Reuniones («xuntanzas») solidarias de los vecinos de Parderrubias

Reuniones («xuntanzas») solidarias de los vecinos de Parderrubias

Por José Manuel Justo Grande

La vida cotidiana en pequeños núcleos rurales, como es el caso de Parderrubias, se caracteriza a lo largo del año por diferentes actividades grupales, tanto lúdicas como laborales, así como por una gran variedad de actos solidarios entre vecinos.

En este artículo, José Manuel Justo Grande describe, rescatando del olvido, algunas de estas actividades que, como consecuencia del progreso, prácticamente han desaparecido o se llevan a cabo de manera muy distinta a como las hemos vivido en nuestra infancia. Documentos como este sirven para preservar la memoria colectiva de nuestro pueblo cargada de tradiciones y que, por responsabilidad, debemos encargarnos de salvaguardar y dar a conocer a las generaciones venideras.

Muchas gracias, José Manuel, por este magnífico aporte.

Juan Carlos Sierra Freire


Si “unión” es la acción y efecto de “unir” o “unirse”, en nuestra parroquia de Parderrubias este acto ha tenido (y tiene) lugar en múltiples ocasiones, tanto a nivel laboral como psicosocial, apreciándose una actitud de solidaridad, ayuda y empatía hacia los demás. Sin menoscabo de los actos que suponen una unión festiva o de celebración, caso de las fiestas patronales del Corpus Christi, capítulo análogo merecerían las fiestas de Santa Eulalia y de San Antonio, que siguen teniendo gran tradición religiosa en nuestra parroquia.

“Eulalia” combina los términos de origen griego “eu”, que significa bien, propicio o favorable, y “lalia” o “laléo”, que significa “hablar”, por lo que combinándolos, Eulalia («Olaia») se traduciría en “bien hablada”, “elocuente” y “convincente”, motivos más que suficientes para sentirse orgullosos de nuestra Patrona y de su conmemoración el 10 de diciembre; aunque más multitudinaria en el pasado, en la actualidad se sigue manteniendo su tradición en forma de Novena.

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Baile popular en el primer tercio del siglo XX. Probablemente se trate de la Festividad de la Patrona Santa Eulalia. Fotografia de Manuel Garrido, cedida por Xulio Outumuro

Por su parte, la festividad de San Antonio llegó a celebrarse durante muchos años, con más efusión en Nigueiroá si cabe, pueblo que siempre destacó por su unión con el resto de la parroquia, la cual continúa con tanta intensidad o más en nuestros días. Y ello, pese a la distancia, que antiguamente era muy significativa, pero que nunca fue óbice para que sus vecinos cruzasen A Fonteiriña para acercarse a concelebrar los actos que tenían lugar en otros lugares de la parroquia, hecho que continúa hoy en día. Nigueiroá celebraba el San Antonio, siempre de forma multitudinaria a principios de septiembre.

San Antonio venerado en Nigueiroá

Otro acto de unión, relación y armonía entre los vecinos, arraigado en la época actual, es el Magosto, jornada magistralmente organizada por la Comisión de Montes del pueblo con la colaboración de los vecinos, que tiene lugar todos los meses de noviembre, por San Martiño, en donde todos los vecinos, tanto jóvenes como veteranos, pasan un buen rato de confraternización.

Una vez hecha una breve alusión a este tipo de “uniones” religioso-festivas, quisiera referirme a otro tipo de reuniones de vecinos, menos numerosas, dado que no suponían actos necesariamente festivos, pero que mostraban el carácter solidario que implicaban muchos de los trabajos y acciones que se realizaban con gran esfuerzo debido a las limitaciones técnicas de la época. Se trata de actividades que difícilmente se podrían llevar a cabo de forma individual, necesitando de la colaboración de un buen número de vecinos. Me refiero a faenas como la matanza y ciertas labores agrícolas como la “rega” o la “malla”.

La «matanza»

Trabajo solidario, casi convertido en fiesta con la que terminaba el año o comenzaba el nuevo, pues se requerían temperaturas muy bajas para el tratamiento de la carne y de sus derivados, dado que no existían medios de congelado como los actuales. Trabajo ingente y fundamental el llevado a cabo por las mujeres en el preparado de la matanza, que iba desde comprar el “fío” y el “pemento” (este siempre de buena calidad para que no se estropeara la “chourizada”) hasta picar cebolla, ajo, “cabazo”, preparar las tripas y un sinfín de pequeños trabajos que requería tal evento. El acto de la matanza en sí correspondía tradicionalmente a los hombres, que “cogían” o “agarraban” al cerdo para sacrificarlo, lavarlo, abrirlo y colgarlo, operaciones que habitualmente iban precedidas de ladegustación de unas copas de aguardiente o de licor café acompañadas por galletas o bica. La labor masculina solía terminar al día siguiente con la “desfeita”, eso sí, previa copiosa comida que, como no podía ser de otra manera era elaborada por las mujeres de la casa o sus ayudantes. La labor de la mujer continuaba con el lavado de las tripas y el picado de la carne. La “desfeita do porco”, al día siguiente, el cual había quedado colgado en una bodega o local de planta baja, a bajas temperaturas, suponía separar las carnes y seleccionarlas para hacer chorizos, salar, etc. La carne se iba cortando al gusto de cada familia, quedando casi siempre disponibles para esos días unas “frebas” que se freían. Se separaba el famoso y sabroso “lombelo”, que en más de una ocasión, junto a otras partes sabrosas del animal, iban a parar a la despensa del párroco, quien no solía despreciar el “presente”, hecho que aunque sin norma escrita, solía ser casi de obligado cumplimiento. La matanza constituía una labor de mucho trabajo, pero efectuada con sumo gusto, pues suponía en aquellos tiempos una fuente de alimentación para el resto del año. De hecho, las familias, además de por el número de miembros que las componían, también medían su nivel de vida y su capacidad económica por el número de “marraus” que mataban.

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«A matanza». Fotografía de Virxilio Viéitez. Tomada de http://mas.farodevigo.es/galeria/galeria.php?galeria=224&foto=3204&orden=1

Muchas labores agrícolas como arar, “sachar”, “rendar o millo”, “rendar as patacas”, la “arranca”, la vendimia, sacar “esterco”, dar sulfato, “rozar toxos”, recoger “estrume”, etc. requerían habitualmente de la alianza de varios vecinos para su ejecución. Eran trabajos solidarios entre familias y entre vecinos, con el fin de hacerlos más llevaderos, suponiendo siempre un acto de solidaridad, aunque en ciertos momentos, por el esfuerzo, se producían discusiones por opiniones, roces y, llegado el caso, hasta enfados, que podían alargarse en el tiempo o a casi toda la vida. Alguno de estos enfados más intensos y de larga duración requerían de la intervención de un “mediador”, a veces un familiar, que trataba de terciar y poner fin al conflicto, dado que los litigantes o sus familiares, e incluso los vecinos, lo consideraban persona capaz para dictar laudo arbitral, aunque en ocasiones para su desconsuelo no era cumplido por las partes.

La “rega

Nuestra parroquia nunca fue muy abundante en agua, pero el respeto por parte de todos hacia unas determinadas normas, algunas no escritas, hacía que, salvo conflictos mayores -que llegó a haberlos-, se hiciese un aprovechamiento adecuado de un bien tan preciado para el riego de las tierras, que producían mayoritariamente maíz o patatas, y de los prados. Se publicaba una especie de “bando”, escrito en un papel corriente, expuesto en alguna puerta cerca de la iglesia, lugar de asistencia habitual, y a veces obligatoria, en el que todos los domingos se reencontraban todos los vecinos. En este documento se fijaba la hora de comienzo de los trabajos de limpieza del “rego”, actividad a la que al menos debía asistir un miembro de cada familia, con la finalidad de limpiarlo en todo su recorrido y así evitar fugas de agua. El “Tribunal Popular” que trabajaba en la limpieza del “rego” juzgaba, a la vez que lo limpiaba, a las personas que llegaban tarde, no acudían o su presencia no era proporcional a los miembros de la familia y a la extensión de tierras que tenían. Esta sentencia, naturalmente, sólo era verbal, pero siempre estaba presente aquello de “canto máis teñen, menos veñen” o “si todos facemos o mesmo, a auga non chega ó sitio”. Siempre se escapaba algún taco y alguna frase ajusticiadora dirigida al infractor o no colaborador. Obviamente, si la relación del “juzgador” con el “juzgado” no era buena, la sentencia era inapelable y muchas veces ratificada por más de uno. En algún caso suponía un “alto en los trabajos” para fumarse un cigarro y determinar el final del “juicio”.

Para el riego, se seguía una “tanda”, documento escrito, conservado por algunos, que suponía el reparto del agua, en proporción con la cantidad de tierra que se poseía. Se hablaba de “tanda boa e tanda mala”, dependiendo de las horas a las que correspondía el riego;  la “buena hora” era cuando hacía fresco y la “mala hora” era la de la siesta, que exigía soportar los rigores del calor, o la de la noche, asociada al rocío y a la falta de visibilidad. Para regar, previamente se hacían las “leiras”, que eran surcos por los cuales se direccionaba al agua. Eran de gran valía, sobre todo por la noche cuando apenas se veía, permitiendo de este modo aprovechar el agua, que en algún momento era insuficiente, teniendo que esperar a otra “tanda” para poder regar la parte del terreno que quedaba seco. Esta era una actividad que no necesitaba de mucha gente, normalmente se hacía a nivel familiar, pero sí gran destreza para aprovechar el agua y no desperdiciarla. Por la noche, alguna de las personas llevaba en la mano un farol de gas, para iluminar el “rego” y poder hacer que el agua corriese y llegase convenientemente a la cosecha. Este trabajo requería de bastante tiempo, suponía un gran esfuerzo físico y, a veces, el relevo de personas para poder comer un “taco”, reponer fuerzas y poder continuar. A la hora exacta del relevo, y a la hora de “cortar el agua” para cedérsela al vecino correspondiente, si este no era puntual o el que la dejaba lo hacía de forma incorrecta o tardía (aunque a veces fuese cuestión de unos escasos minutos) se producía un alegato de palabras y frases, que en la mayoría de las ocasiones se ceñían al momento de la “rega”, pero que a veces se empleaban para otros “recordatorios” en otras circunstancias de la vida cotidiana.

La “malla”

Se trata del trabajo de esfuerzo físico y solidario por excelencia, que implicaba la colaboración de prácticamente todos los miembros de la familia, no sólo en la de uno, sino también en la de los demás. La colaboración con los demás vecinos era la recompensa por parte de estos a la «malla» de uno. Las labores comenzaban con la “sega” del trigo o del centeno, labor ardua en sí, dadas las altas temperaturas alcanzadas en esa época del año, labores que en su momento suponían cierta “tensión laboral”, ya que si en ese momento llovía copiosamente como consecuencia de alguna tormenta se iba al traste parte de la cosecha que se humedecería y se pudriría. Algunos se encargaban de hacer las “medas” en las que se amontonaba la paja segada con el grano en el propio terreno, hasta finalizar la “seitura” en todas las tierras sembradas, al tiempo que se colaboraba con la de algún vecino, especialmente si este se encontraba solo o en ese año había sufrido alguna pérdida familiar significativa que mermaba la capacidad de trabajo de esa familia. Luego se “carrexaba” en carros tirados por vacas y ya más tarde con la mecanización del campo se hacía con tractores, transportando el grano hasta la “aira de mallar”, que era una especie de campo, normalmente llano y aireado, en el que se depositaba la cosecha, esperando la llegada de los “malladeiros” que recorrían los pueblos de la comarca con la máquina de “mallar y la máquina de “erguer”. Cada vecino tenía reservada su propia “aira de mallar”, habitualmente la misma todos los años, y así se conocía la “aira de… tal persona”, normalmente el cabeza de familia.

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«A malla». Fotografía de Virxilio Viéitez. Tomada de http://mas.farodevigo.es/galeria/galeria.php?galeria=224&foto=3204&orden=1

Comenzaban las mallas, y los niños ayudados de alguna otra persona bajaban los “mollos” de la “meda”, tarea que suponía un menor esfuerzo físico, por lo que los más pequeños eran candidatos a ella, que tal como ocurre actualmente no hacían trabajos impropios de su edad, sino que colaboraban en los trabajos que posteriormente les darían de comer a ellos y a sus padres. Cogían los “mollos” y los colocaban encima de la máquina de “mallar”, la cual separaba la “palla”, que a la postre tendría muchas aplicaciones a lo largo del año, del grano, que posteriormente había que “erguelo” con la máquina de “erguer”, trabajo que hacía el “erguedeiro”, separando el polvo, la paja y las impurezas del dorado grano. Las mujeres solían recoger la “palla” que salía de la máquina, una vez separado el grano, mientras que los hombres con un “vincallo” la ataban, surgiendo en ciertas ocasiones la picaresca al producirse el “arrimado” entre las mujeres que ponían la “palla” cerca del “vincallo” del hombre, lo cual implicaba cierto acercamiento físico para que no se deshiciese el “mollo”, pues se trataba de un trabajo casi en cadena, de lo contrario se entorpecía el mismo. Tras la “erga” se transportaban para la casa los sacos de grano depositándolos en las “arcas”, para conservarlo e ir consumiéndolo a lo largo del año. El esfuerzo físico exigido por estos trabajos requería a veces de un alto en el camino para tomar unas sardinas en conserva con pan y un buen trago de vino, por supuesto bebiendo todos de la misma “xarra”, lo mismo que hacían las mujeres con el agua, compartiendo la misma “xarra”, en el mejor de los casos, o el mismo “caldeiro”, que se traía de casa dada la falta de agua en la “aira”. El hecho de terminar el tiempo de las “mallas”, que no suponía ni mucho menos el fin de los trabajos agrícolas, significaba un cierto alivio, ya que la recogida del grano suponía tener parte del alimento del año a buen recaudo.

A “escasulla”

La “escasulla” consistía en “espigar o millo”, separando el “casullo” de la espiga, trabajo considerado de menor esfuerzo físico. Se llevaba a cabo en algún espacio de la casa, a cubierto, y solía hacerse por las noches, una vez terminados los trabajos domésticos. Normalmente se realizaba sentado y su ejecución solía ir acompañado de muchos “chascarrillos”, alguna “frase un poco impropia” y mucha picaresca, que normalmente tenía como objetivo a las mozas casaderas que se encontraban haciendo el trabajo.

Otros trabajos

Otros trabajos con tradición en la parroquia que requerían de la unión y colaboración de los vecinos eran la poda, tanto de árboles frutales como de las viñas -en épocas pasadas, a los árboles ornamentales se les prestaba menos atención-, la “recollida do millo”, la “fornada”, hacer el jabón, etc. Se realizaban también trabajos individuales, pero al mismo tiempo solidarios, como “crabuñar a guadaña”, “afiar os coitelos”, “trallar a madeira”, “arranxar un arado” y otros muchos, realizados por vecinos con una cierta destreza personal, tanto a la hora de aprenderlos como a la de ejecutarlos, y que ponían a disposición de los demás.

Con esta exposición he pretendido recordar algo de la historia de nuestro pueblo, pueblo que sin duda es rico en actos solidarios y lúdicos.

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