Categoría: Sanidad

Se cumplen 100 años de la peor peste de todos los tiempos: la mal denominada “gripe española” de 1918 en Parderrubias. Por Juan Carlos Sierra Freire

Se cumplen 100 años de la peor peste de todos los tiempos: la mal denominada “gripe española” de 1918 en Parderrubias. Por Juan Carlos Sierra Freire

En el presente año 2018 se cumple un siglo de una de las pandemias más devastadoras que padeció la Humanidad a lo largo de su historia: la gripe de 1918. En Ourense, el otoño de ese año, en concreto el mes de octubre, fue el momento más trágico y dramático de la epidemia. En este artículo describimos el proceso que siguió la peste desde su fase inicial en marzo hasta el otoño/invierno de 1918, así como el impacto que tuvo en Parderrubias y en algunas Parroquias limítrofes (Vilar de Paio Muñiz, Pereira de Montes y Soutopenedo).

Introducción

¿Qué tuvieron en común el soldado Gilbert Mitchell, destinado en el Campamento Funston de Kansas (Estados Unidos) y el labrador José Epifanio Freire, vecino del pueblo de Montelongo, en la provincia de Ourense (España)? A simple vista, absolutamente nada, excepto que los dos compartieron la desgracia de ser víctimas de la plaga más infernal jamás padecida por la Humanidad, que acabó con la vida de más de 50 millones de personas en todo el mundo. Gilbert pasó a la historia por ser el paciente cero de la “gripe española”, José Epifanio es mi bisabuelo.

Probablemente fuese un día de “feira” en Ourense de aquel fatídico otoño de 1918, presumiblemente el 17 de octubre. Mi bisabuelo José Epifanio se había acercado a la capital por negocios relacionados con unas vacas, cuya propiedad compartía con otro ganadero. Su familia, y vecinos de Montelongo, le aconsejaron que no se acercase a la ciudad, pues la gripe estaba ya muy extendida y las noticias que llegaban de allí eran preocupantes. Sin embargo, pudo más la exigencia y el requerimiento del negocio del ganado que la justa valoración del riesgo, y mi bisabuelo vino infectado de Ourense, sintiéndose muy pronto enfermo. Se metió en cama, pidió a mi bisabuela Filomena que bajo ningún concepto dejase entrar a los niños en su habitación y que, en caso de que “pasase lo que podía pasar”, incinerase todas sus ropas. Mi bisabuelo fallecía, siete días más tarde, el 24 de octubre, a las seis de la madrugada, a la edad de 47 años, dejando seis hijos, todos ellos menores de edad, siendo mi abuelo Manuel el mayor, con 17 años, y contando el menor con tan solo dos años de edad. Así de fulminante y cruel fue la peste de 1918.

El soldado estadounidense Mitchell, cocinero en el Campamento Funston, en Kansas, ingresa en la Enfermería el 4 de marzo de 1918 con fiebre y un fuerte dolor de cabeza. Una semana después los enfermos eran incontables. Desde este campamento, en donde enfermó el cocinero, llegaban soldados ya infectados al frente francés de la Primera Guerra Mundial. Así fue como la peste desembarcó en Europa. En abril, la gripe ya producía estragos en las trincheras de Europa Occidental. Llega a España probablemente en tren, desde Francia, de donde regresaban jornaleros españoles y portugueses que suplían la falta de mano de obra en el país vecino debido a la guerra. Aunque el primer fallecido español está fechado oficialmente en el mes de mayo en Madrid, tal como señalaremos más adelante se produjeron muertes por gripe ya en los meses anteriores. La prensa española se hace eco de la mortal infección que se propagaba de manera alarmante, mientras que los países en guerra ocultan la plaga para no minar más la moral de la población y del Ejército. Por el simple hecho de que en España, país neutral, se hablaba abiertamente de la enfermedad sin censura alguna, se le denominó injustamente “gripe española”, creyéndose que era un problema de nuestro país. Así que, además de infectarse un 40% de la población y acabar con la vida de cerca de 300.000 españoles (entre ellos, mi bisabuelo), a nuestro país le quedó el sambenito de dar nombre a una de las plagas más mortíferas jamás padecida por la Humanidad. Baste señalar que en marzo el virus comenzó a matar en Kansas (Estados Unidos) y muy pocos meses después lo hacía en las Parroquias de Parderrubias, Vilar de Paio Muñiz, Pereira de Montes y Soutopenedo, en España.

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Servicio de la Cruz Roja en Estados Unidos durante la gripe de 1918. Fuente: Centers for Disease Control and Prevention

Ricos y pobres eran víctimas por igual de la gran pandemia, cebándose mayoritariamente en personas jóvenes, a diferencia de otras gripes. Los primeros síntomas se confundían con una gripe común: irritación de garganta, fiebre y dolor de cabeza. Pero pronto aparecían mareos, pérdida de audición, visión borrosa, delirios, convulsiones, etc. Eran típicas unas manchas de color negro que comenzaban en las mejillas y que pronto se expandían por todo el cuerpo. Todo este cuadro se complicaba con una neumonía bacteriana que era la que provocaba la mayoría de las muertes. El proceso era tan rápido que pacientes que comenzaban a toser por la mañana, por la noche fallecían. El virus H1N1 experimentó varias mutaciones a lo largo de 1918, convirtiéndose en letal, llegando lo peor en el otoño de ese año. Se transmitía de una persona a otra por secreciones respiratorias producto de la tos, estornudos o, simplemente, a través del habla. La miseria, la suciedad y el hambre contribuyeron sin duda alguna a su propagación. A ello se unió el hecho de que no existiesen vacunas para protegerse contra el contagio, ni antibióticos para tratar las infecciones bacterianas secundarias; a la penicilina todavía le quedaban diez años para su descubrimiento. Las intervenciones sanitarias se limitaban al aislamiento, cuarentena, recomendar hábitos higiénicos personales, uso de desinfectantes y limitaciones de reuniones públicas (Centers for Disease Control and Prevention, 2018).

La peste en Ourense

Desde agosto de 1918 hasta abril de 1919 se registraron en Ourense 145 muertes por cada 10.000 habitantes a causa de problemas respiratorios, siendo la quinta provincia más afectada del país, solamente superada por Burgos, Almería, Zamora y Palencia (Chowell, Erkoreka, Viboud y Echevarri-Dávila, 2014). El otoño de 1918 supuso el periodo más crítico de la gripe, declarándose el estado epidémico en la provincia. Así, ya el 27 de septiembre la prensa se hacía eco de la peste:

En Orense se desarrolla grandemente la epidemia, existiendo numerosos casos, algunos de ellos graves” (Diario de Pontevedra).

Ocho días más tarde, el 5 de octubre, ya se habla sin disimulo de estado epidémico, pues en esos primeros días del mes ya se contabilizaban 723 infectados en la capital:

El Boletín Oficial publicará una circular del Gobernador Civil, declarando en Orense el estado epidémico. Este acuerdo lo adoptó el Gobernador en vista de la importancia que adquiere la epidemia reinante en aquella capital. Ayer ocurrieron ocho defunciones” (Diario de Pontevedra).

El Gobernador insta al Alcalde a que habilite urgentemente locales para atender a enfermos pobres cuyas viviendas carecían de condiciones higiénicas. El 15 de octubre solicita con urgencia al Gobierno el envío de desinfectantes, pues en las últimas 24 horas habían fallecido once enfermos. La gravedad de la situación provocó la suspensión de las Oposiciones a Maestro que se venían celebrando en la capital durante ese mes de otoño y que el Presidente de la Audiencia de Orense solicitase la suspensión de los juicios orales programados. Por su parte, el Obispo de la Diócesis visitaba al Gobernador con el compromiso de colaborar en la campaña sanitaria.

El único hospital público en la capital ourensana en esas fechas era el Provincial de Las Mercedes, que muy pronto quedaría colapsado. Por ello, en el edificio de la actual Delegación del Ministerio de Defensa (en aquel momento Edificio de los Hermanos Maristas) se instaló un Hospitalillo Municipal de Epidémicos de dos plantas en donde ingresaron 117 enfermos. Estuvo atendido por seis médicos, dos practicantes, dos enfermeros, tres estudiantes de Medicina y seis Hijas de la Caridad (De la Torre Somoza, 2015).

El periódico La Región publicaba a diario los datos de los fallecidos, personas de todas las edades, pero sobre todo menores de 30 años. Con cal, sulfato de cobre, azufre o zotal se desinfectaban pisos, casas y lugares críticos como el asilo, la cárcel o el matadero. Un momento particularmente doloroso fue la prohibición de la Fiesta de Fieles Difuntos de ese año y la entrada a los cementerios por parte del Gobierno Civil (Simón Larda, 2001). La prensa publicaba recurrentes anuncios del tipo “La epidemia reinante se evita desinfectando con zotal” o “Epidemias contagiosas se evitan lavándose con jabón zotal”. El Diario de Pontevedra se hacía eco de un artículo publicado en El Figaro, por el doctor Sobrino Álvarez, en el que se hablaba de un tratamiento eficaz contra la gripe:

En primer término un purgante salino y, con preferencia, el sulfato de sosa. Si el enfermo no tolera el purgante le suministra un enema (38 gramos de sulfato de sosa disueltos en medio litro de agua hervida). Evacuado el intestino, la medicación consiste únicamente en cinco gotas de tintura de yodo, cada tres horas, para los adultos, y de dos a cuatro gotas, cada ocho horas, para los niños. El vehículo que prefiere para suministrar el yodo es la leche” (Diario de Pontevedra, 10 de octubre de 1918).

Vida Gallega 15 de noviembre de 1918
Anuncio en la revista Vida Gallega del 15 de noviembre de 1918

Si la situación en la capital era muy preocupante, en el resto de la provincia alcazaba tintes dramáticos debido a la ausencia de recursos sanitarios. En algunas Parroquias, las campanas ya no tocaban a muerto para no alarmar a los enfermos. Las crónicas que La Región publicaba a diario dejaban bien a las claras la trágica situación. Como ejemplos tomados de Simón Larda (2001) aludimos a dos pueblos relativamente cercanos a Parderrubias. En Bande “la epidemia se extiende de forma alarmante. Los empleados del municipio y la mayoría de la población de esta villa están enfermos, así como la mayor parte de los individuos que componen la Corporación. Los médicos están agotados físicamente, por efecto de las dificultades de este municipio, por tener la población muy diseminada para la atención de los enfermos, cuyo número excede de 1500” (La Región, 19 de octubre de 1918). El cura de Calvos, en Bande, informaba al Gobernador Civil que de los 300 vecinos de la Parroquia, 120 estaban infectados, muchos de ellos graves, careciéndose de medicinas y desinfectante (Diario de Pontevedra, 16 de octubre de 1918). En Piñor (Barbadás) “…en este pueblo a pesar de ser tan sano, la epidemia gripal se difunde de una manera atroz; hay un gran número de personas atacadas. El virtuosísimo párroco, Don Florencio Quintas, no da punto de reposo visitando a todas horas a los enfermos y proporcionándoles no solo los auxilios espirituales, sino también los corporales, a muchos pobres” (La Región, 23 de octubre de 1918). En otra villa importante de la provincia, Ribadavia, la situación era conmovedora:

En Ribadavia, según noticias oficiales, ocurrieron ayer nueve defunciones y hubo nuevas invasiones. Un amigo nuestro que ayer llegó de dicho pueblo nos dice que familias enteras han desaparecido víctimas de este mal. En una casa se murieron el padre, la madre y tres hijos” (Diario de Pontevedra, 5 de octubre de 1918).

En Carballiño, la tragedia alcanzaba niveles propios de una catástrofe, y así lo atestigua un telegrama recibido en el Gobierno Civil de Ourense:

Es verdaderamente espantoso el estado sanitario de esta villa y su partido, adquiriendo proporciones alarmantes, pues diariamente ocurren diez o doce defunciones, sin que las autoridades adopten medida alguna para evitar algo la difusión de tan terrible mal. Como vecino de esta villa acudo a V. S. en demanda de protección, pues se da el caso inaudito de que por ningún lado podemos encontrar desinfectantes para combatirlo por nuestra cuenta” (Diario de Pontevedra, 10 de octubre de 1918).

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Partidas de fallecimientos provocados por la gripe de 1918

La peste en Parderrubias y Parroquias vecinas

Con  el objetivo de examinar el impacto de la gripe en Parderrubias y en algunas Parroquias limítrofes (Vilar de Paio Muñiz, Pereira de Montes y Soutopenedo) hemos revisado el número de enterramientos que tuvieron lugar en dichas feligresías a lo largo de los años 1918 y 1919. Ello nos permite apreciar su evolución e identificar claramente el momento crítico que venimos destacando: otoño de 1918. Si observamos la Figura 1, apreciamos que entre octubre y diciembre de ese año se incrementa de manera significativa la cifra de enterramientos en las cuatro Parroquias, permaneciendo relativamente estable su número antes y después de dicho trimestre. Debemos aclarar que no todos los fallecimientos producidos en esos meses fueron consecuencia de la gripe. En el caso de Parderrubias, el cura don Benito Garrido no incluía en las partidas de entierro la causa del fallecimiento; en las otras parroquias sí aparece registrada la causa y así sabemos que en unos pocos casos no fue la gripe la causante del fallecimiento (lo fueron, por ejemplo, la miocarditis o la debilidad senil). No obstante, es incuestionable, y no puede pasar desapercibido, el significativo incremento de muertes durante esos tres meses.

Gráfico
Figura 1. Evolución del número de enterramientos durante la gripe de 1918. Fuente: Elaboración propia

Prestando atención a la Figura 1, en primer lugar, percibimos claramente el pico en el número de enterramientos del último trimestre de 1918, pero sin que exista un solapamiento de las cifras en las cuatro Parroquias analizadas; así, por ejemplo, mientras en Parderrubias el mes de octubre es el más trágico con nueve fallecimientos, en Vilar de Paio Muñiz no se produce ninguno en ese mes. En segundo lugar, destaca el hecho de que la Parroquia más castigada fuese la de Parderrubias, debido probablemente a su mayor número de feligreses; recordemos que, en esa época, Solveira, Fondo de Vila y Nogueira pertenecían a la Parroquia de Santa Olaia de Parderrubias. Examinemos con un poco más de detalle los fallecimientos de esos meses.

En Parderrubias, se produce ya una muerte por gripe (presuponemos que la primera) en el mes de abril de 1918; se trata de Encarnación Garrido de 42 años, cuya esquela aparece publicada en La Región. En los meses de octubre, noviembre y diciembre fallecen 16 personas. Como ya se ha señalado, dado que las partidas de fallecimiento de esta Parroquia no recogen la causa de muerte, cabe pensar que no todos estos fallecimientos fueron provocados por la gripe, aunque bien es cierto que por la media de edad de los fallecidos sí podemos intuir que en la mayoría de los casos esa fue la causa. Esta hipótesis es avalada por los datos recogidos en otras Parroquias en las que sí se especifica la causa de muerte, y en donde la mayoría de los fallecimientos se asociaban a la gripe. La edad de los fallecidos en Parderrubias en esos meses osciló entre los pocos meses de vida y los 50 años (media = 20,67 años), es decir, todos fallecieron muy jóvenes; concretamente, seis eran niños o adolescentes. Como hemos dicho, el mes más trágico fue octubre con nueve fallecidos desde el día 13. Cronológicamente hubo entierros los días 13, 15, 16, 20, 21 (dos), 22, 28 y 29 de octubre. Conmueve imaginarse funerales casi todos los días de esa desgraciada quincena. En noviembre, el número de enterramientos desciende a cinco, y ya en diciembre solamente se produce uno. Entre los fallecidos en esos meses había nueve mujeres y seis hombres; un feto completaba el listado de dieciséis. En cuanto a los pueblos, cinco de los difuntos residían en Nogueira, cuatro en Barrio, dos en O Outeiro, dos en Solveira, uno en A Iglesia, uno en Fondo de Vila y en uno de los casos no se ha indicado su ubicación.

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Iglesia de Parderrubias

En Vilar de Paio Muñiz, durante el trimestre octubre-diciembre, fallecen diez personas (cinco hombres y cinco mujeres). En este caso, dado que el cura don Gerardo Castro indicaba expresamente en la partida de defunción la causa de muerte, sabemos que cinco de ellos fallecieron por bronquitis gripal y los restantes por miocarditis. Aunque el período crítico de la epidemia fue el último trimestre de 1918, en esta Parroquia ya habían fallecido tres personas (dos de ellas, niños) por bronquitis capilar aguda en el verano (en junio, julio y agosto, respectivamente). La media de edad de los cinco fallecidos por la gripe en otoño/invierno fue de 35,13 años. En este caso resulta llamativo el adelanto temporal en los fallecimientos por la epidemia a antes del comienzo del otoño y que, en cambio, en el mes de octubre no se produjese ninguna muerte. A raíz de los datos de esta Parroquia podemos saber también que, aunque como está demostrado el período crítico fue el otoño/invierno de 1918, los fallecimientos a causa del virus de la gripe se extendieron al año 1919. Así, aparecen registrados en ese año dos fallecimientos en abril y dos en noviembre por esta causa. En cuanto al sexo, de los fallecidos por gripe en 1918, cinco eran mujeres y tres hombres.

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Iglesia de Vilar de Paio Muñiz

En la Parroquia de Pereira de Montes, se produjo el fallecimiento de un hombre de 69 años por bronquitis capilar aguda en el mes de marzo. Sin embargo, tal como ocurrió en las otras Parroquias, los meses problemáticos fueron octubre con cuatro fallecimientos, todos ellos por gripe, y noviembre con siete muertes. En diciembre se producían dos fallecimientos, uno de ellos por bronquitis gripal. La media de edad de los fallecidos fue de 39,17 años. La gripe no respetaba edades, así en octubre fallece una niña de 10 años y en noviembre lo hace una mujer de 60. De los fallecidos, de igual manera que ocurrió en las dos Parroquias anteriores, la mayoría fueron mujeres.

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Iglesia de Pereira de Montes

Finalmente, en la Parroquia de San Miguel de Soutopenedo, de la que era feligrés mi bisabuelo José Epifanio, en todo el año 1918 tienen lugar 16 fallecimientos, de los cuales el 44% fueron debidos a la gripe, tal como indican las partidas de entierro firmadas por el párroco don Francisco Coello. En el mes de octubre fallece únicamente José Epifanio, a la edad de 47 años. Fue la primera víctima de la peste en Soutopenedo:

“…falleció el veinticuatro de octubre de mil novecientos diez y ocho a las seis de la mañana en el lugar de Montelongo de bronco-neumonía según certificación facultativa…”.

En el mes de noviembre se producen cinco fallecimientos, todos ellos asociados a la gripe. Es decir, en Soutopenedo la gripe provocó seis muertes, únicamente en los meses de octubre y noviembre, de las cuales solamente dos de ellas corresponden a hombres. La media de edad de los fallecidos fue de 36,83 años, oscilando entre 10 y 63 años.

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Iglesia de Soutopenedo

En resumen, la gripe de 1918, la mal denominada “gripe española”, de igual modo que ocurrió en el resto de España y en otros muchos lugares del mundo, dejó un importante número de muertes en Parderrubias y Parroquias limítrofes. El mayor número de víctimas se produjo entre la población femenina durante los meses de otoño e invierno de ese año, sin que existiese un paralelismo exacto entre las Parroquias analizadas. Así, mientras en Parderrubias el mes con mayor número de víctimas fue octubre, en Vilar de Paio Muñiz lo será diciembre; en Pereira de Montes y Soutopenedo el mes más trágico fue noviembre.

Terminamos con el deseo de que estas estas líneas constituyan un pequeño homenaje a todos los fallecidos por la gripe de 1918 en la comarca de Parderrubias, entre ellos, el bisabuelo José Epifanio, de cuyas muertes se cumplen ahora cien años. Aunque la peste no diferenciaba a pobres de ricos, sí es verdad que los labradores fallecidos en estas Parroquias estaban en clara desventaja para hacer frente a la epidemia, debido a las condiciones socioeconómicas en las que les tocó vivir.


Nota. El autor muestra su agradecimiento a don Julio Grande Seara y a don Fernando López Seoane por la información aportada para la elaboración de este artículo. Otra parte de la información procede del Archivo Histórico Diocesano de Ourense.


Referencias

Centers for Disease Control and Prevention (2018). Historia de la pandemia de influenza de 1918. Recuperado de https://espanol.cdc.gov/enes/flu/pandemic-resources/1918-commemoration/1918-pandemic-history.htm

Chowell, G., Erkoreka, A., Viboud, C. y Echevarri-Dávila, B. (2014). Spatial-temporal excess mortality patterns of the 1918-1919 influenza pandemic in Spain. BMC Infectious Diseases, 14, 371. Recuperado de https://bmcinfectdis.biomedcentral.com/track/pdf/10.1186/1471-2334-14-371

De la Torre Somoza, J. (2015). El hospital provincial de Ourense (1930-1979). Ourense: Diputación de Ourense.

Simón Lorda, D. (2001). La epidemia gripal de 1918 en Ourense. MINIUS, IX, 85-96.

Parderrubias: higiene y sanidad en el siglo XVIII. Por Avelino Sierra Fernández

Parderrubias: higiene y sanidad en el siglo XVIII. Por Avelino Sierra Fernández

Las prestaciones higiénico-sanitarias que hoy disfrutamos constituyen un logro muy reciente de nuestra sociedad. En España, no será hasta el último tercio del siglo XIX cuando desde la Ciencia se empiece a hacer énfasis en la cultura sanitaria. Adentrarnos siglos atrás supone dejar la salud prácticamente en manos de tradiciones y ritos mágicos, brillando por su ausencia cualquier atisbo de conocimiento científico.

En este artículo, Avelino Sierra Fernández nos transporta al siglo XVIII para describirnos los hábitos higiénico-sanitarios de nuestros antepasados en Parderrubias, en donde la ausencia de recursos, como consecuencia del subdesarrollo, era suplantada por tradiciones domésticas y costumbres mágico-religiosas.

Gracias, Avelino, por permitirnos conocer cómo se fue fraguando la reciedumbre de los genes de aquellos que hemos nacido en Parderrubias.

Juan Carlos Sierra Freire

Notas. (1) Este artículo aparece publicado en su versión original en gallego y a continuación el lector encontrará una versión en castellano. (2) Los objetos que aparecen fotografiados en este artículo pertenecen a la colección privada de Avelino Sierra Fernández.


Parderrubias: hixiene e sanidade  no século XVIII.  Por Avelino Sierra Fernández

É evidente que, consonte ao connatural avance da Humanidade, as cotas de benestar que actualmente ostenta Parderrubias, minguan ostensiblemente a medida que recuamos no tempo. Se nos retrotraemos ao ecuador do século XVIII, decatarémonos de que as condicións de vida dos nosos devanceiros, fai un cuarto de milenio, non ten cotexo algún coas da xeración actual. Aínda que carecemos da documentación precisa e necesaria para coñecer con minuciosidade as circunstancias en que vivían os nosos antepasados naquela andaina, é seguro que, non sendo peores que as do resto do Couto feudal ao que pertencían, de ningún modo eran mellores. Neste senso, baseando o noso estudo nas condicións dominantes da natureza e espazo físico da Parroquia e do Couto, no inalterable sistema agropecuario vivido polos veciños, no permanente réxime foral ao que estiveron sometidos dende a Idade Media ata o século XIX, así como na historia sociolóxica rural, rexistros parroquiais  e  certificacións catastrais  relativas a este feudo, podemos achegarnos co rigor  necesario á realidade vivida en Parderrubias fai unhos 250 anos no aspecto hixiénico-sanitario.

A hixiene

Cando na actualidade, a hixiene, o aseo e a limpeza son prácticas case obsesivas, coa utilización de milleiros de productos e útiles para todo tipo de aplicacións e tratamentos, custa crer que tales hábitos, básicos para a saúde, foran inusuais, por non dicir inexistentes, para os nosos devanceiros fai dous séculos e medio. No ano 1750, o concepto de hixiene era radicalmente diferente, por non dicir contrario, ao que temos actualmente. O aseo e limpeza, tanto persoal como público, estaban condicionados pola precariedade de medios e polo pensamento equívoco sobre a influencia negativa de certas prácticas na saúde. En Parderrubias, non existía canalización algunha de auga, sendo as necesidades escasamente cubertas por fontes, pozos e ríos  que soían chegar o estío no verán. Entre as primeiras temos que citar a Fonte do Outeiro, Fonte do Cano, Fonte da Saúde, Fonte de Currás, Fonte da Abella, Fonte da Cerva, Fontelas, Fonteiriña e Val das Fontes, todas elas mananciais naturais lonxanos dos asentamentos.

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Fonte do Cano

Tampouco existían sumidoiros de residuos, agás as xurreiras superficiais que conducían os xurros do esterco, formando pestíferas e fedorentas charcas  estancadas nos patios e camiños. Aínda que nos produza pasmo e  abraio, calquera servizo de baño ou retrete público ou privado, ou calquera costume xeral de hixiene, nin existían nin se botaban en falta. Con toda seguridade, moitos dos campesiños  non coñeceron nunca o xabón, nin viron a súa cara nun espello. Tódalas persoas, da condición que foran, non reparaban en alivia-los seus ventres onde se atoparan, iso si, procurando certa intimidade dentro do posible, e os veciños convivían co ludro e feces humanas en calquera canella, esquina, ou mesmo diante da casa, mesturados coas bostas das vacas. Estando na casa, polo día era habitual relaxa-los esfínteres nunha esquina da corte,  axudando a facer esterco. As deposicións feitas pola noite dentro da casa, nos cachos, penicos ou ouriñais, derramábanse pola mañá no camiño sen reparo algún, procurando que a pendente do terreo as alonxara un paso da porta, ata que os animais soltos ou a chuvia nun día de arroiada puideran reducir ou arrastrar tanta enxurrada. A situación alixeirábase  nalgúns casos estrando o patio ou camiño de toxos.

Para a limpeza e aseo persoal, perduraba o pensamento da medicina medieval, segundo o cal, o baño frecuente perxudicaba seriamente a saúde, porque a auga dilataba a pel, abrindo os poros e deixándoos expostos á entrada de aires malsanos. Chegábase a crer, incluso, que unha boa capa de cotra, carraña ou roña protexía ao corpo contra as enfermidades. Por esta razón, o baño  estaba desaconsellado, reducíndose a limpeza corporal a lavar soamente as partes expostas á vista dos demais: as mans e a cara. O resto do corpo sometíase a unha limpeza en seco, fretando a mugre  cun lenzo  seco ou lixeiramente húmido. Tan  só, fortuitamente,  podían batuxarse no río ás escondidas, unha vez ao ano,  ou nunha tina ou palangana dentro da casa. Neste último caso, unha mesma auga da tina era a miúdo compartida por varios membros da familia. A roupa mudábase unha vez ao mes, e excepcionalmente á semana, salvo a camisa que en ocasións podía cambiarse  máis a miúdo. Aos recén nados, por considerarlle-los  seus corpos máis porosos que os dos adultos, e polo tanto máis propensos á entrada de aires malsanos, protexíanos contra as supostas infiltracións, embadurnándolle-la pel con graxa, cinza, sal, etc., envolvéndoos logo con lenzos de liño e, por suposto, sin lavalos ata que medraran. Un exemplo elocuente témolo no Rei de Francia, Luis XIII, que tras lavalo despois de nacer, tardaron sete anos en volver a facelo. Esta mugre endémica era o mellor aliado para a proliferación de piollos, lendias e ácaros, polo que catarse ou espiollarse mutuamente era unha das actividades familiares e sociais máis comúns, que nos rapaces substituíase por rapados integrais.

3.Hixiene-Higiene

Paradóxicamente, os dentes eran obxecto de certos coidados, sabidores de que cando podrecían tiñan que arrancalos a sangue frío entre espantosas dores, restando as enxivas valeiras para o resto das súas vidas. Era, pois, costume limpalos, fretándoos cun pano e cinza. Nalgunhos lugares perduraba aínda o antigo vezo de enxougalos despois cos seus propios ouriños, xa que o seu alto contido en amoníaco, cousa que ignoraban, favorecía a limpeza. Fora como fora, o normal era  que a xente maior vivira desdentada, con constantes dores de moas e graves abscesos faciais. Da halitose, que cadaquén xulgue.

Foi un século despois, no ano 1860, co descubrimento da microbioloxía por Louis Pasteur, cando comezaron a esvaerse os receos sobre o lavado e a considerar que a limpeza podía ser preventiva dos xermes acochados na pel e roupa sucia, comezando así a normalización dos baños integrais. Seguramente foi por esta razón que o Preceptor do futuro Rei de España, Afonso XII (1857-1885), recomendara a este cando era Príncipe: “Lávate los pies una o dos veces al mes”. Un abraiante avance con respecto ao citado Luis XIII na época anterior. Nembargante pasarían aínda moitas décadas para que as novas prácticas de limpeza se xeneralizaran.

 Axudaranos a comprender a situación descrita, saber que faltaban 185 anos para que chegara a primeira auga corrente á capital de Ourense (1935), tardando aínda moitos lustros en instalarse nas casas. Parderrubias contou coa primeira billa e tanque público de auga na Aldea, na década de 1960. E foi por eses anos, cando o Bispo de Ourense, Ángel Temiño Sáiz, negoulle aínda a autorización ao entón Párroco Don José Manuel Fernández Rúas, para facer un cuarto de baño na rectoral, por consideralo un luxo terrenal, tal como informa Outumuro Seara [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2015/10/10/e8-don-jose-manuel-fernandez-ruas-impulsor-de-la-modernidad-de-parderrubias-por-manuel-outumuro-seara/]. Os curas de Parderrubias, igual que os fregueses, levaban toda a vida deitando as súas deposicións no curral e, ao parecer, o Prelado non vía razón para cambiar tal costume.

A sanidade

Non é difícil describi-la situación sanitaria de Parderrubias nos tempos referidos, xa que daquela nin existía servizo medicinal algún, nin persoal mínimamente apto para exercelo. En ningunha das parroquias que actualmente constituen o Concello da Merca existía entón Médico, Ciruxán Sangrador, Boticario nin Botica algunha. En toda a provincia ourensá, só localizamos  sete médicos exercendo no ano 1750 (tres en Ourense, dous en Ribadavia, un en Allariz e outro en Verín), e once Boticarios (catro en Ourense, tres en Ribadavia e un nas poboacións de Allariz, Vilanova dos Infantes, Gomesende e Verín). A estes sete galenos supónselle formación nas Escolas de Medicina, pero o retraso da ciencia medicinal era manifesto.  Aínda a principios do S. XIX, un médico podía estar manipulando todo o día feridas de enfermos, pasando de uns a outros sen lavarse as mans, pois as causas microbiolóxicas das infeccións eran totalmente descoñecidas. En todo caso, os servizos destes esculapios eran inaccesibles  para o común dos mortais, pois, aparte de ser moi poucos, a asistencia sanitaria era privada e estaban adicados case exclusivamente ao persoal do Bispado, Cabidos e Conventos das zonas onde exercían. Médicos á marxe, quedaba a posibilidade de acudir, en caso desesperado, a algún dos barbeiros ciruxiáns ou sangradores existentes nas bisbarras achegadas. Localizamos 11 en Ourense, nove en Ribadavia, catro en Allariz e Entrimo, tres en Bande e Verín, dous en Sobrado do Bispo, San Cibrao de Viñas e  Castro Caldelas, un en Vilanova dos Infantes, Maceda, Xinzo de Limia, Lovios, Calvos de Randín, Gomesende e Esgos. Todos eles, con nula formación académica e tan só con certa práctica rutinaria acadada a beira dun homólogo, realizaban servizos de sacamoas, herniario, alxebrista (ósos escordados), flebotomiano (sangrador), etc. Calquera destas intervencións, cun ordinario instrumental reducido a  tenaces, tesoiras, navallas, coitelos, descarnadores, samesugas,  e para de contar, era unha auténtica atrocidade, coa gravidade de non poder atalla-la dor nin as hemorraxias, infeccións ou asañamentos, porque a botica non tiña medios para loitar contra o que se consideraba irremediable, xa que a narcose e a asepsia non se descubrirían ata cen anos despois (1846 e 1867, respectivamente). Pero os veciños de Parderrubias nin tan sequera tiñan ao seu alcance tal precariedade de servizos e medios, véndose condenados a acudir aos remedios caseiros, a base de herbas, apócemas e outras beberaxes, moitas delas máis ruíns ca propia doenza. Basta lembrar a “herba do ayre” ou “folla do ar”  que, segundo Frei Sarmiento, usaban en Ourense e os seus pobos:

“Llámase del ayre porque cuando un niño está malo de algún aire o vapor que lo envaró, le untan con la infusión de esta hierba o con ella misma… aplicada a un niño o hombre a quien haya hecho daño algún aire, le remedia por chupazón”.

4.Apócimas-Pócimas
Herbas, apócemas e beveraxes

Tamén se valían dos propios ouriños (mexos), confiados das súas bondades contra queimaduras, chagas e outras mancaduras, ou das teas de araña para cortar hemorraxias e cicatrizar feridas, ou das lambedelas do can sobre  úlceras e mancos, seguindo o exemplo da imaxe de San Roque venerada no retábulo maior da igrexa de Santa Olaia de Parderrubias. Outra alternativa era agarrarse aos amuletos que abundaban nas casas, aos que se lle supuña propiedades que afastaban as desgrazas e os influxos malignos. Habíaos de varias castes, profanos e relixiosos, sandadores e rexeitadores. Entre os sandadores destacaban  os cornos da vacaloura (escornabois), a camisa da cobra e unha manchea de pedras (pedra da serpe, da pezoña, do coxo, ollo de boi, etc.) utilizadas contra a pezoña ou veleno das serpes, alacráns, píntigas, etc.  Curiosamente, o noso ilustre paisano Frei Jerónimo Feijoo, nas súas “Cartas eruditas y curiosas” (1742-1760), destaca as supostas virtudes dunha destas pedras, non só contra a pezoña, senón tamén contra a peste dos carbúnculos, tumores, ou mesmo trabadas de cans rabiosos e lobos. Entre os amuletos que rexeitaran o mal estaban os allos, a  castaña de indias, o cairo do porco ou xabarín, a cornamenta da vacaloura e os cornos dos bóvidos, entre outros moitos. Outra opción era acudir  a algún feiticeiro que, mediante o seu engado por medio de ensalmos,  conxuros e maleficios, lle quitara o seu meigallo. Despois de todo isto, sempre quedaba acudir ás herbas de San Xoan, ao Tarangaño (Piñor), á Fonte da Saúde (Parderrubias), á Fonte Santa (As Marabillas) ou á Fonte dos Ollos (As Marabillas e Olás). Malia a singularidade das devanditas prácticas, a prudencia non debe permitirnos desbotar a posibilidade  dunha eventual efectividade se o doente acudira a elas con grandes doses de fe. Cando todo fallaba, que era o máis natural, só quedaban os recursos sobrenaturais: imaxes de santos, medallas, estampas, escapularios, exvotos e promesas de peregrinar  aos Santuarios de O Cristal (devoción dende 1630), A Armada (dende 1641), As Marabillas (dende 1646), San Munio de Veiga, A Bola (dende o século X), San Bieito de Coba de Lobo (¿dende o século XIII?), Os Milagres (dende o século XIII), etc. E abofé que tales medios tiveron que ser ben milagreiros para que os nosos devotos avós, nunha situación tan magoante, vivindo entre animais, estercos e xurreiras, cheos de fame e frío, mal vestidos e peor calzados,  presos de pestes, andazos e pandemias a esgalla, sen galenos nin boticas, sobreviviran a tanto malfado.

5.Amuletos
Amuletos profanos
6.Relixiosidade-Religiosidad
Amuletos relixiosos

Mención aparte merécenos o parto. O concepto de natalidade cambiou tanto que é difícil comprender as condicións que se daban neste eido fai 250 anos. Comezaremos por dicir que a futura nai decatábase do seu estado de gravidez polos mesmos síntomas do embarazo actual, suspensión da menorrea, aparición de efélides, vómitos, etc. Esta circunstancia non alteraba para nada a súa vida cotiá.  Durante a xestación, non había por qué mellora-la hixiene e seguía practicando as mesmas tarefas na casa e os mesmos labores do campo ata o mesmo intre do parto, pois críase que tales angueiras axudaban ao desenrolo do embrión. O libramento producíase sempre na casa, a non ser que algunha circunstancia o impedira, pois dábanse casos en que a parturienta, a causa do exercicio ininterrumpido, paría en solitario, estando lavando no río ou sachando o millo. Sendo na casa, a parturienta era atendida por unha familiar ou veciña que adoitaba ter praxe nestas lides, como eran fregas, presións no bandullo e mesmo introducindo a man ata o útero para axudar á extracción da placenta ou do propio feto. Estas manobras podían ir acompañadas tanto de cantigas ou preces, coma de exclamacións  alusivas á saída da criatura a este mundo, ou de berros e bruídos da nai para axudar á expulsión. Tamén se requerían distintas posturas anatómicas da puérpera, póndose de pé, de xeonllos, de crequenas, sentada, e incluso dando pequenos saltos ou choutando dende un banco. Con tales técnicas, as cousas non soían rematar ben, e as distocias maternas ou fetais e os asañamentos, a miúdo eran  irreversibles. Na nai, era frecuente que sobrevira a febre puerperal  que remataba en septicemia, e non existindo medios para combatila,  a morte era segura. Só un século máis tarde, no 1847, o médico húngaro Ignacio Semmelweis determinou a orixe infecciosa da febre puerperal ao comprobar que a hixiene reducía a mortalidade. Os  antisépticos tardarían aínda 20 anos máis en descubrirse, sendo en 1867 cando o escocés Joseph Lister usou por primeira vez a antisepsia na ciruxía. De calquera xeito, estes adiantos non se xeneralizarían ata o século seguinte. De non haber maiores complicacións, comezaba o posparto con fregas de aceite por fóra da barriga e pocións ou tisanas por dentro, para sandar presto, que había que atender á habenza.

Ao recén nado ceñíaselle todo o corpo con lenzos de liño apretados e vendábaselle a cabeza coma unha momia, pensando que deste xeito evitaríanselle deformacións e contaxios, desenvolvéndoo, no mellor dos casos, unha vez ao día para limpalo, que non lavalo. A lactancia materna alongábase  ata os dous anos, aínda que aos poucos meses xa se lle alternaba o peito con papas de centeo ou millo e outros alimentos previamente mastigados pola nai. Segundo Vicente Risco, algunhas nais tamén lle daban viño, para que criasen boa cor. De írselle o leite a nai, adoitábase acudir ao dunha nai veciña, e de non ser posible, utilizábase o leite da vaca. A mortalidade infantil no primeiro ano de vida era dun 25% e case sempre por falta de hixiene e mala lactancia. Para o Padre Sarmiento, a causa destas mortes prematuras eran  as vexigas (variola) e as lombrigas.

Esta situación, xunguida a outros factores, mantiña no nacemento un  promedio de esperanza de vida entre os  30 e 40 anos.  Aos neonatos superviventes agardábaos  a variola e o tifo, para as que non existía tratamento, e que ao longo  do século XVIII elevou a taxa de mortandade infantil  a un 35%. Os pais tiñan asumido que un de cada tres fillos non sobreviviría e cando se producía a traxedia, todo Parderrubias  trataba de consolarse sabendo que tiñan “un anxiño no ceo”, e ata as campás da igrexa repicaban a gloria. A porcentaxe de mortandade infantil foi diminuindo co transcurso do tempo, pero, segundo Sierra Freire,  entre 1936 e 1950 aínda ascendía ao 9,79% [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/02/13/aquel-parderrubias-de-la-posguerra/].

A morte non era allea a ningunha idade, pero superada a infancia e a pubertade, as esperanzas de vida aumentaban  considerablemente, e aínda que outras enfermidades, a dureza dos traballos, a fame, fríos, molladuras, etc. conseguían esgota-los azos e forzas,  facendo vella  a moita xente antes dos 30 ou 40 anos, tiñan posibilidade de chegar a cumprir 60, se ben, os sesaxenarios só supuñan a terceira parte dos nacidos.

A ausencia de calquera censo impídenos coñece-la taxa de morbidade naquela época en Parderrubias, e nin sequera o Rexistro Parroquial de Defuncións, sendo a fonte máis próxima a esta realidade, nos permite determina-las verdadeiras causas da morte, pola falta de referencias.  Así e todo, sabemos que a taxa era alta e que as principais causas non diferían das doutras poboacións da zona, sendo a máis frecuente e mortal, co 80% dos decesos, as infeccións contaxiosas ocasionadas polos andazos, a pobre alimentación, a mala hixiene e a pésima salubridade. Tales eran a cólera, o sarampelo, a variola, o tifo, a escarlatina, a difteria, a tuberculose, etc. A elas había que engadirlle-las non contaxiosas, coma os partos, os accidentes laborais, gangrenas, reumas, artroses, etc.

Neste tremendo desamparo sanitario vivían,  convivían ou  sobrevivían  os nosos devanceiros de Parderrubias, nunha época de grande atraso e subdesenrolo, que os obrigou  a  acudir a prácticas sandadoras só entendibles dentro do contexto histórico-social que lles tocou vivir, pero que detrás delas subxacía un extraordinario espírito de superación fronte ás adversidades, unha  enorme capacidade de sufrimento e resistencia para sobrelevalas e unha impasible resignación ante o irremediable, virtudes que forman parte das señas de identidade da nosa memoria histórica.


VERSIÓN EN CASTELLANO

Nota. Este artículo aparece publicado más arriba en su versión original en gallego.

Parderrubias: higiene y sanidad en el siglo XVIII. Por Avelino Sierra Fernández

Es evidente que, conforme al connatural avance de la Humanidad, las cotas de bienestar que actualmente ostenta Parderrubias, disminuyen ostensiblemente a medida que retrocedemos en el tiempo. Retrotrayéndonos a mediados del siglo XVIII, observamos que las condiciones de vida de nuestros antepasados, hace un cuarto de milenio, no son equiparables a las de la generación actual. Aunque carecemos de la documentación precisa y necesaria para conocer con minuciosidad las circunstancias en que vivían nuestros antecesores en aquella época, es seguro que, no siendo peores que las del resto del Coto feudal al que pertenecían, de ningún modo eran mejores. En este sentido, basando nuestro estudio en las condiciones dominantes de la naturaleza y espacio físico de la Parroquia y Coto, en el inalterable sistema agropecuario vivido por los vecinos, en el permanente régimen foral al que estuvieron sometidos desde la Edad Media hasta el siglo XIX, así como en la historia sociológica rural, registros parroquiales y certificaciones catastrales relativas a este feudo, podemos acercarnos con el rigor necesario a la realidad vivida en Parderrubias hace unos 250 años en el aspecto higiénico-sanitario.

La higiene

Cuando en la actualidad,  la higiene, el aseo y la limpieza son prácticas casi obsesivas con la utilización de miles de productos y útiles para todo tipo de aplicaciones y tratamientos, cuesta creer que tales hábitos, básicos para la salud, fueran inusuales, por no decir inexistentes, para nuestros antepasados hace dos siglos y medio. En el año 1750, el concepto de higiene era radicalmente diferente, por no decir contrario, al que tenemos actualmente. El aseo y la limpieza, tanto personal como pública, estaban condicionados por la precariedad de medios y por el pensamiento equivocado sobre la influencia negativa de ciertas prácticas en la salud. En Parderrubias, no existía canalización alguna de agua, siendo las necesidades escasamente cubiertas por fuentes, pozos y ríos que llegaban al estiaje en verano. Entre las primeras hemos de citar A Fonte do Outeiro, Fonte do Cano, Fonte da Saúde, Fonte de Currás, Fonte da Abella, Fonte da Cerva, Fontelas, Fonteiriña y Val das Fontes, todas ellas manantiales naturales  alejados de los poblados.

My beautiful picture
Fonte do Cano

Tampoco existían alcantarillados de residuos, excepto corrientes superficiales de purín del estiércol, formando pestíferas y hediondas charcas estancadas en los patios y caminos. Aunque nos produzca asombro, cualquier servicio de baño o retrete público o privado, o cualquier costumbre general de higiene, ni existían ni se echaban en falta. Con toda seguridad, muchos de los campesinos no conocieron nunca el jabón ni vieron su cara en un espejo. Todas las personas, de la condición que fueran, no reparaban en aliviar sus vientres donde se hallaran, eso sí, procurando cierta intimidad dentro de lo posible, y los vecinos convivían con las deyecciones humanas en cualquier camino o esquina, o mismo delante de casa, mixturados con las boñigas de las vacas. Estando en casa, durante el día era habitual relajar los esfínteres en una esquina de la cuadra, ayudando a hacer estiércol. Las deposiciones hechas por la noche dentro de casa, en las bacinillas, se derramaban por la mañana en el camino sin reparo alguno, procurando que la pendiente del terreno las alejara un paso de la puerta, hasta que los animales sueltos o un chaparrón de lluvia mitigaran tal inmundicia. La situación se aligeraba en algunos casos, cubriendo el patio o camino de tojos.

Para la limpieza y aseo personal, perduraba el pensamiento de la medicina medieval, según el cual, el baño frecuente perjudicaba seriamente la salud, porque el agua dilataba la piel, abriendo los poros que quedaban expuestos a la entrada de aires malsanos. Llegaba a creerse, incluso, que una buena capa de mugre o roña protegía al cuerpo contra las enfermedades. Por esta razón, el baño estaba desaconsejado, reduciéndose la limpieza corporal a lavar únicamente las partes expuestas a la vista de los demás: las manos y la cara. El resto del cuerpo se sometía a una limpieza en seco, frotando la mugre con un lienzo seco o ligeramente húmedo. Tan sólo, fortuitamente, podían chapotearse en el río a escondidas, una vez al año, o en una  tinaja o palangana   dentro de casa, en cuyo caso la misma agua era compartida por varios miembros de la familia. La ropa se cambiaba una vez al mes, y excepcionalmente a la semana, salvo la camisa que en ocasiones podía mudarse con más frecuencia. A los recién nacidos, por considerarle sus cuerpos más porosos que los de los adultos, y por lo tanto más propensos a la entrada de aires malsanos, los protegían contra las supuestas infiltraciones, embadurnándoles la piel con grasa, ceniza, sal, etc., envolviéndolos luego con lienzos de lino y, por supuesto, sin lavarlos hasta que crecieran. Un ejemplo elocuente lo tenemos en el Rey de Francia, Luis XIII, que tras lavarlo después de nacer, tardaron siete años en volver a hacerlo. Esta mugre endémica era el mejor aliado para la proliferación de piojos, liendres y ácaros, por lo que despiojarse mutuamente era una de las actividades familiares y sociales más comunes, que en los más jóvenes se sustituía por rapados integrales.

3.Hixiene-Higiene

Paradójicamente, los dientes eran objeto de ciertos cuidados, conscientes de que cuando se pudrían tenían que arrancarlos a sangre fría entre espantosos dolores, quedando las encías vacías para el resto de sus vidas. Era, pues, costumbre el limpiarlos, frotándolos con un paño y ceniza. En algunos lugares perduraba aun el antiguo hábito de enjuagarlos después con su propia orina, ya que su alto contenido en amoníaco, cosa que ignoraban, favorecía la limpieza. Fuera como fuera, lo normal era la gente mayor desdentada, con constantes dolores de muelas y graves abscesos faciales. De la halitosis, que cada cual juzgue.

Fue un siglo después, en el año 1860, con el descubrimiento de la microbiología por Louis Pasteur, cuando comenzaron a desaparecer los recelos  sobre el lavado y a considerar que la limpieza podía ser preventiva de los gérmenes alojados en la piel y ropa sucia, comenzando así la normalización de los baños integrales. Seguramente fue por esta razón que el Preceptor del Futuro Rey de España, Alfonso XII (1857-1885), recomendaba a éste cuando era Príncipe: “Lávate los pies una o dos veces al mes”. Un asombroso avance con respecto al citado Luis XIII en la época anterior. Sin embargo pasarían aun muchas décadas para que las nuevas prácticas de limpieza se generalizaran.

Nos ayudará a comprender la situación descrita el saber que faltaban 185 años para la llegada de la primera agua corriente a la capital de Ourense (1935), tardando aun muchos lustros en ser instalada en las casas. Parderrubias dispuso del primer grifo y depósito de agua en la Aldea, en la década de 1960. Y fue por aquellos años cuando el Obispo de Orense, Ángel Temiño Sáiz, le negó aun la autorización al entonces Párroco Don José Manuel Fernández Rúas, para hacer un cuarto de baño en la rectoral, por considerarlo un lujo terrenal, tal como informa Outumuro Seara [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2015/10/10/e8-don-jose-manuel-fernandez-ruas-impulsor-de-la-modernidad-de-parderrubias-por-manuel-outumuro-seara/]. Los Párrocos de Parderrubias, igual que sus feligreses, llevaban toda la vida vertiendo sus necesidades en la cuadra y, al parecer, el Prelado no veía razón para cambiar tal costumbre.

La sanidad

No es difícil describir la situación sanitaria de Parderrubias en los tiempos referidos, ya que entonces no existía servicio sanitario alguno, ni personal mínimamente apto para ejercerlo. En ninguna de las parroquias que actualmente constituyen el Concello de A Merca existía Médico, Cirujano Sangrador, Boticario ni Botica alguna. En toda la provincia orensana, sólo localizamos siete médicos ejerciendo en el año 1750 (tres en Orense, dos en Ribadavia, uno en Allariz y otro en Verín), y once Boticarios (cuatro en Orense, tres en Ribadavia y uno en las poblaciones de  Allariz, Vilanova dos Infantes, Gomesende y Verín). A estos siete galenos se le supone formación en las Escuelas de Medicina, pero el retraso de la ciencia médica era manifiesto. Aun a principios del siglo XIX, un médico podía estar manipulando todo el día heridas de enfermos, pasando de unos a otros sin lavarse las manos, pues las causas microbiológicas de las infecciones eran totalmente desconocidas. En todo caso, los servicios de estos escolapios eran inaccesibles para el común de los mortales, pues, aparte de ser muy pocos, la asistencia sanitaria era privada y estaban dedicados casi exclusivamente al personal del Obispado, Cabildos y Conventos de las zonas donde ejercían. Médicos al margen, quedaba la posibilidad de acudir, en caso desesperado, a alguno de los barberos cirujanos o sangradores existentes en las comarcas cercanas. Localizamos 11 en Ourense, nueve en Ribadavia, cuatro en Allariz y Entrino, tres en Bande y Verín, dos en Sobrado del Obispo, San Ciprián de Viñas y Castro Caldelas, y uno en Vilanova dos Infantes, Maceda, Xinzo de Limia, Lovios, Calvos de Randín, Gomesende y Esgos. Todos ellos, con nula formación académica y tan sólo con cierta práctica rutinaria lograda al lado de un homólogo, realizaban servicios de sacamuelas, herniario, algebrista (huesos dislocados), flebotomiano (sangrador), etc. Cualquiera de estas intervenciones, con un ordinario instrumental reducido a tenazas, tijeras, navajas, cuchillos, descarnadores, sanguijuelas, y para de contar, era una auténtica atrocidad, con el agravante de no poder atajar el dolor, las hemorragias  o las  infecciones, porque la botica no tenía medios para luchar contra lo que se consideraba irremediable, ya que la narcosis y los antisépticos no se descubrirían hasta cien años después (1846 y 1867, respectivamente). Pero los vecinos de Parderrubias ni siquiera tenían a su alcance tal precariedad de servicios y medios, viéndose condenados a acudir a remedios caseros, a base de hierbas, pócimas y otros brebajes, muchos de ellos peores que la propia dolencia. Basta recordar la “herba do ayre” o “folla do ar” que, según Fray Sarmiento, se usaba en Ourense y sus pueblos:

“Llámase del ayre porque cuando un niño está malo de algún aire o vapor que lo envaró, le untan con la infusión de esta hierba o con ella misma… aplicada a un niño o hombre a quien haya hecho daño algún aire, le remedia por chupazón”.

4.Apócimas-Pócimas
Hierbas, pócimas y brebajes

También se valían de la propia orina, confiados de sus bondades contra quemaduras, llagas y otras lesiones, o de las telas de araña para cortar hemorragias y cicatrizar heridas, o de las lamidas del perro sobre úlceras o  llagas, siguiendo el ejemplo de la imagen de San Roque venerada en el retablo mayor de la iglesia de Santa Olaia de Parderrubias. Otra alternativa era recurrir a los amuletos que abundaban en las casas y a los que se les suponía propiedades que alejaban las desgracias y los influjos malignos. Los había de varias clases, profanos, religiosos, sanadores, ahuyentadores, etc. Entre los sanadores destacaban los cuernos del ciervo volante, la camisa de culebra y una serie de piedras (piedra de serpiente, de ponzoña, ojo de buey, etc.) utilizadas contra la ponzoña o venenos de serpientes, alacranes, salamandras, etc. Curiosamente, nuestro ilustre paisano Fray Jerónimo Feijoo, en sus “Cartas eruditas y curiosas” (1742-1760), destaca las supuestas virtudes de una de estas piedras, no sólo contra la ponzoña, sino también contra la peste de los carbúnculos, tumores, e incluso mordidas de perros rabiosos o lobos. Entre los amuletos para ahuyentar el mal estaban los ajos, la castaña de indias, el colmillo de cerdo o jabalí, la cornamenta del ciervo volante y los cuernos de los bóvidos, entre otros. Otra opción era acudir a algún hechicero que, por medio de ensalmos, conjuros y maleficios, le sacaran sus males. Después de todo esto, siempre quedaba acudir a las hierbas de San Juan, al Tarangaño (Piñor), a la Fonte da Saúde (Parderrubias), Fonte Santa (As Marabillas) o a la Fonte dos Ollos (As Marabillas y Olás). A pesar de la singularidad de dichas prácticas, la prudencia no debe permitirnos desechar la posibilidad de una eventual efectividad si el enfermo acudiera a ellas con grandes dosis de fe. Cuando todo fallaba, que era lo más natural, sólo quedaban los recursos sobrenaturales: imágenes de santos, medallas, estampas, escapularios, exvotos y promesas de peregrinar a los Santuarios de O Cristal (devoción desde 1630),  A Armada (desde 1641),  As Marabillas (desde 1646),  San Munio de Veiga, A Bola (desde el siglo X), San Benito de Coba de Lobo (¿desde el siglo XIII?),  Os Milagres (desde el siglo XIII), etc. Y la verdad es que tales medios debieron ser bien milagrosos para que nuestros devotos abuelos, en una situación tan desvalida, viviendo entre animales, estiércol y purín, llenos de hambre y frío, mal vestidos y peor calzados, invadidos de pestes, epidemias y pandemias, sin médicos ni medicinas, sobrevivieran a tanta adversidad.

5.Amuletos
Amuletos profanos
6.Relixiosidade-Religiosidad
Amuletos religiosos

Mención aparte nos merece el parto. El concepto de natalidad cambió tanto que es difícil comprender las condiciones que se daban en este particular hace 250 años. Comenzaremos por decir que la futura madre se daba cuenta de su estado de gravidez por los mismos síntomas del embarazo actual, suspensión de menorrea, aparición de efélides, vómitos, etc. Esta circunstancia no alteraba para nada su vida cotidiana. Durante la gestación, no había por qué mejorar la higiene y seguía realizando las mismas tareas en casa y los mismos trabajos en el campo hasta el mismo momento del parto, pues se creía que tales faenas ayudaban al desarrollo del embrión. El alumbramiento se producía siempre en casa, a no ser que alguna circunstancia lo impidiera, pues se daban casos en que la parturienta, a causa del ejercicio ininterrumpido, paría en solitario, estando lavando en el río o sachando el maíz. Siendo en casa, la parturienta era atendida por una familiar o vecina que solía tener práctica en estas lides, como eran friegas, presiones en el vientre o introducir la mano hasta el útero para ayudar a la extracción de la placenta o del propio feto. Estas maniobras podían ir acompañadas tanto de canciones o preces, como de exclamaciones alusivas a la salida de la criatura a este mundo, o de gritos y alaridos de la madre para ayudar a la expulsión. También se requerían distintas posturas de la puérpera, poniéndose de pie, de rodillas, en cuclillas, sentada, e incluso dando pequeños botes o saltando desde un banco. Con tales técnicas, las cosas no solían acabar bien, y las distocias maternas o fetales y las infecciones, a menudo eran irreversibles. En la madre era frecuente que sobreviniera la fiebre puerperal que acababa en septicemia, y no existiendo medios para combatirla, la muerte era segura. Sólo un siglo más tarde, en 1847, el médico húngaro Ignacio Semmelweis, determinó el origen infeccioso de la fiebre puerperal al comprobar que la higiene reducía la mortalidad. Los antisépticos tardarían aun 20 años más en descubrirse, siendo en 1867 cuando el escocés Joseph Lister usó por primera vez la antisepsia en la cirugía. De cualquier forma, estos adelantos no se generalizarían hasta el siguiente siglo. De no haber mayores complicaciones, comenzaba el posparto con friegas de aceite por el exterior del vientre y pociones o tisanas por dentro, para sanar pronto, que había que atender la hacienda.

Al recién nacido se le ceñía todo el cuerpo con lienzos de lino apretados y se le vendaba la cabeza como a una momia, pues se pensaba que de esta forma se le evitarían deformaciones y contagios, desenvolviéndolo, en el mejor de los casos, una vez al día para limpiarlo, que no lavarlo. La lactancia materna se alargaba hasta los dos años, aunque a los pocos meses ya se le alternaba el pecho con las papas de centeno o maíz y otros alimentos previamente masticados por la madre. Según Vicente Risco, algunas madres también le daban vino, para que criase buen color. De no tener leche la madre, se acudía al de alguna madre vecina, y de no ser posible, se utilizaba leche de vaca. La mortalidad infantil en el primer año de vida era de un 25% y casi siempre por falta de higiene y mala lactancia. Para el Padre Sarmiento, la causa de estas muertes prematuras eran las “vexigas” (viruela) y las lombrices.

Esta situación, unida a otros factores, mantenía en el nacimiento un promedio de esperanza de vida entre los 30 y 40 años. A los neonatos supervivientes les esperaba la varicela o el tifus, para las que no existía tratamiento, y que a lo largo del siglo XVIII elevó la tasa de mortalidad infantil al 35%. Los padres tenían asumido que uno de cada tres hijos no sobreviviría, y cuando se producía la tragedia, todo Parderrubias trataba de consolarse sabiendo que tenían “un angelito en el cielo”, y hasta las campanas repicaban a gloria. El porcentaje de mortalidad infantil fue disminuyendo con el transcurso del tiempo, pero, según Sierra Freire entre 1936 y 1950 aun ascendía al 9,79% [https://aparroquiadeparderrubias.wordpress.com/2016/02/13/aquel-parderrubias-de-la-posguerra/].

La muerte no era ajena a ninguna edad, pero superada la infancia y la pubertad, las esperanzas de vida aumentaban considerablemente, y aunque otras enfermedades, la dureza de los trabajos, el hambre, el frío, las mojaduras, etc. conseguían agotar los ánimos y las fuerzas, haciendo vieja a mucha gente antes de los 30-40 años, tenían posibilidad de llegar a cumplir 60, si bien los sexagenarios sólo suponían la tercera parte de los nacidos.

La ausencia de cualquier censo nos impide conocer la tasa de morbilidad en aquella época en Parderrubias y ni siquiera el Registro Parroquial de Defunciones, siendo la fuente más próxima a esta realidad, nos permite determinar las verdaderas causas de muerte, por la falta de referencias. Así y todo, sabemos que la tasa era alta y que las principales causas no diferían de las de otras poblaciones de la zona, siendo la más frecuente y mortal, con el 80% de los decesos, las infecciones contagiosas ocasionadas por las epidemias, la pobre alimentación, la mala higiene y la pésima salubridad. Tales eran el cólera, el sarampión, la varicela, el tifus, la escarlatina, la difteria, la tuberculosis, etc. A ellas había que añadirle las no contagiosas, como los partos, accidentes laborales, gangrenas, reumas, artrosis, etc.

En este tremendo desamparo sanitario vivían, convivían o  sobrevivían   nuestros antepasados de Parderrubias, en una época de gran atraso y subdesarrollo, que les obligó a acudir a prácticas curativas sólo comprensibles dentro del contexto histórico-social que les tocó vivir, pero que detrás de todas ellas subyacía un extraordinario espíritu de superación frente a las adversidades, una enorme capacidad de  sufrimiento y resistencia para sobrellevarlas y una impasible resignación ante lo irremediable, virtudes que forman parte de las señas de identidad de nuestra memoria histórica.