Categoría: Emigración

MANUEL CELSO GARRIDO RODRÍGUEZ (1915-1960)

MANUEL CELSO GARRIDO RODRÍGUEZ (1915-1960)

Por Juan Carlos Sierra Freire

Eu son un home romántico e teño alma, aunque non lapis de poeta. Fago esta confesión sin que me intrese que xentes qu’en nada creen sorrían con sarcasmo ou ironia… Estou por riba de calquer escéptica opinión e tenme sin coidado o medroño ‘que dirán”

(Celso Manuel Garrido, 1942c; tomado de Freire Freire, 2001).

En el año 1876, nacía en el pueblo de Barrio, en Parderrubias, José María Garrido Mouriño. Era hijo de Domingos y Luisa, ambos labradores. A la edad de 39 años, José María se casa en el vecino pueblo de A Merca con Aurora Rodríguez Rodríguez, diecisiete años más joven que él. Ella era hija de José María, comerciante que ejercía de Juez de Paz en la comarca de A Merca, y de Bernardina, natural del cercano pueblo de Matusiños. Bernardina tenía dos hermanos curas: Felipe y Manuel, este último, párroco de San Martiño de Candás, en A Limia.

Además de José María, Domingos y Luisa tenían otros tres hijos: Antonio, Bibiana y María. Antonio se casa en Parderrubias con Josefa Justo Fernández. Fruto de este matrimonio Garrido Justo nacen ocho hijos: María, Manuel, José, Florencio, Luisa, Jesús (casado con una prima del padre del autor de este artículo), Eusebio y Domingos. Bibiana contrae matrimonio también en Parderrubias con Germán Seara Garrido y tienen varios hijos: Julio, Isolina, Isabel (madre de algunos de los primos Freire del autor), Luisa (madre de una tía del autor), María, Sara, José, Manuel y Eulogia.

José María, una vez contraídas nupcias con Aurora, pasa a residir en A Merca, en donde el matrimonio se dedica básicamente a las tareas de labranza. Según Manuel Celso eran “propietarios urbano-agrícolas”. El matrimonio tiene tres hijos: Manuel Celso (1915-1960), María Milagros (1917-1997) y José María (1924-1961). En el año 1933, siendo muy joven, María Milagros se casa en A Merca con Manuel Rodríguez, vecino de dicho pueblo, quien fallece al poco tiempo. Su hija Manuela nacería en febrero de 1934. Ambas emigrarían a Chile en 1954, falleciendo en Santiago: María Milagros el 31 de marzo de 1997 y Manuela el 4 de junio de 2013. Por su parte, José María también emigra a Chile unos años antes de hacerlo su hermana: el 26 de marzo de 1951, contando con 26 años de edad, sale del puerto de Vigo rumbo a América. Se casa en 1957 con Elena Trecha -de raíces lucenses- en Valparaíso y tienen tres hijas: Aurora Isabel, María Elena y María Luisa. Viven en Puerto Montt –pues según él, su clima le recordaba a Galicia-, ciudad portuaria situada a unos mil kilómetros al Sur de Santiago, en donde fallece a la edad de 36 años, el 3 de julio de 1961. El destino quiso que este desenlace se produjese a los pocos meses del fallecimiento de su hermano Manuel Celso. La esposa de José María, Elena, fallece el 11 de septiembre de 2011.

Manuel Celso con su madre Aurora y su hermana María Milagros

La infancia y la adolescencia

Mi nombre completo es Manuel Celso Garrido Rodríguez. Nací el 2 de noviembre de 1915 en el pueblo de La Merca, cabeza del Ayuntamiento del mismo nombre, de la provincia de Orense, España”.

Estas son las primeras líneas de un manuscrito autobiográfico firmado por Manuel Celso el 19 de diciembre de 1956, en Santiago de Chile, en el que sucintamente cuenta “cuanto sinceramente puedo informar de mí mismo”. Según consta en su partida de bautismo, el 4 de noviembre de 1915 (no el día 2), a las cinco de la madrugada, nace Manuel Celso en el pueblo de A Merca, siendo bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de Santa María de Vilar de Paio Muñiz por el párroco don Gerardo Castro. Ejercieron de padrinos su tío abuelo don Manuel Rodríguez (cura hermano de la abuela materna) y Consuelo Rodríguez. Tal como escribirá el mismo Manuel Celso, ya en el exilio chileno, el nombre de Manuel lo lleva por este familiar cura.

Iglesia Parroquial de Santa María de Vilar de Paio Muñiz, A Merca

Llegada la edad escolar, al igual que el resto de niños del pueblo, comienza sus estudios en la Escuela de A Merca. A los diez años, como el propio Manuel Celso relata en el semanario argentino Galicia, llega el momento en el que la familia debe tomar una decisión acerca de su futura formación. Su abuela y, especialmente sus tíos abuelos curas, ansiaban y esperaban que Manuel Celso traspasase las puertas del Seminario y llegase un día a cantar Misa. Sin embargo, el padre (a quien Manuel Celso define como “demócrata, cristiano y anticlerical”), no estaba plenamente convencido de ello, por lo que decide consultar al maestro del pueblo, quien después de algunos intercambios de impresiones no duda en darle el siguiente consejo:

Ser cura no es ser cualquier cosa. O se es bueno, o mejor no serlo. Hace más daño a la Religión un ministro perverso, de los que por desgracia tanto abundan, que los ateos. En resumen, mi consejo es que lo hagan cualquier cosa menos cura” (Garrido, 1943).

De este modo, padre y maestro dispusieron que Manuel Celso no entrase en el Seminario, al menos hasta que él mismo lo decidiese por su cuenta. Nunca decidió ser cura, pues según sus propias palabras no quiso “continuar la tradición apostólica de la familia, en la que desde varias generaciones atrás figuran siempre curas glotones, ricos y  mujeriegos” (Garrido, 1943). Es más, en el periódico Galicia de Buenos Aires del 9 de enero de 1943 da las gracias a su antiguo maestro por aquel consejo proporcionado a su padre en los años veinte en A Merca, escribiendo: “Colega y maestro mío, desde aquí te recuerdo hoy y te agradezco el que tú no hayas querido”. A este posicionamiento de incredulidad clerical pudiera haber contribuido un conflicto que por un tema de avales habían tenido sus padres con sus parientes curas.

Una vez que la familia decide que Manuel Celso no entraría en el Seminario, en el curso 1926/27 comienza sus estudios de Bachillerato en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Ourense (actual Instituto de Educación Secundaria Ramón Otero Pedrayo). Para la descripción de muchos de los hechos biográficos de Manuel Celso, vamos a seguir el excelente y detallado trabajo sobre su vida, publicado por Freire Freire (2001). Según esta autora, la primera experiencia del niño recién llegado a la capital ourensana para cursar el Bachillerato fue el impacto sufrido por ser un “aldeano” objeto de burlas al no saber hablar castellano. En septiembre de 1926 realiza el examen de ingreso al Instituto, siendo miembro de la Comisión Evaluadora Ramón Otero Pedrayo. Obtenido el ingreso, cursa durante tres años el Bachillerato Elemental, comenzándolo por libre y yendo exclusivamente a los exámenes.

Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Orense (actual IES Ramón Otero Pedrayo). Fotografía tomada de Salgado (2020)

En el tercer curso, el 31 de enero de 1929 se produce un hecho traumático en el ámbito familiar: el fallecimiento de su padre José María a consecuencia del tifus, a los 53 años de edad. Su madre Aurora, con solo 36 años, se queda viuda al cargo de tres hijos menores de trece, once y cuatro años, respectivamente. Sus esfuerzos y sacrificios, junto a la ayuda de familiares, hacen que la familia salga adelante y el hijo mayor acabe cursando Estudios Superiores. En un artículo publicado el 27 de diciembre de 1957 en el diario chileno El Mercurio, que amablemente me envió su hija Aurora Elena (Rula, como cariñosamente le llamaba Celso), describe la dicha familiar de una Nochebuena en A Merca, a pesar de la desgracia del padre ausente:

Éramos dichosos en el comedor tibio aquel, con la mesa de manteles de lino repleta de las mejores viandas que ella podía juntar para nosotros… Mientras, ella recordaba nuestra orfandad, y mirándonos a los tres con ese mirar con que solo las madres miran, su recuerdo volaba saudoso hacia nuestro padre muerto, y una lágrima furtiva y delatora, en la más familiar e íntima de las reuniones, delataba, indiscreta, el gran cariño que los había unido y nos tenía” (Garrido, 1957).

El 25 de diciembre de 1957 escribía sobre la noche anterior, la Nochebuena de ese año en Santiago de Chile, recordando a su madre:

A mí atacome un adarme de insomnio y volé imaginativamente a mi tierra natal y mi infancia, y sentí físicamente un instante, os lo juro, el vuelo alegre de las campanas de mi aldea, vilas voltear en la esbelta espadaña cimera, y oí, por fin, entre sueños, la voz suave de mi madre que me decía cariñosa, como cuando era niño: Celsiño, sé siempre bueno, sé siempre bueno y serás feliz. Y arrullado en su consejo, me dormí” (Garrido, 1957).

En el año 1929, Manuel Celso, con 13 años de edad, se queda como el “hombre mayor” de la casa. Este sentimiento de “hijo mayor” en sus relaciones con sus hermanos Milagros y José María estuvo presente a lo largo de toda su vida, tal como atestiguan sus hijos y sobrinas. Ejemplo evidente de ello, es que estando en el exilio, los reclama para juntarse con él en Chile y de este modo pudieran salir de la terrible posguerra española. Primero lo hace José María en el año 1951 y posteriormente María Milagros, y su hija Manuela, en 1954. El cariño y aprecio entre los hermanos era mutuo. En palabras de su hija María Elena, José María adoraba a su hermano Celso.

En septiembre de 1930, con 15 años, supera el examen final de Bachillerato y con fecha de 31 de julio de 1931 recibe el correspondiente Título. Durante esta época reside en una fonda ourensana, que imaginamos cercana al Instituto, en la zona de O Posío. Según Freire Freire, el docente que mayor huella dejó en Manuel Celso, durante esos años, fue don Ramón Otero Pedrayo (Catedrático de Geografía e Historia Universal y, además, Director del Instituto), hacia el que siempre mostró una enorme admiración. Prueba de ello son las siguientes líneas que escribió en el año 1947:

“…Don Ramón era… el maestro completo que nos educaba… y nos acogía paternalmente, con cariño de padre, procurando no herir jamás nuestra sensibilidad. Con inteligencia y bondad, nos daba agilidad al cerebro y ánimos generosos al espíritu. Y cómo se aprende y se le toma cariño al estudio cuando el que nos enseña, además de catedrático o profesor, es un auténtico maestro, un educador, y no una bestia infatuada y prejuiciosa” (Garrido, 1947; tomado de Freire Freire, 2001).

En el curso académico 1930/31, con 16 años de edad, Manuel Celso comienza los estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Ourense, concluyéndolos en junio de 1933. Tenía 18 años cuando obtiene el Título de Maestro Nacional de Primera Enseñanza. Según Freire Freire (2001), fue alumno de Vicente Risco, a quien ya estando en el exilio describe de manera despiadada, manifestándole un nulo aprecio:

“… ese Judas despreciable que parió nuestra provincia y que los falangistas premiaron nombrándole Director de la Escuela Normal, aquel edificio de la calle del Progreso, en donde antes del 18 de julio tanta demagogia le vi hacer, haciendo que nos enseñaba Metodología de la Historia, y luego desde las rejas de la cárcel, enfrente, le vi pasar durante veintiséis meses cautivo, delgado y encorvado, con aquella cartera en la mano, en donde llevaría seguramente los apuntes por los que guiarse para hacer apología del franquismo y de la traición, como antes lo hiciera de la democracia y del galleguismo” (Garrido, 1947; tomado de Freire Freire, 2001).

Según Freire Freire (2001), el 31 de agosto de 1933, debido a un traslado del maestro que la ocupaba, queda vacante la Escuela Nacional Mixta de Sanguñedo (en Verea, Terras de Celanova), siendo destinado a ella Celso Manuel en el mes de septiembre, en donde permaneció hasta julio de 1936, supuestamente como maestro interino, pues la plaza nunca saldría a concurso. En julio de 1933, el Consejo Provincial de Primera Enseñanza de Ourense hacía pública una relación de aspirantes sin servicios que solicitaban plaza, aprobada en las sesiones del 17 y 30 de junio; entre los solicitantes se encontraba Manuel Celso (El Pueblo Gallego, 7 de julio de 1933). En promedio, en el año 1933, un maestro en Ourense percibía 3.278,60 pesetas anuales.

El activismo político durante la República

Soy enemigo de los totalitarismos todos, sean ellos del color que fueren: rojos, azules, pardos, negros o de los que sin color definido son esencialmente eso”.

Desde la instauración de la República en abril de 1931 hasta el inicio de la Guerra Civil, el activismo político cobró gran auge entre muchos ciudadanos españoles. En Galicia, además ocurre un hecho que contribuye al mismo: la puesta en marcha del frustrado Estatuto de Autonomía. Manuel Celso no sería una excepción. La juventud, el contexto estudiantil y la función docente, factores que confluyeron en su persona, propician que ejerza una militancia activa. La figura de Ramón Otero Pedrayo, a quien profesaba gran admiración, como ya señalamos, influye en los posicionamientos ideológicos de Manuel Celso.

Desde muy joven, se posicionó al lado de la República; tenía 16 años cuando esta se instaura. Según Pérez Leira (2011), en su época de maestro, durante el día atendía a la escuela y al atardecer recorría las aldeas de Celanova y Bande animando a los labradores a que defendieran sus intereses y a la República. Cuando le era posible, bajaba a la capital ourensana para reunirse con miembros de su partido: Izquierda Republicana.

En 1956, en el documento autobiográfico que su hija Rula me proporciona, Manuel Celso se autodescribía de la siguiente manera:

Pertenecí, políticamente, a Izquierda Republicana, partido burgués de izquierda. Debo confesar hidalgamente que sigo profesando la misma ideología política. Soy demócrata y liberal cien por ciento. Soy enemigo de los totalitarismos todos, sean ellos del color que fueren: rojos, azules, pardos, negros o de los que sin color definido son esencialmente eso. Por esa razón el franquismo me tuvo detenido durante toda la guerra civil como preso político”.

Izquierda Republicana fue un partido republicano de izquierdas fundado por Manuel Azaña en 1934, como resultado de la fusión de varios partidos, entre ellos la Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA) de Santiago Casares Quiroga. Integrada en el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, se convierte en el tercer grupo parlamentario, tras el PSOE y la CEDA. En A Merca, sus candidatos Manuel Martínez Risco y Manuel García Becerra conseguirían 65 y 50 votos, respectivamente, en esas elecciones.

Freire Freire (2001) afirma que Manuel Celso militó en las Juventudes de Izquierda Republicana (JIR) y que, formando parte de las Mocedades Galeguistas de Ourense, participó activamente junto al malogrado Alexandre Bóveda, entre otros, en la campaña electoral y elecciones de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular, así como en las del plebiscito del Estatuto de Autonomía celebradas en junio de ese mismo año, en las que la mayoría obtenida a favor del mismo no valdría de nada, pues la Guerra abortó dicho proyecto. Así describía Manuel Celso sus sensaciones en ese histórico día:

“…recuerdo aquel día inolvidable, cuando recorriendo algunos colegios electorales de las aldeas apartadas y de la capital de la provincia, en Orense, he visto, he palpado el alma del pueblo galaico en aquel momento trascendental” (Garrido, 1940; tomado de Freire Freire, 2001).

En el poema “Non sei d-adxetivos” publicado en su exilio chileno, Manuel Celso se autodefine como alguien que nunca es indiferente ante las injusticias:

“¿Que ren é posible qu-éu
quede nunca indiferente
cando humillar vexo a home dino
por algún quídam noxento?”

La Guerra y la represión franquista

“-Bárbaros, as ideas non se matan!– berraba, fero, o gran Sarmiento, arxentino;
¡Nin –engadimos- as arelas nobres i-as outas inquedanzas,
tirano noxento, descastado, sátrapa: ¡asesiño!”.

Como consecuencia del golpe de estado del 18 de julio de 1936, las fuerzas sublevadas se hacen con el control de la provincia ourensana, comenzando la persecución y brutal represión de todos aquellos que habían tenido alguna vinculación con el Frente Popular. Ser maestro republicano convertía a Manuel Celso en uno los objetivos prioritarios de la represión falangista. A ello se unió el hecho de que un vecino de Sanguñedo le denunciase por “comunista” (termino genérico para referirse a todo aquel que había estado relacionado con el Frente Popular). Se le culpa, entre otros “delitos”, de haber hablado de política a sus alumnos. Ante este panorama, y siendo consciente del ambiente cainita que se respiraba en la provincia, con encarcelamientos y fusilamientos a diario, a Manuel Celso no le queda otra alternativa que esconderse y “desaparecer” de la vida cotidiana. De la noche a la mañana pasa a ser un fugitivo, permaneciendo durante ocho meses en diferentes escondites de distintos lugares. Uno de esos escondites fue el pajar y el “canastro” (hórreo) que sus parientes cercanos de Parderrubias tenían en la calle de Os Ponchos, en el pueblo de O Outeiro. Su abnegada madre se encargaría de llevarle de comer. Ocho meses “fuxido”, escapado, clandestino a causa de la salvaje represión fascista.

A principios de ese año 1936, al igual que el resto de mozos de la comarca nacidos en 1915, Manuel Celso había sido alistado en el Ayuntamiento de A Merca. Es tallado en 1,74 metros y su perímetro torácico es de 91 cm., siendo calificado como útil para el Servicio Militar. Alega ser hijo de viuda pobre a la que mantiene, y se le dan quince días para justificarlo, por lo que en ese momento es clasificado como pendiente de justificación. Ya en plena Guerra, en noviembre, de igual manera que todos los reclutas del reemplazo de ese año, es llamado a filas para incorporación inmediata. Dada su situación de huido, no se presenta. Por su condición de escondido, primero, y posteriormente de encarcelado, no tiene la posibilidad de luchar durante la Guerra, defendiendo a la República, hecho que según relata Freire Freire (2001), lamentó profundamente:

“…no me cupo la dicha de poder empuñar un fusil en las filas leales y ser un cruzado más de la Libertad, en defensa de nuestra República, tuve la mala suerte de sufrir cautiverio y persecución en mi misma patria… ¡Cuánto hubiera dado por estar al lado de los milicianos!… Pero no fue posible” (Garrido, 1941a; tomado de Freire Freire, 2001).

Dos meses antes, el 1 de septiembre, día que comenzaba la actividad escolar en la Enseñanza Primaria de la España ocupada por los sublevados, Manuel Celso no se había presentado en su puesto de maestro de Sanguñedo. El día 14 era cesado por el Gobernador Civil (Freire Freire, 2001). El 27 de junio de 1937, a través de las páginas de La Región, se le solicita que en el plazo improrrogable de diez días notifique su domicilio actual al Presidente de la Comisión Depuradora del Personal Docente, entendiendo que si no lo hace se le expedientará como si hubiese sido oído.

Manuel Celso, después de ocho meses escondido, es detenido en marzo de 1937 por los falangistas, cuando contaba con 21 años de edad. Desconocemos el lugar exacto de su detención. Es encarcelado en la prisión provincial de Ourense y condenado a trabajos forzosos en los campos del Monasterio de Oseira y de O Cumial. En prisión coincide con muchos presos políticos, entre ellos el médico Manuel Peña Rey. Así relataba esta experiencia en 1941:

En marzo de 1937 nos atraparon los mercenarios de Falange y llevaron a la cárcel de Orense, entre los setecientos y pico de presos políticos que allí había hacinados, durmiendo incluso en el patio interior de la prisión, sin cama en que acostarse ni ropa con que cubrir los maltrechos cuerpos, víctimas de los más inhumanos apaleamientos, teniendo como único techo el helado firmamento” (Garrido, 1941b; tomado de Freire Freire, 2001).

¿Te acuerdas de las dos y media de la tarde, cuando las listas de los que iban a ser paseados?… ¿No aparece todavía en tu retina la imagen siniestra del Conserje o del Abisinio, pistola empuñada con el cerrojo corrido y vista fija de asesinos natos, abriendo violentamente el rastrillo de la celda, para llevarse en aquel momento solemne, a las víctimas de su fobia y de sus instintos caníbales?… Y de las cuatro de la mañana, ¿te acuerdas? ¿Cuándo son sacados los penados a muerte, y nos dejaban mudos y cabizbajos hasta que al oír en el Campo de Aragón la descarga homicida hacía estallar nuestro mutismo en palabras incoherentes de indignación y dolor” (Garrido, 1942a; tomado de Freire Freire, 2001).

Un decreto de mayo de 1937 reconocía a los presos el “derecho” al trabajo. Aunque lo desconocemos, dada su formación, puede que en Oseira fuese obligado a tareas docentes en un reformatorio de menores que allí se había instalado. Lo que sí está refrendado es que fue uno de los muchos presos políticos que trabajaron de manera forzosa en las obras del campo de tiro de O Cumial. Según Freire Freire (2001), la pena de muerte a la que había sido condenado le sería conmutada por estos trabajos forzosos.

“…en el campo de concentración de El Cumial, en la provincia de Orense, donde a la sazón, a pico y pala y con tarea fija y extenuadora, nos tenían los sublevados a sus prisioneros políticos trabajando en la construcción del que ahora es magnífico campo de aviación” (Garrido, 1947; tomado de Freire Freire, 2001).

Finalizada la Guerra, al no poder probársele delito alguno, Manuel Celso es puesto en libertad y obligado a hacer el servicio militar. Según consta en su expediente de mozo del reemplazo de 1936 de A Merca, presta un mes de servicio en el Regimiento Milán nº 32, con sede en Oviedo, siendo destinado el 25 de mayo de 1939 al Parque de Artillería de Gijón, en donde estuvo un año. Finalizada su condición militar de movilizado decide tomar el camino del exilio a mediados de 1940.

El exilio

Fue una mañana espléndida del mes de junio de 1940… En esa mañana, dos republicanos españoles –uno de ellos el que les habla, lector amigo-, caminan cautelosos, los pies y el corazón doloridos, en el último intento de salvar su vida física, hacia afuera de la Patria, para abrazar el exilio incierto, preñado de inquietudes y afanes múltiples, en busca de libertad y de un país en donde nos volvieran a considerar hombres y tratar como a tales… El viaje es costoso y difícil, pero nuestra ambición tiene un nombre: América. Volvíamos de vez en cuando la cabeza para gozar una vez más de la visión dichosa de la Patria que dejábamos hasta sabe quién y cuándo… Más, en aquella atmósfera de Caínes y Pilatos, era imposible vivir: asfixiaba a uno espiritualmente, y nos empañaba el corazón y la conciencia” (Garrido, 1942b; tomado de Freire Freire, 2001).

Dado sus antecedentes políticos, la salida de Manuel Celso de la España franquista no era obviamente tarea fácil. La única posibilidad de cruzar la frontera era hacerlo de manera ilegal asumiendo una identidad falsa. La salida más factible era la frontera portuguesa y desde el país vecino tomar rumbo a América. El plan diseñado desde meses atrás se hacía realidad a mediados del año 1940. El riesgo al que se exponía era máximo, pues ser descubierto suponía, en el mejor de los casos, muchos años de cárcel, cuando no, la condena a muerte. Vestido de cura atravesaría la frontera portuguesa. Con la ayuda de su amigo Manuel Fernández Borrajo, a quien había conocido durante el Servicio Militar en Asturias, y a contactos que tenía en Portugal, se apropia de la identidad de un portugués fallecido: José Félix Carpio. Con un pasaporte, al que había cambiado la foto y unos certificados falsificados del Alcalde y del Juez, se presenta en Portugal (Pérez Leira, 2011). Según Freire Freire (2001), el intento resulta fallido, pues en territorio luso la Guardia Republicana desconfía de su documentación, lo que le hace regresar a su pueblo natal de A Merca. Un segundo intento, en el que cuenta con la colaboración de un vecino de Parderrubias, finaliza en Lisboa para tomar rumbo a América. Desconocemos la fecha en la que embarca a bordo de un buque repleto de emigrantes portugueses con destino a Sudamérica. El mismo relata que en noviembre de 1941 llega a Chile después de estar un mes en Brasil y ocho en Argentina, por lo que estimamos que su salida (sin retorno) de la península ibérica se produciría en la segunda mitad del año 1940.

A los responsables de su forzosa salida de España, no le duele prendas describirlos en los siguientes términos, en 1953, en el poema “¡Saúde, hirmáns!”:

Bárbaros, as ideas non se matan! –berraba, fero, o gran Sarmiento, arxentino;
¡Nin –engadimos- as arelas nobres i-as outas inquedanzas,
tirano noxento, descastado, sátrapa: ¡asesiño!

En Buenos Aires comienza a colaborar con la Federación de Sociedades Gallegas, y en junio de 1942 publica su primer artículo en el semanario Galicia: “”Evocación triste de un refugiado”. La Federación de Sociedades Gallegas, Agrarias y Culturales, fundada en 1921, tenía como finalidad principal la superación del atraso económico y cultural de Galicia. Durante la Guerra Civil había estado comprometida con el Frente Popular y, una vez finalizada, su labor se focaliza en la solidaridad con los refugiados españoles, muchos de los cuales escriben en el periódico Galicia. Tal como indica Fasano (2009), la Federación constituyó un ámbito de socialización política y cultural para los gallegos republicanos exiliados.

Siguiendo el detallado trabajo de Freire Freire (2001), gracias a ourensanos, emigrantes en Santiago de Chile, Manuel Celso consigue un trabajo de administrativo en la capital trasandina y es contratado durante algunos meses como editorialista por el diario La Opinión, encargándose además de la sección Página España de su suplemento dominical. Pronto dejaría estos trabajos para dedicarse al sector comercial de la madera, en un primer momento en Chillán y después en Santiago (Maderas Manuel-Celso Garrido Rodríguez). Posteriormente, regentó una panadería y, finalmente, la zapatería Astor. A pesar de ello, no abandonaría nunca sus colaboraciones con diversos periódicos y revistas, tanto nacionales (La Hora, La Nación, La Última Hora, El Mercurio u Occidente) como internacionales (Galicia [Buenos Aires], Lealtad [Montevideo], Izquierda [París], España Libre [Nueva York] o España Nueva [Ciudad de México]). Su interés por las labores periodísticas, unido indudablemente a su morriña, le llevaron a barajar la idea de la creación de un periódico mensual, en gallego, dirigido a la colonia gallega en Chile, pues pensaba que “a nuestra gente emigrante hay que hablarle y darle noticias de su aldea” (tomado de Freire Freire, 2001).

Manuel Celso nunca se desentendería ni de sus ideales galleguistas ni de la defensa de la autonomía de Galicia. Ello le llevó a aceptar el cargo de Delegado del Consello de Galiza en Chile, encomendado por el mismo Alfonso Castelao y designado por Alonso Ríos, quien sería Presidente del Consello una vez fallecido Castelao. El Consello de Galiza era una especie de gobierno autónomo gallego en el exilio, creado en noviembre de 1944, en Montevideo, por Castelao (Monteagudo, 2016). En esa época, Manuel Celso también ocupaba el puesto de Secretario de Propaganda de Galeuzca en Chile, un pacto entre nacionalistas gallegos, vascos y catalanes, que había sido confirmado en 1941. Junto a Ramón Suárez Picallo (diputado a Cortes en 1936 por el Partido Galeguista) lleva a cabo una labor encomiable para mantener viva la llama del galleguismo entre la colectividad gallega de Chile, labor reconocida en las páginas del periódico argentino A Nosa Terra. Galicia, su Galicia, estuvo siempre en el corazón de Celso:

Quixente e quérote con amor eterno, profundamente intenso de Deus antigo. Túa presencia garimosa e inesquecible fai a miña ialma acesamente feliz, optimista, eterna… E agora lonxe de ti, penando d’amor e morriña, qu’e o maior sufrimento” (Manuel Celso Garrido, 1942c; tomado de Freire Freire, 2001).

En una de las estrofas de su poema “¡Saúde, hirmáns!”, Manuel Celso clama a la galleguidad, pidiendo a los acomplejados que se aparten:

“Irmáns: Un berro antergo e sagro
(os acomplexados fuxan da nosa veira:
só nos intresa do mundo un anaco,
só Galiza): ¡Viva nosa Terra meiga!”.

Su posicionamiento ideológico le lleva a entablar amistad con el Presidente de la república chilena Gabriel González Videla, del Partido Radical, con el gran poeta chileno, y Premio Nobel de Literatura en 1971, Pablo Neruda. En noviembre de 1946 asiste a la ceremonia de toma de posesión del Presidente de la República, que tiene lugar en el Palacio del Congreso, en calidad de amigo cercano. El poeta y político chileno participó en algunos de los actos organizados por Manuel Celso en el Centro Republicano Español de Santiago de Chile. Tanto en su casa, como en la de su hermano José María, había libros dedicados por Pablo Neruda. En ese círculo de personas cercanas también se encontraba Salvador Allende, Presidente de la República desde finales de 1970 hasta su derrocamiento en el año 1973 por el golpe de estado de Pinochet.

Manuel Celso (derecha) en compañía de Ramón Suárez Picallo (izquierda) y Eduardo Blanco Amor (centro), durante la visita de este último a Chile en 1948

La familia en Chile

Nós, acougados a veira do mar, nunha solana de pedras con musgos, fitamos o lonxe o océano de Balboa, entre Valparaíso e Concón. ¡Qué bonito e iste mar de Chile! Pro de Pacífico non ten mais que o nome, xúrovolo”.

(Garrido, 1953)

Manuel Celso vive en el número 6019 de Santa Rosa, en donde estaba ubicada la panadería que regentaba. La casualidad (o no tan casualidad) hace que ese número, en uno de las viales más importantes del Santiago actual, esté hoy ocupado por Panadería Maruxa, que presume de producir la mejor marraqueta, recién salida de un horno artesanal santiaguino. El 22 de noviembre de 1951, a la edad de 36 años contrae matrimonio, en el barrio residencial de Quinta Normal, con Olga Elena Bouzo Vidal, 13 años más joven que él. El padre de Olga Elena era un ourensano que había llegado a Chile antes de comenzar la Guerra Civil y era propietario de varias panaderías en la capital, llegando a ocupar la Presidencia de la Federación Chilena de Industriales Panaderos (FECHIPAN), entidad gremial fundada el 25 de septiembre de 1936.

A su esposa, Manuel Celso la llamaba Nena (Niña) de manera cariñosa, llegando a tomar este nombre en el entorno familiar. Me consta que sus sobrinas se refieren a ella como la tía Nena. En el año 1954, escribe para ella el poema “Tú: ella. Yo: él”, en el que le trasmite el gran amor que le profesa:

Eres mi sino y mi estrella,
porque ellos son quererte.
¿Galeote del corazón?
¿Forzado de la ilusión?
Tú eres mi Dios, no te importe.
Tú, mi vida entera. Tú: Ella.

Porque, Nena mía, ¡te amo y me amas!

Dos años después de contraer matrimonio nace la primera hija Aurora Elena (Rula) y once meses después lo hace María Milagros (Mila). A ellas escribe las siguientes líneas, cargadas de amor y ternura, en el artículo “Nochebuena con los míos”, publicado en el periódico El Mercurio, cuando tenían cinco y cuatro años, respectivamente:

Ayer, con gracia leve, palabra fácil y donaire como nunca tuve, ni antaño, contele a mis niñas, a mis retoños del divino Nacimiento el milagro. Ruliña, seria y serena, inteligente, cual a su carácter corresponde, iba al compás de mis palabras, con cariño, dibujando en el semblante infantil de su faz toda la trayectoria vital del Niño. Milagriños, en cambio, locuaz y saltarina, con blanca sonrisa, o dulce y lánguida tristeza, me dijo más de una vez curiosa: papá, ¿por qué no viene ya, dinos?” (Garrido, 1957).

Rula, la hija primogénita, sería protagonista de uno de los catorce poemas de la obra Saudade: “A pombiña i-o corvo”:

¡Ai, miña rula, Ruliña, miña filla:
Tamen eu son avezado cazador.
E matareiche os corvos do teu redor.
E surriréille ledo, mui ledo, as pombiñas!

Después de Milagros llegaría un varón prematuro, fallecido a las pocas horas de nacer. El tercer hijo del matrimonio Garrido-Bouzo muere antes de cumplir el año, víctima de una pulmonía. Finalmente, nace José Manuel; lo haría tres meses después del fallecimiento de su padre. Milagros falleció en Santiago de Chile en noviembre de 2009.

Manuel Celso con su esposa Olga Elena y su hija Rula

La saudade

Unha forcia soave e permanente, implacábel e doce –a saudade- turra por nós arreo car-os nosos lares, sen darnos acougo” (Garrido, 1953).

Como todo gallego en la diáspora, la saudade y la morriña empapan la vida de Manuel Celso en Chile. El mismo llega a definirla como la fuerza suave y permanente, pero implacable, que tira de uno sin descanso hacia su tierra.

Una excelente descripción de este sentimiento la hace María Elena, sobrina de Manuel Celso, refiriéndose a su tía Milagros en Chile: “estaba en Chile, pero su cabeza estaba absolutamente en A Merca, y en el pasado”. Este sentimiento tan gallego, y tan difícil de comprender para quien no lo es, lo hace visible de manera brillante Manuel Celso en su obra escrita en lengua gallega “Saudade. Un limiar e catorce poemas galegos”, dedicada a su única hija en ese momento, Aurora Elena (Ruliña), con “infinito cariño”, y publicada en Santiago de Chile el 20 de marzo de 1953.

Estos son los 14 poemas. Dedicados a su familia de A Merca y a sus vecinos: “A miña nai, n-iste 1º de noviembre (1948)”, a su madre difunta; “Invernía”, a su hermana María Milagros; “Sementeira”, a su hermano José María; «Lembranzas”, a su sobrina Manuela, hija de María Milagros, a la que por su temprana orfandad, Manuel Celso brindó en cierta medida la figura de padre; y “Céltigas vaquiñas”, a sus vecinos de A Merca. Dedicados a su familia de Chile escribe “Com-a volvoreta!” a su esposa Nena; “A pombiña i-o corvo”, a su hija Rula; y “Praia sin nome”, a sus padrinos de boda José Fernández y María Miret, y a sus hijas (madrinas de Aurora Elena y María Milagros). A sus compañeros de exilio dedica: “A Santa Compaña”, a Ramón Suárez Picallo; “Morreo Castelao”, a Virxinia Pereira (esposa de Alfonso Castelao); “Mensaxe de Bóveda”, a Rodolfo Prada (Presidente del Centro Gallego de Buenos Aires e importante figura del galleguismo en tierras argentinas); y “¡Saúde, irmáns!”, a sus amigos del exilio. “Lémbraste…?” se lo dedica a “cualquier mujer bienquerida”. Finalmente, “Non sei d-adxetivos”, tiene a sí mismo como destino en forma de autorretrato.

El sentimiento de desarraigo que experimenta Manuel Celso lo plasma de manera sentida en los poemas dedicados a los personajes centrales de su vida en A Merca, alcanzando su culmen en el que dedica el día de Fieles Difuntos de 1948 a su madre difunta, que había fallecido tres años antes, residiendo sus hermanos todavía en Galicia. El poema es escrito al poco tiempo de tener conocimiento del fallecimiento de la madre, lo que lleva a Manuel Celso a aislarse del mundo durante días, sumido en una enorme amargura. El encerramiento y el dolor anímico experimentado dieron lugar a estas sentidas estrofas:

No exilio eu, lonxe da Terra, ollando alleos eidos;
Meus hirmáns Milagros e Xosé María, ¡probiños!, sois, sen pai tamén,
horfos e tristes, viaos no fogar onde nados fomos d-anguria a tremer,
¡E ti, nai miña, índote con meu nome nos beizos!

Ti, que tan boa fuche, i-agora no Além ficas,
acullle con cariño estas garimosas verbas tenras miñas.
E un primeiro de Novembre, alleo, saudoso, ingrato:
Non poido ire a levarche froles da Terra o noso Camposanto”.

Saudade es revivir lo que hemos dejado atrás, pero ante la imposibilidad de dicha acción, solo queda ensoñarlo para que el recuerdo permanezca. Para ello, el gallego “lembra” y esas “lembranzas” lo ensimisman. Así, quedó reflejado en el poema “Lembranzas” con dedicatoria a su sobrina Manola:

A modiño, a modiño,
sin sentil-as,
chegan as lembranzas.
Vai pingando a vida, miudiño,
Anacos de sí,
¡ai miñas rapazas!...

Esta ensoñación impregnada de morriña se deja ver de manera nítida en el poema “Sementeira”, dedicado a su hermano José María:

¡Sementar! ¡Sementar moito, i-arreo! Regal-a terra coa suor da frente. E fendela a cotío, suxetando a rabiza do arado co puño forte de mau rexa e baril. Cubrila d-estrume primeiro, i-enchela de cheiro a fogar. Rachala logo, cubrind-o ar de cheiro a quentura i-agarrimo. Rizala dempois coa grade, deixándoa tenra, morniña. E o fin, na entrana viva, traballada e quente, diexar cair a semente. Para que maña nos encha de fartura e de ledicia: Na recolleita”.

Los hermanos Manuel Celso (derecha) y José María (izquierda) con las hijas del primero, Rula y Mila

Esta misma experiencia se vuelve a repetir en “Invernía”, con dedicatoria a su hermana Milagros, en el que rememora los quehaceres cotidianos de la familia rural de nuestra comarca en aquellos interminables inviernos:

Apesares, dempois de xantar, císcase a familia:
A nena a tornal-auga. A  muller, o outono.
O rapaz, a apañar castañas, denantes que as rouben.
I-o pai, coas ferramentas o lombo, o Ferreiro”.

Sus recuerdos y remembranzas de niño se dejan ver en el poema “Céltigas vaquiñas”, dedicado a sus paisanos de A Merca:

¡Esas vaquiñas loiras:
Qué ben traballan e pacen nos eidos.
Qué mansiñas son. Qué tenras.
E como ripan o outono, coma cuitelos.
De andar sereo i-acompasado,
-esas vaquiñas loiras, barrosas-,
Van pol-os camiños triscados nos valados,
I-o descuido, ripando verzas nas hortas”.

¿Sería la saudade la causa de que Manuel Celso decidiese poner fin a su vida en Santiago de Chile? Muy difícil contestar a esta pregunta, pero pensamos que sin duda pudo haber contribuido a magnificar estados emocionales depresivos que experimentaba en ciertas épocas, aunque desconocemos en qué medida. El 6 de octubre de 1960 se quitaba la vida en su casa. El día anterior a su fallecimiento toda la familia, incluido su hermano José María que había venido de Puerto Montt, había asistido a una boda de una persona cercana. Al día siguiente a la boda, Manuel Celso decide no ir a una reunión familiar y se queda solo en casa, momento que aprovecha para usar un arma. Será al atardecer de ese día, al llegar a casa, cuando su hija Rula, con solo siete años de edad, busca a su padre y lo encuentra muerto. Vestía traje, como era habitual en él. Sus restos mortales descansan en el mausoleo familiar ubicado en el Cementerio General de Santiago de Chile. Su hermano José María fallecería al año siguiente, dicen que “de pena”, pues desde ese fatídico 6 de octubre nunca más volvería a sonreír.

Vista del Cementerio General de Santiago (fotografía tomada de @cementeriogral)

En memoria de Manuel Celso

Después de su fallecimiento, el diario Opinión Gallega de Buenos Aires reconocía en sus páginas la figura de Manuel Celso, al informar que el galleguismo perdía un regio luchador y Galicia un hijo fiel. La galleguidad chilena y argentina lloraba su muerte. El Presidente de la República Española en el exilio de París, Diego Martínez Barrio, le concede el título póstumo de Caballero de la Orden de la Liberación de España.

Lamentablemente, la figura de Manuel Celso es escasamente conocida y reconocida. En gran medida, ello es lo que nos ha llevado a la elaboración de este artículo. Son escasos los reconocimientos a su figura. Entre las excepciones destacaríamos (1) su inclusión en el Diccionario da Literatura Galega, encontrándonos su nombre en el Tomo 1 “Autores”; (2) la ponencia sobre su vida y obra presentada por Marivel Freire Freire en el Congreso Internacional O Exilio Galego, celebrado en Santiago de Compostela en el año 2001; y (3) un capítulo en el libro “Protagonista de una epopeya colectiva” de Lois Pérez Leira.

Nuestra comarca no debe permitirse que su vida y obra pasen desapercibidas, y no sean reconocidas en su justa medida. Hasta donde sabemos, el único reconocimiento que tuvo lugar en su tierra natal fue el llevado a cabo por el grupo municipal del Bloque Nacionalista Galego en el Concello de A Merca el 24 de abril de 1999. Incomprensiblemente, la corporación municipal de esa época no llegó a un acuerdo para poner su nombre a una calle del pueblo. Desconozco las razones que llevaron a esa falta de acuerdo, pero se me antojan peregrinas y de cortas miras. En dicho acto, promovido por los concejales nacionalistas Luis Seara y Manuel Outumuro, y que tuvo lugar en el Salón de Plenos del Concello de A Merca, participaron los escritores Millán Picouto y Lois Pérez Leira, así como el político Manuel Mera.

Noticia del homenaje a Manuel Celso en A Merca publicada en O Aguillón (febrero de 2000)

Manuel Celso por su hija Rula

No podríamos dar mejor terminación a este artículo que con un epílogo suscrito por Rula, hablando de su padre. A pesar de haberlo perdido a muy corta edad, su recuerdo imborrable perdura en el tiempo, y ese recuerdo lo plasma en estas líneas:

Juan Carlos me pide que describa el recuerdo que tengo de mi padre…. Lo he pensado varios días… Hablar de él sin ser subjetiva es imposible, por el tremendo amor que siento por él, pero aquí va. Celso, mi papá, era un tipo muy buenmozo, siempre vestía impecable, de traje o sport; en las fotos que conservo se ve muy bien en todas. Conmigo y con mi hermana Milagros era muy dulce. Nos leía libros antes de dormir. Recuerdo cuando su hermano José María le enviaba mariscos del Sur de Chile y él nos hacía comer ostras, pulpo y erizos, lo que disfrutaba mucho. Aprendimos con mi madre a lavar los pulpos que ella cocinaba “a la gallega”, exquisitos. MI padre era alegre. Recuerdo que cantaba en reuniones en casa y tenía su grabadora (con cintas), también sus discos. Su oficina, con estantes repletos de libros y discos de música española. Leía muchísimo, y lo recuerdo también escribiendo a menudo. Recuerdo ir con él a la feria semanal del barrio a comprar verduras, frutas y ostras. Después guardábamos algunas para nuestras tortugas, la mía y la de Mila, mi hermana. Visitábamos el Estadio Español y el Stade Français con él y mi madre, en donde disfrutábamos de las piscinas mientras él jugaba al tenis.  La cena en la mesa era muy importante para él, lo recuerdo sentado y yo a su lado escuchándolo. Salíamos de paseo a las playas y a las termas. En fin, para mí estar a su lado era sentirme muy querida, admirada y protegida. Su último negocio fue una zapatería que le compró a mi abuelo, Francisco Bouzo. Allí nos dejaba a veces jugar en las inmensas bodegas de zapatos y cuando decoraban las vidrieras era para nosotras una fiesta; él ponía todo el empeño es que se vieran muy lindas.  Nos permitía llevar a casa cajas para jugar, que Mila y yo llenábamos con otras más pequeñas, él las descubría; era muy divertido. Le gustaba el jardín, y me enseñó a regar las plantas; el agua en la raíz, me explicaba que era importante. A mi mamá la llamaba “mi prójima”, y se refería a nosotras como “sus tres Marías”, las estrellas. Mi padre llenó mi vida de sus recuerdos y son todos dulces y tiernos. Nunca le oí levantarnos la voz, solo mimarnos mucho. A mi hermana le llamaba a veces “lauchita”, porque le gustaba esconderse dentro de los muebles en casa. Yo era su Ruliña, y dice mi madre que desde el día en que nací me encontraba preciosa. ¡Qué más puedo decir de un hombre que era tan especial!  Así era mi papá”.

(Miami, Estados Unidos, junio de 2021).


Fóronse para sempre os tempos en que os galegos coma coitadiños, coma quen pide esmola, pregábamos mansiñamente o que tíñamos dereito incuestionable a lograr ieisixir sin contemplación” (Celso Manuel Garrido, 1950; tomado de Freire Freire, 2001).

Agradecimientos

Agradezco a Aurora Elena (Rula) Garrido, José Manuel Garrido, María Elena Garrido y Marisa Garrido por animarme a escribir este artículo y, sobre todo, por las facilidades, informaciones y documentos que me brindaron para que ello fuese posible. Muy especialmente, quiero hacer evidente este agradecimiento a Rula, hija de Manuel Celso, porque sin ella este trabajo no hubiera sido lo que es. Muchas gracias y queda pendiente compartir un plato de pulpo a feira en A Merca.

Incluyo también en mis agradecimientos a Víctor Fortes, Julio Grande y Manuel Outumuro, por los documentos aportados para completar diferentes apartados del artículo.

Referencias

Fasano, L. (2009). Exiliados gallegos en la Federación de Sociedades Gallegas de la Argentina: una aproximación al tema. XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche.

Freire Freire, M. (2001). Manuel Celso Garrido: achegamento á súa vida e obra. Actas Congreso Internacional O Exilio Galego. http://consellodacultura.gal/mediateca/extras/CCG_2001_Actas-do-congreso-internacional-O-Exilio-Galego.pdf

Garrido, M. C. (5 de julio de 1940). 28 de junio (1936-1941). Galicia, 734.

Garrido, M. C. (20 de septiembre de 1941). Apostilla a una revista vieja. Galicia, 745.

Garrido, M. C. (1 de noviembre de 1941). Testigos inexorables. Galicia, 751.

Garrido, M. C. (7 de febrero de 1942a). Carta abierta a mi excompañero de cautiverio. Galicia, 765.

Garrido, M. C. (13 de junio de 1942b). Evocación triste de un refugiado. Galicia, 783.

Garrido, M. C. (21 de febrero de 1942c). ¡¡¡Volve, Galicia!!! Galicia, 767.

Garrido, M. C. (9 de enero de 1943). El Maestro no quiso. Galicia, 813.

Garrido, M. C. (12 de julio de 1947). Don Ramón Otero Pedrayo. Saúdo d-un alumno. Galicia, 1014.

Garrido, M. C. (10 de febrero de 1950). Co gallo da mala nova. Galicia, 1100.

Garrido, M. C. (1953). Saudade. Un limiar e quatorce poemas galegos. Talleres de la Casa del Niño.

Garrido, M. C. (27 de diciembre de 1957). Nochebuena con los míos. El Mercurio.

Monteagudo, H. (2016). Castelao en Buenos Aires, 1940-1950. Olivar, 17, Artículo e006. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.7771/pr.7771.pdf

Pérez, L. (2011). Protagonistas de una epopeya colectiva II parte. Grupo de Comunicación Galicia en el Mundo. https://es.calameo.com/read/001933963309ccc65359a

Salgado, R. (2020). La Biblioteca Provincial. http://ovrense.blogspot.com/2020/10/la-biblioteca-provincial.html

Emigración gallega de principios del siglo XX hacia América a través de la experiencia de mi abuelo Manuel. Por Juan Carlos Sierra Freire

Emigración gallega de principios del siglo XX hacia América a través de la experiencia de mi abuelo Manuel. Por Juan Carlos Sierra Freire


¡Deixo a casa onde nacín,
 deixo a aldea que conozo
 por un mundo que non vin!
 Deixo amigos por estraños,
 deixo a veiga polo mar,
 deixo, en fin, canto ben quero...
 ¡Quen pudera non deixar!...
         (Rosalía de Castro)

Se estima que entre 1880 y 1930 embarcaron hacia ultramar entre 3,5 y 5 millones de españoles buscando un porvenir que España era incapaz de proporcionarles. Cuba, Argentina, Brasil y Uruguay se convirtieron en los destinos preferentes. Asturianos, canarios, pero sobre todo gallegos, la gran mayoría hombres jóvenes solteros, partían de los puertos españoles con la ilusión de “hacer las Américas”. Los 15 puertos con autorización para embarcar emigrantes eran Almería, Barcelona, Bilbao, Cádiz, A Coruña, Gijón, Las Palmas, Málaga, Palma de Mallorca, Santa Cruz de la Palma, Santa Cruz de Tenerife, Santander, Valencia, Vigo y Villagarcía. Más de la mitad de estos emigrantes embarcaron desde los puertos de A Coruña y Vigo.

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La despedida

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La partida

Pero, ¿qué era ser emigrante en esa época? La Ley de Emigración de 21 de diciembre de 1907, promulgada para regular la emigración a las colonias y Estados de América define como emigrantes “a aquellos españoles que se propongan abandonar el territorio patrio, con pasaje retribuido o gratuito de tercera clase, o de otra que el Consejo Superior de Emigración declare equivalente, y con destino a cualquier punto de América, Asia u Oceanía”. En este sentido son sumamente clarificadoras las palabras de Castelao (1944, p. 221) cuando escribe que “los gallegos sabemos arreglar los papeles y pedir un pasaje de tercera”.

La regulación de la emigración en España durante esos años alcanzó tintes obsesivos; baste señalar que entre 1907 y 1935 se dictaron nada menos que 1.135 leyes y disposiciones para “proteger” al emigrante. Esta protección se centraba en gran medida en controlar la emigración de mujeres solteras (o casadas que no disponían del permiso de sus maridos) e impedir la salida de hombres con edades próximas a la prestación del servicio militar obligatorio. Así, por ejemplo, las mujeres no emancipadas que viajasen sin sus “guardadores” legales debían presentar una autorización que recogiese el permiso de su representante legal para emigrar. Como cabe suponer, todos estos controles hacían que los trámites burocráticos para poder salir de España fuesen excesivamente engorrosos, aunque no costosos económicamente, y así se hace saber: “todos los servicios relacionados con la documentación precisa a los que vayan a emigrar y para este solo fin, son absolutamente gratuitos”.

Aunque en esa época comenzaron a surgir algunas navieras españolas con barcos de vapor capaces de cruzar el Atlántico (como era el caso de la Compañía Trasatlántica Española, con sede en Santander), la mayoría de emigrantes españoles utilizaron navieras extranjeras (inglesas, francesas, alemanas o italianas) al disponer éstas de mejores barcos y contar con itinerarios más directos, lo que repercutía en una reducción considerable del tiempo de travesía, aunque éste no bajaba nunca de las tres semanas. Tal como describe Rodher (2010), la odisea del trayecto comenzaba días antes, pues habitualmente los emigrantes tenían que esperar en el puerto durante días la salida del buque correspondiente. Esa espera se convertía en el caldo de cultivo perfecto para falsificadores de documentos, funcionarios corruptos, amigos de lo ajeno, posaderos desalmados, cambistas sin escrúpulo alguno, desaprensivos agentes de viajes, etc. Las condiciones en las que se realizaba el viaje se pueden resumir en el hecho de que era el propio emigrante quien debía llevar consigo su silla de viaje. Contra el mal endémico de la travesía, el mareo, se recomendaba “oler o comer limones” que el propio emigrante debería llevar consigo.

La Cartera de Identidad de Emigrante (documento acreditativo del rol de emigrante) recogía las recomendaciones para preparar el viaje:

“El emigrante debe tener en cuenta que el equipaje que habrán de trasportarle obligatoriamente las Compañías navieras por el precio del billete podrá llegar, cuando menos, a 100 kilogramos, sin que su volumen sea superior a medio metro cúbico. Cuando el equipaje alcance esas proporciones de peso y tamaño, máxime si está reunido en un solo bulto, no podrá ir junto a su dueño, por no tolerar la capacidad ni los espacios libres que deben quedar en los sollados o en los locales en donde se da acomodo a los emigrantes, el amontonamiento de baúles y fardos que aminorarían el obligado cubo de aire respirable y sería estorbo para el tránsito sin peligro ni apreturas. Por eso, los equipajes de cierto tamaño se almacenan en las bodegas del buque, y el emigrante no suele verlos ya hasta el momento del despacho de Aduanas en el puerto de destino; contingencia que aconseja la adopción de las siguientes elementales previsiones. No meter en los baúles ni en los bultos, que por ser grandes, hayan de encerrarse en las bodegas, las ropas y los objetos de uso preciso, ni víveres para el camino, puesto que no les será dable el consumirlos; ni metálico, ni efectos de valor. Acondicionar, en cambio, en maletas o en hatijos que por su tamaño se admiten en los dormitorios, una muda de ropa blanca por persona, cuando menos; los efectos de uso personal; jabón para aseo y lavado de ropas, pues adquirirlo a bordo es difícil o es caro; las prendas de uso exterior con que piensen desembarcar, y las precisas para prevenirse contra las alteraciones climatológicas de un viaje por latitudes diversas. En este aspecto, los emigrantes que se dirijan a América del Sur deben recordar que allá las estaciones tienen rotación opuesta a la de aquí; que cuando en España es invierno, en la Argentina, por ejemplo, es verano, y viceversa, con cuyo recuerdo sabrán evitarse las molestias y riesgos a que se exponen embarcando en pleno verano sin otra defensa, contra un frío para ellos inopinado, que un simple traje de dril, o en pleno invierno, sin otro alivio contra el calor ecuatorial y la alta temperatura que encontrarán a su arribo, que la compañía inseparable de un traje de pana y recia manta”.

Detrás de las cifras de la emigración a América, como es obvio, hay personas con nombres propios, historias individuales y experiencias personales singulares. Coincidiendo que en este mes de julio de 2016 se cumplen 90 años de que mi abuelo Manuel Freire cruzase el Océano Atlántico como emigrante, rumbo a Argentina, quiero aportar algunos datos más concretos y personalizados que permitan conocer mejor y humanizar la realidad del emigrante gallego a América de principios del siglo pasado.

Como ya hemos dejado intuir en los párrafos anteriores, cualquier hombre español, antes de emigrar, debía cumplir sus compromisos con el Estado prestando el servicio militar obligatorio, cuya duración era de tres años en esa época. Manuel es alistado en el año 1921 y pasa a formar parte del reemplazo de 1922. Con el objetivo de no salir de Ourense, y especialmente con la finalidad de evitar el difícil, y a su vez peligroso, destino de África, opta por el sistema de Reducción de Servicio por Abono de Cuota que estuvo vigente en el país desde 1912 hasta el inicio de la Guerra Civil en el año 1936. Este sistema permitía reducir, nunca redimir como había ocurrido en décadas precedentes, una buena parte del tiempo en el Ejército y elegir la Unidad Militar en la que prestarlo a cambio de abonar una cuota militar a las arcas del Estado. La cuota era de 2.000 pesetas por un período de servicio de 5 meses y de 1.000 pesetas por uno de 10 meses, que se podían hacer de forma continuada o interrumpida. Además del pago de la cuota, el aspirante a este beneficio debía superar un curso para obtener el Certificado de Instrucción Militar que costaba entre 150 y 200 pesetas (Cañete Páez, 2005). Realizar el Servicio Militar bajo esta modalidad implicaba que el propio soldado asumía la compra del uniforme y demás pertenencias, y que la manutención y pernoctación se hacían fuera del acuartelamiento, a cuenta del interesado.

Soldado
Manuel Freire , Soldado de Infantería. Fotografía de J.C.Sierra

Una vez cumplidas sus obligaciones militares, Manuel inicia los trámites para emigrar a Buenos Aires, hecho que ocurre en el año 1926. Las gestiones burocráticas previas al embarque pasan por acreditar debidamente una serie de circunstancias, todas ellas certificadas en la Cartera de Identidad del Emigrante. A saber:

  1. El Juzgado Parroquial certifica el 17 de junio de 1926 su nombre y apellidos, el destino al que se propone emigrar, el número de cédula y el lugar de expedición, lugar y fecha de nacimiento, y nombre de los padres. Esta certificación va acompañada de la impresión dactiloscópica de los cinco dedos de ambas manos.
  2. Ese mismo día, el Secretario del Ayuntamiento de San Ciprián de Viñas (en la actualidad, San Cibrao das Viñas), con la presencia de dos testigos (José Iglesias y Claudio Grande), certifica las características físicas más importantes del emigrante. En el caso de Manuel concurrían las siguientes: estatura regular, corpulencia fuerte, pelo castaño, cejas pobladas, existencia de bigote, existencia de barba, frente ancha, ojos castaños, nariz recta, boca regular, labios finos, orejas regulares, cutis sano, color moreno, presencia de una cicatriz en la mejilla izquierda y ausencia de pecas, lunares, calvas, imperfecciones y otras señas.
  3. El mismo 17 de junio, el Secretario del Juzgado Parroquial, Don Víctor Fernández, certifica que a esa fecha el emigrante no presenta en el Registro antecedentes penales ni está sujeto a procesamiento alguno.
  4. El 19 de junio de 1926, el Comandante del puesto de la Guardia Civil de A Mezquita (Don Alejandro Araujo) certifica la situación militar del emigrante: año de alistamiento (1921), año de reemplazo (1922), Cuerpo (Infantería) y el escalafón al que perteneció (Soldado). En esta certificación aparece reflejado el día estimado de embarque: 11 de julio. Sin embargo, esta autorización que aparece reflejada en la Cartera de Identidad del Emigrante, carece de validez alguna si no obra en poder del Inspector de Emigración del puerto de embarque el oportuno aviso de la Comandancia del puesto de la Guardia Civil, acompañado del retrato del emigrante.
  5. Dado que algunos países de América, caso de Argentina, exigían algunos requisitos especiales a los emigrantes, Manuel tuvo que aportar las siguientes certificaciones firmadas por el Alcalde de San Ciprián de Viñas, Don José Rodríguez Cardero, fechadas en el mes de junio sin día concreto:
  • El Alcalde certifica que en los Archivos de la Corporación Municipal existe un documento expedido por un facultativo (en este caso, Don Enrique Azpilcueta) en el que consta que ni el titular ni el resto de personas reseñadas en la Cartera de Identidad del Emigrante padecen enfermedad mental alguna.
  • El Alcalde certifica que en los antecedentes que obran en los archivos a su cargo, y una vez realizadas las averiguaciones pertinentes por los agentes de su autoridad, no aparece en ninguno de ellos que el titular de la Cartera y personas que le acompañan hayan ejercido la mendicidad.
  • El Alcalde hace constar, según los datos adquiridos, que la profesión de Manuel es la de labrador.
  1. Por último, se emite el Visado Consular para poder ingresar en Argentina.

Cartera de Identidad
Cartera de Identidad del Emigrante

Una vez acreditados todos estos requisitos, el Inspector de Emigración, en vista de los datos precedentes, y documentos complementarios, autoriza el embarque, por lo que los consignatarios autorizados para el tráfico de la emigración estaban ya en disposición de expedir el billete. El embarque tendrá lugar el jueves 15 de julio de 1926, por lo que probablemente, como era habitual, ya estuviese algún día antes en el puerto a la espera del mismo; de hecho el sello de Emigración de su Cartera de Identidad de Emigrante tiene fecha de 14 de julio. El viaje había comenzado en Montelongo, dirigiéndose posteriormente de Ourense a Vigo en ferrocarril, línea ferroviaria que ya venía funcionando desde el año 1881. Sin embargo, antes de partir cumple con el protocolo de hacerse un retrato para dejar a su familia con el fin de paliar la larga ausencia. Manuel, envía a su madre y hermanos una fotografía realizada en el afamado estudio de José Pacheco, sito en la calle del Alba (hoy Cardenal Quiroga) de Ourense. En ese documento estampa la fecha de 15 de julio de 1926 debajo de un “les mando mi retrato por ausentarme”.

Retrato
«Les mando mi retrato por ausentarme». Fotografía de J.C. Sierra

El buque que se encarga ese 15 de julio de cubrir el trayecto Vigo-Buenos Aires es el Köln, perteneciente a la compañía naviera alemana Norddeutscher Lloyd. El pasaje en tercera categoría costaba 570,10 pesetas. Teniendo en cuenta el anuncio publicitario de la Compañía en el diario La Región del 15 de julio de 1926, el trayecto no era directo, sino con escalas en Lisboa, Río de Janeiro, Santos y Montevideo, antes de desembarcar en Buenos Aires:

Lloyd Norte Aleman (Bremen). Servicio regular de vapores correos rápidos entre España y Sud América. Directamente para Lisboa, Río de Janeiro, Santos, Montevideo y Buenos Aires saldrán de Vigo los rápidos vapores correos de gran porte: 15 Julio “Koeln” Ptas. 570’10, 5 Agosto “Madrid” 590’10 Ptas., 25 de Agosto Weser 590’10 Ptas., 8 Setiembre “Sierra Morena” 635’10, 16 Setiembre “Werra” 590’10 Ptas., 29 Setiembre “Sierra Córdoba” 635’10 Ptas. Todos los pasajeros de tercera clase tienen a su disposición un amplio salón comedor, fumador y sala de conversación. Las comidas son abundantes y muy variadas siendo servidas por camareros uniformados. Para más detalles informa el Agente general para España de la Compañía: Luis G. Reboredo Isla. Vigo, García Olloqui, 2” (La Región, 15 de julio de 1926).

El Köln era un navío con un limitado número de plazas de cabina (únicamente 50), pero preparado para el transporte de hasta 1.600 pasajeros de tercera clase. Medía 136 metros de largo, 15 de ancho y 13 de profundidad, con una capacidad de carga de 9.265 toneladas. Alcanzaba una velocidad de 13 nudos. Como cabe imaginar, las condiciones del viaje en tercera clase distaban mucho de lo que podrían ser ciertas comodidades. El objetivo de los armadores era transportar el mayor número posible de emigrantes, asumiendo los mínimos costes posibles, lo que repercutía en espacios reducidos, comida de mala calidad, temperaturas extremas, dependiendo de la época del año, y precarias condiciones higiénicas. Los pasajeros de tercera disponían de agua dulce para lavarse una vez al día. A bordo, los hombres eran separados de las mujeres y niños en dormitorios colectivos, produciéndose el reencuentro durante el día en la cubierta, en la que podían desplegar sus sillas personales para charlar, jugar a las cartas o hacer calceta las mujeres.

Buque
Buque Köln que hizo el trayecto Vigo-Buenos Aires el 15 de julio de 1926

Tal como está registrado en el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (CEMLA), el 7 de agosto de 1926, Manuel Freire, de 24 años de edad, soltero, de nacionalidad española y natural de Orense, de profesión labrador, arribaba al puerto de Buenos Aires a bordo del buque Köln, es decir, llegaba a su destino 23 días después de zarpar del puerto de Vigo. Uno que ha tenido la posibilidad de cruzar el Atlántico para ir a América en decenas de ocasiones, a bordo de modernos y cómodos aviones, alargándose el trayecto a 12 horas a lo sumo, es consciente del esfuerzo, enorme sacrificio, y hasta penuria, que supuso un viaje de ese tipo en esas condiciones durante algo más de tres semanas.

En algún lugar suena el tango de Armando Tagini:

América fue la tierra qu’el soñó conquistar con su labor. Y un día de invierno en Buenos Aires desembarcó”.

Una vez atracado el barco en el desembarcadero del puerto de Buenos Aires, éste fue abordado por una Junta de Visita que examinó la documentación de cada uno de los pasajeros con el fin de permitir a estos el ingreso en el país. Un equipo médico realizó el correspondiente control sanitario a bordo, prohibiendo la entrada al país a cualquier persona con enfermedad infecciosa o demencia. Como era habitual entre los emigrantes recién llegados a Buenos Aires, Manuel se alojaría durante los primeros días de estancia en la ciudad -que en esas fechas padecía los rigores del invierno austral- en el impresionante Hotel de Inmigrantes, a los ojos del recién llegado. Se trata de un edificio de cuatro pisos, de hormigón armado, muy próximo al desembarcadero. La planta baja era ocupada por los comedores y la cocina, en las superiores estaban ubicados los dormitorios. En cada planta, cuatro dormitorios con capacidad para 250 huéspedes, es decir, el hotel tenía capacidad para albergar a 3.000 personas. A la mañana siguiente desayunaría café con leche, mate cocido y pan horneado en la panadería del hotel. El almuerzo de ese día, organizado en turnos de 1.000 personas, consistiría en alguno de los platos habituales: una sopa abundante, un guiso de carne, un puchero, una pasta, un arroz o, tal vez, un estofado (Dirección General de Migraciones, 2015). El alojamiento era gratuito durante cinco días, mientras el emigrante realizaba los trámites para su empleo y vivienda.

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Llegada de emigrantes al Puerto de Buenos Aires. Fotografía de Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados

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Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires

Sirvan estas líneas de homenaje y reconocimiento a mi abuelo Manuel Freire y a todos aquellos que a finales del siglo XIX y principios del XX dejaron su familia y su tierra, su Galicia, para aventurarse en un viaje desconocido, y hacia lo desconocido, con la única aspiración de mejorar el porvenir de los suyos. Las remesas enviadas por los emigrantes supusieron un alivio a muchas carencias y dificultades que padecían las familias gallegas de aquella época.

Hago mía la estrofa de Alberto Cortez:

El abuelo un día cuando era joven, allá en su Galicia, miró el horizonte, y pensó que otra senda tal vez existía”.


Referencias

Cañete Páez, F. A. (2005). El soldado de cuota en el Ejército Español del primer tercio del siglo XX. Recuperado el 9 de enero de 2016, de http://www.belt.es/expertos/HOME2_experto.asp?id=2625

Castelao, A. (1944/1977). Sempre en Galicia. Madrid: Akal (versión castellana).

Dirección General de Migraciones (2015). El Hotel de los Inmigrantes. Recuperado de http://www.migraciones.gov.ar/accesible/indexP.php?hotel, el 20 de junio de 2016.

Rodher, J. (2010). Caminos del mar: los barcos de la emigración. Recuperado de http://www.xn--cartadeespaa-khb.es/index.php?seccion=0&reportaje=362, el 18 de junio de 2016.

Campanas de Parderrubias…. cuando os oigo tocar. Por Juan Carlos Sierra Freire

Campanas de Parderrubias…. cuando os oigo tocar. Por Juan Carlos Sierra Freire

Cando vos oio tocar, campaniñas, campaniñas,… cando de lonxe vos oio, penso que por min chamades”.

(Rosalía de Castro)

En la actualidad, en Parderrubias, se oyen las campanas con mucha menor frecuencia que antiguamente, siendo su sonido cada día más ocasional en nuestra Parroquia, coincidiendo casi exclusivamente con algún acto litúrgico y, en la mayoría de ocasiones, se trata de frías campanadas provocadas por un impasible sistema mecánico completamente ajeno a la virtuosa mano del ser humano. El avance y desarrollo socioeconómico hizo que las campanas dejasen de cumplir con su noble función de comunicación y anunciación de nuevas en beneficio de métodos más modernos. Antiguamente, las campanas de la iglesia de Santa OIaia de Parderrubias hablaban todos los días, y todo el vecindario era conocedor de su rico y variado lenguaje. Marcaban las horas más importantes de cada jornada, convocaban al rezo, llamaban a los feligreses a misa, anunciaban las festividades más importantes de la Parroquia, avisaban de los peligros lanzando llamadas de auxilio (en caso de incendios, por ejemplo) y, como no, comunicaban la muerte y emplazaban al duelo.

“Si por siempre enmudecieran, ¡qué tristeza en el aire y el cielo!, ¡qué silencio en las iglesias!, ¡qué extrañeza entre los muertos!”.

(Rosalía de Castro)

Basándome en un excelente trabajo de mi antiguo Profesor, tristemente desaparecido, Fidalgo Santamariña (2009), vamos a adentrarnos en la cultura y en el lenguaje de las campanas en el ámbito rural gallego, tomando como referencia el ejemplo de Parderrubias. El emotivo sonido del tañido de unas campanas en nuestro mundo rural tiene detrás de sí una dilatadísima historia. Su origen habría que buscarlo tres mil años antes de Cristo en la cultura china, en principio, sin relación aparente con la religión. Será el cristianismo quien comience a hacer uso de este ingenio, a partir del siglo V, para llamar a la oración. En esa primera época no se denominaba “campana”, el término como tal tiene su origen en las primeras fundiciones que se hicieron en la región italiana de Campania en el siglo VI.

A pesar de que existen diferentes tipos de campanas, el más habitual en el mundo rural gallego, como es el caso de Parderrubias, es el esquilón: campana con un perfil largo y estilizado. Las campanas eran elaboradas por los fundidores, oficio que se transmitía de padres a hijos. Su constitución es una mezcla de cobre (80%) y estaño (20%). En épocas más modernas se optaba en ocasiones por refundir la vieja campana agrietada y deteriorada para elaborar una nueva. Así, por ejemplo, en el año 1951, siendo párroco Don José Rodríguez Barreiros (O Cura Vello), se lleva a cabo en Lalín la refundición de la campana grande de la iglesia de Parderrubias. En ocasiones, el sonido de la campana nueva no mejoraba al de su predecesora, y así se lo he escuchado a personas mayores de la Parroquia refiriéndose a nuestra campana más reciente.

Las campanas pueden ser tocadas de varias maneras, dependiendo de lo que sus sonidos quieran transmitir. Fidalgo Santamariña (2009) habla de tres modos habituales en nuestro contexto: 1) volteo (las campanas giran completamente, quedando totalmente invertidas durante el giro), 2) repicado o “repenicado” (se lleva a cabo con las manos, de forma muy viva, sin imprimir movimiento a las campanas), y 3) toque (el badajo golpee de forma pausada los laterales de la campana). En Parderrubias, el primero de ellos, el volteo, no se ha empleado debido a la colocación de los esquilones en el campanario. En cualquiera de los casos, el proceso de toque era manual, siendo el “repenicado” el más complejo, pues requiere de fuerza, habilidad y ritmo para sacar sonido a las dos campanas a la vez.

Tocar las campanas, o al menos algunos de los toques, no estaba ni está al alcance de cualquiera. La habilidad que se requería, sumada a la dedicación que está tarea exigía (se tocaba varias veces al día y, en ocasiones, horas seguidas, como en el caso del toque a difunto), hace que sobresalga en nuestro ámbito rural la figura del sacristán. Entre las múltiples funciones que realizaba, incluía la de tocar las campanas. Esta tarea la combinaba con el mantenimiento de la iglesia, ayudar a misa, ayudar al cura en bautizos, bodas y entierros, recoger el dinero de las limosnas o de los responsos, etc. Hemos señalado en otra ocasión que en la década de los años treinta, en Parderrubias, el sacristán (Tío Francisco) había sido el testigo del 60% de los bautizos que habían tenido lugar en esos años [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/15/e19-parderrubias-sus-ninos-de-la-guerra/]. El oficio de sacristán, por sí mismo, tenía la suficiente relevancia como para dar el nombre a la familia a la que pertenecía; así, por ejemplo, en Parderrubias se habla de la familia de “Os Sancristás”. Como ocurría con otros oficios, el de sacristán tenía su remuneración, en la mayoría de casos en especies. Así, era habitual que un domingo después de la Pascua pasase por las diferentes casas de los vecinos pidiendo «a avinza” (en Parderrubias también se denominaba “o copelo”) en maíz, trigo, centeno, patatas, etc. (Araújo Iglesias,  1997). En Parderrubias, la figura del sacristán desaparece a finales de la década de los años ochenta del pasado siglo. Los últimos tres sacristanes de la Parroquia fueron Francisco Seara (Tío Francisco) hasta finales de los años 30, Ángel Outumuro (Tío Anxel) hasta finales de la década de los años 70 y Hermenegildo Outumuro hasta finales de los años 80.

Centrémonos en los mensajes que nos transmitían las campanas, es decir, en aquello que se encargaron de comunicarnos durante siglos. Tomando como referencia básica el trabajo de Fidalgo Santamariña (2009), los toques de campanas en nuestro ámbito tenían cuatro grandes funciones: llamar a la población, iniciar alguna actividad, comunicar noticias y dar una señal de alarma.

Una de las funciones con más arraigo, y que en cierta medida se sigue manteniendo, es llamar a los vecinos a la oración o convocarlos a actos litúrgicos. En el trabajo publicado en este Blog, en el que Sierra Fernández aborda las medidas del tiempo, [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/20/e20-unidades-de-medida-tradicionales-en-parderrubias-por-avelino-sierra-fernandez/] se indica que las campanas de Parderrubias tocaban en cuatro momentos diferentes del día convocando a la oración: 1) Toque del Alba a las 6 de la mañana, 2) Toque del Angelus a mediodía, 3) Toque de Oración a las 6 de la tarde, y 4) Toque de Ánimas al final del día. Indirectamente, estos toques de campana marcaban la distribución de la jornada laboral. El Toque del Alba -una tanda de campanadas- habitualmente convocaba a la misa y se producía media hora antes de iniciarse ésta. El Angelus consistía en tres campanadas de tres toques, seguidas de una pausa, terminando con nueve toques más suaves, que convocaban al rezo del Angelus o del Ave María, exigiendo una pausa en las labores que se estaban realizando en ese momento. En el Toque de Ánimas sonaban cinco campanadas dobles pausadas, alternándose ambas campanas, que llamaban al rezo por las Ánimas del Purgatorio. De todos estos toques, únicamente se conservan en la actualidad los del Angelus y los de llamar a misa, la cual durante la semana se celebra al atardecer, mientras que en domingos y festivos tiene lugar por la  mañana. La llamada a misa se hace media hora antes de su inicio (“A Primeira”, que consiste en una tanda de toques seguidos de una pausa y de un toque final), y quince minutos antes (“A Segunda”, tanda de toques seguidos de una pausa y de dos toques finales).

En medio do concerto sin segundo que fan as noites dolces e caladas,  resoa o triste son das campás, que cal voces doutro mundo dobran con misteriosas bateladas o toque de oración”.

(Lamas Carvajal)

La segunda función importante de las campanas es comunicar el inicio de ciertas actividades, básicamente de corte religioso. Muchos de los actos litúrgicos, y ciertos fragmentos de los mismos, eran y son anunciados a los vecinos de Parderrubias a toque de campana. En la actualidad todavía se anuncia el inicio de la misa con tres toques de campana (“A Terceira”). En la misa de Jueves Santo y de Sábado Santo -antiguamente Sábado de Gloria-, las campanas repican durante la misa anunciando el inicio del Gloria (Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis…). En la festividad del Corpus Christi, el repique de campanas anuncia la presencia de la Santa Custodia en las calles, manteniéndose durante todo el recorrido de la Procesión desde la iglesia hasta el Cruceiro de O Trabazo y viceversa. En la actualidad, son únicamente estas tres ocasiones (Jueves Santo, Sábado Santo y Corpus Christi) en las que todavía se sigue tocando manualmente las campanas; el resto de toques son resultado de automatismos mecánicos. Dada su larga duración, probablemente sea en la procesión de Corpus cuando las campanas de la iglesia de Santa Olaia de Parderrubias muestran su mayor espectacularidad. Dado el esfuerzo que supone mantener el repicado durante un prolongado tiempo, son dos vecinos, subidos en el campanario, los que se turnan para ejecutar dicha tarea. Como ya hemos señalado, el repicado exige fuerza, habilidad y ritmo, estando una brillante ejecución al alcance de muy pocos. En estas últimas décadas esta función viene siendo realizada de forma virtuosa por Benito Outumuro y Valentín Seara.

La tercera función relevante que las campanas han tenido desde siempre en Parderrubias ha sido la de comunicar nuevas. Hay zonas de Galicia en las que las campanas anunciaban un nacimiento o una despedida de soltero, sin embargo, en Parderrubias esta función se limitó básicamente al momento de la muerte. Sin duda alguna, los sonidos de campana más impactantes y conmovedores que yo recuerdo desde niño son el toque a agonía y el toque de difunto. El fallecimiento de un vecino se comunicaba mediante el toque de agonía, que consistía en una serie de, aproximadamente, treinta toques (“badaladas”) a las que seguía un silencio y tres toques, dos con la campana grande y uno con la pequeña. El velorio es comunicado mediante toques de difunto, que se realizan desde que el fallecido está de cuerpo presente hasta momentos previos a la conducción del féretro a la iglesia parroquial. Consiste en la repetición de toques individuales, combinados por momentos con dos toques, entre los que se producen silencios prudenciales. La salida del féretro de la vivienda del finado (en la actualidad, del velatorio) se anuncia apurando el toque de difunto, el cual es mantenido hasta que el féretro traspasa el umbral de la iglesia para iniciarse el funeral. Antiguamente el toque de difunto también se escuchaba desde el anochecer del Jueves Santo hasta el Viernes Santo, incluyendo su madrugada.

Campás da miña aldeia, que tendes tristura na serán crara, vós sodes a lingua i o alento dende onde nos dan o derradeiro adeus as ialmas”.

(Mariño Lago)

Por último, la cuarta función que cumplieron las campanas en Parderrubias -a fecha de hoy prácticamente extinguida-, era la de dar señales de alarma o llamadas de auxilio a la población. En nuestro pueblo, el toque más frecuente que cumplía con esta función era el de arrebato cuando se producía algún incendio en una “palleira”, “palleiro”, “aira”, casa o, en tiempos más recientes, en el monte. Lamentablemente, este tipo de sucesos fueron habituales entre nuestro vecindario. A modo de ejemplos, el 24 de octubre de 1923, El Correo de Galicia publica la noticia de un violento incendio en la casa de Claudino Fernández sofocado gracias a la pericia de los vecinos. En el verano de 1940 se desencadena, a las tres de la tarde, en A Aira un voraz incendio que arrasa 14 medas de centeno, perdiendo 13 familias del pueblo toda la cosecha de cereales (La Región, 2 de agosto de 1940). La Voz de Galicia, el 13 de septiembre de 2003, informa que la importante movilización de los vecinos evitó que el fuego de un incendio forestal alcanzase las viviendas. En todos estos casos el sonido de las campanas pedía auxilio a los vecinos para que acudiesen a sofocar las llamas. Se trataba de un toque muy acelerado con la campana grande que solía comenzar con tres toques separados. Aunque la llamada de auxilio más frecuente emitida por las campanas de la iglesia de Parderrubias se asocia a los incendios, ésta no fue la única. Este hecho queda avalado en el crimen que tuvo lugar en el año 1936 en la Casa Rectoral, el cual abordamos en otro artículo [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/01/08/e17-crimen-en-la-casa-rectoral-de-parderrubias-en-el-ano-1936/]. En este suceso, una de las primeras acciones que llevaron a cabo los asaltantes fue la de cortar el cable que permitía tocar las campanas de la iglesia, con el fin de evitar que se solicitase auxilio.

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En definitiva, las campanas y sus sonidos forman parte del patrimonio de Parderrubias, y a pesar de que algunas de sus funciones hayan desaparecido, así como en gran medida el virtuosismo humano necesario para hacerlas hablar, delegándolo a un frío automatismo mecánico, las “badaladas” seguirán siendo, en Parderrubias, un estímulo añorado para nuestro oído. Parafraseando a nuestra gran poetisa «…cuando os oigo tocar …sin querer vuelvo a llorar».

“Campanas de Bastabales, cando vos oio tocar mórromo de soidades”.

(Rosalía de Castro)


Referencias

Araújo Iglesias, M. A. (1997). A Merca. Antropoloxía dun Concello Galego. Vigo: Ir Indo Edicións.

Fidalgo Santamariña, A, (2009). A linguaxe tradicional das campás: un exemplo de patrimonio sonoro. En X.A. Fidalgo Santamariña, X.M. Cid Fernández, M. Fernández Senra y X. Fernández Senra (Coords.), II Congreso de Patrimonio etnográfico galego. Actas (pp. 67-82). Ourense: Deputación de Ourense.

Religiosas de Parderrubias en Perú. Por Aurora Outumuro Sierra y Conchita Grande Fernández

Parderrubias ha sido a lo largo de su historia cuna de muchos religiosos y religiosas. Desde este Blog queremos tener un lugar para reconocer su labor allá en donde estén.

En esta ocasión, desde el otro lado del Océano Atlántico, contamos con una colaboración muy especial de dos religiosas de Parderrubias que llevan gran parte de su vida en Perú, y a las que tengo un especial afecto: Aurora Outumuro Sierra y Conchita Grande Fernández. Tuve la oportunidad de compartir con ellas momentos muy emotivos allá en las queridas tierras peruanas, pudiendo conocer el trabajo ensalzable y conmovedor que vienen llevando a cabo desde hace varias décadas. El concepto de “solidaridad”, que está tan de moda en la actualidad, lo llevan poniendo en práctica desde hace muchísimo tiempo, lejos de su familia, de su pueblo, de sus raíces, y casi siempre en silencio, sin hacer ruido, sin propaganda. Ello me llevó a pedirles que nos regalasen una pequeña muestra de sus experiencias y de su vida con el objetivo de conocer mejor su trabajo dedicado a los demás, especialmente a los más necesitados y, de este modo, poder reconocerlo y valorarlo en su justa medida.

Muchas gracias, Aurora, muchas gracias, Conchita, por aceptar la invitación.

Juan Carlos Sierra Freire

 

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Aurora, Juan Carlos y Conchi en Lima (Perú)


Religiosas de Parderrubias en Perú. Por Aurora Outumuro Sierra y Conchita Grande Fernández

Aurora Outumuro Sierra y Conchita Grande Fernández, vecinas de Parderrubias, acogemos con gusto la invitación que nos hace Juan Carlos para compartirles algo de lo que ha sido nuestra permanencia en Perú, país que nos acogió con tanto cariño hace ya 54 años, y en el cual nos sentimos orgullosas de vivir y poder compartir la vida con una gente tan hospitalaria.

Yo, Aurora, salí de España en el año 1959 con destino a Cuba, en donde estuve dos años. En 1961 salí rumbo a Lima, capital del Perú, país en el que permanezco hasta el día de hoy. Esos dos años en Cuba han estado marcados por la incertidumbre y el desconcierto. He vivido parte de la transición (Revolución) por la que pasó Cuba. Cuba tenía “todo”, luego “nada”, ni la libertad para poder expresar los sentimientos. Familias que de la noche a la mañana se quedaron sin nada. Fueron años de mucho dolor para el pueblo cubano. Y  junto con ellos, hemos sufrido todos y todas.

Yo, Conchita, desde el mismo año 1961 permanezco aquí en Perú. En aquella época los viajes se hacían eternos, pasábamos casi un mes en un barco, pero al llegar a estas tierras, las hermanas nos recibían con mucho cariño y mucha alegría, lo que nos ayudó a dejar a un lado la morriña de nuestro pueblo Parderrubias y de nuestra patria.

El Señor nos ha llamado desde muy jóvenes a seguirle de cerca y nos regaló la vocación de “Siervas de San José”. Hicimos el Noviciado en Ourense y enseguida fuimos destinadas a esta tierra.

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Catedral de Lima, Perú

Geográficamente hablando, Perú se divide en tres grandes regiones, muy distintas entre sí en cuanto a costumbres y cultura: la Sierra, la Costa y la Selva. Nosotras hemos trabajado en las tres regiones, pues la Congregación tiene presencia en todas ellas, a través de la Educación, la promoción de la mujer trabajadora pobre y la labor en comunidades indígenas. No hemos coincidido en la misma época en los diferentes lugares, pero no era difícil la comunicación. En cada una de ellas tuvimos que adaptarnos a su ritmo de vida, y cada cual nos ofreció su encanto en sus variadas celebraciones, sobre todo, en su música y folclore. Perú es un pueblo acogedor, hospitalario, festivo,… lleno de colorido en sus fiestas, que nos hace gozar y celebrar de verdad, de verdad.

Yo, Aurora, los años que más recuerdo son los pasados en la selva, años convulsionados, debido al terrorismo tan fuerte, muertes…, muchas muertes inocentes. La gente vivía aterrada y llena de miedo. Acompañamos al pueblo durante estos años difíciles y de dolor. Visitamos a muchas familias, ayudándoles en lo que podíamos para llevarle un poco de consuelo y esperanza.

Nuestro trabajo principal ha sido la enseñanza en los colegios y  la evangelización de los pueblos visitando comunidades, escuchando a la gente, visitando enfermos, presos y ancianos, llevándoles la palabra de Dios, y toda la ayuda posible, según sus necesidades. Todo esto les animaba a sobrellevar tantas cargas familiares que deben afrontar, la pobreza, a veces maltratos, la exclusión, etc. Ante la impotencia que a veces se siente ponemos  todo en manos de Dios, pues es lo mejor que podemos hacer. Él nos sostiene y anima en este proceso de acompañamiento al pueblo. Nos sentimos muy felices de haber podido poner nuestro grano de arena en la construcción del Reino.

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Iglesia de San Francisco, Lima, Perú

Ahora estamos ya jubiladas y compartimos la misma Comunidad en Lima. Es otro estilo de vida, colaborando en los trabajos de la casa, atendiendo a lo que se presenta y elevando cada día nuestra oración por la realidad de nuestro mundo tan convulsionado por las guerras, la pobreza, etc. Y apoyando a nuestras hermanas que trabajan en Provincias.

Sin olvidarnos en nuestras oraciones de nuestro querido pueblo, Parderrubias, al que le debemos tantas cosas buenas que nos ha enseñado cuando éramos niñas y en los reencuentros cuando visitamos a la familia. A sus vecinos les agradecemos su colaboración solidaria en beneficio de muchos niños del Perú, lo que nos permite continuar con comedores escolares.

Una de las experiencias  bonitas que hemos tenido en estos últimos años fueron las visitas de mi primo Juan Carlos. La primera vez compartimos unas horas en Urcos, Provincia del Cuzco. En la segunda pasamos juntos un día entero en Lima. Gracias Juan Carlos por una visita cariñosa y cercana. Poco tiempo, pero muy emotivo el encuentro. Otra visita, fue la de Pablo a su tía Conchita, también un momento de mucha alegría, pudiendo compartir la vida aquí en nuestra casa, donde todos los que llegan de la Patria son BIENVENIDOS.

Un abrazo fuerte a cada vecino y vecina de Parderrubias.

Aurora Outumuro y Conchita Grande

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Laguna de Urcos, Cuzco, Perú