venda ambulante dos arrieiros maragatos, pero en Parderrubias os teares seguiron traballando arreo. Incluso na primeira metade do XX, episodios recesivos, como a Primeira Guerra Mundial (1914-1918) e a Guerra Civil Española (1936-1939), propiciaron un repunte da producción. Nembargante, a partir da posguerra, foi esmorecendo tamén en Parderrubias e, a partir do ecuador do século, a Revolución Industrial, coa aparición de febras sintéticas con medidas xeométricas, diversidade de cores, tallas variadas e prezos asequibles, rematou desprazando ao liño, quedando o cultivo e as técnicas tradicionais do seu proceso reducidos ao oficio dunhas poucas tecedeiras de avanzada idade, como apuntabamos ao principio deste artigo.
Na actualidade, ano 16 do terceiro milenio, de toda esta historia só nos queda lembranza e señardade. Todo foi cambiando, desaparecendo. Mudaron as aldeas, anováronse os poboadores, perdéronse os costumes. O tempo levou canda si o liño, a roca, o fuso, o tear…, e con eles a arte e mañas das habelenciosas fiadeiras e tecedeiras, arrastrando con elas ao fondo do esquecemento, os usos e costumes dunha secular tradición, deixándonos tan só unha esquirla de saudade en algunha crónica ou en algún museo etnográfico particular que sería oportuno facer público. Exigua reserva dunha cultura material, popular e tradicional propia, caída na desmemoria.
Os traballos das fiadeiras e tecedeiras de Parderrubias, nunha andaina de subsistencia, en moitos casos límite, foi de capital importancia para o devir das súas familias. Implicadas principalmente nas arduas tarefas do campo, en coida-lo gando miúdo, pastorea-lo armentío, cultiva-las cortiñas e chousas e cumpri-las restantes angueiras domésticas, estas amas de casa empregaban calquera acougo, mentres lles quedaran folgos, aínda que fora de noite, nas tarefas do fiado, calceta e tecido, para cubri-la demanda familiar ou completa-los recursos mínimos que garantiran a súa supervivencia. Sin pretendelo, a súa figura, coma artesanas creativas independentes, tivo tamén a súa influencia e relevancia na propia cultura local. Valian estas liñas coma un pequeno recoñecemento ao seu arduo e artesanal labor, como reivindicación a un protagonismo históricamente ignorado e coma humilde homenaxe póstuma a todas elas de quen durmiu en sabas de estopa na súa nenez.
Relación das 32 tecedeiras de Parderrubias no ano 1752, transcritas coa mesma grafía que consta nos documentos:
Benita das Casas (hixa de Jacobo)
Maria das casas (hija de Pedro)
Manuela de la Yglesia (nuera de Antonio de san pedro)
Antonia de san pedro (hixa de Josepha grande)
Ysavel de la Yglesia (hija de Ambrosio)
Ysavel das Casas (hermana de Domingos)
Josepha das Casas (hermana de Domingo)
Ysavel das casas (soltera)
Rosa da Yglesia (nuera de Juan Martinez)
Isavel de outumuro (nuera de Miguel pascual)
Clara doniz (mujer de Santiago Dom.ez)
Fran.ca doniz (hixa de Estevan)
Ana maria das Casas (nuera de Maria ca…)
Ysavel da carreira (mujerde Juan fernandez)
Lucía da Yglesia (hija de Antonio)
Josepha doniz (mujer de Juan fernandez)
Benita de Barros (hija de Ibona da Yglesia)
Isavel garrido (nuera de Joseph Outumuro)
Ana das Casas (Viuda)
Maria da Yglesia (hija de Isabel das Casas)
Josepha Pasql. (Nuera de carlos martinez)
Francisca das Casas (mujer de Pedro Borrajo)
Barbara outumuro (hija de Rosalía das casas)
Andrea Gonzalez (mujerde Juan de Outumuro)
Ysavel seara (hija de Joseph)
Polina seara (hija de Joseph)
Agustina de la Ygla. (nuera de Juan de outumuro)
Magdalena rrodriguez (madrasta de Pedro outumuro)
Josepha de san pedro (nuera de Juan Antonio da Yglesia)
Birxida da Veiga (hija de miguel)
Agustina de maside (hija de Manuel)
Ysavel de la Yglesia (cuñada de Joseph doniz).
VERSIÓN EN CASTELLANO
Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego
Las tejedoras de Parderrubias. Por Avelino Sierra Fernández
Algunos de los que ya nos quedan pocas canas que peinar aun recordamos con cariño, admiración y nostalgia, entre otras vecinas, a Pepa de la Manadela, a la tía Angela de la Carreira, a Sara del Elpidio o a las hermanas Pepa y María Outumuro de Barrio con los pies en las “premedeiras” de sus rústicos telares y con sus manos en la lanzadera, tejiendo con monótono pero acompasado sonido de los peines la trama de un asombroso lienzo de lino o estopa o de una colorida colcha de lino y lana. Fueron las últimas tejedoras que quedaban en Parderrubias a comienzos de la década de los años 50.
En la actualidad, no existiendo ya necesidad de aquellos tejidos tradicionales ni de tan arcaica industria telar, las nuevas generaciones olvidaron los enredados procesos, las duras tareas y, en general, la cultura textil del lino de nuestros antepasados. Todo ello nos obliga a los que de alguna manera fuimos testigos de los últimos latidos de aquella historia a recordar tan honrosa tradición con el fin de mantenerla viva en la memoria colectiva como legado de nuestras raíces y ciernes de nuestra propia identidad.
A pesar de que carecemos de documentos que lo verifiquen, no hay nada que nos impida pensar que el origen del cultivo, hilado y tejido del lino en Parderrubias fue cronológicamente parejo al del resto de tierras ourensanas, siendo razonable por tanto situarlo, cuando menos, en la época romana. Otro tanto ocurre con las técnicas empleadas en su proceso, siendo éstas domésticas, manuales y semejantes a las de toda la comarca, sin que apenas cambiasen con el transcurrir del tiempo. Ejemplo de ello lo tenemos en las “fusaiolas” y “pondus” encontrados en el vecino castro de Castromao (cerca de Celanova).
El cultivo y la manufacturación del lino en Parderrubias se caracterizó desde siempre por tratarse de actividades desarrolladas individualmente por cada familia y por la falta de recursos económicos para su desarrollo y mejora, causas del inmovilismo casi absoluto en las técnicas de producción empleadas a lo largo de los siglos.
Hace 264 años, en 1752, había en Parderrubias 32 mujeres tejedoras con otros tantos talleres y telares. Diez de ellas vivían en A Iglesia (en A Aldea), lugar denominado ya así de aquella por estar en el entorno del antiguo oratorio dedicado al culto, que fue reemplazado en el año 1765 por la actual iglesia. Otras siete moraban en el lugar conocido como As Casas, que presumiblemente sería el actual Barrio. Las quince restantes residían en los otros asentamientos de la Parroquia (O Outeiro y Nigueiroá); se sabe también que catorce de ellas estaban casadas y una era viuda.
De todas las parroquias de aquella época, que en la actualidad conforman el Concello de A Merca, era Parderrubias la que más tejedoras tenía, seguida de A Mezquita con 17 y Vilar de Paio Muñiz con 13. Si consideramos los datos poblacionales que el Diccionario Estadístico de Pascual Madoz le atribuye a Parderrubias en 1846 (67 casas y 234 personas), debía corresponder un telar por cada dos casas.
Las 32 tejedoras eran independientes, con su propio taller en casa equipado con su telar, aunque en alguna casa podría haber dos. Tejían para cubrir las necesidades de vestimenta y ajuar de la propia familia y del entorno inmediato, si fuese el caso, siendo posible que algunas de ellas produjeran también para la venta, tal como nos sugiere la existencia de dos mercaderes (Antonio Seara y Rosendo Fernández) que con tres “machos” recorrían las aldeas “con el trato y comercio que manexan de Paños pardos y Baietas…”, obteniendo la friolera cuantía de “cinco mil reales de vellón de utilidad y ganancia a el año”. También es factible que acudieran con sus productos a la “feira” mensual de A Merca el 26 de cada mes, pues tal era la costumbre en otras zonas con “feira” como Allariz o Xinzo.
Regularmente, solo trabajaban en el telar 5 o 6 meses al año, a partir de junio o julio, cuando ya tenían preparados los ovillos, pues cabe señalar que el proceso del lino consistía en 16 tareas muy laboriosas. Comenzaba con la siembra entre abril y mayo, produciéndose la recogida entre julio y agosto. Durante los meses de otoño se llevaba a cabo un gran número de faenas para transformar el lino bruto en finos manojos listos para hilar (ripiado, enriado, secado, machacado, espadado, tascado y asedado). Todo el invierno era dedicado al hilado con la rueca y el huso, y entre abril y mayo tenía lugar el enmadejado, blanqueado y devanado del hilo para llevarlo al telar entre junio y julio, en donde se procedía al encanillado, urdido y tejido. Cada telar podía llegar a tejer en un día entre 3 y 5 varas de lienzo (vara = 0,8359 metros). El rendimiento económico de cada tejedora era muy escaso, por tratarse de un trabajo básicamente doméstico, oscilando en torno a los 40 reales de vellón anuales, según señala Antonio Martínez, vecino de Parderrubias y Perito en los interrogatorios del Catastro de Ensenada relativos al Coto de Sobrado do Bispo, al cual pertenecía Parderrubias.
O cultivo (cultivo)
A arriga (recogida)
A ripa (ripado)
O empozado (enriado)
A seca (secado)
A maza (machacado)
A espadela (espadado)
A tasca (tascado)
A aseda (asedado)
O fiado (hilado)
O torno (torno)
O torno (torno)
O ensarillado (enmadejado)
O branqueo (blanqueado)
O devanado (devanado)
O canelado (encanillado)
Merced a las certificaciones requeridas en el año 1752 al entonces Abad de Parderrubias Don Juan Pérez por la Intendencia del Reino, durante el proceso de la investigación fiscal promulgada por Zenón Somodevilla, conocemos los diezmos de lino percibidos en aquel tiempo por la Parroquia de Santa Olaia, lo cual nos permite deducir la superficie cultivada y la producción total en toda la parroquia. Los feligreses de Parderrubias pagaban los diezmos de lino en “afusais”. Un “afusai” era un atado de “estrigas”, es decir, un manojo de lino rastrillado y asedado, listo para sujetarlo en la rueca e hilarlo. El número de “estrigas” de un “afusal” variaba de unos lugares a otros, pero en Parderrubias era de 36:
“…cada ferrado de heredad de Regadio, primera calidad, produze seis afusales embruto de a diezyocho pares de estrigas cada uno…”.
Según las actas fundamentadas en las citadas certificaciones, el Abad de Parderrubias percibía de sus feligreses 55 “afusais” de lino por año en concepto de diezmos:
“…el Abad y cura de par de rrubias que lo es actual don Juan perez percive de trigo diez y ocho anegas – de centeno cinquenta – de vino diez y seis moios – de mijo maíz sesenta y cinco fanegas – de mijo menudo seis – de Cevada seis ferrados de cantudos o pedrones quinze de abas siete ferrados de Lino cinquenta y cinco afusales de Castañas veinte y cinco anegas de Garvanzos un ferrado…”.
Esta cantidad de 55 “afusais” satisfecha en concepto de diezmos por los parroquianos suponía solamente la décima parte de la producción, lo que nos lleva a concluir que la cosecha anual en la Parroquia alcanzaría los 550 “afusais” como mínimo. Si tenemos en cuenta, tal como consta en la primera cita, que cada “ferrado” de tierra de regadío producía seis “afusais” y el de secano cuatro (una media de cinco afusais por ferrado), es fácil deducir que la superficie cultivada era, cuanto menos, de 110 “ferrados”, es decir, 69.175 metros cuadrados o unas 692 áreas, lo que equivale a la extensión de unos 15 campos de fútbol reglamentarios actuales. Parderrubias, que hace algo más de un cuarto de milenio (en el año 1750) era, de todas las parroquias que actualmente conforman el Concello de A Merca, la primera productora de maíz gordo, maíz menudo (mijo) y vino, y la tercera en trigo y castañas, era también la que más lino cultivaba en toda la municipalidad, en consonancia con su manufacturación que también era la más grande, seguida a distancia por Vilar de Paio Muñiz y Pereira de Montes. En comparación con otros cultivos, la superficie dedicada al cultivo del lino en Parderrubias rondaba el 13,5% de la del maíz (812 “ferrados”) o el 17,5% de la del centeno (625 “ferrados”) y el 48,8% de la destinada al trigo (225 “ferrados).
Por lo que respecta a la linaza (semilla del lino), el rendimiento, con ligeras fluctuaciones según el estercado, la calidad de la tierra, el riego, etc., era escaso, no sobrepasando los dos ferrados de grano sembrado (28 litros) por cada “ferrado” de superficie cultivada (628,86 metros cuadrados). Un “ferrado” o “tega” de linaza (13,88 litros) tenía en las parroquias de los alrededores un valor de 5,5 reales de vellón, pero en Parderrubias costaba 7, quizás porque siendo el área de mayor producción, contaría también con la mejor semilla, tal como sucedería tiempos después con las patatas de A Limia.
Pero la historia del lino en Parderrubias no se limita solamente a la época abordada, sino que la tradición, que venía ya de tiempos remotos, se continuó manteniendo con igual o mayor intensidad a lo largo de los dos siguientes siglos. Durante la segunda mitad del siglo XVIII se mantuvo al mismo nivel, pero a finales de ese siglo y comienzos del siguiente la producción debió aumentar ligeramente con la mejora de algunos aperos como los tornos de hilar, que en algunas casas sustituyeron al huso. El Diccionario Estadístico de Sebastián Miñano (1827), referiéndose a toda la jurisdicción, afirma:
“… produce lino… hay telares de lienzos ordinarios que fabrican las mugeres (sic) y no hay casa donde no haya uno o dos”.
El Diccionario Estadístico de Pascual Madoz (1846-1850) continúa considerando al lino como uno de los principales cultivos de Parderrubias, y refiriéndose a toda la municipalidad, afirma:
“…hay muchos telares de lienzo ordinario, pues apenas hay casa donde no exista uno o dos de esta clase”.
En la segunda mitad del siglo XIX comenzó a decrecer en toda Galicia la manufacturación tradicional como consecuencia de la introducción del algodón y de los paños leoneses llegados a través de la venta ambulante de los arrieros maragatos, pero en Parderrubias los telares siguieron funcionando sin interrupción. Incluso en la primera mitad del siglo XX, episodios recesivos como la Primera Guerra Mundial (1914-1918) o la Guerra Civil Española (1936-1939), propiciaron un repunte en la producción. Sin embargo, a partir de la posguerra fue desfalleciendo también en Parderrubias y a partir del ecuador del siglo la Revolución Industrial, con la aparición de las fibras sintéticas con medidas geométricas, diversidad de colores, tallas variadas y precios asequibles, acabó desplazando al lino, quedando el cultivo y las técnicas tradicionales de su proceso reducidos al oficio de algunas pocas tejedoras de avanzada edad, tal como apuntábamos al principio del artículo.
En la actualidad, año 16 del tercer milenio, de toda esta historia solamente nos quedan recuerdos y “morriña”. Todo fue cambiando, desapareciendo. Cambiaron las aldeas, se renovaron los pobladores, se perdieron las costumbres. El tiempo llevó consigo al lino, a la rueca, al huso, al telar… y, con ellos, el arte y la maña de las habilidosas hiladoras y tejedoras, arrastrando con ellas al fondo del olvido los usos y las costumbres de una secular tradición, dejándonos tan solo una esquirla de “morriña” en alguna crónica o en algún museo etnográfico particular que sería oportuno hacer público. Exigua reserva de una cultura material, popular y tradicional propia, caída en la desmemoria.
El trabajo de las hiladoras y tejedoras de Parderrubias, en un recorrido de subsistencia, en muchos casos límite, fue de capital importancia para el devenir de sus familias. Implicadas principalmente en las arduas tareas del campo, en cuidar el ganado menudo, pastorear el vacuno, cultivar las tierras y los montes, y llevar a cabo los restantes quehaceres domésticos, estas amas de casa empleaban cualquier descanso, mientras les quedara aliento, aunque fuese de noche, en la tareas del hilado, calceta y tejido para cubrir la demanda familiar o completar los recursos mínimos que garantizasen su supervivencia. Sin pretenderlo, su figura, como artesanas creativas independientes, tuvo su influencia y relevancia en la propia cultura local. Valgan estas líneas como un pequeño reconocimiento a su arduo y artesanal labor, como reivindicación de un protagonismo históricamente ignorado y como humilde homenaje póstumo a todas ellas de quien durmió en sábanas de estopa en su infancia.
Termino con la relación de nombres de las 32 tejedoras de Parderrubias en el año 1752, transcritos con la misma grafía que consta en los documentos:
Benita das Casas (hixa de Jacobo)
Maria das casas (hija de Pedro)
Manuela de la Yglesia (nuera de Antonio de san pedro)
Antonia de san pedro (hixa de Josepha grande)
Ysavel de la Yglesia (hija de Ambrosio)
Ysavel das Casas (hermana de Domingos)
Josepha das Casas (hermana de Domingo)
Ysavel das casas (soltera)
Rosa da Yglesia (nuera de Juan Martinez)
Isavel de outumuro (nuera de Miguel pascual)
Clara doniz (mujer de Santiago Dom.ez)
Fran.ca doniz (hixa de Estevan)
Ana maria das Casas (nuera de Maria ca…)
Ysavel da carreira (mujerde Juan fernandez)
Lucía da Yglesia (hija de Antonio)
Josepha doniz (mujer de Juan fernandez)
Benita de Barros (hija de Ibona da Yglesia)
Isavel garrido (nuera de Joseph Outumuro)
Ana das Casas (Viuda)
Maria da Yglesia (hija de Isabel das Casas)
Josepha Pasql. (Nuera de carlos martinez)
Francisca das Casas (mujer de Pedro Borrajo)
Barbara outumuro (hija de Rosalía das casas)
Andrea Gonzalez (mujerde Juan de Outumuro)
Ysavel seara (hija de Joseph)
Polina seara (hija de Joseph)
Agustina de la Ygla. (nuera de Juan de outumuro)
Magdalena rrodriguez (madrasta de Pedro outumuro)
Josepha de san pedro (nuera de Juan Antonio da Yglesia)
El nombre de pueblos pequeños -como es el caso de Parderrubias- suele aparecer con poca frecuencia en la prensa y cuando lo hace suele ser por algún suceso o hecho delictivo. A lo largo de la historia, las ocasiones en las que Parderrubias saltó a las páginas de los periódicos se corresponden habitualmente con hechos de este tipo. El conocimiento y la información acerca de estos acontecimientos también nos ayuda a conocer mejor la sociedad de una determinada época.
A continuación se presenta un listado de sucesos (probablemente incompleto) relacionados, directa o indirectamente, con la parroquia de Parderrubias, que han visto la luz en la prensa escrita de los siglos XIX y XX.
1837: Asalto y robo a la casa de Francisco y María Outumuro, vecinos de Barrio, por parte de unos 10-12 hombres desconocidos, llevándose una gran cantidad de efectos (Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 12 de mayo de 1837).
1849: Hurto de un pollino propiedad de Miguel Garrido, de Parderrubias, por parte de Gregorio Outumuro, vecino de Proente (Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 19 de junio de 1849).
1867: Asalto durante la noche a la casa de Tomás Justo, de Parderrubias, por parte de seis desconocidos, y ante la oposición de este a entregarles el dinero, lo conducen a un monte próximo en donde le mutilan (La Época, 15 de enero de 1867; La Correspondencia de España, 17 de enero de 1867).
1867: El párroco de Santa Eulalia de Parderrubias denuncia al Ayuntamiento el gran estorbo que ocasiona para las procesiones y demás servicios públicos el balcón de la casa propiedad de José Resvie (Boletín Oficial de la Provincia de Segovia, 1 de marzo de 1867).
1893: Aparición en el monte, entre Parderrubias y Pereira, del cadáver de Manuel Rodríguez Santos, vecino de Seixalvo, que padecía un trastorno mental grave y había abandonado su casa días atrás (El Lucense, 3 de marzo de 1893).
1894: Se ha declarado un violento incendio en el monte comunal de la parroquia de Parderrubias. El siniestro fue intencionado, ignorándose quiénes hayan sido los autores (El Diario de Galicia, 14 de septiembre de 1894).
1900: Búsqueda de María Seara Iglesias, vecina de Parderrubias, por abandono de la casa paterna (Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 7 de septiembre de 1900).
1902: Estallido de dos bombas de dinamita en Parderrubias colocadas por “manos criminales” (El Noroeste, 27 de febrero de 1902).
1902: Robo en la tienda de José Álvarez, de Parderrubias, apropiándose los ladrones de tabaco, dinero y géneros que allí había (La Correspondencia Gallega, 26 de diciembre de 1902)
1903: Pérdida de la yegua de José Álvarez Pascual (Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 3 de octubre de 1903).
1906: Robo del pollino de Jesusa Seara, de Nigueiroá, a manos de Antonia Iglesias, tendera ambulante natural de Oviedo (Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 13 de octubre de 1906).
1907: Don Aurelio Álvarez Belvis, joven y estimadísimo médico de Soutopenedo, cuando se dirigía a Parderrubias, a ser Padrino en la Confirmación, recibe dos coces de su caballo, produciéndole heridas de bastante gravedad (La Correspondencia Gallega, 20 de abril de 1907).
1907: Reyerta entre mozos del pueblo de Solveira (Feligresía de Parderrubias) y los de A Merca en la Romería de San Miguel, con el saldo de un muerto y varios heridos (El Noroeste, 15 de mayo de 1907).
1910: Detención, por parte de la Guardia Civil de Celanova, de María Seara Iglesias, de 30 años, vecina de Parderrubias, por abandono de un bebé que había dado a luz (El Correo de Galicia, 18 de febrero de 1910).
1910: Al regresar de la feria de la capital a su casa de Parderrubias, Manuel Pascual fue brutalmente agredido por su convecino Antonio Mouriño, causándole varias heridas con un palo, que le privaron del conocimiento, notando al recobrarlo que le habían sustraído doscientas diez pesetas de un bolsillo (La Región, 13 de marzo de 1910).
1913: Denuncia de Manuel Rodríguez, vecino de Luintra, contra Benigno Fernández, natural de Parderrubias, por la venta de una vaca agresiva que embistió a un viandante (El Progreso, 10 de mayo de 1913).
1916: Desde la calle del Progreso hasta la parroquia de Parderrubias, en la carretera de Celanova, se perdió una sotana nueva. Se suplica al que la posea avise Calle Viriato 8, o en Parderrubias, casa José Garrido y Hermanos, Escultores (La Región, 11 de julio de 1916).
1917: Desde el pueblo de Parderrubias a Cartelle se extravió una cartera que contenía cierta cantidad de dinero. Como esta pertenecía a un pobre labrador, se agradece al que la hallase, la entregue a Bautista Grande, en el pueblo de Parderrubias (La Región, 24 de febrero de 1917).
1919: El que haya encontrado un cerdo de color blanco con dos rayas hechas por una tijera, se le ruega lo entregue al arcipreste de Parderrubias, don Benito Garrido, quien lo gratificará (La Región, 23 de abril de 1919).
1919: Accidente del automóvil correo de Orense a Entrimo en A Manchica. Un viajero sale despedido del coche sufriendo fuerte hemorragia en la cara, de la cual es atendido en Parderrubias a donde fue trasladado en un colchón (El Eco de Santiago, 8 de octubre de 1919).
1921: El propietario de unas yeguas que le fueron robadas en el pasado mes de junio podrá adquirir noticias de su paradero en casa de don Nicanor Lorenzo, en Parderrubias (La Voz de la Verdad, 6 de julio de 1921).
1921: Se declara un violento incendio en la casa del industrial don Bernardo Mueso, junto al Jardín de Posío. En el garaje de la planta baja se hallaban dos camiones pertenecientes a Garrido Hermanos, de Parderrubias. Uno de ellos estaba abarrotado de cajas de petróleo, aceite y sacos de harina. Quedó todo reducido a cenizas. Las pérdidas se calculan en 120.000 pesetas (El Compostelano, 26 de octubre de 1921).
1922: Cae en Parderrubias una granizada tan grande que no se recuerda otra igual, quedando muchos vecinos en la miseria al perderse prácticamente todas sus cosechas, llegando el Gobernador Civil a comunicar tal desgracia a los Ministros de Gobernación y Fomento (El Ideal Gallego, 2 de junio de 1922).
1923: Hurto de pinos en un monte propiedad de Dolores Iglesias, de Parderrubias (La Región, 25 de febrero de 1923).
1923: Violento incendio en la casa de Claudino Fernández sofocado gracias a la pericia de los vecinos, terminando herido por quemaduras Manuel Pascual Domuro (El Correo de Galicia, 24 de octubre de 1923).
1926: Nicanor Lorenzo, como Cabo del Somatén de Parderrubias, detiene al súbdito portugués Juan Alfonso por haber sustraído una cartera a una vecina del pueblo, de nombre Rosa. El ladrón venía huyendo de otro robo que había perpetrado en una casa de La Rabaza. Queda a disposición del Somatén de A Merca (La Zarpa, 9 de febrero de 1926).
1926: Choque de camionetas en el puente de Parderrubias y vuelco de la que fue embestida con resultado de tres heridos, que son recogidos por el automóvil de línea y conducidos a la Casa de Socorro de Orense (El Orzán, 18 de septiembre de 1926).
1927: Atestado contra Evaristo Seara, vecino de la Iglesia, por causar heridas de pronóstico reservado a María Conde Otero, vecina de Matusiños (El Heraldo Gallego, 23 de enero de 1927).
1927: Nicanor Lorenzo, industrial de Parderrubias, sufre en Vigo un intento de timo de la estampita. Percatándose de lo que se trataba, el Sr. Lorenzo “reparte una colección de puñetazos” al fracasado timador que huye perseguido por varias personas (El Diario de Pontevedra, 18 de octubre de 1927).
1927: Denuncia presentada por Emilio Rodríguez Álvarez, vecino de Nogueira de Ramuín, contra Antonio Rodríguez Garrido, de Parderrubias, al que compró una vaca por 562,50 pesetas, condicionada la compra a que el animal tuviese determinadas características, y cuando entiende que no las tiene, pide la devolución de los cuartos, a lo cual se opone el vendedor (El Heraldo Gallego, 25 de diciembre de 1927).
1928: Bautista Fernández Rego, de 24 años, fue detenido en el Campo de los Remedios por maltratar de obra a José Casas Santos, de 50 años, labrador natural de Vilar. Este fue asistido en el hospital (La Región, 18 de noviembre de 1928)..
1929: Atestado contra Jacinto Iglesias Seara por daños causados en la finca de David Outumuro, vecinos ambos de Parderrubias (El Pueblo Gallego, 5 de diciembre de 1929).
1930: Los vecinos de Parderrubias Antonio y María Outumuro, por resentimientos con su padre, debido a que pensaba contraer nuevamente matrimonio, penetraron en casa de este, llevándose de un cofre 250 pesetas (Heraldo de Galicia, 20 de enero de 1930).
1931: Por la Benemérita de Celanova fue detenido Francisco Suárez Suárez, de 30 años, vecino de Parderrubias, y autor de amenazas de muerte a su convecino Eliseo Garrido González. El detenido ingresó en la cárcel partido (Galicia, 8 de febrero de 1931).
1931: Fue denunciado al Juzgado del término Fernando Sampedro Seara, de 42 años, vecino de Parderrubias, por ocasionar la rotura de varios postes de piedra que circundaban la finca propiedad de su convecino José Seara (Galicia, 31 de marzo de 1931).
1931: Robo en el domicilio de los cuñados Manuel Sueiro y Jacinto Iglesias. Los ladrones se hacen con todo su dinero, consistente en varios miles de pesetas, casi en su totalidad en monedas de plata de cinco pesetas (La Región, 12 de junio de 1931). Los vecinos de Parderrubias, Manuel Sueiro Iglesias y Jacinto Iglesias, denunciaron ante la Benemérita de Celanova, que de un arcón de su propiedad sito en la cocina de una casa deshabitada, propiedad de ambos, les habían desaparecido 15.000 pesetas pertenecientes al primero y 3.000 del segundo. Ambos como cuñados que eran y se llevaban bien, guardaban sus ahorros juntamente (La Voz de la Verdad, 18 de junio de 1931).
1933: La joven de 23 años Mercedes Seara al encontrarse un poco mareada, y como tenía por costumbre de ocasiones anteriores tomar un sobre de polvos de las lombrices, que le producía alivio, acudió a dicho medicamento, con la mala suerte de coger un sobre de Ratin que tenía su madre guardado para los ratones, resultando intoxicada. En su ayuda acudió el auxiliar facultativo don Arístedes Quintairos, establecido en La Merca (Galicia, 23 de junio de 1933).
1934: El 27 de enero aparece en el monte de A Bacariza el cadáver de José Benito Conde Fidalgo, vecino de Armariz (Xunqueira de Ambía). El infortunado, que padecía ataques epilépticos, vivía con su madre viuda, y había desaparecido el día 17 (La Región, 31 de enero de 1934).
1935: En la Comisaria de Vigilancia se presentó Isolina Seara Garrido, de 31 años, hija de Germán y Viviana, natural y vecina de Parderrubias, manifestando que vino a la feria el lunes 7 del actual y trajo un pollino que dejó sujeto a una estaca en las cercanías del río Miño, en el campo de los Remedios, y cuando quiso recogerlo para marcharse a su casa ya no lo encontró, ignorando si se soltó o se lo sustrajeron. El pollino lo valora en 125 pesetas, siendo sus características color negro, alto y con aparejos (Galicia, 9 de octubre de 1935).
1936: Asalto en la Casa Rectoral de Parderrubias, en donde reside el párroco don Alfonso Losada Fernández. Ante el intento de evitar que le robasen resulta gravemente herido por disparos. Fallece a los pocos días en el hospital. Sus asesinos son detenidos en O Furriolo por la Guardia Civil (El Compostelano, 15 de junio de 1936; El Pueblo Gallego, 25 de junio de 1936; La Libertad, 26 de junio de 1936; La Vanguardia, 14 de junio de 1936).
1940: Un voraz incendio ocurrido a las tres de la tarde, en la Aira de Parderrubias, destruye 14 medas de centeno valoradas en 45.000 pesetas (La Región, 2 de agosto de 1940).
1942: Robo de 30.000 pesetas en metálico en la casa de la vecina Josefa Iglesias Sueiro, de 29 años. Las sospechas caen sobre el convecino de la Josefa, sujeto de malos antecedentes y que ha sido expulsado de la Policía Armada. El sujeto en cuestión se hallaba pasando una temporada con una hermana en Parderrubias, pues su domicilio habitual es Barcelona (El Compostelano, 7 de agosto de 1942).
1943: Tala y sustracción de pinos maderables en el Coto das Pías, parroquia de Parderrubias, siendo denunciados varios vecinos de la parroquia de San Jorge (El Pueblo Gallego, 21 de abril de 1943).
1943: Fuerzas Especialistas de Cualedro han sorprendido en la Sierra Ladrón un auto matrícula M-21685 ocupado por los vecinos de Parderrubias y Viveiro, respectivamente, Eladio Garrido Garrido y Antonio González Rodríguez. Era la época de la fiebre del wolframio (La Región, 1 de agosto de 1943).
1948: Manuel Outumuro, de Parderrubias, denuncia a la Guardia Civil el intento de forzar la puerta de su casa mediante un disparo. Es detenido el convecino Antonio Martínez (El Pueblo Gallego, 2 de enero de 1948).
1951: Dosinda Rodríguez Rodríguez, vecina de Parderrubias, de 41 años se cae del pollino en el que iba montada, produciéndose heridas inciso cortantes sobre la tibia de la pierna izquierda (La Noche, 9 de enero de 1951).
1954: En el Sanatorio del Dr. Conde Corbal es asistido Isolino Camba, vecino de Parderrubias, de 41 años. Conducía una motocicleta y por no atropellar a una señora que se le cruzó en el camino, sufrió una caída, produciéndose una fractura con luxación del codo izquierdo (La Noche, 6 de diciembre de 1954).
1955: Antonio, vecino de Barrio (Bobadela) fue alcanzado por un rayo en las proximidades de Parderrubias, muriendo electrocutado. Venía de la feria de Ourense con una ternera. La lluvia insistente le llevó a cobijarse debajo de un árbol (El Pueblo Gallego, 19 de junio de 1955).
1956: José Iglesias Lorenzo, de 6 años, es asistido en el Sanatorio del Dr. Raposo por fractura del brazo derecho, a consecuencia de un accidente de trabajo (El Pueblo Gallego, 10 de agosto de 1956).
1956: Miguel Grande Outumuro, de 52 años, se hallaba trabajando en una obra de su casa y al intentar mover un perpiaño de dos metros de largo le alcanzó la mano derecha (El Pueblo Gallego, 16 de septiembre de 1956).
1958: Se denuncia a la Guardia Civil la sustracción, de un tramo de poste a poste, de un hilo de cobre, de unos cincuenta metros de longitud, que conducía energía eléctrica del transformador de Parderrubias al puedo de Campinas. Se desconoce el autor (El Pueblo Gallego, 3 de junio de 1958).
1962: En las cercanías de Parderrubias, un camión de la empresa Martínez Núñez de Ponferrada, que llevaba obreros para Bande, en donde construían un cuartel de la Guardia Civil, perdió la dirección y resultando heridos el chófer y los cuatro obreros (uno de ellos de 82 años) (El Pueblo Gallego, 28 de febrero de 1962).
1963: El turismo de matrícula francesa 354 GU 54 choca contra el pretil del puente que existe en la localidad de Parderrubias (La Región, 25 de enero de 1963).
1963: Josefina Grande Seara, de 22 años, vecina de Parderrubias, sufre luxación de tobillo de pie izquierdo originado cuando intentaba saltar un muro (El Pueblo Gallego, 6 de agosto de 1963).
1965: Dos heridos de accidente de moto, uno de ellos grave. El conductor es Abelardo Sueiro González, de 24 años, y su acompañante José Grande Fernández. Cerca de sus domicilios chocaron contra el talud de la cuneta (La Región, 11 de agosto de 1956).
1966: El gitano Eduardo Montoya Camacho se apropió de 124 kilos de maíz que pertenecían al vecino de Parderrubias Delmiro Grande Fernández. Fueron justipreciados en unas 600 pesetas. La Guardia Civil procedió a su detención (La Región, 4 de noviembre de 1966).
1967: En las cercanías de Verea, colisionó la moto OR-10.679 conducida por un vecino de Lovios de 21 años, contra el camión matrícula C-42851, que conducía Manuel Freire Seara, de 26 años, vecino de Parderrubias. El motorista falleció en el acto (El Pueblo Gallego, 16 de diciembre de 1967).
1969: En el km. 1 de la carretera de Orense a Portugal el coche OR-10810, al intentar adelantar al vehículo OR-23646, conducido por don César Sierra Fernández, sin que se sepan las causas chocó con la parte izquierda de este vehículo y fue a empotrarse contra un árbol. El segundo vehículo resultó con daños valorados en 15.000 pesetas (La Región, 27 de mayo de 1969).
1969: Cuando circulaba por el centro de la calzada en una curva de la carretera de Orense a Barra de Miño, la motocicleta OR-11.466 colisionó con el camión OR-16.697, que conducía José Sampedro Iglesias, de 44 años, vecino de Parderrubias, resultando el motorista con heridas de carácter grave. La moto sufrió daños valorados en 3.500 pesetas y el camión en 500 (El Pueblo Gallego, 16 de julio de 1969).
1970: En la carretera de Orense a Celanova, inmediaciones de Parderrubias, y a consecuencia de lo resbaladizo de la calzada, un turismo derrapó en una curva, chocando contra un talud. Resultaron heridos el conductor y su acompañante (El Pueblo Gallego, 6 de febrero de 1970).
1970: En una finca de su propiedad fue hallado el cadáver de José María Justo Lorenzo, de 40 años, soltero, el cual presentaba un corte en el cuello, producido por una navaja barbera (La Región, 7 de junio de 1970).
1971: Por la Guardia Civil de Celanova fue detenido un vecino de Orense de 20 años, peón, como autor del hurto, en Parderrubias, de un vehículo Land Rover, propiedad de Delmiro Grande Fernández, sufriendo accidente en el km. 14 de la carretera Orense-Magdalena, término municipal de La Merca, al que ocasionó daños valorados en 20.000 pesetas (El Pueblo Gallego, 18 de agosto de 1971).
1972: En la cercanía de Bentraces, un seat 600, anteanoche a las ocho atropelló a un anciano vecino de Teixugueiras, que falleció cuando era trasladado a una clínica en la capital. El peatón circulaba por la derecha, ocupando parte de la calzada. El Seat OR-16460 venia conducido por el vecino de Parderrubias Manuel Garrrido Seara (El Pueblo Gallego, 10 de febrero de 1972).
1972: El turismo OR-30792, conducido por Modesto González Fernández, vecino de Parderrubias, atropelló en el término municipal de Barbadanes a un peatón, vecino de La Valenzana, ocasionándole heridas leves (El Pueblo Gallego, 15 de marzo de 1972).
1972: Una pareja de la Guardia Civil persigue y da alcance en las proximidades de Parderrubias a un coche sospechoso. El chófer abandona el vehículo en marcha y se da a la fuga. El vehículo carecía de documentación y en su interior fueron hallados 650 kilos de café crudo de procedencia portuguesa, valorados en 48.750 pesetas (La Región, 18 de mayo de 1972).
1972: En el monte Bacariza y Tambillón, propiedad de los vecinos de Nigueiroá y Parderrubias ardieron unas 3 Has. de monte particular bajo, de escasa importancia, y unas 20 áreas del Patrimonio Forestal del Estado, poblado de pinos, quemándose unos 400, de 10 a 20 años. Los daños se cifran en unas 25.000 pesetas (El Pueblo Gallego, 1 de septiembre de 1972).
1973: En el hospital provincial fue asistido Delmiro Grande Fernández, de 41 años, vecino de Parderrubias por múltiples heridas, calificadas de pronóstico grave y producidas al ser embestido por un toro de su propiedad (El Pueblo Gallego, 23 de enero de 1973).
1974: Unas 18 Has. del monte Reparade, término de La Merca y propiedad de los vecinos de Parderrubias, La Manchica y Pereira de Montes, fueron pasto de las llamas. El fuego afectó a unos 7.000 pinos y las pérdidas fueron de 35.000 pesetas (El Pueblo Gallego, 21 de agosto de 1974).
1975: Fue hallado abandonado en las proximidades de Parderrubias el turismo Mini-Morris con matrícula MA-934009, notándose que la letra A y el número 4 habían sido pintados a pincel con pintura negra, y en el interior del mismo otra matrícula M-931009, propiedad de un vecino de Cambeo que había denunciado su desaparición (El Pueblo Gallego, 6 de agosto de 1975).
1978: Se produjo un atraco en el Auto Bar cuando Avelina Seara, de 39 años, estaba en la barra. Llegaron dos jóvenes en una moto que hicieron dos consumiciones y, al terminarlas, uno de ellos esgrimió un cuchillo, diciéndole a Avelina que era un atraco y que le diera el dinero. Se llevaron mil pesetas. Al intentar huir, la moto no encendió, por lo que se echaron al monte a pie (El Pueblo Gallego, 9 de julio de 1979).